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WILLIAM BARCLAY

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

–Tomo 6–

Evangelio según san Juan (II)

Editorial CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

Volumen 6 - El Evangelio de Juan II

Traductor de la Obra completa: Alberto Araujo

© por C. William Barclay. Publicado originalmente en 1955

y actualizado en 1975 por The Saint Andrew Press,

121 George Street, Edimburgh, EH2 4YN, Escocia.

© 1995 por CLIE para la versión española.

ISBN 978-84-7645-749-8 Obra completa

ISBN 978-84-8267-722-4 Volumen 6

Clasifíquese: 0222 COMENTARIOS COMPLETOS N.T. -Juan II

C.T.C. 01-02-0222-08

Referencia: 22.38.52

ÍNDICE

Miseria y Misericordia 7:53 - 8:11)

Miseria y Misericordia (7:53 - 8:11, continuación)

Miseria y Misericordia (7:53 - 8:11, conclusión)

La Luz que no reconocieron (8:12-20)

La Luz que no reconocieron (8:12-20, continuación)

La Luz que no reconocieron (8:12-20, conclusión)

Fatal incomprensión (8:21-30)

Fatal incomprensión (8:21-30, continuación)

Fatal incomprensión (8:21-30, conclusión)

El verdadero discipulado (8:31-32)

Libertad y esclavitud (8:33-36)

La auténtica filiación (8:37-41)

Hijos del diablo (8:41-45)

Terrible acusación y fe resplandeciente (8:46-50)

La vida y la gloria (8:51-55)

La prerrogativa suprema (8:56-59)

Luz para los ojos ciegos (9:1-5)

Luz para los ojos ciegos (9:1-5, conclusión)

El método de un milagro (9:6-12)

Prejuicio y convicción (9:13-16)

El desafío a los fariseos (9:17-34)

Revelación y condenación (9:35-41)

Más y más grande (9)

El Pastor y Sus ovejas (10:1-6)

El Pastor y Sus ovejas (10:1-6, conclusión)

La puerta de la vida (10:7-10)

El pastor auténtico, y el falso (10:11-15)

La unidad definitiva (10:16)

La elección del amor (10:17-18)

O loco, o Hijo de Dios (10:19-21)

La presentación y la promesa (10:22-28)

La presentación y la promesa (10:22-28, conclusión)

Confianza inalterable y seguridad inconmovible (10:29-30)

Proponiendo la prueba del fuego (10:31-39)

La paz que precede a la tormenta (10:40-41)

De camino a la gloria (11:1-5)

Bastante tiempo, pero no demasiado (11:6-10)

El día y la noche (11:6-10, continuación)

Uno que no se retira (11:11-16)

Una familia en duelo (11:17-19)

La Resurrección y la Vida (11:20-27)

La Resurrección y la Vida (11:20-27, conclusión)

La emoción de Jesús (11:28-33)

La voz que despierta a los muertos (11:34-44)

Trágica ironía (11:45-53)

Jesús, fuera de la ley (11:54-57)

La prodigalidad del amor (12:1-8)

La prodigalidad del amor (12:1-8, conclusión)

El plan para destruir la evidencia (12:9-11)

La bienvenida al Rey (12:12-19)

La bienvenida al Rey (12:12-19, conclusión)

Los buscadores griegos (12:20-22)

La sorprendente paradoja (12:23-26)

La sorprendente paradoja (12:23-26, conclusión)

De la tensión a la certeza (12:27-34)

De la tensión a la certeza (12:27-34, conclusión)

Los hijos de la luz (12:35-36)

Ciega incredulidad (12:37-41)

La fe de los cobardes (12:42-43)

El juicio inescapable (12:44-50)

La realeza del servicio (13:1-17)

La realeza del servicio (13:1-17, continuación)

La limpieza esencial (13:1-17, conclusión)

La vergüenza de la deslealtad y la gloria de la fidelidad (13:18-20)

La última apelación del amor (13:21-30)

La última apelación del amor (13:21-30, conclusión)

La gloria cuádruple (13:31-32)

El mandamiento de la despedida (13:33-35)

La lealtad vacilante (13:36-38)

La promesa de la gloria (14:1-3)

La promesa de la gloria (14:1-3, conclusión)

El camino, la verdad y la vida (14:4-6)

La visión de Dios (14:7-11)

La visión de Dios (14:7-11, conclusión)

Las tremendas promesas (14:12-14)

El Auxiliador prometido (14:15-17)

El camino a la comunión y a la revelación (14:18-24)

El legado de Cristo (14:25-31)

La vid y los sarmientos (15:1-10)

La vid y los sarmientos (15:1-10, continuación)

La vid y los sarmientos (15:1-10, conclusión)

La vida del pueblo escogido de Jesús (15:11-17)

La vida del pueblo escogido de Jesús (15:11-17, conclusión)

El odio del mundo (15:18-21)

El odio del mundo (15:18-21, continuación)

El odio del mundo (15:18-21, conclusión)

Conocimiento y responsabilidad (15:22-25)

Testimonio divino y humano (15:26-27)

Advertencia y desafío (16:1-4)

La obra del Espíritu Santo (16:5-11)

El Espíritu de la verdad (16:12-15)

La tristeza que se vuelve alegría (16:16-24)

El acceso directo (16:25-28)

Cristo y Sus dones (16:29-33)

La gloria de la Cruz (17:1-5)

La gloria de la Cruz (17:1-5, continuación)

La vida eterna (17:1-5, conclusión)

La obra de Jesús (17:6-8)

El sentido del discipulado (17:6-8, conclusión)

Oración de Jesús por Sus discípulos (17:9-19)

Oración de Jesús por Sus discípulos (17:9-19, conclusión)

Un atisbo del futuro (17:20-21)

El don y la promesa de gloria (17:22-26)

El arresto en el huerto (18:1-11)

ELEl arresto en el huerto (18:1-11, conclusión)

Jesús ante Anás (18:12-14,19-24)

Héroe y cobarde (18:15-18, 25-27)

Héroe y cobarde (18:15-18, 25-27, conclusión)

Jesús y Pilato (18:25 - 19:16)

Jesús y Pilato (18:25 - 19:16, continuación)

