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1. Los años intermedios: de la infancia a la adolescencia

Un periodo de grandes cambios

Los “años intermedios” hacen referencia a los estudiantes de 10 a 15 años. ¡Casi de la noche a la mañana y a veces sin previo aviso aparente, muchos padres se encuentran ante su hijo o hija preguntándose qué ha sucedido! ¡Su precioso niño o su encantadora niña se ha transformado, ha pasado de ser una criatura deliciosa a ser un adolescente cascarrabias, huraño, malhumorado, impulsivo, y que no hace más que replicarle!

El padre o la madre se pregunta, o se dice en voz alta: “¿Y tú, quién eres?” y, al mismo tiempo, reflexiona sobre lo que posiblemente haya hecho mal en su ejercicio parental.

No es el fin del mundo; ocurre solo que nuestro mundo como educadores y el mundo del preadolescente se sitúan en ángulos ligeramente diferentes; pero no todo está perdido. Entender por qué se están produciendo estos cambios es importante y supone cierto alivio; pero comprender los cambios es una cosa, y atajarlos sin dejar de tener una relación positiva con el adolescente es otra, y constituye una tarea difícil.

No pretendo hacerme pasar por médico ni por psicóloga infantil, por lo que no voy a dar unos fundamentos fisiológicos o psicológicos detallados de todo esto. Lo que pretendo hacer aquí es poner en contexto algunos de estos fundamentos. Si no sabemos por qué están cambiando nuestros chicos, es posible que no comprendamos cómo podemos hacer frente a los cambios en la vida cotidiana suya y nuestra. ¡Lo que queremos, por encima de todo, es saber que ellos están bien..., y nosotros también!

Los cambios propios de la adolescencia

El crecimiento y el desarrollo en los años intermedios son masivos. Es un período de intenso desarrollo físico, emocional, social y cognitivo. Mientras sucede todo esto, al mismo tiempo, los niños están dejando también el terreno conocido de la escuela primaria y se adentran en el mundo desconocido de la escuela secundaria.

Veamos brevemente algunos de los cambios que experimenta el joven adolescente en esta época.

Cambios físicos

Niños y niñas experimentan el inicio de la pubertad a edades diferentes; en la mayoría de las niñas, se produce en torno a los diez años y, en la mayoría de los niños, alrededor de los doce años. En el caso de las niñas, el principio puede comenzar ya a los siete u ocho años, y a los nueve, en el caso de los niños, pero esto no es lo normal. El proceso completo puede durar entre uno y seis años y conduce a la adolescencia[1]. La adolescencia es el período de transición entre la infancia y la adultez. Los adolescentes ya no son niños, pero tampoco son adultos en miniatura. La persona adolescente es un ser especial con necesidades especiales y puede resultarnos algo complicado saber cómo debemos tratarlos.

Los cambios físicos son evidentes en el incremento de altura y peso, el cambio de las formas del cuerpo, el aumento de vello corporal y el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios. Junto con estos cambios evidentes están los cambios, menos obvios físicamente, en las hormonas, que afectan a los estados de ánimo, la coordinación, la autoimagen y las relaciones con los amigos y la familia... Todo ello produce los cambios emocionales que se experimentan en este período.

Cambios emocionales

Al hacer frente a los cambios en las emociones de los jóvenes adolescentes puede darnos la sensación de que estamos desactivando una bomba de relojería: ¡un movimiento en falso y nos acribillará la metralla! Unos días son mejores que otros y, a veces, no es posible acertar. En esos días, “menos es más”; siempre: “menos hablar, más escuchar...” y, ante todo, más paciencia.

La explosión de las hormonas puede cobrarse su peaje en la conducta y el humor del adolescente y, aunque a veces sea difícil enfrentarse a ellos, es señal de que el cuerpo se está desarrollando correctamente. Pero no todos los vaivenes de los estados de ánimo y los cambios de conducta y de actitud pueden atribuirse a las hormonas. Hay factores relacionados con la escuela o con el hogar que pueden contribuir a estos cambios. No hay que atribuirlo todo a las hormonas; asegúrese de saber lo que está pasando.

