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Víctor Vallejo Viciana

Coaching y espiritualidad

La espiritualidad como motor del cambio y del desarrollo personal

NARCEA, S. A. DE EDICIONES

motor y soporte de mi vida.

con los que tanto he aprendido

narcea@narceaediciones.es

Cubierta: Armando Bayer

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ÍNDICE

Introducción

“Confío en ti”

Somos una unidad

Coaching y espiritualidad

¿De qué me sirve ganar el mundo entero si malogro mi alma

La espiritualidad como encuentro

El encuentro con uno mismo

El encuentro con los demás

El encuentro con lo trascendente

Coaching espiritual

Conclusión

Bibliografía

INTRODUCCIÓN

El coaching es el arte de facilitar el desarrollo potencial de las personas y de los equipos para alcanzar cambios coherentes y cambios en profundidad

Viviane Launer

Tengo el privilegio de ejercer como coach y, desde que inicié mi formación, siempre me rondó por la cabeza y el corazón describir con palabras una intuición fundamental: el coaching y la espiritualidad casan bien. Hacen buena pareja. No me cabe la menor duda de que existe un claro punto de unión entre ellos en tanto que los dos buscan el desarrollo del potencial humano. Si el coaching, como dice Viviane Launer, trata de desarrollar el potencial de las personas y la espiritualidad es una fuente de inspiración inagotable, ¿por qué descuidar el desarrollo espiritual de nuestros clientes siempre que estén abiertos a ello? ¿No es cierto que una mejora en nuestra vida espiritual nos puede dar la energía y la inspiración necesarias para alcanzar cambios coherentes y profundos en nuestras vidas? ¿Por qué desterrar lo espiritual, que resulta una gran fuente de energía positiva, del ámbito del coaching y de lo laboral? ¿No es la espiritualidad una fuente poderosísima de cambio personal y de motivación? ¿No son los verdaderos santos, los místicos, de la religión que sea, un ejemplo claro de personas que han arriesgado y apostado por un cambio de rumbo personal que ha tenido consecuencias grandísimas para la humanidad? ¿No son ellos un claro paradigma de liderazgo, de inteligencia emocional, de trabajo en equipo y de creatividad? ¿No son verdaderos líderes que han creado mundo, una nueva realidad?

Como ves, este libro nace con el interés de suscitar muchas preguntas e iniciar una vía de investigación que des-cubra, es decir, des-tape y saque a la luz las relaciones entre la espiritualidad y el mundo del management. Unas relaciones que cada vez son más reconocidas por distintas personalidades del mundo de la cultura. Karl Rahner, desde el campo de la teología, ya aventuró que el siglo XXI sería místico o no subsistiría. El siglo XXI ha llegado y, desde el campo del management, son muchas las voces que afirman que el líder de nuestro siglo, de la era del conocimiento, ha de ser espiritual si quiere superar el paradigma del jefe de la era industrial, aquel del ordeno y mando o el palo y la zanahoria. El cambio de paradigma ha llegado.

Salvador García, psicólogo organizacional y un sorprendente visionario, defiende que, en el mundo de la empresa, hemos pasado por tres modelos:

El primer modelo buscaba la supervivencia desde una filosofía pragmática.

En el segundo, entró la consciencia ético-social.

Finalmente, comienza la etapa del liderazgo por consciencia: un nuevo planteamiento donde entra la conciencia esencial o espiritual del líder.

El reconocido Stephen R. Covey no se cansa de repetir que el éxito de su modelo de excelencia, explicado en el libro Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, reside en que se basa en principios de comportamiento universales. La ética ya había entrado en el management en el segundo modelo que cita Salvador García, pero es que ya, sin ningún tapujo, el mismo Covey, en su libro sobre el octavo hábito que completa el anterior, introduce la espiritualidad como el elemento clave de toda persona y de toda empresa: todos estamos llamados a encontrar nuestra voz, el punto de intersección donde se encuentran estos cuatro elementos:

nuestro talento,

nuestra pasión,

una necesidad que paliar en nuestro entorno y

nuestra conciencia.