Jesús y Pilato (18:25 - 19:16, continuación)

Jesús y Pilato (18:25 - 19:16, continuación)

Jesús y Pilato (18:25 - 19:16, continuación)

Jesús y Pilato (18:25 - 19:16, continuación)

Jesús y Pilato (18:25 - 19:16, continuación)

Jesús y Pilato (18:25 - 19:16, conclusión)

El camino de la Cruz (19:17-22)

El camino de la Cruz (19:17-22, conclusión)

Los jugadores al pie de la Cruz (19:23-24)

El amor de un Hijo (19:25-27)

El final triunfal (19:28-30)

El agua y la sangre (19:31-37)

Los dones póstumos a Jesús (19:38-42)

Amor alucinado (20:1-10)

El gran descubrimiento (20:1-10, conclusión)

El gran reconocimiento (20:11-18)

Compartiendo la Buena Noticia (20:11-18, conclusión)

La comisión de Cristo (20:19-23)

El escéptico, convencido (20:24-29)

Tomás en lo sucesivo (20:24-29, conclusión)

El propósito del evangelio (20:30-31)

Juan 21

El Señor Resucitado (21:1-14)

La realidad de la Resurrección (21:1-14, continuación)

La universalidad de la Iglesia (21:1-14, conclusión)

El pastor del rebaño de Cristo (21:15-19)

El testigo de Cristo (21:20-24)

El Cristo ilimitado (21:25)

Nota sobre la historia de la mujer sorprendida en adulterio (8:2-11)

Nota sobre la fecha de la Crucifixión

Palabras griegas, latinas y hebreas

Nombres y temas que aparecen en el texto

Autores y libros que se recomiendan

MISERIA Y MISERICORDIA

Juan 7:53 – 8:11

Todos se marcharon a sus casas; pero Jesús se fue al Monte de los Olivos. Por la mañana temprano estaba otra vez en el recinto del templo, y toda la gente se le acercaba. Él Se sentó y Se puso a enseñarles.

Los escribas y fariseos trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio y Le dijeron a Jesús:

—Maestro: Esta mujer ha sido detenida por adulterio, sorprendida en el acto. En la Ley, Moisés nos manda apedrear a tales mujeres. ¿Qué dices Tú a ello?

En realidad Le estaban probando al decir aquello, para tener algo de que acusarle.

Jesús se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos seguían preguntándole, se enderezó y les dijo:

—Que el que de vosotros esté libre de pecado sea el primero que le arroje una piedra.

Y volvió a inclinarse y a escribir en el suelo con el dedo. Uno tras otro, los que le habían oído se salieron, empezando por los de más edad y acabando por los más jóvenes, hasta que no quedó allí nadie más que Jesús y, todavía en medio, la mujer.

Jesús se irguió y le dijo a la mujer:

—Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?

—No, señor —contestó ella.

—Yo tampoco te voy a sancionar ahora —le dijo Él—; así que vete, y de ahora en adelante no peques más.

(Este incidente no figura en los manuscritos antiguos. Véase sobre él la nota de la página 328-30).

Los escribas y fariseos se habían lanzado a buscar alguna acusación para desacreditar a Jesús; y aquí creían que Le podrían colocar entre la espada y la pared de manera que no tuviera salida. Cuando surgía una cuestión legal difícil, la costumbre era presentársela a un rabino para que decidiera; así es que los escribas y fariseos le trajeron a Jesús a una mujer que había sido sorprendida en adulterio.

Desde el punto de vista de la ley judía, el adulterio era un grave delito. Los rabinos decían: «Un judío tiene que morir antes de cometer idolatría, asesinato o adulterio.» El adulterio era, pues, uno de los tres pecados más graves, y se castigaba con la pena de muerte, aunque había algunas diferencias en cuanto a la manera de ejecutarla. Levítico 20:10 establece: «Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos.» Allí no se especifica la forma de la ejecución. Deuteronomio 22:23-24 establece el castigo en el caso de una mujer que ya está comprometida. En ese caso, ella y el que la sedujo se traerán fuera de las puertas de la ciudad, «y los apedrearéis, y morirán.» La Misná, es decir, la ley judía codificada, establece que la pena por adulterio es la estrangulación, y hasta el método de la estrangulación de detalla: «El hombre se meterá en estiércol hasta las rodillas, con una toalla suave enrollada al cuello (para que no le quede ninguna marca, ya que el castigo es castigo de Dios). Entonces un hombre tirará en un sentido y otro en otro hasta que el reo muera.» La Misná reitera que, en ese caso, hay que lapidar a la mujer. Desde el punto de vista puramente legal, los escribas y fariseos eran perfectamente correctos. Aquella mujer debía morir apedreada.

El dilema en que pensaban meter a Jesús era el siguiente. Si decía que la mujer tenía que ser apedreada, había dos consecuencias. La primera, que Jesús perdería Su reputación de piadoso, y ya nunca se Le llamaría «amigo de los pecadores». La segunda, que entraría en conflicto con la ley romana, que prohibía a los judíos dictar y ejecutar sentencia de muerte. Si decía que había que perdonar a la mujer, dirían inmediatamente que Jesús enseñaba a quebrantar la ley de Moisés, y que estaba condonando y hasta fomentando el adulterio. Los escribas y fariseos creían que Jesús no se les podría escapar de la trampa; pero Él le dio la vuelta al juicio de tal manera que hizo recaer la acusación contra los acusadores.

Al principio, Jesús estaba inclinado y escribiendo en el suelo con el dedo. ¿Por qué? Hay cuatro posibles razones.

(i) Puede que quisiera sencillamente ganar tiempo y no dar una respuesta precipitada. En ese breve momento puede que estuviera pensándose la cuestión, y presentándosela a Dios.

(ii) Algunos manuscritos añaden: «Como si no los hubiera oído.» Puede que Jesús obligara deliberadamente a los escribas y fariseos a repetir la acusación, para que se dieran cuenta del sadismo que encerraba.

