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Editado por Harlequin Ibérica.

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28001 Madrid

 

© 2000 Sheree Henry-Whitefeather

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Casi un sueño, n.º 937 - mayo 2020

Título original: Skyler Hawk: Lone Brave

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-122-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

¿Un joven agradable y tranquilo?

Alto, moreno y atractivo habría sido una forma mejor de describirlo, pensó Windy Hall cuando vio al desconocido que tenía en la puerta. Edith Burke, su anciana casera lo había descrito como al principio, así que, bajo su recomendación, Windy había accedido a compartir su casa alquilada de dos habitaciones con él, por lo menos temporalmente.

Tal vez se hubiera confundido y ese hombre no era su nuevo compañero de piso. Tal vez estuviera vendiendo algo o haciendo una colecta para una obra de caridad. Sí, eso debía ser, para Macizos de América.

–¿No será usted por casualidad Skyler Reed, verdad?

–Sí, señora –dijo él sonriendo y, para colmo, se le produjeron un par de hoyuelos en las mejillas–. Pero vale con Sky.

Muy bien, no se había equivocado, así que le extendió la mano.

–Encantada de conocerte, yo soy Windy.

–Hola, Windy –dijo él con voz de barítono–. El placer es mío.

Unas gafas de sol y el cabello largo hasta mitad de la espalda le daban un aspecto de renegado que no pegaban nada con esos hoyuelos. Llevaba una camiseta y vaqueros que destacaban su musculoso cuerpo. Su piel cobriza y facciones angulosas mostraban su herencia de nativo americano, pero su altura y mandíbula cuadrada señalaban que también tenía algo de europeo.

Dado que Edith le había dicho que trabajaba con caballos, su acento del oeste y las sucias botas de vaquero no eran una sorpresa.

Windy retiró la mano y pensó que hasta ese contacto había chisporroteado de sexualidad.

¿Dónde se había metido?

Se dijo a sí misma que tenía que actuar con normalidad, que no tenía que dejar que su aspecto la afectase. Que lo que contaba en un hombre era su corazón.

–Pasa. Te enseñaré la casa y así podrás instalarte.

Sky se puso las gafas de sol sobre la cabeza.

–Gracias, pero no me voy a instalar oficialmente hasta esta noche. Estoy de camino al trabajo, pero he pensado que debía pasarme antes a conocerte.

Windy fue a responder, pero se quedó sin palabras cuando vio sus ojos.

Era azules, claros y vibrantes. Destacaban mucho contra su piel cobriza y cabello negro. Esa exótica combinación hizo que le temblaran las rodillas. Pero entonces pensó que debían ser lentillas coloreadas. Por mucha genética mezclada que hubiera, nadie tenía un cabello tan negro y unos ojos tan azules.

–Edith me dijo que tenías una llave de sobra.

–Ah, por supuesto –reaccionó ella–. Te la traeré.

Sky la siguió al salón y echó un vistazo a su alrededor.

–Todavía está un poco desordenado –le dijo ella–. Es que entraron en casa y lo rompieron todo.

Esa horrible experiencia la había dejado sintiéndose violada y temerosa.

–Mi última compañera de piso se fue una semana antes de que sucediera. No nos llevábamos muy bien porque dejó sin pagar su parte del alquiler durante dos meses, pero la policía dijo que ella no tenía nada que ver con lo que pasó. No ha sido un incidente aislado, ya que han entrado en algunas otras casas del vecindario.

Todas ellas habitadas por chicas jóvenes y solas.

–Sí, Edith me lo ha contado. No volverán. No conmigo aquí.

Era por eso por lo que ella había accedido a aceptar a un hombre, y además uno en quien su casera confiaba. ¿Y por qué era eso? Por lo que le había dicho Edith, Sky le había salvado la vida al empujarla para que un conductor borracho no la atropellara. Eso lo hacía especial también a los ojos de Windy. Aunque él sólo se iba a quedar tres meses, esperaba que cuando se fuera los vándalos se hubieran olvidado de ella.

–Por lo menos no me rompieron los muebles.