Así de claro lo cuenta Covey:

“Cuando nos dedicamos a un trabajo que aprovecha nuestro talento y alimenta nuestra pasión, que surge de una gran necesidad en el mundo a la que nuestra conciencia nos impulsa a responder, ahí se encuentra nuestra voz, nuestra vocación, la clave de nuestra alma”.

En el mundo de la empresa y de las personas de occidente hay una sed manifiesta de sentido, de espiritualidad, de trabajar y vivir respondiendo a un porqué y a un para quién. ¿Por qué y para quién trabajo? ¿Por qué y para quién vivo? En el fondo, todos añoramos conseguir metas, mejores puestos de trabajo, nuestra realización personal…, pero todo ello será falso éxito si no lo conseguimos desde el encuentro con nuestro verdadero ser o consciencia espiritual. El mismo Fernando Savater, desde una óptica anticlerical, afirma que la clave para “darnos la buena vida” no reside en acaparar cosas, sino en tratar a las personas como personas, porque solo las personas, y no las cosas, nos pueden dar afecto, amistad sincera y, sobre todo, amor. El hombre para sobrevivir, para desarrollarse humanamente, como propone la Gestalt, ha de tener cubiertas sus necesidades de libertad, seguridad y amor. Tres necesidades vitales porque en ellas nos va la vida. Y es que la verdadera espiritualidad no habla de otra cosa que de libertad, seguridad y, sobre todo, de vivir desde el amor y no desde el miedo. Una espiritualidad auténtica nos ofrece la posibilidad de adquirir una libertad, una seguridad y una capacidad de amor desbordantes que nos hacen ser más de lo que jamás hubiéramos soñado.

Maslow puso en la cumbre de su famosa pirámide de necesidades la autorrealización. Cada persona siente la necesidad de ser aquello que puede llegar a ser para alcanzar la felicidad. El hombre busca sentido y, en esta búsqueda de plenitud, el coaching y la espiritualidad ocupan una posición de privilegio. El coaching, de forma personalizada y profesional, te sitúa en un proceso de cambio y de mejora continua que te abre al encuentro contigo mismo, con los demás y con lo Trascendente. La espiritualidad, como iré desarrollando a lo largo de este libro, no es otra cosa que vivir de forma personal e íntima ese encuentro con nuestro ser, con el ser de los demás y con el Ser supremo. He aquí tres puertas que nos llevan a la plenitud, el sentido y el equilibrio.

Image ¿Estás abierto al cambio y al aprendizaje?

Image ¿A ir más allá de tus propios límites?

«CONFÍO EN TI»

¿Cuánto hace que no expresas tu confianza a tu pareja, a un buen amigo o a un compañero de trabajo?

¿Das confianza?

¿Confías en los demás?

¿En qué confías?

¿En quién confías?

¡Cuántos sueños se quedan en el desván de ideas perdidas por falta de confianza!

¡Confío en ti! ¡Confío en ti! ¡Confío en ti!

Recuerdo con fuerza un suceso que nos impactó a todos los que lo presenciamos. Sucedió durante mi preparación como coach, mientras realizaba el Core-Curriculum con Augere Foundation. Ocurrió durante el «módulo de Process», el módulo donde se trabajan los sentimientos, cuando estaba haciendo un ejercicio de coaching con mi pareja. Ella, mi pareja, estaba hablando de unos sentimientos muy dolorosos del pasado que se le atragantaban, casi literalmente, formando un nudo en su garganta. Yo, notando la presión que esos sentimientos atascados estaban ejerciendo en su vida, la animé a que los desatascara, los dejara salir y los liberara. Intuía que la ayudaría, pero yo no esperaba su reacción.

