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Riquezas, templos apóstoles y superapóstoles

Respondiendo desde una mayordomía cristiana

Osías Segura Guzmán

EDITORIAL CLIE

C/Ferrocarril 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: libros@clie.es

http://www.clie.es

© 2012 Osías Segura Guzmán

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© 2012 Editorial CLIE, para esta versión en español

RIQUEZAS, TEMPLOS, APÓSTOLES Y SUPERAPÓSTOLES

Respondiendo desde una mayordomía cristiana
D.L.: B. 21869-2012
ISBN: 978-84-8267-541-1
Clasifíquese: 1345 - Controversia
CTC: 03-21-1345-05
Referencia: 224778

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ÍNDICE GENERAL

Portada

Portada interior

Créditos

Introducción

PARTE I. En cuanto a las riquezas en las Escrituras

1. La economía en Israel

2. La mayordomía en el Antiguo Testamento

3. Del edén hasta el Sinaí

4. Del Sinaí hasta Canaán

5. La propiedad en la Ley

6. Derechos de propiedad

7. Propiedad ancestral: una manera de luchar contra la pobreza

8. Grupos sociales vulnerables

9. Concluyendo este segmento

10. En la Tierra Prometida

PARTE II. En cuanto a las riquezas en las Escrituras Los libros de sabiduría y los proféticos

11. Los libros de sabiduría

12. Concluyendo este segmento

13. Los libros proféticos

14. Concluyendo este segmento

PARTE III. En cuanto a las riquezas en las Escrituras La época intertestamentaria, y el primer siglo

Entre los Testamentos

La creación literaria judía durante el periodo intertestamentario

PARTE IV. En cuanto a las riquezas en las Escrituras La mayordomía en el Nuevo Testamento

17. Los Evangelios y las riquezas

18. Pasajes malinterpretados en cuanto a las posesiones materiales

19. El resto del Nuevo Testamento

20. Concluyendo en cuanto al tema de las riquezas en las Escrituras

PARTE V. En cuanto al templo en las Escrituras

21. Personal religioso en el templo

22. El templo, las ofrendas, los diezmos y más

23. El templo y los préstamos

24. El significado religioso y teológico del templo

25. Simbolismo cósmico de los templos

26. El propósito del templo

27. La perspectiva del templo en el Antiguo Testamento

28. La perspectiva del templo en el Nuevo Testamento

29. Concluyendo este segmento

PARTE VI. En cuanto a los superapóstoles, profetas y megaiglesias

30. ¿Hay apóstoles en la iglesia de hoy?

31. La cobertura espiritual

32. ¿Jerarquías de liderazgo en el Nuevo Testamento?

33. La Iglesia y su liderazgo actual

34. Los profetas de azúcar

35. ¿Cómo nos leen los falsos profetas?

36. Guías proféticas: Rony Chaves del 2009 y 2010

37. Las iglesias y el diezmo

38. Las megaiglesias: el «Walmart» del Evangelio

39. ¿Cómo deberían ser nuestros cultos, según Pablo?

40. El templo y la hospitalidad del Cuerpo de Cristo

41. Si no es con diezmos, ¿cómo podría una iglesia financiar sus gastos?

42. Concluyendo el libro

Trabajos citados

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INTRODUCCIÓN

La congregación terminaba de cantar el estribillo:

Estando aquí, en la casa de Dios,

alegraremos su corazón;

le brindaremos ofrendas

de obediencia y amor,

en la casa de Dios.

El tiempo de los cantos había terminado y el «ungido» toma el pulpito. La ansiedad espiritual del público se eleva. Hace muchos domingos que el apóstol no predica, y todos sabían que este iba a traer palabra nueva. El mensaje no se deja esperar, el apóstol dice: «El Señor me ha hablado, y quiere un templo más grande para adorarle, donde se pueblo pueda caber». El sermón se basó básicamente en pasajes del Antiguo Testamento, con la idea de que Dios quiere morar entre su pueblo, y por tanto requiere de un lugar digno.

La inversión es millonaria, pero es «la casa de Dios», y una campaña de ofrendas y diezmos se genera para pagar los gastos millonarios que esto exige. Entre los ancianos de la iglesia se encuentran hombres de negocios, arquitectos, ingenieros, dueños de constructoras, en fin, todos sirven con un propósito: Construir el templo más grande de Costa Rica.

