El relato invariable
Independencia, mito y nación
Inés Quintero
@inesquinterom

Presentación
Inés Quintero

La bibliografía sobre la independencia es, sin duda, la más numerosa de toda nuestra historia y también la que más reiteraciones, convenciones y lugares comunes ha mantenido, desde el mismo momento en que se produjeron los sucesos hasta nuestros días. Afirmar esto no constituye ninguna novedad; lo hemos planteado en otras oportunidades y, del mismo modo, ha sido expuesto por otros autores que se han ocupado de estos temas. La persistencia de premisas que de forma inconmovible se han sostenido, a través del tiempo, sobre el proceso de independencia no es un asunto que ocurra exclusivamente en Venezuela. En muchos de los países que surgieron como consecuencia del desmoronamiento de la monarquía hispánica es posible advertir un comportamiento historiográfico similar.

Esto se explica, parcialmente, porque los autores de los primeros relatos sobre la independencia fueron, en su gran mayoría, los propios protagonistas de los hechos. Cada uno de ellos reprodujo sus posiciones políticas frente a los sucesos de su tiempo, de forma tal que hubo quienes salieron en defensa del proyecto independentista y justificaron la ruptura con España y quienes, por el contrario, la rechazaron y la juzgaron como un acto de traición al rey y a la monarquía. Los primeros condenaron el pasado colonial y achacaron todos los males, carencias, vicios y problemas de la sociedad al despotismo español, a los excesos y arbitrariedades del absolutismo; mientras que los segundos consideraron la presencia de España en estas tierras como la fuente de su civilización y progreso; la colonización había permitido superar el estado de atraso y barbarie en que se encontraban estas sociedades y, por tanto, sus logros eran consecuencia directa de las bondades del gobierno peninsular.

La valoración de la actuación y participación de los personajes que hicieron posible la independencia o se enfrentaron a ella también forma parte de esta confrontación de pareceres. Cuando se presenta a los hombres que defendieron la causa republicana desde los escritos de sus partidarios, se destacan sus virtudes, claridad de propósitos, rectitud, valentía, audacia, disposición al sacrificio y entereza; mientras que, del lado contrario, no existen sino hombres guiados por la bajeza, la crueldad, el deshonor, la traición, la cobardía y los más viles comportamientos.

Exactamente lo mismo ocurre en el relato de los adversarios cuando hacen referencia a los jefes de la insurgencia. Simón Bolívar es calificado con los peores epítetos: tirano, déspota, insolente, pérfido, insensato, miserable, inmoral, extravagante, impío, sedicioso, inhumano, indecente, feroz, parricida, estúpido, impostor, furioso, frenético, disoluto y demente, entre otros; en abierto contraste con la sobriedad y altura que caracterizan a los representantes de la autoridad monárquica, quienes desplegaron magnanimidad, sensatez, justicia y responsabilidad en el desempeño de sus cargos.

De este reparto dicotómico surgieron los héroes y los villanos. El héroe máximo, Simón Bolívar, sin duda el de más lustre, el más vistoso, el Libertador y Padre de la patria, el que ocupa la cúspide del Olimpo, acompañado por el resto de los próceres, todos ellos hombres de armas, sus compañeros en la gesta gloriosa y épica de la independencia. Y también los villanos por excelencia, entre quienes se cuentan José Tomás Boves, el antihéroe, síntesis de la crueldad y la ignominia, y el resto de la oficialidad realista: Francisco Cervériz, Antonio Zuazola, Eusebio Antoñanzas, Francisco Tomás Morales y José Antonio Yáñez. Ausencias y omisiones también caracterizaron los relatos iniciales y posteriores. Predominaron los hombres y los jefes; brillaron por su ausencia soldados y mujeres; hubo más triunfos que fracasos, batallas magnificadas, hitos cronológicos de obligada recordación; causas y antecedentes que daban sentido a lo ocurrido.

Un discurso cómodo, simple y maniqueo le dio forma y contenido a la manera de explicar y entender la independencia; un relato que se fortaleció y consolidó durante el siglo XIX, no se vio alterado en sus cimientos por la ciencia positiva ni por el materialismo histórico, se mantuvo imperturbable ante las primeros embates y críticas de los historiadores profesionales y todavía, en pleno siglo XXI, podemos advertir muchas de sus expresiones y fórmulas explicativas.

¿Por qué? ¿A qué se debe esta fortaleza? ¿Cómo se construyó este relato? ¿Qué ha determinado que se mantenga invariable? ¿Cuáles son y han sido sus contenidos esenciales? ¿De qué manera se reproduce? ¿Cuáles son los resortes que favorecen su multiplicación? ¿Cómo hemos dialogado con ello? ¿Se han operado cambios? ¿Qué sabemos los venezolanos sobre nuestra independencia? ¿Es posible modificar la historia? ¿En qué sentido? ¿Con cuál orientación? ¿Para qué?

Estas, y muchas otras preguntas que surgieron de ellas, forman parte de las inquietudes que nos animaron y nos llevaron, a quienes formamos parte de este proyecto, a intercambiar nuestras dudas y pareceres sobre la independencia con cierta regularidad y sistematicidad.

Hace más de un año nos reunimos, por primera vez, a fin de resolver cuál sería el mecanismo mediante el cual organizaríamos el funcionamiento del proyecto, convertido muy rápidamente en seminario de discusión. Acordamos que cada quien seleccionaría un tema o problema y lo presentaría al resto del equipo con el propósito de que, a partir de allí, pudiésemos determinar, en conjunto, su pertinencia y relevancia. Superada esta primera fase, procuramos reunirnos periódicamente, a fin de presentar los resultados parciales de la investigación, de manera individual, ante el resto de los integrantes del seminario.

