20. El gran rescate: salvemos a Sacreidel
En Sacreidel, Yekren que en verdad era Zaledef, usaba el S-I-C-R-O-N, el libro que habían robado de la biblioteca de Huerbano para dárselo como regalo al rey Kotopla, diciéndole que con él podría convertir cualquier cosa en oro. El rey de Sacreidel agradeció a su supuesto hijo y, como era de esperar por su gran codicia, comenzó a leerlo inmediatamente. Pero el libro escondía un gran secreto y no tenía nada que ver con el oro, había sido diseñado en la ciudad de los asesinos para envenenar a objetivos de difícil alcance. Por ello, después de estar en contacto con el veneno que contenían las hojas del libro, el rey falleció y Zaledef fue coronado como el nuevo rey de Sacreidel.
Mientras tanto, desde el otro extremo del mundo venían Zatha y sus amigos. Después de dos días de viaje, Zatha despertó asustado. No tenía idea del lugar en el que se encontraba. Sila estaba junto a él.
―¡Por fin despiertas! ¡Me tenías tan preocupada!
―¿Qué pasó? ¿Dónde estamos? ¿Ganamos la guerra?
―Se podría decir que ganamos gracias a ti.
―¿Se podría decir?
―¿No recuerdas lo que pasó?
―No, la verdad es que no.
―No sé qué fue lo que hiciste, pero te uniste con la espada sanguinaria. Estabas fuera de control, mataste a Waliria y a gran parte de su ejército.
Al escucharla, Zatha recordó su conversación con la espada sanguinaria y tuvo algunas imágenes de lo que había pasado mientras se encontraba fuera de control.
―Tuve que asociarme con la espada sanguinaria ―dijo después de unos segundos―. Era nuestra única posibilidad. Además, gracias a eso pude despertar mi prajya oscuro.
―Espero que lo que hiciste no traiga algún tipo de consecuencia. Después de todo, esa energía pertenece al enemigo.
―Todo hombre tiene el bien y el mal dentro de sí, sobre todo yo. El secreto está en cómo se reutiliza esa energía.
―Entiendo. Espero que tengas razón.
―¿Y dónde estamos ahora? Supongo que vamos en el barco de Waliria.
―Sí, tuvimos la suerte de que el capitán del barco se quedó aquí, no fue a la guerra, así que le pedimos que nos llevara a Sacreidel. Prometimos que lo dejaríamos escapar con vida si lo hacía.
―¡Eso es bueno! La suerte está de nuestra parte. Llegaremos pronto y con todo el ejército que nos queda a Sacreidel.
―Hablando de Sacreidel, no he podido observar esas tierras con mi prajya.
―¿En serio?
―Sí, es como si hubieran puesto una barrera. O quizás, para protegerme, mi energía se niega a ver qué está pasando allá.
―Esperemos que no sea algo grave.
Luego de varios días a bordo del barco, Zatha y su equipo desembarcaron en una playa cercana a las orillas del mar que circundaba el castillo. Al llegar, notaron que nadie los estaba esperando, por esa razón, los soldados bajaron de la embarcación confiados y se dispusieron a caminar hacia el castillo.
Después de andar un poco, solo tenían que subir un monte y podrían ver por primera vez el reino de Sacreidel. Todo el contingente militar comenzó a subir por la pendiente con mucho cuidado de no caer, pues era un monte bastante empinado y peligroso, la tierra tenía mucha gravilla y por eso costaba mantenerse en pie.
Al mediodía, la cabeza de Zatha se asomaba por el monte y al fin podía ver el gran imperio que tenía por delante, pero no fue la gran ciudad de oro lo que le dejó sorprendido. Él y todo el grupo estaban impresionados con lo que estaban viendo, era difícil de creer; alrededor del castillo había muchas personas, eran los ciudadanos de Sacreidel que se encontraban atados de cabeza a un madero grueso incrustado en la tierra. Por lo que percibieron, estaban ahí desde hacía varios días, pero no se podían contabilizar los cuerpos con exactitud debido a que las ratas y los cuervos habían estado comiéndose los cadáveres.
Todo el grupo se encontraba asombrado por la crueldad del rey de Sacreidel.
―Es probable que no quede nadie bueno que merezca ser salvado en la ciudad ―comentó Kairos con tono solemne y resignado.
―¿Qué haremos? ―preguntó Sila.
―No podemos dejar que la muerte de estas personas quede impune. Acabaremos con ellos, no por venganza, lo haremos en honor a la justicia ―argumentó Zatha.
―La pregunta es, ¿cómo entraremos a la fortaleza? ―inquirió Galeos.
―Tengo una idea ―respondió Zatha, llevando sus manos a las caderas.