Si tenemos presentes los tipos de preguntas que nuestros adolescentes se hacen a sí mismos en esta época, podemos entender por qué hay tantos altibajos en sus estados de ánimo y comportamientos. Es obvio que esa persona está cambiando: está creciendo hacia arriba y hacia fuera y, a menudo, eso no le gusta mucho.

Por regla general, al llegar a la pubertad, los jóvenes empiezan preguntándose quiénes son; cómo encajan con la familia y los amigos; cómo los perciben los demás; con qué se sienten seguros y en qué son buenos. Como estas preguntas son complejas y las respuestas son inciertas, el estado de ánimo de los adolescentes puede cambiar muy rápidamente y lo más frecuente es que las frustraciones las paguen con los más próximos a ellos. Durante estos periodos de tiempo, emocionalmente turbulentos, lo mejor que se puede hacer es:

Los cambios en el cerebro también afectan a las emociones durante la adolescencia. Esto quedará más claramente explicado más adelante en el epígrafe de cambios cognitivos.

Cambios sociales

Cuando los niños son pequeños, cada familia funciona de forma diferente, pero, básicamente, pasan mucho tiempo juntos. Sea al final de la jornada laboral y escolar, en los fines de semana, durante las vacaciones escolares o durante las salidas familiares de camping. Todos llegan a conocer bien a los demás durante estos primeros años. Imaginamos que siempre será así, pero sabemos que no y, a veces, no estamos preparados para los cambios. Pero, ¿cuándo suele cambiar esta situación? En general, cuando los niños entran en la adolescencia.

Llevaba a mis dos hijos en coche de la escuela a casa; tenían entonces seis y siete años de edad. Adam, el de siete años, estaba contando una conversación que había tenido con una niña de su clase. Estaban un tanto “enamorados”.

“Mamá, Jenny me dijo que cuando nos casemos tendré que marcharme para que podamos vivir en nuestra propia casa. Eso no está bien, ¿no?”. Era obvio que Adam estaba aquí fuera de su zona de confort, y yo podía sentir el pánico.

Le respondí, “bueno, eso es lo que suele ocurrir, Adam, pero, a veces, cuando las personas se casan, se quedan con una de las familias mientras solucionan el alquiler de algo o incluso un poco más, mientras ahorran para comprar una casa”. Estaba tratando de no ser demasiado bruta.

“¡Ah! eso está muy bien entonces —replicó—. Yo no voy a quedarme con su familia. Yo nunca me marcharé de casa. Si Jenny quiere casarse conmigo, tendrá que vivir en mi casa. Ben puede marcharse y ella puede tener su habitación. Si Ben no quiere marcharse, tendremos que poner literas y Jenny puede dormir en mi habitación, ¡siempre que yo duerma arriba!”.

¡Oh, la inocencia de los pequeñines! Cuando mis hijos tenían seis y siete años de edad, yo no podía imaginarme siquiera ver a mis hijos marchándose de casa ni quería pensar en ello. Con suerte, a medida que nuestros hijos crecen, les facilitamos un conjunto de experiencias que les dan seguridad en sí mismos y las destrezas necesarias para hacer elecciones sensatas durante los turbulentos años de crecimiento... ¡hasta que finalemente sean capaces de abandonar el hogar y marcharse!

Durante la adolescencia, los grupos de iguales son muy importantes. Muchos padres se enfrentan a la fuerza y el poder del grupo y a menudo los entristece porque lo sienten como una pérdida. Según mi experiencia, esto se agudiza especialmente en las familias de padres o
madres sin pareja y en familias con hijo único.

Cuando los padres me hablan sobre sus preocupaciones en este terreno, como educadora les recuerdo siempre que, si han construido una buena relación con su hijo durante años, deben confiar en ellos. Puede parecer que los han perdido, pero no es así. Los perderán, no obstante, si los fuerzan a escoger o se enfrentan a ellos tratando de que establezcan prioridades.