–Dado que viajo mucho, no tengo muchas cosas para contribuir con ellas –dijo él–. Pero tengo una televisión y un aparato de música. Supongo que eso será de alguna ayuda.

Windy aceptó su oferta sonriendo de todo corazón.

–Servirá de mucho. Tengo que reemplazar muchas cosas. Todavía ni he reorganizado los platos.

Los vándalos habían dejado el suelo de la cocina lleno de cristales rotos, además de los trozos de porcelana de su madre, que había muerto hacía dos años. Por suerte, Edith la había ayudado mucho a superar ese horrible día.

–Te agradezco de verdad que me hayas dejado quedarme aquí –dijo Sky–. Edith me dijo que eras un encanto. Y también bonita.

Windy contuvo la risa. No le importó el halago porque se consideraba atractiva.

–Edith también me ha dicho a mí algunas cosas agradables de ti. No he podido dejar de darme cuenta de tus ojos. ¿Son lentillas coloreadas?

Él se rió y Windy pensó que no debía ser la primera en preguntárselo.

–No, querida, son míos. Yo no haría esto a propósito.

¿Hacer qué? ¿Hacerse más atractivo a propósito? Las rodillas empezaron a fallarle de nuevo.

–Cielos, son preciosos.

–Gracias.

A pesar de que él se encogió de hombros, ella se percató de que, de alguna manera, le daba vergüenza.

–Las llaves están en la cocina –le dijo invitándolo a seguirla.

Estaban en la estantería superior y, cuando ella las fue a tomar, se le cayeron al suelo.

Los dos se inclinaron a la vez para recogerlas y chocaron. Windy perdió el equilibrio, pero Sky la agarró en sus brazos.

–¿Estás bien? –le preguntó él sonriendo.

–Sí –respondió ella agitadamente.

Cielo santo, ¿qué le estaba pasando?

Sky se agachó de nuevo para recoger la llave mientras ella pensaba que no había sido nada, sólo un abrazo accidental. Y no iba a volver a suceder.

–¿Dónde trabajas? –le preguntó cuando él se levantó.

–En el Rodeo Knights.

–¿Es ahí donde hacen actuaciones del salvaje Oeste? ¿Y qué haces tú?

–Ya sabes. Monto a caballo, hago algunos trucos…

–Vaya. Edith sólo me dijo que trabajabas con caballos, pero no especificó en qué.

–Llevo siendo jinete de rodeo toda mi vida. El tipo que lleva el espectáculo es un viejo amigo. Un viejo jefe, realmente. Solíamos actuar en el circuito de rodeo hasta que él abrió este negocio.

–¿Cómo es que tu trabajo no es permanentemente? Edith me dijo que sólo estarías aquí hasta septiembre.

–No me quiero quedar. Quiero decir, demonios, ¿California? Sólo puedo soportarlo tres meses. Lo que no entiendo es por qué Charlie eligió Los Ángeles para establecerse.

Ella pensó que ese Charlie era su jefe.

–Burbank es el lugar perfecto para un teatro del Oeste. Tengo entendido que le va muy bien.

–Sí, Charlie cree que me va a convencer para que me quede más tiempo, pero eso nunca sucede.

Windy decidió no darse por ofendida, a pesar de que California era su estado natal.

–Yo me crié aquí. Edith fue mi profesora en el colegio. A veces me parece raro no seguir llamándola todavía señorita Burke.

Sky sonrió.

–Sí, me dijo que eras una de sus alumnas. También me dijo que ahora eres profesora.

–De preescolar.

La sonrisa de él se esfumó.

–¿Trabajas con niños pequeños?

¿A qué venía esa mirada de disgusto? ¿Es que le preocupaba que se fuera a llevar trabajo a casa?

–¿No te gustan los niños?

–No conozco a ninguno. Charlie tiene una hija, pero es mayor.

–¿Qué edad tiene?

–Doce.

–A mí me gustan los niños de todas las edades, pero dar clases de preescolar no es el sueño de mi vida. Soy licenciada en psicología y algún día pretendo dedicarme a ejercerla con familias disfuncionales.

–Me parece perfecto que sigas tu sueño, pero esta conversación se está poniendo demasiado profunda para mí. Soy soltero, así que ¿qué voy a saber yo de familias de ésas?

