Copyright © 2018 Kris Buendia.

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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

1ra Edición, Abril 2018.

Título Original:

C DE CENICIENTA.

ISBN Digital: 978-84-17228-75-0

Diseño y Portada: EDICIONES K.

Fotografía: Shutterstock.

Maquetación y Corrección: EDICIONES K.

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Porque todas llevamos una cenicienta dentro… una soñadora en busca de un príncipe, no importa el color.

 

 

 

 

 

 

 

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KRIS BUENDIA

 

 

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Si pudiera imaginarme mi vida de una manera diferente, esto es lo que pensaría: Colores, mucha comida de colores, vestidos, viajes con el amor de mi vida. Recorrer el mundo de su mano y poder darle un buen regalo a mamá y a papá para el día de su cumpleaños.       También que Mona por fin dejara de fumar. Mona es mi mejor amiga, trabajamos para la misma empresa, pero no juntas y definitivamente haciendo diferentes cosas.

En cambio sí puedo describir mi vida actual, la real. Sería así: Yo limpiando los pisos más blancos que mis propios dientes, haciendo malabares con mi bandeja de café cuando me toca jugar al café en el Le Dome.

Y eso es todo.

No hay colores, excepto las manchas de maquillaje que dejan en los vestidores o en los baños, la comida, bueno, no me puedo quejar del todo si al menos tengo un sándwich normal que devorar a la hora del almuerzo, mi hermoso vestido o más bien el atuendo que llevo hoy, es el mismo que he llevado hace cinco años, un escurrido y de muy mal gusto overol color azul y mis converse verdes de rebaja de hace mil temporadas atrás.

Viajo quince o más minutos camino a casa y de regreso, y cuando tengo un mal día—que es casi dos veces por semana—camino hasta casa, lo que me lleva mi glorioso viaje de hora y media. Es relajante, te quita todo tipo de pensamientos, malos pensamientos para aquellas personas que arruinaron tu glorioso día de limpia suelos. Y cuando son días realmente malos, Mona se encarga de ahogar mis penas en donuts, pizza y coca cola con mucha azúcar camino a casa en su auto.

O junto a nuestros otros dos amigos, en algún bar.

Lo que me lleva a lo último y sí, menos importante. El amor de mi vida, casi me cuesta decirlo en voz alta. Y no es que mi falta de filtro o mi mejor amigo el sarcasmo no me deje. Es que no existe tal cosa. Porque si ahogo mis penas en comida chatarra y viendo alguna mala película con largos comerciales en mi TV, no podría tener alguno. Y la verdad, creo que nunca lo he tenido. No encajo con nadie, ni con la vida misma.

¿El amor por tu padre cuenta?

No, no cuenta.

—¿Has terminado ya, Cinder? —Pregunta el señor Clay, quien es el encargado de mantenimiento de la empresa donde trabajo.

—Sí, señor Clay. He terminado de limpiar el séptimo piso.

Es una locura que ahora me toque limpiar ahí, es el piso del enemigo, o más bien, del gran jefe. Se me había asignado limpiar pasillos de otros pisos, incluso los pisos de algunos baños, pero ahora he escalado. No podría estar más orgullosa ¿Quién dijo que no podíamos ser ascendidos en este trabajo también?

—Lamento mucho el cambio a última hora, pero estamos escasos de personal.

—No tiene que disculparse, señor Clay. Es mi trabajo.

Me mira como lo hace siempre, con un efecto de tranquilidad en sus ojos. El señor Clay es un hombre anciano, creo que se ha convertido en parte del inventario de la empresa, todos aquí le tienen mucho respeto y yo me siento agradecida, de que entienda mi posición aquí.

—Tú no tendrías que trabajar aquí. Conocí a tu padre cuando aún estaba vivo, fue muy bueno conmigo al nombrarme jefe del personal de mantenimiento y te recuerdo a ti corretear por los pasillos, jamás me imaginé que…

—Que terminaría limpiándolos, lo sé, señor Clay pero todo cuento de hadas tiene su final, y no siempre uno feliz.

Pone sus manos en mis hombros. Como si pudiera entenderme o evitara regañarme.

—Te equivocas, tu cuento de hadas ni siquiera ha empezado, Cinder.

—De acuerdo, mejor me voy ahora antes de que se ponga más incómodo de lo que es ya.

Se ríe y asiente.

Tomo mi mochila con mi overol dentro y entro al elevador del personal, pues mi día aquí ha terminado y quisiera creer que mañana será un día diferente, me lo digo todos los días, pero no es así, aunque hoy he conseguido limpiar otro piso más.