La aparente dependencia de los grupos de iguales y de los amigos forma parte del desarrollo adolescente. “¿Dónde encajo?” es una cuestión muy importante para ellos. No tiene que ser una batalla entre “ellos y nosotros”; puede parecer que lo que usted piensa y lo que dice ya no tiene importancia, pero usted tiene que mantener la conexión: para conseguirlo, solo tiene que conectar de un modo algo diferente. En el capítulo 3, examinaremos la cuestión de hacer amigos y establecer nuevas redes sociales en la escuela secundaria; baste por ahora saber que los adultos seguimos teniendo siempre un importante papel que desempeñar en la vida del joven adolescente.

Cambios cognitivos

Quizá se haya encontrado alguna vez en la situación de estar frente a un adolescente de 13 ó 14 años, preguntándole: “¿Por qué has hecho eso?” “¿En qué estabas pensando?” Si tiene la suficiente suerte como para recibir una respuesta verbal, en vez del más corriente gruñido, en-cogimiento de hombros o movimiento de ojos, el chico probablemente diga algo como: “No lo sé”. Si espera algo más coherente que esa lacónica frase, es más que probable que se quede muy decepcionado.

Durante la adolescencia, el cerebro hace algunas cosas un tanto asombrosas y, al parecer, no siempre para mayor provecho del adolescente. Solemos referirnos al cerebro como “materia gris” y, en pocas palabras, el cambio que se produce en la “materia gris” del adolescente tiene un efecto espectacular en su conducta y en sus emociones. En la materia gris es donde están todas las células nerviosas y, durante la adolescencia, hay alrededor de un 3% de pérdida en el lóbulo frontal. El lóbulo frontal es el área que controla los impulsos, forma juicios, planea y considera los resultados. Se comunica con otras áreas del cerebro a través de las sinapsis o conexiones entre células nerviosas.

Al nacer, cada célula nerviosa (neurona) tiene unas 2.500 sinapsis (conexiones), aproximadamente; a los dos años, hay unas 15.000 sinapsis por neurona. Hasta los nueve años, el cerebro es dos veces más activo que el cerebro de un adulto. En torno a los doce años, empieza a producirse el proceso conocido como poda sináptica. El cerebro emplea el principio de “usarlo o perderlo” y empieza a podar o destruir las conexiones más débiles. Al mismo tiempo que se está operando esta poda, se produce otro proceso denominado “mielinización”. Mientras el cerebro poda algunas conexiones, fortalece otras y las envuelve con una sustancia blanca llamada mielina. El efecto de este revestimiento es acelerar la función cerebral hasta 100 veces su velocidad normal[2].

La amígdala es una masa con forma de almendra que se encuentra en el lóbulo temporal del cerebro y es en gran medida responsable del control de las emociones así como de decidir qué recuerdos se almacenan en el cerebro y dónde. Los adolescentes dependen mucho de la amígdala cuando toman decisiones.

Con todo esto, podemos ver que la combinación de la poda, el revestimiento de mielina y la dependencia de la amígdala incrementa, durante la adolescencia, la probabilidad de malas decisiones y la capacidad de arriesgarse. Significa también que nuestros adolescentes actúan y responden más, “visceralmente”, que sobre la base del razonamiento y del sentido común: un cóctel muy peligroso.

Los nuevos descubrimientos muestran que los mayores cambios de las partes del cerebro que son responsables de funciones como el autocontrol, el juicio, las emociones y la organización se producen entre la pubertad y la adultez[3]. Esto es una buena noticia para los padres y educadores que ya no saben qué hacer para entender algo de la conducta insensata y aparentemente inexplicable de su joven adolescente.

Como adultos, no podemos detener el proceso de desarrollo cerebral y no podemos impedir que los adolescentes tomen decisiones erróneas. Lo que tenemos que hacer es facilitarles muchas oportunidades de asumir "riesgos medidos" y de operar en un entorno seguro. Con frecuencia, los educadores dicen que les cansan las discusiones y las constantes batallas con sus alumnos adolescentes; ¡no se rinda! Cuando hablo del desarrollo cerebral y de su efecto sobre la conducta adolescente, utilizo con frecuencia la analogía de los “terribles dos años” de los niños. Piense cuánto se parece un adolescente a un niño de dos años y en lo importante que es fijar límites en ambos casos.