(iii) Seeley, en Ecce Homo, hace una sugerencia interesante. «Jesús se sentía oprimido por un intolerable sentimiento de vergüenza ajena. No podía enfrentarse con la mirada de la multitud, ni con la de los acusadores, ni mucho menos con la de la mujer... En Su ardiente perplejidad y confusión se dobló hacia la tierra para ocultar Su rostro, y empezó a escribir en el suelo con el dedo.» Puede que el gesto impúdico y lujurioso en los rostros de los escribas y fariseos, y la frígida crueldad de sus ojos, la curiosidad salaz de la multitud, la vergüenza de la mujer, todo se combinó para estrujarle el corazón a Jesús de agonía y piedad, y tuvo que esconder la mirada.

(iv) Con mucho la sugerencia más interesante surge de ciertos manuscritos tardíos. En la traducción armenia leemos: «Él mismo, inclinando la cabeza, estaba escribiendo con el dedo en la tierra para declarar los pecados de ellos; y ellos estaban viendo sus diversos pecados en las piedras.» Lo que se sugiere es que Jesús estaba escribiendo en la tierra los pecados de los mismísimos hombres que habían acusado a la mujer. Puede que fuera eso. La palabra griega normal para escribir es grafein; pero aquí se usa katagrafein, que puede querer decir redactar un informe contra alguien. (Uno de los sentidos de kata es contra). En Job 13:26, Job dice: «¿Por qué escribes (katagrafein) contra mí amarguras?» Puede ser que Jesús estuviera confrontando a aquellos sádicos autosuficientes con el informe de sus propios pecados.

Fuera como fuera, los escribas y fariseos seguían reclamando una respuesta, y la recibieron. Jesús les dijo: «¡Está bien! ¡Apedreadla! ¡Pero que el que de vosotros esté sin pecado sea el que tire la primera piedra!» Bien puede ser que la palabra para sin pecado (anamartêtos) quiera decir, no sin pecado, sino sin deseo pecaminoso. Jesús estaba diciendo: «Sí, la podéis apedrear; pero sólo si nunca habéis deseado cometer vosotros el mismo pecado.» Se hizo el silencio y, lentamente, los acusadores fueron desapareciendo.

Y quedaron solos Jesús y la mujer. Como expresó Agustín: «Quedaron solos una gran miseria y una gran misericordia.» (Las palabras en cursiva, que son las que usa Agustín en el original, son iguales en latín y en español). Jesús dijo a la mujer: «¿No te ha condenado nadie?» «Nadie, Señor» —contestó ella. Y Jesús le dijo—: «Entonces, Yo tampoco te voy a sentenciar ahora. Ve, y empieza tu vida de nuevo, y no peques más.»

MISERIA Y MISERICORDIA

Juan 7:53 – 8:11 (continuación)

Este pasaje nos presenta dos cosas en relación con la actitud de los escribas y fariseos.

(i) Nos presenta su concepción de la autoridad. Los escribas y fariseos eran los expertos legales de su tiempo. Para ellos, los problemas se resolvían con una decisión. Está claro que, para ellos, la autoridad era característicamente crítica, censora y condenatoria. El que la autoridad se basara en la compasión, el que su objetivo pudiera ser restaurar al criminal y al pecador, eran cosas que no les cabían en la cabeza. Concebían que su función les daba el derecho de estar por encima de todos los demás como severos guardianes, para detectar cualquier desliz o desviación de la ley, y lanzarse sobre los culpables con un castigo salvaje e implacable; nunca se les ocurría pensar que su autoridad supusiera la obligación de rehabilitar al ofensor.

Todavía hay quienes consideran una posición de autoridad como un derecho a condenar y un deber de castigar. Creen que una autoridad como la que ellos tienen les da el derecho de ser los perros guardianes morales y de despedazar al pecador. Pero toda autoridad se cimenta en la compasión. Cuando George Whitefield vio a un criminal que iba camino de la horca, pronunció su famosa frase: «Ese sería yo, si no fuera por la gracia de Dios.»

El primer deber de la autoridad es hacer lo posible por comprender la fuerza de las tentaciones que indujeron al pecador a pecar, y la seducción de las circunstancias que le presentaron el pecado tan atractivo. Ninguna persona puede juzgar a otra a menos que por lo menos trate de comprender lo que la otra ha pasado. El segundo deber de la autoridad es tratar de rehabilitar al culpable. Una autoridad que no se propone nada más que castigar la infracción de la ley está en un error; cualquier autoridad que, en el ejercicio de sus funciones, conduce al culpable o a la desesperación o al resentimiento, ha fracasado. La misión de la autoridad no es desterrar al peca- dor de toda sociedad decente, y menos borrarle por completo, sino hacer que sea una buena persona. El que está en autoridad debe ser como un buen médico: su único deseo debe ser sanar.

(ii) Este incidente nos presenta gráfica y cruelmente la actitud de los escribas y fariseos hacia la gente. No miraban a esta mujer como la persona que era, sino como un objeto, como un instrumento del que se podían valer para formular una acusación contra Jesús. La estaban usando como se podría usar una herramienta para cualquier trabajo. Para ellos, no tenía nombre, ni personalidad, ni sentimientos; era como un peón en el tablero de ajedrez, que se podía sacrificar para ganar posición; en estas circunstancias, para destruir a Jesús.

Siempre está mal el considerar a las personas como cosas; el hacerlo es manifiestamente contrario al Espíritu de Cristo. Se decía de la famosa economista Beatrice Webb, luego lady Passfield, «que veía a las personas como números que andaban.» El doctor Paul Tournier, en su Libro de casos de un médico, habla de lo que él llama «el personalismo de la Biblia.» Señala cuánto le gustan a la Biblia los nombres. Dios le dice a Ciro: «Yo soy el Señor, el Dios de Israel, Que te pongo nombre» (Isaías 45:3). Hay páginas enteras de nombres en la Biblia. El Dr. Tournier insiste en que esta es una prueba de que la Biblia piensa en la gente, primero y principalmente, no como casos o números de estadística, sino como personas. «El nombre propio es el símbolo de la persona. Si olvido los nombres de mis pacientes, si me digo: «¡Ah, sí! Ese es el tipo de la vesícula, o el tuberculoso que vi el otro día,» estoy más interesado en sus vejigas o pulmones que en ellos como personas.» Insiste en que un paciente debe ser siempre una persona, y nunca un caso.