Esta experiencia fue, sin duda, de una enorme riqueza para todos: por la diversidad de problemas que se fueron suscitando en las discusiones; por la calidad y cordialidad del intercambio; por el entusiasmo, disciplina y creatividad que cada uno desplegó en su trabajo; por la tranquilidad y respeto con que se hicieron las observaciones y comentarios que permitieron a cada quien reorientar o ajustar sus ensayos iniciales; por las coincidencias y también por las divergencias que surgieron a medida que avanzábamos en nuestras reflexiones y, sobre todo, por el carácter crítico y plural de los debates sostenidos, desde el primero hasta el último encuentro.

Concluidas las versiones preliminares, las repartimos entre nosotros, a fin de que cada una fuese leída y comentada por dos miembros del equipo, con la intención de que se hiciesen observaciones o sugerencias, respetando, naturalmente, el criterio y autoría de cada quien. De manera que no se trata de un libro colectivo por encargo en el cual cada autor trabajó de manera aislada e independiente, sino de un esfuerzo compartido de experiencias e intercambios, profundamente estimulante y enriquecedor, tanto individual como colectivamente.

La organización de los artículos que componen este libro se hizo siguiendo un criterio que permitiese al lector aproximarse al tema desde el planteamiento más general respecto a los problemas asociados a la construcción de la memoria, hasta los aspectos más puntuales y específicos: si bien todos los ensayos son independientes, el lector observará que hay relaciones entre unos y otros, debido a que el conjunto obedece a una misma preocupación: discutir las permanencias del relato en torno a nuestra independencia y discurrir acerca de su origen, manifestaciones y consecuencias. De seguidas, paso a hacer un breve comentario sobre los ensayos que integran este esfuerzo.

«Independencia, mito genésico y memoria esclerotizada» fue escrito por Rogelio Altez, el único de nosotros que, además de historiador, es antropólogo. Allí se plantea, con gran rigurosidad, un tema crucial para el desarrollo de este libro, el cual se encuentra en estrecha relación con todos los ensayos: el de las articulaciones complejas y dialécticas entre memoria e historia, haciendo particular énfasis en cómo se ha dado esta relación históricamente en Venezuela y, de manera específica, respecto a la independencia, cuyo resultado más visible es lo que el autor califica como memoria esclerotizada, por la rigidez e invariabilidad del relato y sus contenidos.

Carlos Pernalete fue el único de nosotros que no estuvo presente en las sesiones del seminario, por una sencilla razón: vive en Barcelona, España. No obstante, acompañó esta experiencia desde sus inicios; de allí lo valioso que resulta para todos que su ensayo «El mito del bravo pueblo» forme parte de este libro. Desnuda Carlos Pernalete la ausencia constante del pueblo en el relato de la independencia, las maneras mediante las cuales esta omisión obedece históricamente a la concepción cambiante de la idea de pueblo y a la necesidad política de ofrecer una imagen idealizada de la independencia, en la cual las diferencias sociales quedaron ocultas bajo el manto protector de un actor impreciso y vacío de contenido: el bravo pueblo.

El ensayo que le sigue es de mi autoría. Se titula «Las causas de la independencia: un esquema único». Se trabaja allí una de las fórmulas de mayor recurrencia y fortaleza en la explicación de la independencia: las llamadas causas internas y causas externas. El artículo revisa y analiza la construcción y consolidación de una fórmula fija de explicación causal sobre la independencia, las críticas de que ha sido objeto y la manera en que conviven, en la actualidad, versiones contrapuestas sobre este mismo esquema, las cuales dan cuenta de la dificultad que representa la pretensión de ofrecer miradas hegemónicas y uniformes sobre un proceso tan rico, complejo y diverso como fue la independencia.

Ángel Almarza aborda el fuerte arraigo que ha tenido en la historiografía la idea de que existe una continuidad histórica entre los hechos de la independencia y cualquier insurrección, estallido o movimiento contra la Corona ocurrido durante los tres siglos del período colonial. «Dos siglos de historias mal contadas» demuestra cómo la nueva historia oficial representada por el Centro Nacional de Historia no hace otra cosa que repetir los mismos postulados escritos desde antiguo sobre los llamados movimientos preindependentistas. Concluye su exposición haciendo una reflexión crítica en torno a las debilidades e inconsistencias que ofrece esta interpretación, tanto en el pasado como en el presente.

«Monstruos sedientos de sangre» analiza la versión maniquea sostenida por la historiografía independentista acerca de que la violencia de la guerra y sus espantosas crueldades fueron protagonizadas, exclusivamente, por el bando realista. Fue escrito por Ana Joanna Vergara quien, a través de la revisión de testimonios, manuales y obras generales, muestra la inmutabilidad de esta premisa, las maneras como se ofreció una mirada benévola y comprensiva para justificar los excesos cometidos por los patriotas, en abierto contraste con los juicios de condena que se hicieron frente a los jefes del bando contrario. Las guerras no se hacen con monjitas de la Caridad, reza uno de los subtítulos; son violentas en sí, concluye la autora.

Otro aspecto que fue abordado en el seminario fue la reflexión crítica acerca del tratamiento que ha recibido la actuación de las mujeres en la guerra. El ensayo «Mujeres ausentes, mujeres presentes», escrito por Alexander Zambrano, atiende el tema. A partir de una revisión exhaustiva de las visiones idealizadas elaboradas por la historiografía sobre las heroínas de la independencia, se plantea la necesidad de ampliar la mirada, de forma tal que no sean estas las únicas protagonistas dignas de ocupar un lugar en la historia. El autor pone al descubierto la omisión de aquellas que, habiendo participado en la guerra, no fueron incorporadas al relato, como es el caso de Teresa Heredia, entre otras cosas por no cumplir con la cartilla que exigía el discurso impoluto de las heroínas, modelos de virtud para el futuro de la República.