Si ha visto un niño de dos años que se tira al suelo en el supermercado cuando su madre se niega a comprarle un juguete o un dulce, piense en cómo esa madre hacía frente a la situación. Cada padre o madre tiene su propio conjunto de reglas, sus propios límites y, cuando rompían sus reglas o se alcanzaban los límites, utilizaba su propia forma de disciplina para reforzar sus previsiones. Sin límites, es el caos y todos nos sentimos mal.

Piense ahora en "su" adolescente en la escuela, en clase. Teniendo presente que, una vez destruidas las sinapsis, nunca se restauran, tenemos que estar muy atentos a nuestra forma de responder a las atolondradas decisiones que toman nuestros alumnos adolescentes. Ahora podemos entender por qué se comportan como lo hacen, pero eso no significa que debamos aceptarlo..

Si no actuamos y respondemos ante la conducta inaceptable, y no logramos establecer nuestros propios límites, estamos llevando potencialmente a nuestros adolescentes a una vida de decisiones torpes y de ruina, por no hablar del aumento del riesgo para su seguridad y su bienestar.

“No” debe seguir siendo una palabra que forme parte de nuestro vocabulario como educadores, utilizada del modo adecuado y con el sentimiento correcto; y puede que nos sorprendan sus resultados.

La clave es la comunicación. Nuestra forma de comunicarnos es muy importante para mantener las relaciones con nuestros jóvenes adolescentes. No queremos destruir años de construcción de unas relaciones positivas plantando ahora líneas de batalla. La adolescencia es una época complicada para nuestros chicos y chicas y tenemos que ser inteligentes y ágiles a la hora de manejar situaciones delicadas: la confrontación no funciona y una actitud de rendición tampoco. Examinaremos con más detenimiento esta cuestión de la comunicación eficaz en el capítulo 9, al hablar sobre la “actitud”.

Si reconoce todas o alguna de estas tendencias en su alumnado, bienvenido (o bienvenida) al mundo real; no está solo y considérese afortunado. Prepárese a que el joven adolescente lo ponga a prueba, aunque, a veces, se preguntará en qué planeta habita.

Reconozca los signos y considere cómo trabajar con los problemas, de manera que apoye al chico o chica, asegure su relación con él y mantenga su aula en equilibrio. No sea blando, no sea duro; el justo medio es la clave. Con suerte, la información que ha leído aquí sobre los cambios evolutivos de este particular grupo le dará una perspectiva mejor y una mirada más positiva acerca de cómo manejar a los jóvenes adolescentes. Esta es una etapa como cualquier otra ¡y la información es poder!

TOME NOTA:

En general, los educadores pueden encontrarse con que sus alumnos adolescentes se muestran:

  • Menos atentos.

  • Más asertivos (incluso discutidores).

  • Más impulsivos.

  • Más dados a llamar la atención.

  • Más competentes técnicamente.

  • Más conectados con los iguales.

  • Más conscientes de lo que ocurre en el mundo que los rodea.

  • Más orientados a los derechos.

  • Sometidos a mayor presión personal.

  • Necesitados de mayor independencia y de retos.

  • Con necesidad de aprender a destacar más y ser más simpáticos.

  • Con capacidad para desarrollar el pensamiento abstracto.


[1] M. Spellings: Helping your Child through Early Adolescence. Washington: US Department of Education, Office of Communications and Outreach, 2002, pp. 4-5.

[2] R. E. Dahl: “Adolescent Brain Development. A Period of Vulnerabilities and Opportunities”, Annual New York Academy of Science, 1021, 2004, pp. 1-22.

[3] J. Giedd: “Inside the Teenage Brain”, PBS Frontline, entrevista, subido el 15 de noviembre de 2007. Disponible en: http://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/shows/teenbrain/interviews/giedd.html [acceso: 24 de marzo de 2014].