Es sumamente improbable el que aquellos escribas y fariseos supieran ni el nombre de aquella mujer. Para ellos no era más que un caso de desvergonzado adulterio que podía entonces ser usado como instrumento para conseguir su propósito. En el instante en que las personas se convierten en cosas, ha muerto el espíritu del Evangelio.

Dios usa Su autoridad para hacer que las personas se hagan buenas a base de amarlas; para Dios, una persona no se convierte nunca en una cosa. Debemos usar la autoridad de que disponemos siempre para comprender y siempre para por lo menos intentar rehabilitar a la persona que ha cometido un error; y nunca empezaremos siquiera a hacerlo así a menos que recordemos que todos los hombres y las mujeres son personas, y no cosas.

MISERIA Y MISERICORDIA

Juan 7:53 – 8:11 (conclusión)

Además, este incidente nos dice mucho de Jesús y de Su actitud hacia los pecadores.

(i) Era uno de los primeros principios de Jesús que sólo la persona que fuera sin falta podría emitir un juicio sobre las faltas de otros. «No juzguéis —dijo Jesús—, y no os expondréis al juicio» (Mateo 7:1). También dijo que el que se aventurara a juzgar a su hermano sería como el que tuviera una viga metida en el ojo y tratara de limpiar una motita que tuviera en el ojo otra persona (Mateo 7:3-5). Una de las faltas más corrientes de la vida es la de tantos de nosotros que exigimos niveles a otros que nosotros ni siquiera tratamos de alcanzar; y tantos de nosotros condenamos faltas en otros que están bien a la vista en nuestra propia vida. La cualificación para juzgar no es el conocimiento, que está al alcance de cualquiera, sino la bondad a que se haya llegado, y ahí ninguno somos perfectos. Los mismos hechos de la condición humana proclaman que Dios es el único que tiene derecho a juzgar, por la sencilla razón de que ningún hombre es suficientemente bueno para juzgar a un semejante.

(ii) Era también uno de los primeros principios de Jesús que nuestra primera reacción hacia alguien que ha cometido un error debe ser la compasión. Se ha dicho que el primer deber del médico es «a veces, curar; a menudo, aliviar, y siempre, ofrecer consuelo.» Cuando una persona que está sufriendo de alguna incapacidad acude al médico, éste no la mira con asco, aunque esté sufriendo una enfermedad repulsiva. De hecho, la repugnancia normal que es a veces inevitable es absorbida en el deseo superior de ayudar y de curar. Cuando nos encontramos frente a alguien que ha cometido un error, nuestro primer sentimiento debería ser, no: «No voy a tener nada que ver con una persona que sea capaz de tal acción,» sino: «¿Qué puedo hacer para ayudar? ¿Cómo puedo yo anular las consecuencias de ese error? Sencillamente, debemos aplicar a los demás la misma misericordia compasiva que querríamos que se nos mostrara si nos viéramos en una situación semejante.

(iii) Es muy importante que comprendamos exactamente cómo trató Jesús a aquella mujer. Es fácil sacar una impresión totalmente errónea, y llegar a la conclusión de que Jesús perdonó con ligereza y facilidad, como si el pecado no tuviera importancia. Lo que Él dijo fue: «Yo no te voy a condenar ahora mismo; vete, y no peques más.» De hecho, lo que estaba haciendo no era suspender el juicio y decir: «No te preocupes; todo está bien.» Lo que hizo fue algo así como aplazar la sentencia. Dijo: «No voy a dictar una sentencia definitiva ahora; ve, y demuestra que puedes mejorar. Has pecado; vete, y no peques ya más, y Yo te ayudaré todo el tiempo. Cuando llegue el final, veremos cómo has vivido.» La actitud de Jesús hacia el pecador implicaba cierto número de cosas.

(a) Implicaba una segunda oportunidad. Es como si Jesús le dijera a la mujer: «Sé que has estropeado las cosas; pero la vida no se te ha terminado; Yo te doy otra oportunidad, la de redimirte a ti misma.» Alguien ha escrito: «¡Como me molaría que hubiera algún lugar encantado, que se llamara la Tierra de Empezar Otra Vez, en la que nos despojáramos a la entrada de todos nuestros errores y estreses e inútiles angustias egoístas, como el que se quita el abrigo viejo y pesado y frío de la lluvia, para no ponérnoslo ya nunca jamás!»

En Jesús tenemos el Evangelio de la segunda oportunidad. Él está siempre intensamente interesado, no sólo en lo que una persona ha sido, sino en lo que puede llegar a ser. Él no dice que lo que hemos hecho no importa; las leyes y los corazones quebrantados siempre importan; pero Él está seguro de que todos tenemos un futuro tanto como un pasado.

(b) Implicaba compasión. La diferencia fundamental que había entre Jesús y los escribas y fariseos era que ellos querían condenar; y Él, perdonar. Si leemos entre líneas, está tan claro como el agua que ellos querían apedrear a la mujer, y que les encantaría hacerlo. Disfrutaban de la emoción de ejercer su poder condenando, y Jesús disfrutaba ejerciendo Su poder perdonando. Jesús miraba a los pecadores con una compasión nacida del amor; los escribas y fariseos los miraban con una repugnancia nacida de un sentimiento de propia justicia.

(c) Implicaba desafío. Jesús enfrentó a esta mujer con el desafío de una vida sin pecado. No le dijo: «Está bien; no te preocupes; sigue viviendo como hasta ahora.» Dijo: «Está mal; salte de donde estás y emprende la lucha para mejorar; cambia de vida de arriba abajo; vete, y no peques más.» No era un perdón fácil, sino un desafío que le indicaba a la mujer peca- dora unas cimas de bondad con las que no había soñado jamás. Jesús opone a una vida mala el desafío de una vida buena.

(d) Implicaba creer en la naturaleza humana. Si lo pensamos, nos daremos cuenta de que es realmente alucinante el que Jesús le dijera a una mujer que había arruinado su reputación: «Vete, y no peques más.» Lo maravilloso y altamente alentador era la fe que tenía Jesús en las personas. Cuando se encontraba con alguien que se había descarriado, no le decía: «Eres una criatura miserable y sin remedio;» sino que le decía: «Vete, y no peques más.» Creía que, con Su ayuda, el pecador podía llegar a ser un santo. Su método no consistía en apabullar a las personas con el conocimiento, que ya tendrían, de su propia miseria; sino inspirarlas con el descubrimiento insospechado de que eran santos en potencia.