«¿Y quién dijo que la batalla de Carabobo fue el fin de la guerra de independencia?» es la pregunta que se hace Pedro Correa al abordar la manera como se fijó el hito cronológico del 24 de junio de 1821 como el momento exacto en que terminó la guerra de independencia. Se discute aquí la dificultad que representa establecer un día de finalización de la contienda, cuando esta continuó en otras partes del territorio y, también, el artilugio mediante el cual esta fecha se convirtió en efeméride patria asociada al día del Ejército, estableciendo un vínculo directo entre el ejército libertador y el Ejército nacional, fundado por el general Juan Vicente Gómez. Relación, por lo demás, inexistente, cuya función no es otra que militarizar la historia y los contenidos de la memoria.

El artículo elaborado por Miguel Dorta lleva por título «Cuando la independencia no es (más que) una revolución». Es un texto de reflexión historiográfica en el cual se explican y contraponen las distintas versiones sobre la independencia que ofrecen algunos marxistas venezolanos. El primer bloque lo constituyen dos autores clásicos: Carlos Irazábal y Federico Brito Figueroa, quienes expresan sus reservas respecto a que la independencia pueda verse como un proceso revolucionario. En sentido contrario se presentan las miradas de José Rafael Núñez Tenorio y Guillermo García Ponce; ambos afirman que sí hubo una revolución y ven en el presente la continuidad de la gesta heroica de Bolívar. Examina Dorta, desde una perspectiva crítica, las contradicciones y problemas que ofrecen para la comprensión de la independencia los argumentos expuestos por cada uno de ellos.

El libro cierra con el ensayo «Los universitarios en la independencia». Señala José Bifano, autor de este último texto, la existencia de una temprana y arraigada tendencia historiográfica según la cual la universidad se caracterizó por ser un espacio conservador y retrógrado, hasta que Bolívar la transformó en universidad republicana por decreto del año 1827. Mediante el análisis de un rico expediente, demuestra Bifano la debilidad de esta premisa y destaca la existencia de un proceso renovador y crítico que favoreció la presencia de una generación capaz de formular el proyecto republicano. Fueron, pues, hombres provenientes de las aulas universitarias, civiles en su gran mayoría, los que dotaron de contenido y doctrina a la independencia. No obstante, la relevancia y contundencia de este protagonismo fue opacada y escamoteada por el relato épico de la guerra y por los hombres de armas.

Cada uno de estos ensayos, discutidos y escritos con pasión e interés, procuran dar respuesta a las preguntas que nos hicimos desde el primer día y que todavía hoy seguimos haciéndonos. En todos ellos hay un genuino y responsable propósito de mirar críticamente el relato invariable de nuestra independencia, las convenciones establecidas desde antiguo, las múltiples reiteraciones y lugares comunes, a fin de presentar sus orígenes, explicar sus motivaciones, analizar sus contradicciones, poner al descubierto sus falencias y desnudar sus recurrencias, convencidos de la posibilidad cierta y fecunda de que, al compartir estas inquietudes, podamos contribuir a propiciar un debate capaz de enriquecer nuestras miradas sobre el pasado y sugerir nuevas maneras de atenderlo. Este fue el propósito del seminario y el sentido esencial del libro que presentamos a los lectores.

Desde el primer día participó en este proyecto Lourdes Rosángel Vargas. Estuvo presente en todas las discusiones, se ocupó de recordarnos cada reunión, de llevar la agenda y las minutas de las sesiones; intervino en los debates, nos dejó saber sus puntos de vista y también hizo posible que este libro llegara a su fin, gracias a su acuciosidad en la lectura, revisión, edición y ajuste de todos los ensayos, incluyendo las notas que los acompañan.

También asistieron al seminario, desde el inicio, María Consuelo Andara y Rodolfo Enrique Ramírez. Ambos fueron integrantes entusiastas de la propuesta y tomaron parte en las discusiones. Ambos, en la fase final del proyecto, tuvieron la dicha de convertirse en madre y padre, respectivamente, de manera que las demandas impuestas por Santiago y Martín les impidieron concluir sus entregas.

Un comentario final, referido a las fuentes. Cada ensayo tiene un completo y acucioso respaldo a pie de página de las fuentes bibliográficas, documentales, testimoniales y hemerográficas utilizadas por cada autor, referidas, específicamente, a los temas que cada quien abordó, incorporando la información editorial completa la primera vez que se menciona cada obra. En atención a ello, se consideró innecesario reproducir al final del libro la totalidad de las referencias para evitar reiteraciones. Convocamos, por tanto, al lector a identificar en cada ensayo las que sean de su interés.

No quiero concluir esta presentación sin hacer mención a que, una vez más, contamos con el apoyo de Ulises Milla, Carolina Saravia y el equipo de Alfa Editorial para la feliz culminación de este proyecto. Desde que se lo mencionamos la primera vez, nos manifestaron su entusiasmo y su genuino interés en darle cabida en la Colección Trópicos a este esfuerzo compartido de pensar nuestra independencia, justo cuando se conmemoran 200 años del 5 de julio de 1811. Esta disposición es demostración inequívoca del profundo compromiso adquirido por los amigos de Alfa en los debates que suscita, en la actualidad, la apropiación y el conocimiento de nuestra historia, herramienta insoslayable para la comprensión del presente y la conducción del futuro. Por su empeño y seriedad les manifestamos nuestro más sincero agradecimiento.

Notas

1. El «Decreto del 16 de abril de 1834» puede consultarse en: Leyes y decretos de Venezuela, Caracas, Ediciones de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, 1982, vol. 1, nro. 167, p. 169. Sobre el asunto disertan con espíritu crítico Carole Leal Curiel, «El 19 de abril de 1810: La ‘mascarada de Fernando’ como fecha fundacional de la Independencia de Venezuela» en: Germán Carrera Damas, Carole Leal Curiel, Georges Lomné y Frédéric Martínez, Mitos políticos en las sociedades andinas. Orígenes, invenciones y ficciones, Caracas, Editorial Equinoccio, Universidad Simón Bolívar, Universidad de Marne-la-Vallée, Instituto Francés de Estudios Andinos, 2006, pp. 65-92; y Elena Plaza, El patriotismo ilustrado o la organización del Estado venezolano, 1830-1847, Caracas, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, Universidad Central de Venezuela, 2007.

