978-84-16842-20-9.jpg

foca investigación

167

Diseño interior y cubierta: RAG

Imagen de cubierta: Max Beauvoir haciendo un amarre a una poseída, en un ritual vudú. Fotografía de Vicente Romero.

Revisión de texto y documentación: Mayte Pérez Báez

Contacto con el autor: vicente.romero.ramirez@gmail.com

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© Vicente Romero, 2019

© Ediciones Akal, S. A., 2019

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

 

www.akal.com

facebook.jpg
facebook.com/EdicionesAkal

twitter.jpg @AkalEditor

 

ISBN: 978-84-16842-50-6

 

Vicente Romero

TIERRA DE ZOMBIS

Vudú y miseria en Haití

Foca.jpg 

 

Haití fue el primer país americano en obtener su independencia y el primero que abolió la esclavitud. Tiene una historia fascinante (y sangrienta), además de un interesante patrimonio cultural y natural. Sin embargo, nada de esto suele llamar la atención de los medios de comunicación. Salvo cuando algún desastre natural asola su territorio o se produce algún suceso político trágico. O cuando sale a relucir el tema del vudú y, cómo no, el de los zombis.

Sin embargo, frente a la imagen de brujería, de prácticas de magia negra vinculadas a gentes analfabetas, ¿alguien se imagina que el máximo dirigente espiritual vudú pueda ser un licenciado por el City College de Nueva York y doctorado por La Sorbona, y que hable cuatro idiomas? ¿O que el vudú, un hecho religioso como cualquier otro, haya sido el principal elemento vertebrador de un país marcado por más de dos siglos de golpes de Estado y violencia extrema, con la complicidad del poderoso «vecino del Norte»? ¿O que los zombis sean un hecho científicamente probado, que sigue generando silencios y «olvidos» intencionados en el entorno haitiano?

Fruto del conocimiento sobre el terreno de un periodista que, lejos de conformarse con lo aparente, siempre ha tratado de ir al fondo de las cosas, esta crónica propone una reveladora visión de la terrible historia de Haití, de su sociedad, de sus prácticas religiosas y del fenómeno de los zombis. Si alguien tiene dudas de su existencia, sólo tiene que adentrarse en la lectura de este apasionante relato, tan alejado de la superficial espectacularización de Hollywood, tan conmovedor por acercarnos a la dura realidad de los que nada tienen y a lo que Alejo Carpentier llamó lo «real maravilloso».

 

Vicente Romero Ramírez (Madrid, 1947) es uno de los nombres más reconocidos en el periodismo español. Como enviado especial ha cubierto los principales conflictos internacionales, desde las guerras de Vietnam y Camboya hasta la actualidad de los refugiados de Siria o las cárceles secretas de la CIA y Guantánamo. Corresponsal volante, primero del diario Pueblo y después de TVE, ha informado desde un centenar de países. Autor de más de 350 reportajes en Informe Semanal y En Portada, además de crónicas para el Telediario, ha dirigido dos series de documentales y el programa Buscamundos, y publicado una docena de libros, entre ellos Habitaciones de soledad y miedo, aparecido en esta misma editorial. A lo largo de su larga carrera ha recibido numerosos galardones, como –entre otros– el Ondas Internacional, el Víctor de la Serna de la Asociación de Prensa de Madrid, los premios del Club Internacional de Prensa, del Festival de Nueva York, el Cirilo Rodríguez o el Bravo, así como el de la Asociación Pro Derechos Humanos de España, el de Unicef o la Medalla de Oro de Cruz Roja Española. 

 

 

A mis nietas,

Lorna Lucía y Dora Haydée Orrego,

y Lorna Romero,

con el deseo de que nunca teman ni desprecien lo desconocido.

 

Agradecimientos

A Miguel Romero, por su ayuda en todos los terrenos.

A Mayte Pérez Báez, por su trabajo y apoyo.

A Jesús Espino, editor y amigo, por su paciencia y buen hacer.

Advertencia previa

Aunque este libro trate de resumir la historia de Haití, siempre referenciada al vudú como seña de identidad popular, y de asomarse a los secretos más ocultos de esa ancestral práctica religiosa de origen africano, no es la obra de un historiador ni de un antropólogo. Ni mucho menos, el trabajo de un estudioso del ocultismo o el esoterismo. Ni siquiera una fábula sobre las sombras de la muerte o un relato de intriga. Se trata simplemente de la experiencia personal de un periodista, de uno de esos osados especialistas en nada pero expertos en contar cualquier cosa que suceda, que tuvo la suerte de vivir en Haití algunas situaciones increíbles y de conocer a varios personajes fantásticos. Y que se atrevió a investigar someramente y a reflexionar sobre el fenómeno de los zombis en una sociedad que tiene en el vudú la más fuerte de sus raíces.