2. Chicos y chicas. Adolescencias diferentes

No todas las diferencias son evidentes

No necesitamos una lección de biología sobre las diferencias entre niños y niñas: son evidentes. Pero no es tan evidente el distinto cableado del cerebro de los dos géneros, y cómo se manifiestan estas diferencias en la forma de pensar, comunicarse, comportarse, responder y aprender. Como adultos, a veces nos preguntamos por qué los adolescentes se comportan y responden como lo hacen. Unas notas sobre lo que ocurre dentro de sus cabezas pueden ayudarnos.

Sin profundizar demasiado en la fisiología y la neurología, es importante conocer un poco acerca del cableado cerebral de niños y niñas para darnos alguna oportunidad de comprender, y tratar, la complejidad de su conducta. Dicho esto, la cuestión de naturaleza frente a crianza ocupa un lugar importante en esta discusión sobre los cerebros de los niños y los cerebros de las niñas: igual que hay diferencias entre géneros, también hay diferencias dentro de cada género. Las experiencias en el hogar, en la escuela y en el contexto social desempeñan un papel importante en la determinación de la conducta, las destrezas y las actitudes futuras ante tareas de aprendizaje específicas: tenemos que reconocer las diferencias y asumirlas[1].

¿Cerebro de chico, cerebro de chica?

El cuerpo calloso es el haz de fibras nerviosas que divide el cerebro en los hemisferios izquierdo y derecho. Conecta los hemisferios y envía señales entre ambas partes; transfiere también información motora, sensorial y cognitiva entre ambos hemisferios. Hacia la adolescencia, el cuerpo calloso de las niñas es un 25% mayor que el de los niños, permitiendo que se transmitan más señales entre ambos hemisferios[2]. Esto ayuda a explicar, por ejemplo, por qué las niñas se desenvuelven mejor en la multitarea que los niños.

Al nacer, los niños varones están orientados predominantemente al hemisferio derecho, “con más área cortical dedicada al funcionamiento mecánico-espacial y aproximandamente la mitad dedicada al funcionamiento verbal-emotivo”[3]. ¡Esto significa que los niños suelen ser mejores que las niñas ensamblando rompecabezas y puzles, en actividades de coordinación óculo-manual, tareas visivo-espaciales y lectura de mapas! Los niños están cableados para hacerlo.

Las niñas, por su parte, están más orientadas al hemisferio izquierdo al nacer, “con más áreas corticales dedicadas al funcionamiento verbal”[4]. Esto significa que, por regla general, las niñas desarrollan las destrezas verbales más rápidamente que los niños, así como desarrollan antes las capacidades de leer y escribir. Los conectores neuronales más fuertes de las niñas refuerzan sus destrezas de escucha, además de permitirles detectar el tono de voz e interpretar las expresiones faciales con mayor precisión. Las niñas están cableadas para hablar: ¡no hay sorpresas aquí!

El Dr. Leonard Sax, psicólogo estadounidense muy cualificado y autor de varios libros sobre las diferencias de género, aseguraba en una entrevista con Al Roker, en 2007, que a los niños les interesan más los “verbos” y a las niñas, los “nombres”[5]. Señala que la forma de cableado de los cerebros de los niños los llevan a centrarse más en el movimiento, mientras que las niñas se centran más en los objetos.

¿Cómo nos ayudan las diferencias a entender a los adolescentes?

¿Apreciar estas diferencias entre chicos y chicas influye en cómo vemos su conducta? ¿Esta visión debe alterar nuestras expectativas sobre ellos, en especial en esta fase de transición, cuando su vida parece precipitarse a través de tantos cambios? Debo admitir que, si hubiese sabido todo lo que sé ahora, acerca de lo que hace que los niños y las niñas sean como son, durante mis primeros tiempos de docencia, habría sido mejor maestra. Probablemente no hubiese cambiado la forma en que crié a mis hijos; pero debo admitir que su constante energía y su aparente falta de interés por todo lo que yo tuviera que decir más allá de diez palabras ponían verdaderamente a prueba mi paciencia.

El consultor educativo Dr. William L. McBride realizó una exhaustiva investigación y llegó a recopilar una lista de diferencias genéticas entre niños y niñas relacionadas con el cerebro. Incluyo a continuación un breve resumen[6]