2. Así lo asegura el considerando nro. 13 del «Acuerdo de la Academia Nacional de la Historia» sobre el día inicial de la Independencia de Venezuela, firmado el 30 de abril de 1909 y publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, nro. 10, tomo III, junio de 1914, p. 67.

3. Ibídem, p. 72.

4. El decreto sancionaba la celebración «con actos adecuados» de los sesquicentenarios del 19 de abril de 1810 y del 5 de julio de 1811. Se comisionó a la Academia Nacional de la Historia para que preparara y organizara «un programa conmemorativo de índole histórica», con concursos y reuniones institucionales y con «la edición de publicaciones de la época», y así sucedió. Véase el decreto publicado en Textos oficiales de la Primera República, Caracas, Academia Nacional de la Historia, Colección Sesquicentenario de la Independencia, tomo I, 1959, p. 11.

5. «Discurso de Orden del Director Dr. Cristóbal Mendoza» en: Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, nro. 170, tomo XLIII, abril-junio, 1960, pp. 199-205.

6. Llamada así por Carole Leal Curiel en su citado trabajo, «El 19 de abril de 1810: La ‘mascarada de Fernando’…».

7. «Editorial» a Memorias de Venezuela, Caracas, Ministerio del Poder Popular para la Cultura, Centro Nacional de Historia, nro. 14, p. 4. Las cursivas son originales.

8. Fabio Wasserman, «El concepto de nación y las transformaciones del orden político en Iberoamérica, 1850-1850» en: Javier Fernández Sebastián (Director), Diccionario político y social del mundo iberoamericano, Madrid, Fundación Carolina-Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009, pp. 851-869. La cita es tomada de la página 851.

9. Elías Palti, El momento romántico. Nación, historia y lenguajes en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires, Eudeba, Universidad de Buenos Aires, 2009, p. 119. Las cursivas son originales.

10. Cristóbal Mendoza, «Discurso de Orden del Director…», p. 200.

11. Germán Cardozo Galué, Venezuela: de las regiones históricas a la nación, Caracas, Discurso de Incorporación como Individuo de Número a la Academia Nacional de la Historia, Academia Nacional de la Historia, 2005, p. 13. Las reflexiones de Cardozo en ese trabajo son fundamentales para comprender el proceso de conformación de la nación en Venezuela.

12. Rafael María Baralt, Resumen de la Historia de Venezuela, Caracas, reimpresión de la Academia Nacional de la Historia, 1938, tomo I, pp. 455-456. Nikita Harwich Vallenilla ha dicho al respecto que «Desde un punto de vista estrictamente historiográfico, la historia de Venezuela enseñada en el siglo XIX, se inspira de la llamada ‘corriente romántica’ identificada con el texto matriz de Rafael María Baralt». Véase: «La génesis de un imaginario colectivo: la enseñanza de la historia de Venezuela en el siglo XIX» en: Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, nro. 282, abril-junio, 1988, pp. 349-387. La cita es tomada de la página 383.

13. «Editorial» a Memorias de Venezuela, ya citado. Las cursivas son originales.

14. Hans-Joachim König, «Las crisis de las sociedades coloniales en el imperio español a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX y las respuestas en la Nueva Granada y Venezuela. Un análisis comparativo» en: Germán Cardozo Galué y Arlene Urdaneta (editores), Colectivos sociales y participación popular en la independencia hispanoamericana, Maracaibo, Universidad del Zulia-El Colegio de Michoacán-Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, 2004, p. 70. Las cursivas pertenecen a este trabajo. Continúa König en su obra diciendo lo siguiente: «Al lado de un ajustado arreglo institucional, había que crear una serie de usos, hábitos y valores que compondrían la ciudadanía, en el sentido de ética o moral cívica. Había que desarrollar o fomentar la integración política y social…», p. 70.

15. Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Editorial Crítica Grijalbo, 1991, p. 18.

16. Elías Palti, El momento romántico. Nación, historia…, p. 17. El autor hace mención a la penetración de lo simbólico en lo empírico, como analogía a la penetración del contexto histórico en el plano discursivo.

17. Véase su escrito en: Manuel Chust (editor), Las independencias iberoamericanas en su laberinto. Controversias, cuestiones, interpretaciones, Valencia, Universitat de Valencia, 2010, pp. 267-272. La cita corresponde a la página 270. Otra interpretación a la que Martínez Garnica hace referencia es la que «considera que 1808 es el punto de partida no solamente del estado republicano sino también del proceso de invención y construcción de su nación particular correspondiente», p. 268.

18. Ídem.

19. Véase su escrito en: Manuel Chust (editor), Las independencias iberoamericanas en su laberinto…, pp. 329-336. La cita es tomada de la página 329. Las cursivas pertenecen a este trabajo.

20. Charles C. Griffin, Ensayos sobre historia de América, Caracas, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, Escuela de Historia, 1969, p. 43.

21. Manuel Chust y José Antonio Serrano (editores), Debate sobre las independencias iberoamericanas, Madrid, AHILA-Iberoamericana-Vervuert, 2007, p. 11. Tomás Pérez Vejo dice lo siguiente: «El problema del enfrentamiento entre criollos y peninsulares es bastante más complejo que lo que una historiografía empeñada en ver las independencias como un conflicto de identidades ha interpretado y desde luego no se resuelve contando funcionarios nacidos en la península y nacidos en América». Tomás Pérez Vejo, Elegía criolla. Una interpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas, México, Tusquets Editores, 2010, p. 182.