Todos los grupos de estudio discuten el tema. Sin embargo, un grupo de estos va más allá en la discusión. El líder en su reunión semanal lanza las siguientes preguntas: ¿Quién o qué entonces es el templo? ¿Necesitamos templos, edificios donde Dios venga a morar? ¿Estamos acaso aún viviendo, bajo el punto de vista teológico, en el Antiguo Testamento? ¿Queremos construir un lugar donde Dios venga a morar en medio de nosotros? El plan de Dios incluye su deseo de coexistir con los humanos, ¿pero quién debe construir ese templo, Dios o nosotros? Los miembros del grupo no saben qué pensar, y empiezan el estudio de este tema. La metodología ha variado, pero no el interés por las Escrituras, así que empiezan desde su inicio, con Génesis. La idea es que cada quién busque libros sobre el tema, para que enriquezcan el estudio.

La primera semana leen y estudian los primeros doce capítulos de Génesis. En un inicio en el edén, toda la creación estaba llena de la presencia de Dios, y los humanos teníamos línea directa con Dios. Ese era el plan de Dios, hasta que nuestra caída en el pecado creo la separación. A partir de este momento, Dios inicia su plan redentor según su deseo de convivir con nosotros. En otras palabras, descubren que Dios quiere «regresar a Adán al jardín del edén» para tener así plena comunión con nosotros.

Durante las siguientes semanas en su estudio temático, abordan el tema del tabernáculo desde Éxodo, hasta la construcción y destrucción del templo a través del Antiguo Testamento. Ante tal deseo de coexistencia por parte de Dios, el Antiguo Testamento les narra la primera concreta expresión de ese plan restaurativo de Dios, cual fue el tabernáculo (Éxodo 25:8). Dios regresa a vivir entre su gente. En Éxodo 40, el tabernáculo se inaugura con nube, fuego, y viento. Así, Dios acampa en su tienda entre su gente. Igualmente vendría el templo donde Dios llega a morar (1 Reyes 6:13). En 1 Reyes 8 el templo también se inaugura con nube, fuego, y viento. Sin embargo, en el lugar santísimo solamente un hombre, una vez al año, podía acceder a dicha presencia Divina. Los deformados, enfermos, impuros, extranjeros, y mujeres no podían acercarse. Sin embargo, el templo permanecía como testimonio para las naciones de que Israel adoraba a Yavé, y que Dios moraba entre su pueblo.

Las semanas transcurren y la campaña proconstrucción del nuevo templo se refuerza. Hasta el momento en su lectura del Antiguo Testamento descubren lo hermoso que es tener un lugar donde Dios pueda morar, y su pueblo deleitarse en su presencia. El estudio continúa, y ahora llegan al Nuevo Testamento.

Empiezan con los primeros capítulos de cada Evangelio y notan como Cristo con su Reino se acerca con señales y milagros (el nuevo pacto) y el reino de las tinieblas empieza a retroceder. Curiosamente, algo los detiene en Juan 1:14, que narra cómo la Palabra tomó cuerpo humano (se encarnó), y se «tabernaculó» (plantó su tienda) entre nosotros. La intención del autor es presentar al Cristo como esa imagen del Dios invisible, esta vez sin un velo que dividiera el lugar santísimo de su pueblo (Colosenses 1:15). La presencia de Dios caminaba literalmente entre su pueblo, y pasó más tiempo en las calles que en el templo. La confusión del grupo aumenta. Ahora es Dios, en Cristo, quien construye su presencia entre su pueblo, pero sin necesidad de un templo.

Sin embargo, el estudio continúa y, en las cartas de Pablo, ellos y ellas descubren el concepto del Cuerpo de Cristo, la comunidad de creyentes. En 1 Corintios 3:16, 17 la comunidad de creyentes se convierte en el templo de Dios

¿Acaso no saben ustedes que son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios vive en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y ese templo son ustedes mismos.

Aun más, en 1 Corintios 6:19, 20, Pablo presenta al creyente como individuo que también es templo.

¿No saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que Dios les ha dado, y que el Espíritu Santo vive en ustedes? Ustedes no son sus propios dueños, porque Dios los ha comprado. Por eso deben honrar a Dios en el cuerpo.