A juzgar por su sonrisa forzada, Windy pensó que mucho. La analista que había en ella despertó inmediatamente. Retrocedió un paso y estudió sus rasgos, atendiendo a su lenguaje corporal.

Tal vez ese hombre estuviera huyendo de su pasado. Huyendo con miedo de mirar atrás. De repente, su súbita alianza con su anciana casera la extrañó. ¿Cómo habían llegado a hacerse amigos esos dos? ¿Y por qué estaban juntos cuando casi la atropellaron a ella?

–¿Cómo conociste a Edith? –le preguntó.

–¿No te ha contado lo del accidente?

–¿Quieres decir que fue así como os conocisteis? ¿Es que erais desconocidos en la misma esquina? Yo pensé que ya erais amigos.

–¿De verdad? –dijo él metiéndose la llave en el bolsillo–. Y yo que había pensado que Edith te había contado…

Entonces tragó saliva y apartó la mirada.

–Ese coche me dio a mí –añadió.

–¡Cielos! ¿Y te hirió?

–Sí… Yo… La verdad es que preferiría que hablaras de esto con Edith. Además, debería echarle un vistazo a mi habitación y marcharme. Charlie me está esperando.

Windy no supo qué responder ni cómo sentirse, así que sonrió. Al parecer a él no le gustaba nada hablar del accidente.

–Tu habitación es la segunda puerta a la derecha –le dijo y pensó que iba a tener que llamar a Edith para preguntarle algunas cosas.

 

 

Sky decidió no volver a casa después del trabajo, por lo menos no directamente. Pero desafortunadamente, el bar abarrotado que eligió no le sirvió para nada. No podía dejar de pensar en su nueva compañera de piso.

Metió la mano en el bolsillo de la camisa donde tenía el paquete de tabaco. Lo había dejado hacía unos meses, pero seguía teniendo a mano un paquete. Sabía que tenía una personalidad que lo hacía querer lo que no podía tener, así que, con eso en mente, se había asegurado de que los placeres prohibidos no fueran una tentación demasiado fuerte. Y era por eso por lo que había accedido a irse a vivir con una mujer bonita. El sexo sin sentido estaba también fuera de los límites.

La atractiva camarera morena le preguntó si quería tomar algo más, pero él lo rechazó. Ni siquiera se había bebido la cerveza que había pedido antes. En otro tiempo habría respondido adecuadamente al sutil intento de ligue de la chica. Se la habría llevado a casa y habría tenido otro encuentro sexual. Soledad.

¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Estaba tratando de enfriar el calor que sentía por su nueva compañera de piso bebiendo? Después de diez minutos habían terminado abrazados, pero en vez de dejarla ir, la había acariciado y disfrutado de la sensación de su cuerpo contra el de él.

Vaya un héroe había resultado ser. Edith le había pedido que la protegiera de los vándalos, no que la sedujera en la cocina.

Al pensar en eso, no tuvo más remedio que pedirle otra cerveza a la camarera, que le quitó la que tenía delante y ya se había calentado.

¿Qué pensaría Windy si supiera la verdad? ¿Lo habría recibido igual de tranquilamente en su casa? Agitó la cabeza y frunció el ceño. Seguramente no. Edith le contaría lo del accidente, pero la anciana lo haría parecer una especie de moderno Sir Lancelot en vez de un vaquero con amnesia, un hombre que, ni siquiera estaba seguro de su propio apellido. Pero claro que Edith no conocía toda la historia. No sabía de cosas que él realmente recordaba.

La camarera volvió al cabo de cinco minutos y le dejó la cerveza en la mesa y le cobró.

–No te he visto antes por aquí –le dijo la chica, sonriendo.

–Sí. Me he venido a vivir con una chica –dijo él.

–¿Es ésa la razón del ceño fruncido?

–Sí –respondió él riendo.

Al parecer, la chica no era de las que iban a por el hombre de otra, así que le aconsejó:

–Tal vez debieras irte a casa y disculparte..

–¿Y qué te hace pensar que le debo una disculpa?

–Que tienes cara de sentirte culpable.