Por orden de Zatha, armaron un campamento cerca del castillo. Al día siguiente se levantó temprano y pidió que trajeran ante él todos los escudos que tenían. Luego, pusieron sobre ellos una hoja de cobre que posteriormente pulieron durante tres días. Cuando ya estaban listos los escudos, cada soldado apuntó hacia la espada que portaba Zatha y el rayo de luz que nacía desde la Espada de los Mil Soles se posó sobre una de las murallas del castillo. En unos minutos, el oro empezó a fundirse y se abrió un pequeño agujero que, con el paso del tiempo se expandió; ante ello, los soldados que estaban sobre las murallas tuvieron que descender y escapar. En Sacreidel los guardias estaban desconcertados con la táctica utilizada por el enemigo, el propio oro que protegía y otorgaba gloria al reino, estaba derritiéndose de forma peligrosa. Pronto los pilares de la ciudad comenzaron a fundirse y con ello las grandes estructuras cayeron chorreando lentamente hasta el piso. Los soldados empezaron a salir de la fortaleza y a sus espaldas los perseguía un mar dorado que amenazaba con bañarlos en oro hirviendo. Mientras tanto, Zatha y sus soldados esperaban afuera con sus espadas dispuestas a traspasar los cuerpos de los hombres que con tanta maldad habían permitido que el rey asesinara a personas inocentes. De esta forma, uno a uno, fueron cayendo hasta que no quedó casi nadie o al menos eso creían, porque en el centro del imperio de oro se escuchó a Zaledef. Venía caminando con pasos fuertes como los de un elefante y sacudiéndose la capa de oro ardiente que cubría su cuerpo. Luego, dijo:
―¡Zathaaaa! ¡Vienes a perturbarme a este reino que construí con tanto sacrificio!
―¡Tú, miserable! ¿Cómo has sido capaz de acabar con toda la gente de Sacreidel?
―Esas personas eran tan ambiciosas como yo, únicamente se movían por el dinero, igual que el resto de los seres humanos. Todos quieren poseer y poseer para llenar ese vacío que tienen en el alma y que implora ser colmado.
―¡Nosotros no somos así! ―gritó Sila.
―A mí no me engañan, en el fondo, si ganan no tendrán nada que hacer. Y a ti, Zatha, el mundo ya no te necesitará y tu alma, en algún momento, se llenará de oscuridad cuando te ciegue el poder.
―Eso no pasará, elegí llenar ese espacio con bondad ―respondió Zatha desenvainando sus dos espadas.
―Si sigues así y arriesgas tu vida para salvar a otros, terminarás perdiéndote a ti mismo. Ese será tu castigo.
―Tienes una imagen distorsionada del mundo. Por lo que veo no eres como los otros, en el fondo, solo quieres llenar un vacío. No te sientes parte de nada y por eso te encuentras solo, piensas en el mundo de una forma egoísta y eso te ha llevado a la avaricia. ¿Por qué no te arrepientes y comienzas una nueva vida siendo mi aliado?
―¡Nunca! Además, mi soledad tiene que ver con otras cosas. Elegí vivir sin ningún tipo de moral, elegí ser libre. La libertad choca con los intereses de los demás, porque en algún momento se topa con los de los otros. Por eso prefiero que esos otros no existan.
―¡Entonces, prepárate para pelear! ―gritó Zatha, mientras corría hacia Zaledef con sus dos espadas.
Ambos ejércitos comenzaron a combatir, sus espadas chocaban tan fuerte contra el enemigo que el sonido metálico era lo único que se podía escuchar. En medio de la batalla, Zatha y Zaledef corrieron para enfrentarse. Una vez que estuvieron cerca, se encontraron también sus espadas. Zatha portaba las dos especiales, mientras que Zaledef tenía una enorme del tamaño de dos hombres. Hizo girar su arma a gran velocidad de forma horizontal y Zatha recibió los golpes con sus espadas en modo de defensa. De pronto, Zaledef atacó desplazando a Zatha y dejándolo sin protección, sacó entonces una daga de su cinturón y la lanzó a gran velocidad sobre el joven. Al ver la filosa cuchilla que iba directo a su corazón, Zatha giró su cuerpo para que impactara sobre su hombro. Rápidamente se quitó la daga y la lanzó a un soldado que venía a atacarlo. Ante este inesperado movimiento, Zaledef se retiró unos pasos y elevó sus manos al cielo, sus ojos se pusieron en blanco, el cielo se tornó gris y desde él bajaron nueve columnas de nubes oscuras hasta la tierra, estas se mantuvieron por un rato en el suelo y, cuando se retiraron, dejaron ver a nueve criaturas gigantes; tenían un cuerpo seboso, eran robustas y tan fuertes como una roca, poseían tres ojos, dos a cada lado de la cara y uno rojizo en medio de la frente. En lugar de cabello, tenían un cuerno gigante en la cabeza. Estos nueve demonios comenzaron a golpear con sus brazos gigantes al ejército de Zatha, dejando una cantidad importante de muertos en el campo de batalla.