La confusión aumenta con las semanas cuando en 1 Pedro 2:5 leen,

De esta manera, Dios hará de ustedes, como de piedras vivas, un templo espiritual, un sacerdocio santo, que por medio de Jesucristo ofrezca sacrificios espirituales, agradables a Dios.

En sus reflexiones y oraciones descubren que la iglesia como comunidad universal es capaz de trascender el lugar geográfico de un templo, para convertirse en testimonio para las naciones de que Dios quiere morar en toda su creación, en todos los pueblos de la Tierra. Por tanto, el tabernáculo de Dios, y el templo, dejan de ser un lugar especifico para convertirse en una comunidad de creyentes andante y presente en el mundo. En dicha comunidad santos y pecadores pueden encontrarse con Dios.

En Hechos, con el Pentecostés, descubren como el Espíritu Santo viene a morar en toda carne, e inaugura su presencia con viento y fuego. Así, un pasaje les golpea con mucha fuerza, Hechos 7:48-50:

Pero como el Dios todopoderoso no vive en lugares hechos por seres humanos, dijo por medio de un profeta: «El cielo es mi trono, es mi silla real, y sobre la tierra apoyo mis pies. ¿Qué casa podrían construirme? ¿Dónde podría yo descansar si yo fui quien hizo todo esto?»

En su lectura en Hechos notan que la comunidad de creyentes es empoderada con los poderes del Cristo, por medio del Espíritu. Junto a su lecturas de los Corintios, descubren que todos, según nuestros dones, estamos empoderados para servir, como sacerdotes (el sacerdocio de todos los creyentes). No solo son algunos los ungidos, sino que todos estamos ungidos con dones particulares que nos sirven para ser testigos en el mundo de que el Reino se ha acercado, y para someternos los unos a los otros. Aquellos que una vez fueron rechazados por su etnia, género, o condición física y no podían acercarse a la presencia de Dios, ahora están inmersos, bautizados, llenos del Espíritu.

¡Sin embargo, la historia no termina allí! En Apocalipsis descubren que dice «no vi ningún santuario en la ciudad, porque el Señor, el Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero» (Apocalipsis 21:22). El acceso directo a la presencia de Dios será restaurado por completo. ¡Adán ha vuelto a su jardín! ¡Total reconciliación!

Durante semanas el grupo de estudio mantenía opiniones encontradas. Pero el descontento con la campaña proconstrucción del «gran templo» a Jehová los mantenía inquietos. El ungido, desde Miami, ha enviado un correo para decirles que lo revelado en las Escrituras es que el diezmo no es un 10  %, sino un 30  %, pues eran tres diezmos los que se traían al templo.

Así fue como nuestro grupo decidió invitar a algunos teólogos, profesores de seminario, y a sus mismos pastores, entre otros, a que les pudieran contestar algunas de sus inquietudes. Eso no hizo más que aumentar el malestar contra la construcción del nuevo templo. Así, empiezan a discutir del pobre programa de evangelización de que dispone la iglesia, y como no cuentan con dinero en sus presupuestos para enviar misioneros a otras naciones, no pueden ayudar a los necesitados, no pueden brindar cuidado pastoral a su gente, simplemente porque tienen que invertir millones de dólares en sus edificios.

Uno de los integrantes critica cómo su familia vive para el show del fin de semana, para ir a la casa de Dios para alabarle. Y otros se preguntan, ¿Por qué no invertimos ese dinero en empoderar y adoctrinar esos creyentes para que en sus barrios marquen la diferencia de la presencia del Reino? ¿Por qué metemos a la comunidad de Cristo en un edificio, en vez de enviarla al mundo? ¿Por qué construimos edificios que a fin de cuentas pueden llegar a estorbar la misión de Dios de servir y llevar su testimonio al mundo? Y si acaso el mundo viniera a nuestro espectáculo de fin de semana, la misma iglesia no está preparada ni es lo suficientemente amigable para recibirlo y atenderlo.

En su experiencia de muchas semanas de estudio descubren que si todo creyente pusiera en práctica sus dones espirituales, y si la casa de cada familia cristiana sirviera como espacio para que pequeños grupos de creyentes, con visión evangelizadora y misionera, lleven la presencia del Espíritu a cada barrio, tal vez se hubiera impresionado ya todo el país con el Evangelio. No se trata de abandonar edificios en favor de casas habitables, sino de empoderar a los creyentes para que cumplan con la misión de Dios. Se trata de ser Iglesia, no de hacer Iglesia solo los domingos. Por tanto, el hacer Iglesia, que requiere de un templo más grande y majestuoso, no es necesario para los creyentes.