 

Yo mismo temo a veces

que nada haya existido,

que mi memoria mienta,

que cada vez y siempre

–puesto que yo he cambiado–

cambie lo que he perdido.

Líber Falcó

 

El vudú es la memoria de los oprimidos.

Lewis A. Clormeus

 

INTRODUCCIÓN

Lo «real maravilloso» y la atroz realidad

En Haití, los hechos nunca son absolutamente ciertos. Tanto en su historia como en los relatos de su vida cotidiana se mezclan y suplantan constantemente los datos y las suposiciones, lo onírico y lo existente, lo ocurrido y lo imaginado, lo increíble y lo comprobado… Y se asumen creencias o fabulaciones como verdades que, difuminadas por la tradición oral, conforman un mundo mágico que Alejo Carpentier contó haber hallado «a cada paso» durante su visita a Haití y que denominó «lo real maravilloso»[1].

El vudú[2] es elemento fundamental de esa realidad haitiana, que, a fuer de maravillar, llega a parecer producto de la fantasía. Pero, mucho más allá de tópicos folclóricos sobre magia negra y de clichés supremacistas sobre supersticiones primitivas, el vudú se ha hecho presente a lo largo de la historia de Haití como protagonista –oculto pero decisivo– y constituye la principal seña de identidad nacional. Sus creencias y rituales, de origen ancestral africano, llegaron a la isla de La Española a bordo de los barcos negreros. Constituyeron el mayor elemento movilizador de la rebelión de los esclavos, aglutinaron después las luchas que alumbraron la independencia, y finalmente se convirtieron en base consuetudinaria de una sociedad invertebrada, condenada a la pobreza extrema. La huella del vudú en los acontecimientos históricos fascinó a Carpentier, fue la esencia de lo «real maravilloso» –literariamente maravilloso, por asombroso o sobrecogedor– que narró de Haití, y siguió siéndolo de todo lo allí ocurrido hasta hoy.

Como señala el antropólogo Brian Morris, al vudú, «por lo común, y bastante equivocadamente, se lo considera un culto extraño y exótico. Aún peor, al vudú se lo ha tenido por pueril y depravado, identificado con rituales estrambóticos y orgiásticos, la hechicería, los zombis y el canibalismo»[3]. Sin embargo, se trata de una religión de carácter monoteísta, que cree en la existencia del bondye[4], un Dios único y bondadoso pero que se mantiene alejado de los asuntos cotidianos, de los que se encargan los loas o espíritus, cuyo alto número resulta imposible determinar porque a veces se repiten sus nombres y se cruzan sus características. Una religión mayoritaria en Haití, que significa un importante factor de cohesión social. Y que establece unas normas morales básicas, cuyo respeto exigen sus sacerdotes e imponen una veintena de organizaciones sagradas semisecretas. Según una de las mayores, la denominada Bizango, los vuduistas deben observar siete principios básicos, cuyo incumplimiento merece ser castigado en nombre de la comunidad: respeto a Dios como árbitro supremo; servicio a los loas que representan y protegen a la comunidad; memoria y honor a los muertos y los ancestros; cuidado y ayuda a los ancianos; generosidad con las personas cercanas; apoyo a familiares y amigos que lo necesiten, y buena convivencia social[5].

Todo ello se refleja en unas leyes no escritas, transmitidas por tradición oral, que la comunidad vuduista mantiene como principios rectores de su vida y convivencia. Normas que la mayoría de la población asume como propias, frente a los criterios sociales impuestos por medio de una legislación heredada del dominio colonial francés que siempre resulta ajena por contravenir costumbres profundamente arraigadas. Y que deben de ser aplicadas por una Administración de Justicia cuyos mecanismos son insuficientes, cuando no inexistentes. Así, se dice que para la sociedad Bizango –posiblemente la más poderosa de las entidades sagradas– hay siete delitos básicos: avaricia, falta de respeto a los demás, denigrar a los correligionarios vuduistas, tener relaciones sexuales con la pareja de otro, difundir calumnias, atacar a otras familias de la comunidad y apropiarse de tierras ajenas. Sensu stricto, en esos pecados capitales cae la enriquecida clase dirigente haitiana, lo que explica la desconfianza que inspira en la población, ya que goza de una impunidad absoluta frente a la disciplina impuesta por los vuduistas entre quienes viven en la pobreza.