(e) Implicaba advertencia, no tanto expresada como insinuada. Aquí nos encontramos cara a cara con la elección eterna. Jesús le dio a aquella mujer la posibilidad de escoger aquel día entre, o volver al camino peligroso por el que había llegado hasta allí, o iniciar una nueva andadura con Jesús. La historia está inconclusa, como lo están todas las vidas hasta que se presenten al juicio de Dios.

(Como ya se ha advertido, esta historia no aparece en los manuscritos más antiguos. Se encontrará una exposición de este problema textual al final del libro, páginas 328-30).

LA LUZ QUE NO RECONOCIERON

Juan 8:12-20

Entonces Jesús siguió diciéndoles:

—Yo soy la luz del mundo. El que Me siga, no andará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.

Los fariseos Le contestaron:

—Tu das testimonio acerca de Ti mismo. Tu testimonio no es válido.

—Aunque es verdad que doy testimonio de Mí mismo —les contestó Jesús—, Mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y adónde voy. Vosotros sois los que no lo sabéis, y basáis vuestro juicio en criterios puramente humanos. Yo no juzgo a nadie. Pero, si emitiera un juicio, Mi juicio sería verdadero, porque no estoy solo, sino que estamos unidos en el juicio Yo y el Padre Que Me envió; y está escrito en vuestra ley que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio acerca de Mí mismo, y el Padre Que Me envió también da testimonio acerca de Mí.

—¿Dónde está Tu Padre? —le preguntaron.

—No nos conocéis, ni a Mí, ni a Mi Padre —respondió Jesús—. Si Me hubierais reconocido a Mí habría sido señal de que también conocíais a Mi Padre.

Estas cosas las dijo en el lugar de las ofrendas, cuando estaba enseñando en el recinto del templo; y nadie Le puso las manos encima con violencia, porque aún no había llegado Su hora.

El escenario de esta discusión con las autoridades judías fue el lugar en que se hacían las ofrendas del templo, que estaba en el atrio de las Mujeres. El atrio más exterior era el de los Gentiles; el segundo, éste, el de las Mujeres, que se llamaba así porque las mujeres no podían entrar más adentro, excepto cuando iban a ofrecer sacrificio en el altar que estaba en el atrio de los Sacerdotes. Alrededor del atrio de las Mujeres había un pórtico con columnas en el que había, colocados en el muro, trece cofres en los que los fieles echaban sus ofrendas. Los llamaban las trompetas, porque tenían esa forma, más estrecha por la parte de arriba y ensanchándose hacia abajo.

Cada uno de los trece cofres estaba destinado para una ofrenda determinada. En los dos primeros se echaban los medios siclos que tenían que pagar todos los judíos para el mantenimiento del templo. En el tercero y el cuarto se ponían las cantidades de la compra de dos pichones que tenían que ofrecer las mujeres para purificarse después de tener un hijo (Levítico 12:8). En el quinto se ponían las aportaciones para los gastos de la leña que se necesitaba para mantener el fuego del altar. En el sexto se echaban las contribuciones al gasto del incienso que se usaba en los cultos del templo. Al séptimo se echaban las contribuciones a los gastos de mantenimiento de los instrumentos y recipientes de oro que se usaban en los oficios. Algunas veces una familia apartaba una cantidad como ofrenda de acción de gracias o por algún pecado; en las otras seis trompetas los fieles echaban el dinero que les sobraba después de hacer las ofrendas prescritas, y cualquier extra que quisieran añadir.

En el lugar de las ofrendas siempre habría un constante fluir de gente entrando y saliendo. Sería el lugar ideal para conseguir una audiencia de gente piadosa para impartir enseñanza.

En este pasaje, Jesús Se presenta diciendo: «Yo soy la luz del mundo.» Es probable que el trasfondo de esta escena hiciera Sus palabras aún más actuales e impactantes. La fiesta en la que Juan coloca estas palabras de Jesús era la de los Tabernáculos (Juan 7:2). Ya hemos visto (Juan 7:37) que sus ceremonias ofrecían un perfecto escenario a la invitación de Jesús a los que tuvieran sed espiritual.

Pero había otra ceremonia conectada con esta fiesta. El primer día por la tarde había la ceremonia que se llamaba la Iluminación del Templo. Tenía lugar en el atrio de las Mujeres, que estaba rodeado de unas galerías anchas, aptas para albergar gran número de espectadores. En el centro se colocaban cuatro candelabros inmensos. Cuando caía la tarde, los encendían, y se decía que lanzaban tal resplandor que iluminaba los patios de toda Jerusalén. Desde entonces hasta el canto del gallo la mañana siguiente, los más grandes y más sabios y más santos de Israel danzaban delante del Señor y cantaban salmos de gozo y de alabanza mientras la multitud los miraba. Jesús está diciendo: «Habéis visto que el resplandor de la iluminación del templo rasga las tinieblas de la noche. Yo soy la luz del mundo y, para todos los que Me sigan, habrá luz, no sólo una noche maravillosa, sino a lo largo de todo el camino de la vida. La luz del templo es muy brillante, pero al final parpadea y muere. Yo soy la Luz que dura para siempre.»

LA LUZ QUE NO RECONOCIERON

Juan 8:12-20 (continuación)

Jesús dijo: «El que Me siga, no andará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.» La luz de la vida quiere decir dos cosas. En griego puede querer decir, o la luz que irradia la fuente de la vida, o la luz que da la vida. En este pasaje quiere decir las dos cosas. Jesús es la misma Luz de Dios que ha venido al mundo; y es también la Luz que da la vida al mundo. Como no puede florecer una planta que no vea la luz del Sol, tampoco pueden florecer nuestras vidas con la gracia y la belleza que deben desplegar hasta que las irradia la Luz de la presencia de Jesús.

