mattoni, silvio.

avenida de mayo. - 1a ed. - cosquín : editorial nudista, 2013.

e-book

isbn 978-987-1959-06-8

1. poesía argentina. I. título

CDD A861

ficha técnica:

fotografía de tapa - juan cruz sánchez delgado

logo - martina carcavallo / mambostudio

corrección - juan francisco uriarte buteler

en bs. as. - guillermo salvador marinaro

lectura Q - guillermo bawden

comunicación - gabriela carrión

prensa - carlos díaz / bitacoradevuelo

dirección de arte - juan cruz sánchez delgado

diseño y dirección editorial - martín maigua


contactos:

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K I K I 2 - cuqui (diario) 

Prólogo

La primera vez que me encontré con un poema de Silvio Mattoni fue en el año 2005, a los veintidós años. Participaba de un taller y cayó en mis manos una fotocopia de cinco centímetros por quince, con las letras medio borrosas, como si el pequeño papel hubiese pasado por muchas y desconocidas manos. Del poema sólo recuerdo el título: Tía de las niñas; y el primer verso: No sé qué hacer mi pensamiento es doble. El efecto fue inmediato y sumamente contagioso, como si me estornudaran en la cara. Nunca volví a leer ese poema, ni siquiera leí el libro, Hilos, en donde está incluido. Para el ejercicio escribí un poema tomando ese verso con el éxtasis de la influencia alrededor mío y con el sabor de haber encontrado algo distinto, único. Más tarde, ese mismo año, leí Excursiones y de ahí uno de mis versos preferidos: y el día se atesora. Dice: nada es eterno / pero hay tiempo y deseo todavía. El libro de ensayos El cuenco de plata llegó como regalo de cumpleaños de mi tía y así, de casualidad o deliberadamente buscados: El bizantino, Tres poemas dramáticos, El descuido, El presente, Koré; y algunas de sus traducciones: Bonnefoy, Marteau, Michaux, Marguerite Duras, etc. Una vez que terminé mi lectura de Avenida de Mayo apareció súbitamente esa mañana de invierno en la que leí ese primer verso y, si bien han pasado siete años, el asombro es el mismo: la sensación inmediata de la presencia de un estilo que, como tal, se encuentra más allá de lo reflexivo.

Leo a Mattoni como si sus poemas fueran pinturas animadas, repletas de voces que, de tan anacrónicas y ajenas, se vuelven íntimas y actuales; como si el nombre propio apareciera en ese yo que habla de aparentes banalidades, descuidos infantiles y pausas con recuerdos caprichosos. Y estos caprichos del descuido ¿no son acaso un modo de poder construir un relato propio por fuera de las experiencias que son ofrecidas como bienes de mercado, útiles? ¿Un sistema de autodefensa que posibilita la sorpresa y el asombro? Lo cotidiano le sirve a Mattoni para ir construyendo un sentido que por lo evidentemente banal se convierte en su reverso: una señal de la experiencia y también, de ese modo, la creación de una poesía del lazo que va anudando, cosiendo, las palabras a las cosas, aunque sea por un breve instante, sacándolas de su muda indiferencia.  

El ritmo mattoniano funciona como si la mano, a medida que se va deslizando por la página, se acostumbrara a ciertas estructuras y a ciertas voces logrando crear una relación única entre las palabras que solas se van ubicando en el lugar preciso. El encabalgamiento de los versos de Mattoni como un chorro sonoro que sorprende por la sensación de movimiento o de súbita detención; es que, a veces, esos cortes hacen que uno vuelva y encuentre algo, un destello que primeramente pasó desapercibido, y es ahí en donde este movimiento concatenado que tiene un ritmo difícil de aprender / hasta que lo tocamos, intenso, cambiante, / tan fuerte que se diría que pronto / sabremos para qué estamos viviendo permite crear una relación de intimidad tal que uno termina adaptándolo a su propia respiración como dice Arturo Carrera.  

En este libro aparece en acción el niño ya presente en El poema infinito del libro que habla del amor: La chica del volcánEl bizantinoAvenida de Mayo