Hurra.

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—¡Estoy en casa! —grito colgando las llaves. Saludo al abuelo que duerme frente al televisor con un beso en su frente y el aroma que viene de la cocina me llama.

—Cinder, ¿Qué te he dicho de entrar a la cocina con esa mochila?

Mi madre me reprende. Pero es culpa de ella. Sé muy bien que está haciendo pastel y me pregunto por qué. Le doy un beso en la mejilla y dejo la mochila en el rincón de la cocina.

—Es tu culpa. Estás haciendo pastel y me he dejado llevar por el aroma. ¿A qué debemos la ocasión?

—¿Pues a qué más? —Estoy segura que fue una pregunta retórica—Es tu cumpleaños número veintiséis.

¡Mierda! Es mi cumpleaños. ¡Cómo no lo supe antes! Ya sé, es porque hace mucho tiempo dejó de importarme.

Mi madre nota la expresión en mi cara.

—Ni se te ocurra, Cinder Ella Mattis. Lo celebraremos, tus amigos y Mona vendrán. Dijo que tiene un lindo vestido para ti. A ver si divirtiéndote esta noche te olvidas un poco de ese horrendo trabajo con el que te castigas a diario.

—¿Qué clase de madre vende a su hija de esa manera? —Me burlo, pero no es gracioso para ella. Mi intención de hacerla reír no ha funcionado esta vez. Sé que mi madre odia que trabaje para la empresa en la que alguna vez trabajó mi padre. Con el que llegó a la cima y se olvidó de nosotras, casándose de nuevo con una bruja malvada y sus dos hijas. Ahora Graysson Publicity pertenece al señor G, hijo. Al frío y calculador hombre que odia a todo el mundo. Incluyéndome, limpio el suelo de su afamada empresa, pero él ni siquiera lo sabe.

Tampoco sabe que una vez lo salvé de ser atropellado cuando cruzaba la calle hacia su lujosa camioneta por tener algún tipo de discusión por su teléfono móvil.

El señor G. no sabe nada de eso, como tampoco que tengo algún tipo de fantasías con él.

Imaginarme que un hombre como él se fijase en una chica como yo.

Imaginarme un hombre como él follando a una mujer como yo.

Imaginarme a un hombre serio como él sonriéndole a una chica como yo.

Entre otras tonterías más.

—Cinder, hazme feliz con esto. Mereces divertirte. Ni siquiera me dices por qué sigues en ese trabajo y lo acepto, al menos dame esto, danos esto. De verte feliz.

—Soy feliz, mamá. Mi trabajo no tiene nada que ver. Sabes que la paga es muy buena y me aferro al recuerdo de mi padre. No fue tan malo como lo hicieron ver. Lo sabes.

 

Lo había olvidado por completo. No recuerdo cuándo fue la última vez que celebré mi cumpleaños, tampoco cuándo comí un pedazo de tarta de pastel. Pastel de queso mi favorito, pero pertenecía a un postre cualquiera, de esos que mamá hacía de vez en cuando para sorprender.

Mi madre había dejado de hacerlo hace algunos años, y cuando volvió a casarse, las tartas de sorpresa habían sido cambiadas por algún plato altamente meticuloso.

Amaba a mi madre y cualquier cambio en su vida, así eran cosas tan sencillas como preparar tarta, mientras ella estuviese feliz por mí estaba bien.

—Pensé que ya no los hacías.

—Es tu cumpleaños, te lo mereces. Además he encontrado la receta. Había olvidado cómo se hacía.

Total mentira. Sabía que en parte le recordaba a mi padre, y solamente mantuvo esa tradición por un tiempo luego que él se marchara con otra mujer. Me había obligado a vivir con él pensando en que tendría una vida mejor, y aunque mi madre me obligó a irme con él, muy en el fondo me costaba perdonarle por ello.

Cuando murió por causas naturales de la vejez y falta de cuidado a pesar de que tenía mucho dinero para tener una vida saludable, después del funeral, una maleta me esperaba fuera de la iglesia.

—Tu padre ha muerto—Dijo Esther con tono frío— Ya no tienes más familia, nunca hemos sido tu familia. Será mejor que regreses al lugar donde nunca debiste salir.

Apenas y la escuché, siguió murmurando un par de cosas más. Algo así como "Demacrada" y "Pobre" por supuesto que estaba demacrada. Mi padre había fallecido y no pude despedirme de él. Siempre fue bueno conmigo pero cometió el error de enamorarse de una mujer mala. Esther Bagott tenía cincuenta años, cuerpo cuadrado y lleno de cirugías, casi sin músculos, sonrisa vacua; claramente nunca trabajó en su vida y siempre tenía un novio o un marido con mucho dinero después de que el padre de sus hijas falleciera de un ataque al corazón.