Así el líder del grupo lanza las siguientes preguntas: ¿Qué vamos a hacer este fin de semana, ir a la casa de Dios o comportarnos como la comunidad de Dios e ir con otros creyentes al mundo para llevar a Cristo? ¿Seguiremos como espectadores de un espectáculo, o como actores de la presencia del Espíritu en el mundo? Estos estudiosos ven la necesidad de compartir sus inquietudes con el ungido y sus líderes. Ni siquiera logran una reunión. Simplemente los que no se apegan a la nueva visión están fuera. Nuestro grupo de amigos son expulsados de su congregación por revelarse contra el mandato de Dios. Esto da a lugar al nacimiento de una nueva congregación comprometida con su barrio y con transformar su comunidad. Aquellos expulsados encuentran su propósito como gente deseosa de seguir estudiando y poner en práctica las Escrituras.

En América Latina historias como esta son más comunes de lo que podemos creer. Existe la moda, principalmente entre megacongregaciones protestantes, de construir edificaciones cada vez más grandes, y para ello requieren de su feligresía cada vez más dinero. Asimismo, para que la gente entregue más dinero, se ofrecen a cambio promesas de prosperidad por líderes que se enriquecen más y más. El hacer de la Iglesia se ha convertido en un negocio, y se administra como tal.

Sin embargo, San Pablo nos recuerda que «Nosotros no andamos negociando con el mensaje de Dios, como lo hacen muchos» (2 Corintios 2:17a). Un mensaje valido para aquellos que una vez fueron pastores evangélicos de origen humilde, sencillos, que ganaban un salario mínimo. Con grandes esfuerzos lograron terminar su secundaria, y hoy algunos son millonarios, pues se llevan cada domingo grandes sumas de dinero en efectivo.

Estos líderes o pastores religiosos, a quienes podemos llamar superapóstoles, predican una teología que refuerza pragmáticamente las propuestas básicas de una economía de mercado, y con ella, amparados en la Biblia, justifican el consumismo y el goce egoísta de los bienes terrenales, algo que va en contra de lo que las Escrituras enseñan. Estos líderes religiosos se guían por supuestas leyes o principios bíblicos de la prosperidad financiera. Estos principios o leyes son mágicos, pues no tienen exigencias éticas por parte de Dios, quien se ve atado a responder a tales leyes. Lo que los humanos deben hacer es cumplir con tales principios y esperar, pues «como hijos de Dios son herederos de sus riquezas».

De igual forma, pareciera que las leyes del mercado gobiernan al Dios todo poderoso y su santísima voluntad. En la Biblia, esta ley del mercado parece encontrarse en ciertos temas teológicos como «el pacto», «la siembra y la cosecha», «el diezmo y las ofrendas», y «el ciento por uno». Estos temas bíblicos contienen un principio de causa y efecto: «el que quiere recibir debe dar en abundancia». El necesitado le pide a Dios una bendición, y si recibe tal bendición el necesitado debe dar de su parte, y así bendecir el ministerio del profeta o apóstol que facilitó el pacto. ¿Quién fue en realidad el bendecido en esta transacción?

¿De dónde salieron estas interpretaciones bíblicas tan extrañas? El pentecostalismo se debe distinguir en tres olas, o movimientos históricos. Primero, el pentecostalismo clásico llegó a nuestra región desde inicios y hasta mediados del siglo XX. La segunda ola durante los años 70 nos trae el movimiento carismático. Este movimiento afectó a toda denominación protestante, y hasta la iglesia católica romana. Finalmente, el último movimiento es el neopentecostal, o de la tercera ola, que se desarrollo a inicios de los años 90, y hoy se encuentra en su plenitud como parte de los nuevos movimientos religiosos latinoamericanos (NRMs, por su denominación en inglés). Allí se encuentran los superapóstoles, y una aclaración es válida: no toda iglesia evangélica, o pentecostal debe ser confundida con estos grupos neopentecostales. La diferencia yace en las características aquí mencionadas.