¿Existen los zombis? No es, aunque pueda parecerlo, una pregunta absurda. Y la respuesta que han dado cuantos científicos han estudiado el fenómeno es rotunda: sí. Son reales, aunque también formen parte de lo «real maravilloso». Su existencia me parece fuera de toda duda, a la luz de mis propias experiencias en Haití a lo largo de varias décadas. ¿Cómo podría negarla, ni siquiera dudarla, cuando he conocido –y filmado– a tres de estas criaturas, cuyos fallecimientos estaban documentalmente probados? Tres casos de zombificación
–dos de ellos estudiados por prestigiosos científicos– que fueron acreditados por el director del hospital psiquiátrico de la Universidad de Puerto Príncipe, y que contrasté con la máxima autoridad de la Iglesia vudú haitiana. Otra cosa es el debate sobre la verdadera naturaleza de los zombis.

Los llamados «muertos vivientes» son mucho más que una leyenda siniestra como la católica sobre la Santa Compaña. Pertenecen al lado más oscuro de una espiritualidad muy distinta a la nuestra, que desborda los límites de nuestra racionalidad y ha sido históricamente rechazada, perseguida y condenada al silencio. Primero, por el esclavismo y la opresión colonial europea y, más tarde, por el cristianismo como religión de las modernas clases dominantes haitianas. Durante muchas décadas, el vudú ha suplido –y en gran medida aún suple– a un Estado inexistente, embrionario o insuficiente, creando y manteniendo una estructura social de modelo primitivo africano. Sus sacerdotes y sacerdotisas (hunganes y mambós) no sólo ofician como tales, sino que llegan a paliar las enormes carencias en materias tan esenciales como medicina y justicia. Por eso la zombificación se entiende inicialmente como una teórica «pena máxima» para castigar a los autores de los delitos más graves, dictada y ejecutada sólo por los sacerdotes vuduistas con mayor poder y autoridad. Sin embargo, la creencia popular atribuye la mayoría de las zombificaciones a sacerdotes (bokores[6]) que ponen sus conocimientos al servicio del Mal, para su propio enriquecimiento.

 Aunque ya en 1880 el cronista británico Spencer St. John escribió sobre los muertos vivientes en Haití, la primera zombificación comprobada que tuvo gran repercusión fuera del país data de 1936, cuando una anciana llamada Felicia Felix Mentor, que había fallecido en 1907, apareció en el pueblo de Ennery deambulando semidesnuda[7]. Desde entonces han sido numerosos los casos de zombis reflejados en los medios de comunicación de todo el mundo, generalmente de manera sarcástica o sensacionalista. Pero cuando el fenómeno tomó mayor cuerpo fue a comienzos de los años ochenta del siglo pasado, fruto de los estudios del psicoanalista haitiano Lamarque Douyon y del interés de las empresas multinacionales en los productos químicos supuestamente empleados por hunganes, mambós o bokores.

Desde muchas décadas atrás, la sociedad y la Justicia haitianas asumieron plenamente la práctica de zombificaciones, como demuestra que el artículo 246 del Código Penal describa un delito perfectamente identificable con ellas, aunque sin mencionar su nombre: «También se denomina intención de matar por envenenamiento al uso de sustancias por las cuales una persona no es asesinada, sino reducida a un estado de letargo más o menos prolongado […] Si después del estado de letargo la persona es enterrada, entonces el intento será considerado asesinato»[8].

La miseria y el abandono de la inmensa mayoría de la población y la práctica reducción del Estado a una superestructura hueca, con la economía encadenada por intereses ajenos, evidencian que Haití necesita una transformación radical de sus estructuras. Algo que suele recibir el nombre de revolución. Pero ésa es una palabra prohibida, que resuena como un cañonazo en las altas instancias financieras. Surge entonces el vudú como última esperanza popular. Como único y oscuro recurso inmediato de justicia o de medicina, cuando no hay instituciones capaces de escuchar y responder a los sectores más bajos y olvidados de una sociedad cuyo destino parece trazado como una inevitable agonía entre las privaciones y los sufrimientos de una realidad atroz.

 

 

PRIMER VIAJE A HAITÍ. Septiembre de 1981

 

CAPÍTULO 1

Entre el terror político, la pobreza profunda y el misterio del vudú