Culpable. Demonios. Ninguna mujer lo había hecho sentirse culpable. No se quedaba con ellas el tiempo suficiente como para sentir nada.

–Lo que tú digas –dijo deseando que la chica lo dejara en paz.

Muy bien, tal vez se sintiera culpable, pero no era a Windy a quien le debía una disculpa. Era ese niño el que se merecía una explicación. El niño que abarrotaba sus confusos recuerdos. Su hijo.

 

 

Windy estaba tumbada en la cama cuando llamó a Edith. Era su tercer intento de hablar con ella y no le podía dejar un mensaje porque no tenía contestador.

–Hola, Edith. Soy Windy. Lamento llamarte tan tarde, pero no te he podido encontrar antes.

–Ah, hola, querida. Estaba en el albergue para pobres. Ya sabes que voy a ayudar todos los viernes.

–He conocido a Sky. Va a venir esta noche.

–¿No es un joven encantador?

–Eso parece. Pero no es como me lo había imaginado.

Edith se aclaró la garganta.

–Supongo que debería haberte advertido sobre su gramática. No lo dejo hablar mal cuando está conmigo y tú tampoco deberías permitírselo. Si eso te molesta, hablaré con él para que no lo haga.

Windy no estaba dispuesta a corregir a un hombre como Sky por su forma de hablar. Podía soportarlo perfectamente. Y una palabrota de vez en cuando no hace mal a nadie.

–Eso no será necesario. Se ha comportado como un perfecto caballero. Lo que pasa es que es distinto a como me lo había imaginado.

–No te dije lo guapo que es porque no quería que pensaras que estaba haciendo de celestina y ya sabes que no soy así. Sky sabe eso también. Pero no te tienes que preocupar por él. Es un hombre decente y nunca se aprovecharía de una chica.

No, a no ser que la chica quisiera que se aprovechara de ella, pensó Windy. Pudiera ser que Sky fuera decente, pero no parecía ser precisamente un Boy Scout. Ni tampoco un santo. Su sonrisa era casi diabólica.

–¿Por qué no me dijiste que ese coche lo golpeó? –le preguntó a Edith.

La anciana suspiró.

–Porque pensé que eso era cosa suya.

–¿Por qué? ¿Qué le pasó?

–Oh, cielos. Debería haber sabido que él no te lo contaría todo.

–¿Todo qué?

–Sky perdió la memoria con el golpe. No recuerda casi nada de sí mismo.

A Windy se le aceleró el corazón. ¿Amnesia? ¿Sky tenía amnesia?

No le extrañaba que le costara trabajo hablar de ese accidente.

–Debe recordar algo. Tengo la sensación de que no lo lleva muy bien con su pasado.

–Hay mucho más en su historia, pero es demasiado para hablarlo por teléfono. Te prometo que nos veremos esta semana y te contaré todo lo que sé.

–No creo que pueda esperar tanto –dijo Windy.

–Tú siempre has sido una impaciente. Unos pocos días de espera no te harán mal. Ese accidente sucedió hace casi dieciséis años. Ahora he de irme a la cama. Es tarde y mañana tengo muchas cosas que hacer.

–Muy bien. Te veré pronto.

–Adiós, querida.

Windy dejó a un lado el teléfono y entonces llamaron a la puerta de su dormitorio.

–Querida, soy Sky.

¿Querida? Eso sonaba muy íntimo.

–Un momento…

Saltó de la cama y se preguntó si no debía preguntarle lo que quería con la puerta cerrada. No, eso sería de mala educación. Así que decidió sonreír y comportarse amigablemente. Se dijo que debía de ser amigable platónicamente.

Abrió la puerta lo justo para sacar la cabeza y los hombros.

–Hola.

–Hola –respondió él sonriendo–. He visto que tenías la luz encendida. Espero no haberte molestado.

–No, estaba levantada.

El olor de él había cambiado. Olía a heno, a caballos y a… ¿cerveza?

Lo miró a los ojos y vio que no estaba borracho.

–Sólo quería hacerte saber que estoy metiendo mis cosas para que no te asustaras con el ruido.

–Muy bien, gracias.