Estos líderes neopentecostales, una vez fueron parte de los movimientos pentecostales, pero se separaron de sus denominaciones para «ser fieles al mover del Espíritu Santo». Muchos de ellos hoy son líderes de megaiglesias (i. e, iglesias con una asistencia semanal de más de 2 000 personas). Con el tiempo ellos han subido de rango religioso. Algunos de los pastores pasan a ser profetas, y de profetas a apóstoles, y de apóstoles unos pocos han llegado a convertirse en apóstoles de apóstoles. Así como se aumentan de rango se aumentan el salario. Además de ser empresarios con canales de televisión y estaciones de radio en algunos países, también son buenos chamanes. Hay cierto tipo de espíritus, sanaciones, limpias, y bendiciones que solo ellos pueden brindar. Ellos prometen curaciones y bendiciones materiales, a cambio de «una donación» que la persona siembra o pacta con Dios.

En este contexto latinoamericano de recaudación de diezmos a cambio de promesas de riquezas, de construcción de templos cada vez más y más grandes, y el surgimiento de nuevas estructuras de liderazgo religioso es como se inspiró este libro. Este libro pretende contestar de manera bíblica a estas interrogantes sobre las riquezas, los templos, y falsos apóstoles (i. e, superapóstoles) desde una perspectiva pastoral pero con fuerte soporte bíblico-teológico. La forma de entender el adquirir y administrar las riquezas, el construir y participar de un templo, y el papel actual de los cada vez más numerosos superapóstoles, se ha convertido en tres ingredientes de un coctel venenoso que han desviado la iglesia en América Latina hacia peligrosas herejías.

El libro está dividido en cuatro partes, que a su vez contienen 42 pequeños capítulos fáciles de leer. El libro se inicia en sus primeras tres partes desarrollando el tema de las posesiones materiales. Luego, la cuarta parte desarrolla el tema del templo, en cuanto a su propósito y función. La quinta parte provee de reflexiones críticas acerca de temas sobre la iglesia hispana, o en América Latina y sus liderazgos neopentecostales, y cierra con un capítulo de soluciones prácticas para el financiamiento de congregaciones. Todo como una manera de entender la mayordomía cristiana.

Pastores y otros líderes cristianos pueden utilizar este libro como apoyo bíblico para discipular adoctrinar sobre la mayordomía cristiana en nuestro contexto iberoamericano. Hoy más que nunca hay que enfrentar a nuevos y viejos creyentes de otras iglesias, que llegan a nuestras congregaciones buscando curaciones del Señor, pues vienen de iglesias donde han abusado de ellos espiritual y económicamente. Es necesario atender teológicamente con detalle, y en palabras simples, el tema de la mayordomía cristiana en nuestra sociedad capitalista, de tantas desigualdades sociales. Igualmente, algunas personas confunden su iglesia local con el papel del templo del Antiguo Testamento. Creen en construir un edificio millonario para que Dios se sienta digno de visitarles, buscan recoger diezmos, ofrendas, pactos, y sacrificios para fortalecer y enriquecer a una casta religiosa que ha desvirtuado el significado del ministerio quíntuple.

Nuestras iglesias están siendo tentadas con un «iglecrecimiento» basado en el mercadeo, un estilo de liderazgo monolítico y opresivo, una ideología mercantilista donde a Dios se le presenta como una maquina tragamonedas, y que se orienta a la construcción de templos o centros de convenciones para albergar a Dios. Todo esto sucede en contextos de gran pobreza y desigualdad social, mientras a la clase media evangélica le da comezón de oídos por cualquier enseñanza que les permita mantener su estilo de vida materialista. ¿Qué hacer? Nuestras iglesias necesitan presentar a un Cristo que salva y transforma todas las áreas de la vida, ver iglesias creciendo integralmente, reflejando el carácter de Cristo que demuestra como nos amamos los unos a los otros, experimentando un liderazgo de servicio sacrificial, entendiendo a un Dios de gracia y perdón que quiere transformar vidas, y participando de comunidades que orientan sus recursos no a edificios y salarios sino al servicio del Reino. Este reto requiere de una teología integral de las posesiones materiales, una teología de la iglesia como nuevo templo, y una comunidad cristiana basada en el sacerdocio universal de todos los creyentes. En otras palabras, necesitamos revisar nuestra teología de la mayordomía cristiana (i. e, el cómo manejamos nuestras posesiones materiales), y este libro pretende atender a estas inquietudes.