En este pasaje, Jesús habla de seguirle a Él. Es una expresión que usamos a menudo, y animamos a otros a seguir a Jesús. ¿Qué queremos decir? La palabra griega para seguir es akoluthein; y sus significados se combinan para lanzar un raudal de luz sobre lo que quiere decir seguir a Jesús. Akoluthein tiene cinco sentidos diferentes pero íntimamente relacionados.

(i) Se usa a menudo del soldado que sigue a su capitán. En las largas marchas, a las batallas o en las campañas en tierras extrañas, el soldado sigue a su capitán adonde le dirija. El cristiano es un soldado cuyo General es Jesús.

(ii) Se usa a menudo de un esclavo que acompaña a su amo. Dondequiera que vaya el amo, el eslavo está a su servicio, siempre dispuesto a salir al paso de cualquier necesidad o a cumplir cualquier tarea que le encomiende. Está totalmente a disposición de su amo. El cristiano es un esclavo cuya felicidad consiste en estar siempre al servicio de Cristo.

(iii) Se usa a menudo de aceptar el parecer de un sabio consejero. Cuando estamos indecisos, acudimos a un experto en la materia y, si somos sensatos, seguiremos el consejo que nos da. El cristiano encamina su vida y su conducta de acuerdo con el consejo de Cristo.

(iv) Se usa a menudo de prestar obediencia a las leyes del municipio o del estado. Si hemos de ser miembros útiles de una sociedad o ciudadanos de un estado, tendremos que estar de acuerdo con cumplir sus leyes. El cristiano, como ciudadano del Reino del Cielo, acepta la ley del Reino y de Cristo como la que gobierna su vida.

(v) Se usa a menudo de seguir el razonamiento de un maestro, o el argumento de una obra literaria o de lo que está diciendo alguien. Preguntamos a veces a los que nos están escuchando: «¿Me sigues?» El cristiano atiende a las enseñanzas de Jesús, y las escucha con atención para no perderse nada. Recibe Su mensaje en su mente, y lo entiende; recibe Sus palabras en la memoria, y las guarda, y las conserva en el corazón y las vive.

Ser seguidores de Cristo es entregarnos en cuerpo, alma y espíritu a la obediencia del Maestro; y entrar en Su seguimiento es empezar a caminar en la luz. Cuando caminamos solos, estamos expuestos a andar a tientas y a tropezar, porque muchos de los problemas de la vida están por encima de nuestra capacidad. Cuando caminamos solos corremos peligro de seguir una senda equivocada, porque no tenemos un mapa infalible de la vida. Necesitamos la sabiduría celestial para recorrer el camino terrenal. El que tiene un buen guía y un mapa exacto es el que puede llegar a salvo al final de su viaje. Jesucristo es ese Guía, y es el único que posee el mapa de la vida. Seguirle es andar en la luz, a salvo a lo largo de la vida y seguros de entrar después en la gloria.

LA LUZ QUE NO RECONOCIERON

Juan 8:12-20 (conclusión)

Cuando Jesús Se presentó como la luz del mundo, los escribas y fariseos reaccionaron con hostilidad. Aquel título les sonaría aún más sorprendente a ellos que a nosotros. A ellos les parecería, y lo era en realidad, que Jesús Se presentaba como el Mesías; más aún: como el Que iba a hacer lo que sólo Dios podía hacer. La palabra luz estaba especialmente asociada con Dios en el pensamiento y lenguaje judío. «El Señor es mi luz» (Salmo 27:1). «El Señor te será por luz perpetua» (Isaías 60:19). «A Cuya luz yo caminaba en la oscuridad» (Job 29:3). «Aunque more en tinieblas, el Señor será mi luz» (Miqueas 7:8). Los rabinos afirmaban que uno de los nombres del esperado Mesías era Luz. Cuando Jesús Se presentó como la luz del mundo estaba diciendo de Sí mismo lo más elevado que se podía decir.

El argumento de este pasaje es complicado y difícil, pero sigue tres líneas principales.

(i) Primero, los judíos insistieron en que una afirmación como la que había hecho Jesús no se podía aceptar como vá-lida porque carecía de los testigos necesarios. Estaba respaldada, según su punto de vista, exclusivamente por Su propia palabra; y según la ley judía, cualquier afirmación tenía que apoyarse en el testimonio de dos o tres testigos por lo menos para ser conforme a ley. «No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado en relación con cualquier ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación» (Deuteronomio 19:15).

«Por dicho de dos o de tres testigos morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo testigo» (Deuteronomio 17:6). «Un solo testigo no hará fe contra una persona para que muera» (Números 35:30). La respuesta de Jesús era doble.

Primero, contestó que Su propio testimonio era suficiente. Era tan consciente de Su autoridad que no Le hacía falta otro testigo. Esto no era orgullo ni autosuficiencia, sino simplemente el ejemplo supremo de la clase de cosa que sucede todos los días. Un gran cirujano confía en su propio diagnóstico, y no necesita a nadie que se lo confirme; su testimonio es su propia carrera. Un gran abogado o juez está seguro de su propia interpretación y aplicación de la ley. No es que estén orgullosos de sus conocimientos, sino simplemente que saben lo que saben. Jesús estaba tan seguro de Su identificación con Dios que no necesitaba de ninguna autoridad que la respaldara.

Segundo, Jesús dijo que de hecho sí tenía un segundo testigo, y ese segundo Testigo era Dios. ¿Cómo da Dios testimonio de la suprema autoridad de Jesús? (a) El testimonio de Dios está en las palabras de Jesús. Nadie podría hablar con tal sabiduría a menos que Dios Le hubiera dado conocimiento. (b) El testimonio de Dios está en las obras de Jesús. Nadie podría hacer tales cosas a menos que Dios estuviera obrando en Él. (c) El testimonio de Dios es el efecto que Jesús causa en las personas. Obra cambios en ellas que es indudable que están más allá de las posibilidades humanas. El mismo hecho de que Jesús puede hacer que las personas malas se vuelvan buenas es la prueba de un poder que no es simplemente humano, sino divino. (d) El testimonio de Dios está en la reacción de la gente a Jesús. Siempre y dondequiera que Jesús Se ha presentado plenamente, siempre y dondequiera que se ha predicado la Cruz en toda su grandeza y esplendor, ha habido una respuesta inmediata y arrolladora en los corazones. Esa respuesta es el Espíritu Santo de Dios obrando y testificando en los corazones de las personas. Es Dios en nuestros corazones Quien nos permite ver a Dios en Jesús.