22. M. Chust y J. A. Serrano, Debate sobre las independencias iberoamericanas, p. 10.

23. Es justo señalar, en descargo de la historiografía decimonónica, que la noción epistemológica de «proceso» y su aplicabilidad interpretativa a la investigación histórica no llegó a ser de uso común entre los escritores de aquel contexto, a pesar de que el aporte de Marx a esa noción conviviese cronológicamente con ello. La noción materialista de «proceso» (así como el resto del discurso y la propuesta metodológica y filosófica del propio Marx), viene a tener lugar entre los historiadores americanos luego de la segunda mitad del siglo XX (algo que se mencionará más adelante) y no es imputable a aquella historiografía temprana del siglo XIX la ausencia de este sentido hermenéutico en la aproximación al estudio de la historia.

24. Pierre Vilar, Memoria, historia e historiadores, Granada, Universidad de Granada-Universidad de Valencia, 2004, pp. 61-62. Cursivas originales.

25. Véase la obra de Germán Carrera Damas, Historia de la historiografía venezolana, Caracas, Ediciones de la Biblioteca Central de la Universidad Central de Venezuela, 1979, 3 tomos.

26. Véase el trabajo ya citado del autor.

27. Inés Quintero, «El surgimiento de las historiografías nacionales: Venezuela y Colombia desde una perspectiva comparada» en: Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, nro. 347, tomo LXXXVII, julio-septiembre, 2004, pp. 35-55. La cita corresponde a la página 45.

28. M. Chust y J. A. Serrano, Debate sobre las independencias iberoamericanas, p. 11.

29. Véase el libro de Joseph Llobera, Hacia una historia de las ciencias sociales. El caso del materialismo histórico, Barcelona, Editorial Anagrama, 1980.

30. Como los mejores ejemplos al respecto, véanse las obras de Luis Brito Figueroa, Historia económica y social de Venezuela, Caracas, Ediciones de la Biblioteca Central, Universidad Central de Venezuela, 1973, 4 tomos; y la de Carlos Irazábal, Hacia la democracia. Contribución al estudio de la historia económico-político-social de Venezuela, Caracas, Ediciones Centauro, 1974. Es justo señalar que antes que los marxistas, Laureano Vallenilla Lanz (el más agudo representante del positivismo venezolano), concluía en su libro Cesarismo democrático, estudio sobre las bases sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela (Caracas, Tipografía Universal, 1929), que la guerra de independencia fue una guerra civil, afirmación que marcaba una sensible diferencia con la insistencia binaria sobre aquel proceso: patriotas vs. españoles.

31. M. Chust y J. A. Serrano, Debate sobre las independencias iberoamericanas, p. 12.

32. Ibídem, p. 15.

33. John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826, Barcelona, Editorial Ariel, cuya primera edición en español es de 1976.

34. A pesar de ello, es justo señalar que John Lynch soportó sus razonamientos sobre la idea de que la «nacionalidad americana», formada al calor del proceso de reconquista colonial iniciado por los Borbones en el siglo XVIII, fue la clave de la independencia y la búsqueda de la libertad. Fiel a su convicción al respecto, varias décadas después continúa sosteniendo sus argumentos: «En la investigación de los orígenes coloniales de la liberación existe otro factor que debe tenerse en cuenta: el desarrollo de la identidad nacional. (…) Las sociedades coloniales no permanecen inmóviles, tienen dentro las semillas de su propio progreso y, a la larga, de la independencia». Véase su escrito en: Manuel Chust (editor), Las independencias iberoamericanas en su laberinto…, pp. 241-249. La cita es tomada de la página 243.

35. François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, México, Fondo de Cultura Económica, 1992.

36. François-Xavier Guerra, «La ruptura originaria: Mutaciones, debates y mitos de la Independencia» en: G. Carrera Damas, C. Leal Curiel, G. Lomné y F. Martínez (editores), Mitos políticos en las sociedades andinas…, pp. 21-44. La cita corresponde a la página 21.

37. Con motivo de su «Discurso de Orden Bicentenario del 19 de abril de 1810» (Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, nro. 370, tomo XCIII, abril-junio, 2010, pp. 9-40), dijo Inés Quintero: «Es una enorme tranquilidad constatar que existe una distancia abismal entre los discursos conmemorativos convencionales, entre los llamados contenidos de la memoria, entre la reiteración de los postulados heroicos y patrióticos de las efemérides y los próceres militares que todavía persisten en la actualidad y los contenidos plurales, dinámicos, diversos, ajenos a la uniformidad y el consenso que nutren la producción crítica de la historiografía profesional, universitaria, académica». Quintero leyó el discurso por designación de todas las Academias Nacionales de Venezuela, y el acto tuvo lugar en el Paraninfo del Palacio de las Academias el 15 de abril de 2010. La cita corresponde a la página 37.

38. Manuel Chust, «El laberinto de las independencias» en: Manuel Chust (editor), Las independencias iberoamericanas en su laberinto…, pp. 13-28. La cita es tomada de la página 13.

39. Rogelio Altez, 1812: Documentos para el estudio de un desastre, Caracas, Academia Nacional de la Historia, Colección Bicentenario, 2009, p. 24. Cursivas originales.

40. Así la llama E. Palti en las páginas 25 y 26 del ya citado libro. El mencionado trabajo de N. Harwich apunta a esto también con claridad y suficiente documentación.

41. Reinhart Koselleck, «Uma Historia dos conceitos: problemas teóricos e práticos» en: Estudos Históricos, Río de Janeiro, vol. 5, nro. 10, 1992, pp. 134-146. La cita es tomada de la página 135.

42. Pierre Chaunu, «Interpretación de la Independencia de América Latina» en: Pierre Chaunu, Eric Hobsbawm y Pierre Vilar, La independencia de América Latina, Buenos Aires, Nueva Visión, 1973, p. 11.

43. Inés Quintero, «Historiografía e independencia en Venezuela» en: M. Chust y J. A. Serrano, Debate sobre las independencias iberoamericanas, pp. 221-236. La cita es de la página 221; cursiva de este trabajo.