Parte I

En cuanto a las riquezas en las Escrituras

Traed todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en mi casa; y ponedme ahora a prueba en esto —dice el Señor de los ejércitos— si no os abriré las ventanas del cielo, y derramaré para vosotros bendición hasta que sobreabunde. (Malaquías 3:10, lba, La Biblia de las Américas.)

Tomar pasajes bíblicos al azar y hacer interpretaciones privadas de estos se presta para muchos abusos. Las Escrituras deben leerse y estudiarse en comunidad, pues el Espíritu Santo es quien empodera y edifica a la Iglesia con multitud de dones. Es cierto que el pastor, o la pastora, pueda tener mayor sabiduría y disponga de herramientas interpretativas para enseñar las Escrituras. Sin embargo, ¿qué hacemos con una enseñanza si esta no se pone en práctica por parte de la Iglesia? Toda interpretación bíblica debe no solo presentarse en el pizarrón, sino también en el corazón de cada creyente para enfrentar el mundo en el poder de Cristo. Por ello es que decimos que las interpretaciones son públicas, pues las lecturas, enseñanzas, y aplicaciones bíblicas deben hacerse en el contexto del Cuerpo de Cristo, donde el sacerdocio de todos los creyentes se empodera para servir a Dios.

Una buena interpretación bíblica debe tomar la Biblia de pasta a pasta, de principio a fin. Es decir, debemos empezar desde la creación (Génesis), y terminar con la nueva creación al final de los tiempos (Apocalipsis). Por tanto, si deseamos interpretar Malaquías 3:18 para enseñar sobre el diezmo, debemos considerar las enseñanzas en cuanto a la mayordomía y las posesiones materiales, en el contexto histórico del templo en una época cercana al exilio, y el enojo de Dios por aquellos que no diezman como ejemplo del haber roto el pacto, y a su vez causan injusticia. Esos temas de la mayordomía cristiana debemos estudiarlos desde Génesis hasta el Apocalipsis comprendiendo cómo se desarrollan a través de las Escrituras. ¡Esto busca el comienzo de esta primera sección!

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CAPÍTULO 1

La economía en Israel

Con unas pocas excepciones podríamos decir que eran los hombres ricos quienes controlaban las propiedades agrícolas, fuente primaria de producción de riqueza en los tiempos bíblicos. Esto era así, pues las mujeres judías no podían poseer ni heredar propiedades. El lugar de trabajo de la mujer era el hogar, para cuidar de los niños y niñas, velar por los bienes de la casa, y servir a sus esposos. Y el trabajo del hombre estaba en el mundo para proveer el hogar. El hecho de que estas perspectivas de género se encuentren en las Escrituras, y tengan alguna resonancia social con el mundo actual nuestro, no significa que responda a un plan eterno de Dios para la humanidad. Así eran las cosas en aquel entonces, y lastimosamente, con algunas excepciones contextuales, todavía podrían ser así hoy en día en el área del poder económico y político.

La economía de base en el mundo antiguo era la agricultura. Esa economía no era controlada por bolsas de valores, ni tasas de interés, ni inversiones bancarias. Lo que sí controlaba la economía del primer siglo era el clima. Plagas, mucha lluvia, poca lluvia, inundaciones, tormentas, eran situaciones que afectaban a la producción de riqueza. Hambrunas, y la escasez de ciertos productos, era algo que afectaba a la vida diaria de las personas. ¡Aun más: imaginémonos un mundo sin refrigeración, sin fertilizantes, y sin supermercados! En aquel entonces dar gracias por el pan de cada día, era una práctica espiritual diaria de profundo significado.

En los meses de verano de la Tierra Santa, entre los meses de mayo y septiembre, la sequía era cosa severa. En aquella época antigua en el sur de Israel las lluvias eran de unos cincuenta milímetros, y en el norte de Galilea de unos ochocientos milímetros.1 Por tal escasez de humedad, la tierra de Israel era la tierra del trigo, la cebada, vinos, higos, granadillas, miel, y olivos (Deuteronomio 8:8, Nehemías 5:11, Oseas 9:2-4, Proverbios 9:5). Estos son productos que resisten las sequías, y crecen rápidamente durante la época de lluvias.