Jesús contestó así a las objeciones de los escribas y fariseos de que Sus palabras no se podían aceptar por falta de testimonio. De hecho, tenían el respaldo de un doble testimonio: Su propia consciencia de autoridad, y la de Dios.

(ii) Segundo, Jesús confirma Su derecho a juzgar. Su venida al mundo no fue primariamente para juzgar, sino por amor. Al mismo tiempo, la reacción de cada persona a Jesús es en sí su juicio: si no ve nada extraordinario en Él, se condena a sí misma. Aquí traza Jesús un contraste entre dos clases de juicio.

(a) Hay un juicio que se basa en el conocimiento humano o en niveles humanos, y que nunca ve más allá de las apariencias. Ese era el de los escribas y fariseos; y, en último análisis, así son los juicios humanos, porque no podemos ver debajo de la superficie de las cosas.

(b) Hay un juicio que se basa en un conocimiento total de los hechos y de las circunstancias, y ése pertenece sólo a Dios. Jesús afirmaba que los juicios que Él hacía no eran meramente humanos, sino divinos, porque Él era Uno con Dios. Ahí radican tanto un consuelo como una advertencia. Sólo Jesús conoce todos los hechos. Eso Le hace más misericordioso que nadie; pero también Le permite ver los pecados que están ocultos a los ojos humanos. El juicio de Jesús es perfecto porque lo hace con un conocimiento que sólo tiene Dios.

(iii) Por último, Jesús les dijo abiertamente a los escribas y fariseos que no tenían verdadero conocimiento de Dios. El hecho de que no reconocieran lo que y Quién era Él era la prueba de que no conocían a Dios. La tragedia era que toda la Historia de Israel había sido diseñada para que los judíos reconocieran al Hijo de Dios cuando viniera; pero los escribas y fariseos estaban tan enredados en sus propias ideas, tan involucrados en sus propios proyectos, tan seguros de que su concepción de la religión era la única correcta, que se habían vuelto ciegos para Dios.

FATAL INCOMPRENSIÓN

Juan 8:21-30

Entonces les dijo Jesús otra vez:

—Yo me voy, y Me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado. Adonde Yo voy vosotros no podéis venir.

A eso decían los judíos:

—¡No irá a cometer suicidio, y por eso dice: «Adonde Yo voy vosotros no podéis venir»!

—Vosotros sois de abajo —les dijo Jesús—, pero Yo soy de arriba. Vosotros pertenecéis a este mundo, pero Yo no. Os he dicho que moriréis en vuestros pecados porque, si no queréis creer que Yo soy el Que soy, moriréis en vuestros pecados.

—¿Y quién eres Tú? —Le preguntaron; y Él respondió:

—Lo que os estoy diciendo no es más que el principio. Todavía tengo muchas cosas que decir de vosotros, y muchos juicios que hacer de vosotros; pero el Que Me envió es verdadero, y Yo digo en el mundo lo que he oído de Él.

Ellos no se enteraban de que les estaba hablando del Padre. Así que Jesús les dijo:

—Cuando levantéis al Hijo del Hombre, entonces sabréis que Yo soy el Que soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo estas cosas como el Padre Me ha enseñado. El Que Me envió está conmigo. No Me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que a Él Le parece bien.

Cuando decía estas cosas, muchos creyeron en Él.

Este es uno de los pasajes de discusión y debate que son característicos del Cuarto Evangelio y tan difíciles de dilucidar. Aquí hay varias tramas de razonamiento que se entrelazan.

Jesús empieza diciéndoles a Sus oponentes que Él se marcha; y que, cuando se haya ido, se darán cuenta de lo que se han perdido, y Le buscarán, pero será en vano. Esta es una nota verdaderamente profética. Nos recuerda tres cosas. (i) Hay ciertas oportunidades que se presentan una sola vez, y que no se repiten. A todas las personas se les presenta la oportunidad de aceptar a Jesucristo como Salvador y Señor; pero es posible que la rechacen y la pierdan, y no vuelva a presentárseles. (ii) Está implícita en este razonamiento la verdad de que la vida y el tiempo son limitados. Tenemos un espacio de tiempo en el que tenemos que hacer nuestra decisión por Cristo. El tiempo de que disponemos es limitado, y ninguno sabemos cuál es nuestro límite. Por tanto, todas las razones están a favor de que hagamos la decisión ahora. (iii) Precisamente porque hay oportunidad en la vida, hay también juicio. Cuanto mayor sea la oportunidad, y más claramente se nos presente, mayor será el juicio por rechazarla o perderla. Este pasaje nos pone cara a cara con la gloria de la oportunidad, y el tiempo limitado de que disponemos para aprovecharla.

Cuando Jesús habló de marcharse, estaba hablando de Su vuelta a Su Padre y a Su gloria. Allí era precisamente adonde Sus oponentes no Le podrían seguir; porque, por su continua desobediencia y por rehusar aceptarle, se habían excluido a sí mismos de Dios. Sus oponentes recibieron Sus palabras con un gesto burlón de humor negro. Jesús dijo que no Le podrían seguir adonde Él iba, y ellos sugirieron que a lo mejor era porque iba a cometer suicidio. La punta de su observación era que, según el pensamiento judío, lo más profundo del infierno estaba reservado para los que se quitaban la vida. Con una cierta blasfemia macabra, decían: «Puede que vaya a quitarse la vida; puede que Se vaya a lo más profundo del infierno; está claro que no podremos ni querremos seguirle allí.»