44. Eileen Bolívar, Pedro Calzadilla, Luisángela Fernández, Luis Felipe Pellicer, Simón Sánchez y Marianela Tovar (coordinadores), Caracas, Fundación Centro Nacional de Historia y del Archivo General de la Nación, 2010. Conviene señalar que en 1952, el entonces director del Archivo General de la Nación, Héctor García Chuecos, publicó («gracias a la protección que el actual Ministro de Justicia de la República de Venezuela doctor Luis Felipe Urbaneja, ha venido prestando…»), el segundo tomo de Causas de infidencia (Caracas, Imprenta Nacional), donde se encuentran algunos expedientes sobre procesos seguidos a patriotas, que también se hallan publicados en la actual Memorias de la insurgencia. García Chuecos aseguraba que con esa publicación se rendía «un homenaje de veneración a los fundadores de la patria…».

45. Véase la mencionada presentación entre las páginas V y XII.

46. Luis Felipe Pellicer, «Memorias de la insurgencia. Una historia del pueblo, con el pueblo y para el pueblo» en: Memorias de la Insurgencia, pp. XI-XII. Existe una coincidencia de perspectivas entre la postura de Pellicer y la del historiador español Juan Marchena, quien señala con igual filo que «La insurgencia popular y su componente racial –llamando a las cosas por su nombre–, fundamental en el desarrollo del proceso, ha quedado así relegada, desenfocada o desvirtuada cuando no directamente escamoteada, porque no encaja en el modelo al que se le quiere someter». Véase su escrito en: Manuel Chust (editor), Las independencias iberoamericanas en su laberinto…, pp. 251-262. La cita es tomada de la página 252.

47. L. F. Pellicer, «Memorias de la insurgencia…», p. XII.

48. «Escamoteados» en palabras de Juan Marchena.

49. Augusto Mijares, «La oposición de las Provincias de Caracas y Maracaibo a la Compañía Guipuzcoana» en: Documentos relativos a la insurrección de Juan Francisco de León, Caracas, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1949, p. 9. Claro está, la perspectiva de Mijares no guarda ninguna proximidad a la de Pellicer, y es justo decir que la frase citada culmina diciendo que esa normalidad cívica y legalista debe ser «… equiparable a la de los pueblos europeos». Las cursivas de la cita de arriba pertenecen a este trabajo y se colocan con la intención de destacar la coincidencia en el uso de los términos «nuestroamericana» y «nuestra América», cuyo origen es la expresión «Nuestra América» de José Martí.

50. Ibídem, p. 14. Cuando Augusto Mijares fue ministro de Educación, tuvo la particular iniciativa de mandar a quemar el libro de Jean-Baptiste Boussingault, Memorias (Caracas, Editorial Centauro, 1974), por hallar lesivo a la memoria del Libertador su pasaje sobre el comportamiento licencioso de Manuelita Sáenz. Quienes «velan» por la historia oficial, no vacilan en tomar el control absoluto de su divulgación o de su censura, ajustando las medidas a los intereses de turno.

51. Hans-Joachim König, «Las crisis de las sociedades coloniales…», p. 71.

52. Elías Palti, El momento romántico, p. 26.

53. Néstor García Canclini, «Las políticas culturales en América Latina» en: Chasqui, Revista Latinoamericana de Comunicación, Quito, CIESPAL, nro. 7, 1983, p. 24.

54. Jesús Martín-Barbero, «Identidad, comunicación y modernidad en América Latina» en: Hermann Herlinghaus y Monika Walter (editores), Posmodernidad en la periferia. Enfoques latinoamericanos de la nueva teoría cultural, Berlín, Langer Verlag, 1994, pp. 83-110. La cita corresponde a la página 87.

55. Ídem. En tono de advertencia pertinente, el historiador inglés Brian Hamnett ha dicho que «no debemos asociar la historia, como disciplina, con el nacionalismo, como expresión política». Véase su escrito en: Manuel Chust (editor), Las independencias iberoamericanas en su laberinto…, pp. 195-204. La cita es tomada de la página 204.

56. R. Altez, 1812: Documentos para el estudio de un desastre, p. 27. N. Harwich («La génesis de un imaginario colectivo…», p. 384) señaló: «Esta ‘historia oficial’, como suele llamársele hoy día, gradualmente difundida a medida que se ampliaba el universo educativo a lo largo del siglo XIX, resguardó con celo las estructuras del imaginario colectivo que contribuyó a crear».

57. Véase: Germán Carrera Damas, Historia de la historiografía venezolana, ya citado.

58. Antonio Annino, «Historiografía de la independencia (siglo XIX)» en: Antonio Annino y Rafael Rojas, La independencia, México, Centro de Investigación y Docencia Económica-Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 11.

59. Ídem.

60. Ibídem, p. 12.

61. Georges Balandier, Antropología política, Barcelona, Ediciones Península, 1969, pp. 43-44. Cursivas en el original.

62. Gustavo Martin, Ensayos de antropología política, Caracas, Fondo Editorial Tropykos, 1984, p. 35.

63. Abner Cohen, «Antropología política: el análisis del simbolismo en las relaciones de poder» en: Joseph R. Llobera (Compilador), Antropología política, Barcelona, Editorial Anagrama, 1979, pp. 55-82. La cita corresponde a la página 61. Más adelante, continúa Cohen diciendo que «El grado de ‘mistificación’ asciende a medida que aumentan las desigualdades entre la gente que debiera identificarse en comunicación. Esta cuestión la subraya y esclarece principalmente Marx en su exposición de las misterios de las ‘ideologías’ y símbolos capitalistas».

64. F-X. Guerra, «La ruptura originaria…», p. 39.

65. Georges Balandier, El poder en escenas: de la representación del poder al poder de la representación, Barcelona, Ediciones Paidós, 1994, p. 18.

66. T. Pérez Vejo, Elegía criolla…, p. 121.

67. Véase el citado trabajo de N. Harwich.

68. «Lo que subyace tras la idea de la fecha-mito es justamente la elaboración de una ‘identidad nacional’ inventada sobre la idea de una disposición natural hacia la libertad…». C. Leal Curiel, «El 19 de abril de 1810: La ‘mascarada de Fernando’…», p. 87.