Mientras tanto, Zatha y Zaledef continuaban enfrentándose con gran furia. Zaledef comenzó a crear lanzas fundiendo y endureciendo el oro esparcido en el piso y las lanzó contra el muchacho, este se vio en aprietos, apenas podía defenderse de la cantidad de ataques que estaba recibiendo. Alrededor de Zatha, los nueve gigantes mordían las cabezas de los soldados, los desmenuzaban y partían por la mitad, sus huesos sonaban como nueces trituradas con el pie. El capitán Kairos, Sila y Dalos, tomaron la decisión de enfrentar cada uno a dos de los gigantes, mientras tanto, los soldados que quedaban debían combatir con uno de ellos. Después de ese nuevo orden de ataque, al menos comenzaron a soportar las embestidas de aquellos horrendos titanes.
Zatha estaba en aprietos, dos lanzas venían hacia él. Escapó de una, pero la otra se clavó directamente en su pecho. Sila se dio cuenta y fue a apoyarlo protegiéndolo con un campo de fuerza. El joven comenzó a convulsionar, Sila creyó que estaba muriendo y arrancó a llorar, pero de pronto, la piel de Zatha comenzó a oscurecerse y sus venas a sobresalir de la dermis, ¡la lanza había desbloqueado la energía prajya oscura de Zatha al estimular uno de los puntos donde se encontraba bloqueado el poder! La herida comenzó a cerrarse y Zatha empuñó la espada negra, se puso de pie y corrió hacia su oponente. Había alcanzado una velocidad increíble, atacaba a Zaledef desde todos los ángulos y era tan poderoso que el rey tuvo que utilizar a los gigantes como sus guardaespaldas, pero Zatha daba saltos increíbles, tan altos que en un momento alcanzó la cabeza de uno de los gigantes y lo pateó con tanta potencia que dejó marcado su pie en plena frente del titán. Mientras Zatha iba cayendo, otro gigante intentó darle un golpe de puño en el aire, sin embargo, este se movió a la velocidad de la oscuridad, lo tomó del brazo y se lo quebró. Luego tomó la otra extremidad y lanzó al gigante contra el suelo estremeciendo la tierra alrededor. Así fue como, uno a uno, fueron cayendo los gigantes hasta que por fin no quedó ninguno.
Al verse completamente solo, Zaledef utilizó su último poder, se mordió un dedo y marcó una cruz con sangre en sus dos manos, de estas brotaron unos tentáculos gigantes y muy poderosos que se extendían velozmente. Los tentáculos comenzaron a perseguir a Zatha, caían al suelo y destrozaban la superficie, pero el joven utilizó su velocidad para posicionarse en frente de ellos, y cuando vinieron hacia él dio un salto, corrió sobre estos, los cortó con una de sus armas y continuó su camino en dirección a Zaledef. Cuando finalmente llegó a su rival, sacó la espada de la luz, pero en menos de un segundo Zaledef se hizo humo. Entonces, desde el cielo se escuchó la voz de Kahná:
―Has demostrado ser un gran rival, solo quedamos Yeveret, Zaledef y yo, Kahná, no puedo arriesgar todo lo que tengo en una sola jugada. Por ahora nos retiramos, pero mantente alerta, pues volveremos cuando menos lo esperes.
―¿Qué buscas con todo esto? ―vociferó Zatha hacia el cielo.
―Divertirme y tomar mis propias decisiones. Elegí qué hacer con ustedes porque soy superior, incluso elegí mi propio cuerpo, lo diseñé como yo quise. Decidí tener un cuerpo robusto y la piel amoratada, tres ojos y cuatro brazos ¿Cómo sabes que tú eres tú? Después de todo, tienes un cuerpo que te fue dado y pensamientos inducidos por otros. La verdad, joven e inexperto muchacho, es que no voy a entrar en debates contigo, no voy a cambiar.
Dicho aquello, Kahná desapareció junto con sus súbditos.
Cuando todo volvió a la calma, Zatha y Sila reinaron en Huerbano debido a que todos proclamaron a Zatha como heredero al trono. Se restableció la paz y las personas vivieron en armonía bajo la sabiduría y justicia de su nuevo líder. Hubo paz por cinco años… hasta que Kahná nuevamente dio señales de vida.