Jesús dijo que, si seguían rechazándole, morirían en sus pecados. Esa es una frase profética (Cp. Ezequiel 3:18; 18:18). Esto implica dos cosas. (i) La palabra para pecado es hamartía, que etimológicamente pertenecía al lenguaje de la caza y quería decir literalmente errar el tiro, no dar en el blanco. La persona que se niega a aceptar a Jesús como Salvador y Señor ha errado el blanco en la vida, muere con una vida frustrada y, por tanto, muere incapacitada para entrar en una vida superior con Dios. (ii) La esencia del pecado es que nos separa de Dios. Cuando Adán, en la vieja historia, cometió el primer pecado, su primer impulso fue esconderse de Dios (Génesis 3:8-10). La persona que muere en pecado muere en enemistad con Dios; la que acepta a Cristo empieza a andar con Dios, y la muerte simplemente le abre la puerta para un caminar más cerca de Dios. Rechazar a Cristo es ser un extraño para Dios; aceptarle es llegar a ser amigo de Dios; y en esa amistad se destierra para siempre el miedo a la muerte.

FATAL INCOMPRENSIÓN

Juan 8:21-30 (continuación)

Jesús va a trazar una serie de contrastes. Sus oponentes pertenecen a la Tierra, y Él, al Cielo; ellos son del mundo, y Él no es del mundo.

Juan menciona a menudo el mundo. La palabra en griego es kosmos. Juan la usa de una manera que le es peculiar.

(i) El kosmos es lo contrario del Cielo. Jesús vino del Cielo al mundo (Juan 1:9). Fue enviado por Dios al mundo (Juan 3:17). Él no es del mundo; Sus oponentes sí lo son (Juan 8:23). El kosmos es la vida cambiante y pasajera que vivimos ahora; es todo lo que es humano, en oposición a lo divino.

(ii) Sin embargo, el kosmos no está separado de Dios. Lo primero y principal es que es creación de Dios (Juan 1:10). Fue por la Palabra de Dios por Quien fue hecho el mundo. Aunque son distintos, no hay una sima infranqueable entre el Cielo y el mundo.

(iii) Más que eso: el kosmos es el objeto del amor de Dios. De tal manera ha amado Dios al mundo que ha enviado a Su Hijo (Juan 3:16). Por muy diferente que sea de todo lo que es divino, Dios no lo ha abandonado nunca; es el objeto de Su amor y el destinatario de Su más precioso regalo.

(iv) Pero, al mismo tiempo, hay algo que no es como es debido en el kosmos. Padece ceguera: cuando vino el Creador al mundo, el mundo no Le reconoció (Juan 1:10). El mundo no puede recibir al Espíritu de la verdad (Juan 14:17). El mundo no conoce a Dios (Juan 17:25). Hay, además, una hostilidad hacia Dios y Su pueblo en el kosmos. El mundo odia a Cristo y a Sus seguidores (Juan 15:18-19). De su hostilidad, los seguidores de Cristo no pueden esperar más que problemas y tribulaciones (Juan 16:33).

(v) Aquí tenemos una extraña sucesión de hechos: el mundo está apartado de Dios; sin embargo, no hay entre él y Dios una sima que no se pueda salvar; Dios ha creado el mundo; Dios lo ama; Dios le ha enviado a Su Hijo; y, sin embargo, aún hay ceguera y hostilidad en el mundo hacia Dios.

Sólo puede haber una conclusión posible. G. K. Chesterton dijo una vez que no hay más que una cosa segura acerca de la humanidad: que no es lo que estaba previsto que fuera. Sólo hay una cosa clara acerca del mundo, y es que no es como estaba previsto. Algo se ha estropeado, y es el pecado. Eso es lo que separa de Dios a la humanidad, y lo que la ciega a Dios; es el pecado lo que es fundamentalmente hostil a Dios.

A este mundo que se ha descarriado ha venido Cristo a ofrecerle el remedio. Trae perdón, limpieza y fuerza y gracia para vivir como es debido y para hacer el mundo como debe ser. Pero una persona puede rechazar una cura. El médico puede que le diga al paciente que hay un tratamiento que le puede devolver la salud; puede que le diga que, de hecho, si no acepta el tratamiento, la muerte es inevitable. Eso es precisamente lo que está diciendo Jesús: «Si no queréis creer que Yo soy el Que soy, moriréis en vuestros pecados.»

El mundo se encuentra en una situación que no es como es debido. Está a la vista. La única manera de curar al alma individual y al mundo es reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios, obedecer Su perfecta sabiduría y aceptarle como Salvador y Señor personal.

Sabemos perfectamente cuál es la enfermedad que aqueja y destruye al mundo, y la cura eficaz que se nos ofrece. Nosotros seremos los únicos responsables si nos negamos a aceptarla.

TRÁGICA INCOMPRENSIÓN

Juan 8:21-30 (conclusión)

El versículo más difícil de traducir de todo el Nuevo Testamento es Juan 8:25. No se puede estar seguro del todo de lo que quiere decir el original. Puede ser: «Lo que os he dicho desde el principio» (Reina-Valera y otras; la Biblia del Oso pone en una nota marginal: «Desde el principio de Su predicación declaró ser el Cristo, Vida, Luz, etc.»). Otras traducciones sugieren: «Primariamente, esencialmente, soy lo que os estoy diciendo.» «El Principio, el mismo que os hablo» (Scío). «¿Cómo es que os estoy hablando de ninguna manera?» (Moffatt). «Pues ni más ni menos, eso mismo que os vengo diciendo» (Bover-Cantera, véase su nota). «Ante todo, eso mismo que os estoy diciendo» (Nueva Biblia Española). En nuestra traducción se sugiere que puede querer decir: «Todo lo que os estoy diciendo ahora no es más que el principio.» Si lo tomamos así, el pasaje sigue diciendo que la humanidad comprenderá el verdadero significado de Cristo de tres maneras.

(i) Lo verá en la Cruz. Es cuando Cristo es levantado cuando realmente vemos lo Que es. Es ahí donde vemos de veras el amor que no abandona nunca y que ama hasta el fin.

(ii) Lo verá en el Juicio. De momento podría parecer el Carpintero de Nazaret, un fuera de la ley; pero llegará el día cuando el mundo Le verá como Juez, y sabrá Quién es.

(iii) Cuando eso suceda verán en Él la encarnación de la voluntad de Dios. «Yo hago siempre lo que a Él Le parece bien,» dijo Jesús. Otras personas, por muy buenas que sean, son intermitentes en su obediencia. La obediencia de Jesús es constante, perfecta y completa. Llegará el día cuando la humanidad verá en Él la misma Mente de Dios.