69. F-X. Guerra, «La desintegración de la Monarquía hispánica: Revolución de Independencia», en Antonio Annino, Luis Castro Leiva y François-Xavier Guerra, De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica, Zaragoza, Iber-Caja, 1994.

70. C. Leal Curiel, «El 19 de abril de 1810: La ‘mascarada de Fernando’…», p. 86.

71. R. Altez, El Desastre de 1812 en Venezuela. Sismos, vulnerabilidades y una patria no tan boba, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello-Fundación Empresas Polar, 2006, p. 462.

72. Pedro Calzadilla, «El olor de la pólvora. Fiestas patrias, memoria y Nación en la Venezuela guzmancista, 1870-1877» en: Caravelle, nro. 73, 1999, pp. 111-130. La cita corresponde a la página 111.

73. Para una comprensión crítica acerca de la militarización de la memoria, véase el citado trabajo de P. Calzadilla, «El olor de la pólvora…»; Calzadilla toma la expresión de Véronique Hébrard (Le Venezuela indépendant, Paris, L’Harmattan, 1996). Y para un estudio acerca de la formación de la sociedad nacional desde la educación, véase el también citado trabajo de N. Harwich, «La génesis de un imaginario colectivo…».

74. Elocuente, al respecto, resulta la afirmación de Pedro Calzadilla (otro historiador comprometido con un alto cargo público), en su rol de actual ministro del Poder Popular para la Cultura, cuando ha señalado que «… el padre fundador no es una estatua difunta, sino un compañero de lucha que está con nosotros en la actualidad haciendo la revolución». Tomado de la reseña colgada en el portal del Centro Nacional de Historia (www.cnh.gov.ve), el 29 de abril de 2011, titulada «Instalada Jornada de Reflexión Bicentenaria en el Celarg [Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos]», evento celebrado en Caracas el 28 de abril.

75. Esto lo nota Carrera Damas en su obra El culto a Bolívar, Caracas, Editorial Alfa, 2003 (original de 1973).

76. P. Calzadilla, «El olor de la pólvora…», p. 125.

77. T. Pérez Vejo, «Los centenarios en Hispanoamérica, la historia como representación» en: Historia mexicana, El Colegio de México, vol. LX, nro. 1, julio-septiembre, 2010, pp. 7-29. La cita es de la p. 8.

78. Dijo Inés Quintero en su citado «Discurso de Orden…»: «Las conmemoraciones patrias, las fiestas cívicas, la enseñanza de la historia, el homenaje a los héroes, la creación literaria, la iconografía sobre la gesta heroica, las estatuas, los monumentos, las exposiciones, los museos históricos, entre muchos otros, contribuyeron de manera decisiva a nutrir los contenidos de la memoria, a construir el mito genésico de la nación a fin de consolidar los nexos mediante los cuales venezolanos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos, chilenos, mexicanos, argentinos, empezaron a reconocerse en un pasado común, a compartir los mismos héroes, las mismas efemérides y una misma epifanía de la historia: la independencia», p. 11.

79. Así se refirió Hermann Hesse a los «líderes que son generales» en su conocido poema «Denegación» (Absage), escrito en marzo de 1931, según Sigrid Bauschinger y Albert M. Reh, Hermann Hesse, politische und wirkungsgeschichtliche Aspekte, Bern, Francke, 1986.

80. P. Calzadilla, «El olor de la pólvora…», p. 129.

81. Véronique Hébrard. «¿Patricio o soldado: qué ‘uniforme’ para el ciudadano? El hombre en armas en la construcción de la nación (Venezuela, 1.ª mitad del siglo XIX)», en: Revista de Indias, vol. LXII, nro. 225, 2002, pp. 429-462. La cita es tomada de la página 461.

82. «Es imaginada porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión». Benedict Anderson, Comunidades imaginadas, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 24.

83. Guillermo Bustos, «La conmemoración del primer centenario de la independencia ecuatoriana: los sentidos divergentes de la memoria nacional» en: Historia mexicana, El Colegio de México, vol. LX, nro. 1, julio-septiembre, 2010, pp. 473-524. La cita corresponde a la página 473.

84. T. Pérez Vejo, Elegía criolla…, p. 122.

85. Maurice Halbwachs, Los marcos sociales de la memoria, Barcelona, Anthropos, 2004, p. 323.

86. G. Carrera Damas, El culto a Bolívar, p. 47.

87. Rafael Sagredo, «La independencia de Chile y sus cadenas» en: Marco Palacio (coord.), Las independencias hispanoamericanas. Interpretaciones 200 años después, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2009, pp. 209-246. La cita es tomada de la página 209.

88. Una referencia anterior a este aspecto se encuentra en el libro de Rogelio Altez, Si la naturaleza se opone… Terremotos, historia y sociedad en Venezuela, Caracas, Editorial Alfa, 2010.

89. Hacia 1816, Simón Bolívar demostró gran habilidad al transformar la política inicial de exclusión de los grupos inferiores de la sociedad hacia una estrategia que disminuyese «aquel núcleo generador de tensiones mediante la abolición» (los decretos que versan sobre este tema datan de 1816). Esta jugada no solo garantizaba un mayor apoyo hacia la causa patriótica, en lo que a número de combatientes se refiere, sino que permitía de una vez por todas definir, aunque fuese solo en el discurso, un proyecto que incluyese a una mayor porción de la población venezolana. Los decretos que versan sobre este tema pueden verse en: Decretos del libertador: 1813-1825, Caracas, Sociedad Bolivariana de Venezuela, 1961, vol. 1.

90. Para ver en profundidad este asunto, recomendamos leer el ensayo de Benjamín Constant, De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1989. Para el caso de Venezuela, véase: Luis Castro Leiva, Sed buenos ciudadanos, Caracas, Ediciones Alfadil, 1999.