Windy se dio cuenta de que llevaba la misma ropa, pero su cabello ya no iba suelto, sino sujeto por una cola de caballo.

–¿Cómo te ha ido el trabajo? –le preguntó.

–Muy bien. Ha sido mi primer día, pero ya conocía la rutina.

–¿Haces de vaquero o de indio en el espectáculo? –le preguntó ella.

–De los dos. En una parte soy indio y, en otra, un vaquero malo. En ésa me pegan un tiro y me caigo del caballo. Y luego, cerca del final, soy sólo yo. Montando y usando el lazo.

–¿Te gusta eso?

Sky se encogió de hombros.

–Los verdaderos actores son los caballos. Yo sólo me considero un tipo que los monta.

Windy se dio cuenta entonces de que había dejado que la puerta se abriera del todo mientras charlaban y estaba completamente a la vista. Una rubia despeinada con un camisón de franela con estampados infantiles y los pies descalzos. La cama estaba deshecha y sobre ella había una caja de comida rápida llena de sobras. Sonrió nerviosamente. Su habitación le había llamado la atención a él, ya que miraba a su alrededor como divertido. Al parecer no se había esperado un mosquitero y la pintura imitando huellas de leopardos y cebras.

–No entraron en mi habitación –dijo ella–. Supongo que no se atrevieron a tanto.

Gracias a Dios. No es que guardara cosas valiosas allí, pero era su santuario, con sus sujetadores y bragas, velas de olor y perfumes.

–Me gusta la decoración selvática. Siempre he pensado que las huellas de animales son sexys.

–Oh… vaya, gracias.

Windy miró de nuevo a la cama. Parecía sexy. Salvaje e incitadora. En vaya una cosa se había fijado él.

El silencio se hizo entre ellos y entonces, él dijo:

–Supongo que será mejor que meta mis cosas. El terrario no cabrá en mi habitación, así que voy a tener que dejarlo en el salón.

Un terrario, un acuario. Plantas, peces. No importaba. Tenía que escapar. Él estaba demasiado cerca, oliendo de una forma demasiado viril, siendo demasiado atractivo.

–Está bien. Buenas noches, Sky.

–Buenas noches, Bonita Windy.

Bonita Windy. Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Un minuto más y se habría derretido en un charco líquido y caliente.

Pensó que tenía que dejar de comportarse como una adolescente ansiosa y se dirigió a la cama con las piernas temblorosas. En lo más profundo de su ser sabía que las almas con problemas la fascinaban. Y ese alma con problemas tenía además unos hoyuelos y una sonrisa que formaban una combinación peligrosa para una mujer que pretendía dedicarse a remediar vidas.

Suspiró y se metió en la cama. Pero tardó mucho tiempo en dormirse.

 

 

A la mañana siguiente le dolía todo, sobre todo el cuello. Se estiró y gimió. Lo que necesitaba su dolorido cuerpo era una larga y lujuriosa ducha caliente. Después de tomar una toalla y su bata favorita, se dirigió al cuarto de baño y vio que la puerta de Sky seguía cerrada.

Una vez en la ducha se enjabonó la cabeza mientras se decía a sí misma que tenía que dejar de pensar en él. En su sonrisa…

Algo le rozó un pie. Miró hacia abajo y vio algo largo y gris.

¡Una serpiente!

Se quedó helada, rogando que fuera efecto de la falta de sueño. Pero cuando volvió a mirar, ese animal seguía allí. Una criatura grande y reptante.

Gritó y saltó, consiguiendo resbalar en la porcelana blanca. El miedo la hizo no caer, salió del baño sin dejar de gritar, tomó la bata y salió corriendo por la puerta.

Una vez en el pasillo fue a ponerse la bata y, horrorizada, vio que no era su bata, sino una toalla. Y eso sólo significaba que su bata estaba en alguna parte en el cuarto de baño.

Con una serpiente enorme.

Se estremeció y se enrolló en la toalla. ¿Y si ese bicho era una serpiente de cascabel o una pitón devoradora de hombres? Había oído cosas espantosas de ellas.

Olvidándose de la modestia, se agarró a la toalla y corrió hacia el dormitorio de Sky.