Esta persona, por la que siento un gran aprecio, de una manera muy dramática, sacó lo que tenía emocionalmente enquistado reviviendo una escena traumática de su niñez en vivo. De repente, se levantó de la silla y, como si estuviera en trance, comenzó a gritar y gemir llamativamente. Todos mis compañeros se quedaron mudos y yo la seguí hasta el centro de la sala. Ella estaba «fuera de sí», en otra historia, su historia personal rememorada, revivida con gran carga emocional, y yo tuve, por unos instantes, miedo de perderla y me planteé salir del ejercicio atemorizado y pedir ayuda. Pero en el mismo instante, todo esto pasó por mi cabeza en un segundo, viví con intensidad que ella, mi cliente, es lo suficientemente madura, creativa y posee los recursos necesarios para ser protagonista de su propio desarrollo. No hay nada en ella enfermo que necesite ser curado o roto que necesite ser arreglado.

No, no la tenía que abandonar, debía seguir junto a ella, acompañándola en esa dinámica de regresión. En ese instante, en ese momento y lugar, mi confianza en ella fue plena y me mantuve junto a ella allí, en su dolor desgarrador, hasta que llegó al fondo y no pudo más. Había sacado todo el fango emocional que había estado estancado durante demasiado tiempo. Entonces la invité a sentarse de nuevo en la silla donde iniciamos el proceso y allí, sin perder la conexión que había entre nosotros, la invité a llorar su dolor. Más aliviado, comprendí que ese llanto era necesario y liberador. Soporté y aguanté su tremendo dolor sin romper mi vínculo con ella. Y, con el consejo sabio de uno de los líderes que se acercó por si era necesario echar una mano, no paré de darla reconocimiento: «¡Qué valiente has sido al sacar todo tu dolor!; llora cuánto quieras, que ¡vas a ver lo bien que vas a descansar esta noche…! ¡Has sido muy valiente…!».

El ejercicio resultó tremendamente beneficioso. Al día siguiente volvió al curso como si hubiera salido de una clínica de rejuvenecimiento: fresca y radiante como un lirio del campo.

No sé si acierto a comunicar con este suceso algo que ha sido revelador para mí: solo podemos tener éxito como coaches, cuando nuestra confianza en las personas es total. Como seres humanos y como coaches, no podemos juzgar a nadie. El coach solo está ahí, creando un espacio para que la persona pueda ser tal como es y llegar hasta donde quiera llegar. El resultado nunca puede ser mérito exclusivo suyo, porque entre él y su cliente hay un proceso, un método.

Para que en una sesión de coaching haya resultado hay que poner en práctica una de las tres actitudes básicas que desarrolló Carl Rogers: la aceptación incondicional del otro. Se trata de confiar en el cliente y acogerlo sin prejuicios. Los que seguimos el método del coaching coactivo defendemos que el cliente es por naturaleza una persona creativa, completa y llena de recursos.

Siguiendo con el tema de la confianza, también durante nuestra preparación como coaches, realizamos un ejercicio para esclarecer nuestro propósito de vida que a mí me resultó especialmente iluminador. Se trataba de realizar una visualización en la que imaginábamos qué pondríamos en un cartel publicitario frente a una gran autopista de nuestra propia ciudad llena de tráfico. «Miles de personas pasan por allí cada día –nos decían– y tienes la oportunidad de comunicarles lo que tú quieras. ¿Qué pondrías en el cartel? ¿Qué colores usarías? ¿Qué impacto tendría en los conductores a medida que lo ven?» En mi caso, en ese cartel, puse con grandes letras azul marino:

¡CREO EN TI!

¡Tengo plena confianza en ti! ¡Tengo la certeza de que cuentas con las capacidades suficientes para alcanzar tus metas y lograr tu desarrollo personal! Lo digo como lo siento y lo veo. Es más: si no tuviera confianza en tu capacidad de crecer, no hubiera escrito ni una sola línea de este libro. O voy todavía más lejos: si no sintieras que este libro puede ayudarte a ser mejor, ya lo habrías dejado de leer. Este es un libro que he escrito no porque me considere una persona especial, sino porque confío en ti, creo en tu capacidad interna de desarrollar tu potencial y pido al cielo no perder esta confianza.

Ha habido gente que se ha dedicado a la grata tarea de repartir abrazos gratis y otros que se han dedicado a bendecir. Mi vocación consiste en dedicarme a decir a los cuatro vientos: «creo en ti». Creo en mi mujer, en mis hijos, creo en las personas, creo en ti, creo en la bondad humana y creo en la fuente del Amor incondicional. ¡Confío! ¡Tengo confianza!