Apenas y vivía con la pequeña herencia que le dejó. Lo suficiente para operarse

la nariz, las tetas y lucir más joven de lo que realmente era. Hasta que conoció a mi padre.

Un importante publicista, vendía sus ideas a las grandes empresas y con eso, había creado un pequeño imperio. Vivíamos bien cuando aún estaba con mamá. Pero fue cuestión de tiempo para que pusiera sus ojos en Esther y todo se viniera abajo, incluso su salud.

Esther era mala, muy mala al igual que sus hijas. Tenía yo diez años cuando me fui a vivir con ellos. Y a los veinte fue cuando mi padre murió y regresé con mamá. La malvada Esther ahora se había quedado con lo que alguna vez me pertenecía, pero al menos no me podía quitar algo.

Mis sueños.

Nadie sabe que tiene muchas deudas y le marcó desde su niñez la envidia que sentía al ver lo cariñosos que eran los padres de sus amigos. No puede evitar sentir una pasión desmedida por los perros. Malditos perros que siempre estaban por todo el lugar.

Mi madre me recibió con los brazos abiertos y estaba también su nuevo compañero, Pib. Pib trata a mi madre como una reina y ya sé por qué se enamoró de nuevo. Es un buen hombre y como un segundo padre para mí.

—Es tu cumpleaños número veintiséis. Te mereces una tarta de queso. A tu padre le gustaba y ya esos recuerdos no me lastiman. No tengo por qué pagarla contigo. No solamente a tu padre le gustaba la tarta, a ti también.

—Mamá—La abrazo cuando veo que quiere llorar. Y yo también, pero me contengo.

Subo a mi habitación a cambiarme de ropa y darme un baño primero. Me quedo viendo al espejo como siempre un poco más de lo normal y antes de desnudarme.

Mi piel es bastante blanca, como la porcelana no vieja. Mi cabello rubio está muy largo casi lo puedo sentir en mi culo. Y mis ojos, no voy a hablar de ellos, son tan azules zafiro como los de mi padre, y mis labios, nada que envidiarle a Angelina Jolie. Tengo una cintura delgada y estoy agradecida por ello, a pesar de que como como un viejo camionero. Además mi ropa es bastante casual y podría pasarme desapercibida si me rapara, daría lo mismo ya que por detrás soy bastante parecida a un chico. Nada de culo. Nada de curvas.

Casi una modelo con cara angelical según mis amigos.

 

Me voy a mi pequeño closet y no necesito rebuscar en su interior. Lo primero que saco son un par de vaqueros rasgados y una camisa a cuadros rojos y una blusa de centro blanca. Veo mis pobres converse azules a un lado.       Están casi nuevos y es porque los cuido como mi vida. Me costaron un ojo de la cara. Esos y los otros diez pares más en diferentes colores. Pero estos, estos azules tenían un brillo diferente. No como los otros.

No importa que Mona traiga un vestido, no es la primera vez que intenta vestirme como una chica normal. ¡No soy una chica normal!

A los veinte minutos bajo peinando mi largo cabello con mis dedos. La tarta está sobre la mesa y el abuelo ha despertado.

—¿Quién eres tú? —Pregunta. No tiene demencia ni Alzheimer. Es un juego que hemos inventado. Lo fulmino con la mirada y me hago la sorprendida, corro hacía él y busco sus costillas. Ríe a carcajadas.

—¡Ya sé, ya sé! ¡Eres mi pequeña ratoncita que come todo a su paso!

—¡Abuelo Gus!

—Ese soy yo.

Me siento en su regazo. La primera vez que me hizo esa broma me eché a llorar. Perder a alguien o que alguien no te recuerde es lo mismo. Perder. Desde ese entonces jugamos a Quién eres. Él es mi abuelo Gus y yo soy su ratoncita. La pequeña ratona blanca que come todo a su paso y que nadie la ve. Es lo que pasa en algunas madrugadas cuando no puedo conciliar el sueño. Se escuchan bolsas y ruidos en la cocina como un ratón estuviese buscando comida.

—Los chicos llegarán pronto. ¿Quieres ir? —Le pregunto por lo bajo.

Él se queda pensando por un segundo en mi propuesta.

—¿Habrá alcohol y mujeres? —Hace la pregunta serio.

—Me temo que no, abuelo.

—Entonces no. No vale la pena.

Pongo los ojos en blanco. Alcohol sí habrá y mujeres, seremos las mismas de siempre.