91. Sin embargo, no debemos dejar de mencionar que a lo largo de la historiografía venezolana, y sobre todo en aquella que reivindica sin crítica y sin juicio científico el período, existen múltiples maniqueísmos y errores al evaluar el verdadero significado de las ideas de este grupo de hombres.

92. Miguel José Sanz, Semanario de Caracas, nro. VIII del 23 de diciembre de 1810, pp. 58-60.

93. Lo que implica que a pesar de la aparente rigidez de la sociedad, existía una cierta flexibilidad que permitió la participación de sectores o individualidades ajenas al grupo de los criollos.

94. Si se sigue el debate del propio 5 de julio, podemos observar claros indicios de esta afirmación. El diputado Felipe Fermín Paúl, representante de San Sebastián propuso: «… que era muy del caso hacer una ley previa para contener los excesos con que la ignorancia, confundiendo la Independencia con la licencia, la insubordinación y el libertinaje pudiese convertir en daño nuestro los efectos de esta resolución; apoyola el señor Briceño, de Mérida, añadiendo que aunque las discusiones sean públicas, sea secreta la votación para impedir los involuntarios excesos que el pueblo en su entusiasmo puede cometer contra el decoro de este lugar sagrado por su anterior destino, y sagrado por el que ahora tiene». Congreso Constituyente de 1811-1812 (Sesión del 5 de julio de 1811), Caracas, Publicaciones del Congreso de Venezuela, 1983, tomo I, p. 126. También recomendamos ver el artículo de Inés Quintero, «Sobre la suerte y pretensiones de los pardos» en: Ivana Frasquet (coord.), Bastillas, cetros y blasones, Madrid, Fundación Mapfre, 2006.

95. Interpretamos a la ciudadanía en primer lugar, como un derecho político y luego como una condición jurídica que pretende servir de puente en la transición y el sostenimiento de los privilegios de los sectores dirigentes de la Venezuela colonial, a partir del nuevo esquema republicano. El proyecto independentista, contrariamente a lo que se piensa, es un proyecto de las élites y para las élites. La idea de implantar un régimen republicano en Venezuela, más allá de otorgar a nuestra sociedad la reivindicación racional y sociológica que se experimenta en la Francia revolucionaria, busca legitimar con el peso de un nuevo cuerpo político y jurídico, la separación definitiva del Imperio y nuestro país.

96. El 1 de julio de 1811, el Congreso emite una declaración titulada «Derechos del pueblo». En ella se podía leer: «Los ciudadanos se dividirán en dos clases: unos con derecho a sufragio, otros sin él. […] Los que no tienen derecho a sufragio son los transeúntes, los que no tengan la propiedad que establece la Constitución; y estos gozarán de los beneficios de la ley, sin tomar parte en su institución». John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, Barcelona, Editorial Ariel, 1976, p. 221. Véanse los artículos nros. 26, 27, 28 y 29 de la Constitución de 1811.

97. Los cambios en el discurso y en la legislación durante la independencia se reflejan inmediatamente en la figura de la ciudadanía. Esta categoría funciona como un elemento de inclusión social durante los años finales de la guerra en Venezuela. La constitución de 1819 y la de 1821 (Colombia) exponen un cambio en las exigencias censitarias y capacitarias que permiten a muchos de los sectores históricamente marginados acceder a los derechos del ciudadano moderno.

98. Desde el propio «Manifiesto de Cartagena» (1812), Simón Bolívar señala el tremendo abismo existente entre las virtudes necesarias para establecer el sistema republicano y las condiciones morales e intelectuales presentes en la población.

99. «Carta de Jamaica» en: Simón Bolívar. Doctrina del Libertador, Caracas, 1985, Biblioteca Ayacucho, p. 60.

100. «Discurso de Angostura» en: Simón Bolívar. Doctrina del Libertador, p. 97.

101. Ya que pasó de ser una voz perteneciente a la clase criolla, para tornarse generalizada hacia la población venezolana una vez se comienzan a asumir los criterios semánticos de la modernidad.

102. Para ampliar este aspecto, recomendamos leer el trabajo de Maritza Montero, Ideología, alienación e identidad nacional, Caracas, Ediciones de la Universidad Central de Venezuela, 1997. Sobre todo el capítulo referido a la autoimagen del venezolano.

103. Rafael María Baralt. Resumen de la historia de Venezuela, Curazao, Imprenta de la Librería de A. Betancourt e hijos, 1887, tomo III, p. 43.

104. Ibídem, pp. 72-73.

105. «¿Con qué contaban pues los republicanos en 1811 para formar un pueblo independiente y soberano en aquel país de servidumbre? ¿Con qué para retar al antiguo coloso de España? Ni opinión y fuerzas en el interior, ni aliados en el exterior: nada tenían. Y debían crear soldados y caudillos para guerrear, recursos pecuniarios para vivir, ideas, instituciones, cuanto se necesita, en fin, para formar una sociedad; obra la más complicada, difícil y sublime del ingenio humano». Ibídem, p. 85.

106. Juan Vicente González, Mis exequias a Bolívar, Caracas, Imprenta el Venezolano, 1842.

107. Para profundizar en este complicado pero interesante tema, recomendamos revisar el clásico de Germán Carrera Damas, El culto a Bolívar, Caracas, Ediciones de la Universidad Central de Venezuela, 1970. Además, en años más recientes, Elías Pino Iturrieta publicó otra excelente obra que disecciona el culto al prócer, El divino Bolívar, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2003.

108. Si bien no se puede generalizar, pues los intelectuales relacionados con el positivismo no formaban un núcleo de pensamiento homogéneo, existen algunas ideas comunes en torno a los «lastres» de la sociedad venezolana: el componente racial de América, el determinismo climático o la herencia cultural de España, son algunos de los más característicos.

109. José Gil Fortul, Historia constitucional de Venezuela, Caracas, Librería Piñango, 1967, pp. 232-233.

110.sicCesarismo democrático