Era cierto que las ovejas y las cabras proveían de algún aporte a la dieta alimenticia del primer siglo. En general, en aquellas épocas a la gente común se le podría considerar vegetariana. «Se necesita tener en mente que para la mayoría de las personas de aquella época no era algo muy común matar animales para el sacrificio».2 Mantener animales sanos, y gordos no se hacía simplemente con el propósito de matarlos, sino de sacarles provecho para el trabajo, y de que se reprodujeran (como en el caso de los animales de carga y arado). Los sacrificios religiosos eran, verdaderamente, sacrificios económicos muy fuertes para cualquier familia.

Era común para la mayoría de las familias confeccionar su propia ropa y calzado, y fabricar sus herramientas. Para adquirir ciertos productos que alguien no podía producir, era común el intercambio o trueque. El dinero no era la base de la economía antigua. Aunque sí era producido o acuñado por las elites políticas y religiosas. El dinero funcionaba como herramienta para facilitar el cobro de impuestos. Y después de pagar los impuestos, a las familias les quedaba muy poco para sobrevivir.

Otro factor que afectaba a la economía del mundo antiguo era la del honorvergüenza. Este era un valor más romano que bíblico. Por un lado, a la pobreza no se la veía como una desgracia, sino como algo vergonzoso, una maldición de Dios. ¡Esto se corresponde con algunos grupos religiosos de hoy que promueven la prosperidad! Por otro lado, a la riqueza se la consideraba como algo honorable, y a los ricos como personas bendecidas por Dios.3 Esto contradecía las Escrituras, y las mismas enseñanzas de Cristo para proteger a la viuda y al huérfano (Éxodo 22:22; Isaías 1:17).

Una variable más, y muy importante, era el control de los imperios de la época. Por ejemplo, el Imperio romano tenía una economía global (i. e., según se entendía el mundo en aquel entonces). Jesús nace en una época donde el Imperio romano tenía control de todo el Mediterráneo. Así, el control político de la economía era necesario para asegurarse la reducción de fricciones sociales (i. e., como en el caso de los revolucionarios judíos, los zelotes en el Nuevo Testamento). Los dueños de las tierras eran terratenientes ausentes de sus campos, pues vivían en ciudades. Por eso los encargados de las tierras eran los capataces. No es por accidente que capataces, recaudadores de impuestos y esclavos fueran actores importantes en los Evangelios (Lucas 12:42; 16:1-8; Marcos 13:34, 35). Aquellos, como los artesanos, que no trabajaban en el campo, tenían posibilidades de ganar más dinero en la construcción (como pudo ser para Jesús). La expansión del Imperio incluía la urbanización, y con ello el auge de la construcción. Por otro lado, los pescadores, los negociantes, herreros, productores de incienso, los pastores, eran otras tareas que diversificaban la economía.

En cuanto a impuestos, había una diferencia entre los impuestos religiosos, los estatales, y los provinciales. En los religiosos se incluían los impuestos del templo, así como las primicias y los diezmos. En los impuestos estatales se incluían el impuesto por habitante, que se contaba según algún censo (Lucas 2), y el impuesto a la tierra. Otros tipos de impuestos eran los de ventas, de importación y exportación, y de paso que se cobraban en las fronteras. Existían también impuestos como la angaria que era el poner a una persona a hacer un trabajo involuntario (Mateo 5:41).

Los que cobraban esa variedad de impuestos eran los recaudadores de impuestos (Lucas 19). En el Nuevo Testamento estos no eran queridos y eran considerados traidores por explotar a su gente para enriquecer a Roma. Incluso el cobrador de impuestos debía pagarse a sí mismo, a sus colaboradores, y enviar los cobros a sus supervisores. Los impuestos del templo se recaudaban en otras ciudades fuera de Jerusalén, y personas respetables los llevaban luego al templo. Es en este contexto donde se escriben los Evangelios, y en ellos se trata el tema de las posesiones materiales y el dinero.

Aquellos elementos del año del jubileo —el cuidar por los más vulnerables, la prohibición de cobrar interés, y creer que la creación le pertenece a Dios estaban presentes. Sin embargo, no se ponían en práctica, pues la estructura de explotación imperial no lo permitía. «Jesús siempre relacionó asuntos de dinero con los asuntos de Dios».4 Pues Jesús, en su primer sermón, anuncia la llegada del año del jubileo (Lucas 4).