Me he dado cuenta de que parte de mi poder y de mi razón de ser es dar confianza a los demás. He comprendido el poder de la confianza: la vida de las personas cambia cuando alguien le dice sinceramente a otro que realmente confía en él. Piensa en ello: ¿Cómo es la vida de un hijo que ha escuchado de forma sincera y amorosa de su padre que confía en él? ¿Cuánto aprendería un alumno que escuchara, repetidamente, por parte de sus profesores, que confían en su capacidad de aprender, de salir adelante ante las dificultades? ¿Cómo sería la forma de trabajar de un empleado cuyo jefe confiara plenamente en él?

Antes de continuar, me gustaría aclarar algo. A lo largo de este libro, estoy hablando desde mi plenitud, poniéndome de puntillas, estirándome al máximo. Es verdad que confío y veo el poder de esta confianza en ti, en cada persona, pero tengo tantas limitaciones como tú, como todos. Lo cual no quita que dedicar mi vida a difundir este mensaje cargado de espiritualidad le daría verdaderamente un sentido pleno.

Siendo profesor, vino a un retiro un asistente social que trabajaba en una casa de acogida para enfermos de sida. Lo invitamos para que compartiera su experiencia con los alumnos de diecisiete años a ver si con ello aprendían algo. El caso es que nos relató la historia de un preso que fue a morir en esa casa de acogida donde trabajaba. Nos describió a ese convicto como un hombre de facciones duras, rotas, que malvivía atrapado en una gran desconfianza hacia los demás. En la celda de la cárcel, apenas descansaba porque dormía al acecho, como un perro guardián, porque no se fiaba de nadie. No recuerdo si dormía con un objeto punzante debajo de la almohada, pero cuadra perfectamente. El caso es que era un tipo muy agresivo y violento, reservado, herido y muy capaz de hacer daño. Cuando llegó a la casa de acogida pensaba que no podía ser cierto que allí se le recibiera de forma gratuita y amable. Algo no encajaba. Según sus esquemas mentales, debía de haber algún interés escondido en esa forma tan altruista de acogerle. No se fiaba. Y así no dejó de comportarse a la defensiva hasta que el encargado de la casa le convenció de que él estaba allí de forma libre, que se podía ir cuando quisiese y que nadie se lo iba a impedir. Fue entonces, al autoconvencerse de que allí nadie iba con segundas intenciones, cuando dejó de vivir al acecho y se abrió a la posibilidad de confiar en las personas. Cuando fue experimentando que podía ser sujeto de amor sincero, su misma expresión cambió: sus marcadas facciones se relajaron cuando empezó a confiar. Su estado de relajación mental influyó en su estado físico. Desde entonces, consiguió dormir plácidamente, como nunca lo había hecho, y se abrió a recibir y dar muestras de afecto. Murió tratado con cariño en un ambiente de confianza. El sida terminal le posibilitó salir de la cárcel, la confianza de los demás le capacitó para liberarse de su prisión interna…

Una tarde, le conté a una compañera coach que deseaba dar una conferencia sobre coaching y espiritualidad y ella se limitó a decirme con la cara iluminada por una leve sonrisa: «No te olvides de invitarme a esa conferencia». Y la conferencia llegó pocos meses después. Nada me ayudó tanto como ese impulso de confianza.

Alfonso López Quintás, el filósofo que ha desarrollado la teoría de los ámbitos, nos recuerda que las palabras «confidencia», «confianza», «fidelidad» y «fe» tienen un origen común: la raíz latina ‘fid’. Y una relación, cuando reúne estas cuatro condiciones, engendra intimidad personal y resulta tremendamente liberadora y potenciadora de lo humano. Jesús de Nazaret curaba porque creía en las personas, no les pedía nada más que fe. «Tu fe te ha curado», decía él.

Louise L. Hay, una reconocida sanadora, confiesa que, cuando alguien acude a ella con un problema de salud u otra índole, ella siempre trabaja sobre una sola cosa, que es el amor a sí mismo