Después de que diferentes comunidades primitivas mantuvieran las enseñanzas de Cristo de manera oral, algunas decidieron ponerlas por escrito para compartirlas con otras comunidades. Es cierto que hubo alguien que las escribió. Sin embargo, solamente Lucas se identifica a sí mismo como escritor de los Evangelios. Los demás Evangelios, Mateo, Marcos, o Juan, no hay seguridad de quién los escribió. ¡Eso no significa que la autenticidad de los Evangelios esté en tela de juicio! Todo lo contrario, el autor o los autores de cada Evangelio representaban las historias sagradas de comunidades cristianas; y últimamente el inspirador de las Escrituras es el Espíritu Santo. Estos Evangelios son un tipo de literatura muy particular. No se trata de biografías, ni de tratados teológicos, sino de narrativas, historias con enseñanzas profundas.

Ahora bien, debemos considerar, además, que estos Evangelios fueron escritos después de la destrucción del templo de Jerusalén. La destrucción del templo fue sangrienta, y marcó un punto de partida para que el cristianismo empezara a separarse del judaísmo y se expandiera aún más en el mundo grecorromano. Por tanto, los Evangelios fueron escritos entre el año 70 y el 100 después de Cristo. Es decir, pasarían 50 años después del ministerio de Cristo antes de que sus enseñanzas se escribieran (pues eran historia oral). Antes de los Evangelios, la Carta a los hebreos, primera y segunda de Pedro, Judas, y Santiago fueron puestas por escrito. En pocas palabras, cronológicamente hablando, los Evangelios son escritos tardíos en la colección del Nuevo Testamento.

Al leer el Nuevo Testamento debemos recordarnos que sin comprender su conexión con el Antiguo Testamento podemos llegar a conclusiones muy equivocadas. Es decir, existe una continuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, como también existe una discontinuidad. Algunas veces nos enfocamos hacia la discontinuidad, dejando de lado su continuidad. Eso lo veremos con detalle más tarde. Otro elemento que es importante recordar, es el problema del anacronismo. Debemos ser cuidadosos de no proyectar ideas modernas en los mundos antiguos a los que se refiere la Escritura. Empecemos con Génesis para comprender cómo se desarrolla la teología bíblica en cuanto a los temas que nos competen.

1 Witherington, 2010, 45.

2 Witherington, 2010, 45.

3 Witherington, 2010, 47.

4 Witherington, 2010, 48.

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CAPÍTULO 2

La mayordomía en el Antiguo Testamento

Permítanme en esta parte empezar por dividir los libros de la Ley o del Pentateuco en varias secciones para un mejor desarrollo del tema. La división será en secciones que abarcaran varios capítulos o aun libros, y estas secciones se dividirán a su vez en segmentos. Para empezar, la primera sección dentro del Pentateuco (los primeros cinco libros de la Biblia cristiana) podríamos ubicarla desde el periodo de la creación (Génesis capítulo 1) hasta la recepción de la Ley de Moisés en Éxodo, capítulo 19. Esta sección la podemos dividir en varios segmentos más específicos. El primer segmento abarca los capítulos de Génesis 1 al 11, que nos presentan la historia de la creación y la caída de la humanidad en enemistad con Dios (i. e., el pecado). El segundo segmento, los capítulos 12 al 50 de Génesis, nos describe las historias de los patriarcas, la selección del pueblo de Dios, y la promesa de la Tierra Prometida. A través de estas personas, toda bendición espiritual y material fluiría por todo el mundo (Génesis 12:3).

En Éxodo, ya entramos en otro segmento, que involucra la libertad del pueblo de Dios, después de una época de esclavitud de unos 400 años en Egipto, bajo el liderazgo de Moisés. En Éxodo 19, los israelitas llegan al monte Sinaí y allí Dios les revela su ley para inaugurar el pacto, pacto que permanecería en vigencia hasta la llegada del Mesías. El penúltimo segmento será cuando el pueblo de Israel llega a la Tierra Prometida. Aquí incluiremos a Josué, los jueces, y la monarquía. Finalmente las últimas secciones serán los libros de sabiduría, y los libros proféticos. Estas últimas secciones y segmentos constantemente apelarán a una teología de la creación en Génesis, y a los aspectos de justicia del pacto entre Dios y su pueblo, basados en el Pentateuco. Por tanto, es necesario prestar cuidadosa atención a esos primeros cinco libros de nuestras Escrituras.