—Aburrido.

Pero sé que odia salir y más de noche. Cualquier cosa para escaparme de la salida de los chicos en plan cumpleaños. No estoy de ánimos esta noche.

—¡Hola familia! —Mona y los chicos.

Jimi trae un arreglo de rosas de colores y muchos dulces. Mis favoritos. Bien pensado para mi amigo casanova que no le regala ni los condones a sus conquistas.

—Pero qué fachas traes, Cinder—Se queja Gracie. Mi otra mejor amiga, a esta le llamamos la llorona. Se queja y llora por todo. Espero no haya terminado hoy con su novio, de nuevo.

Mona me fulmina con la mirada trae consigo una bolsa que cuelga de su hombro. Claramente un vestido. Vestido que no usaré esta noche.

—Ni siquiera me mires así. ¿Sabes lo que tuve que hacer para robármelo?

—No me digas ¿Alguien te tocó el culo?

Mi abuelo es el primero en reír y mi madre me reprende. Al escuchar a los chicos reír a carcajadas se le pasa. Pib es el último en llegar. Trae una pequeña caja envuelta en papel de regalo azul y un moño azul.

—Azul porque sé que odias el rosa.

—Gracias, Pib. No debiste molestarte.

—Anda ábrelo.

Todos antes de partir la tarta de queso, se sientan a mi alrededor de la pequeña sala. Coloco las flores en el suelo y saco un par de dulces que me los llevo a la boca.

—Ratona—dice mi abuelo.

—Yo diría más bien, termita—le sigue Mona.

Comienzo a romper poco a poco la envoltura del regalo de Pib. Es un poco pesado. Así que descarto que es otro vestido. Al momento de abrirlo se me ilumina la cara.

—De parte de tu madre y yo.

Mona, Gracie y Jimi se ven unos con otros y ponen los ojos en blanco.

—¡Una pulsera! ¡Me encanta!

Sabía que se podía hacer. Pero no tengo idea de cuánto pudo haber costado. Mi propia pulsera con un dije de zapato de tacón plateado. Lo que me recuerda a mi sueño.

—Gracias Pib. Gracias Mamá.

—Y yo que pensé que eran un par de aretes —Dice Gracie.—Ten, estos sí son tacones de tamaño real.

No había visto la caja que traía consigo. En efecto son un par de tacones. Hermosos pero no sé cuándo vaya a usarlos. Algo me dice que a Gracie le tocaron los tacones y a Mona el vestido. Las amo de verdad.

—Son un par de locas. Ahora sí a comer pastel para que ese vestido que has traído no me quede.

 

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Tres rondas de cerveza después, una lista de canciones por recordar, unas rodillas débiles que me matan del dolor y las tripas que están haciendo fiesta en mi estómago.

—Tengo hambre—Me quejo—Hemos llegado a uno de nuestros clubs favoritos, y donde venden cerveza barata con un par de cajas de pizza. Los chicos están bailando y pasándola bien, pero mi mejor amiga Mona no tiene buena cara.

—Te hubieses visto linda con el vestido.

—Lo sé, pero será para otra ocasión, te lo prometo. Quería sentirme yo, es mi cumpleaños.

Ella rebusca en mis palabras algo de consuelo y por la sonrisa que me da, creo que lo ha conseguido.

—Bien, solamente porque te la estás pasando bomba, no importa lo que uses, eres linda. Solamente que…

—Sé que no te gusta verme con mi overol sucio, por más que intento lavarlo todos los días con ese nuevo detergente que sale en televisión, no da brillo, no el que quiero.

—Cinder, intenta razonar. Eres una mujer talentosa. Te partiste el lomo conmigo en la universidad. Tú estudiando diseño y yo relaciones públicas, trabajar para Graysson Publicity era uno de nuestros sueños, trabajar en una empresa importante. Pero no limpiando suelos y yo siendo la asistente del gerente de imagen.

Creo que ha bebido demasiado. Siempre es el mismo tema. Aunque no lo diga se compadece de mí. De la vida que he llevado los últimos seis años. Desde que mi padre murió perdí mis sueños de ser alguien, y aunque sea una diseñadora empedernida en mi interior y en mi loco cuaderno de bocetos, sé que nunca podré salir de mi overol, gracias a mis hermanastras.

—¿Estás pensando en ellas? —Mona lee mi mente—Piensas en tus jodidas hermanas. ¡Qué digo! Paris , Uña y Mugre—Se echa a reír antes de continuar, siempre le causa gracia sus propios apodos—Uña y mugre no pueden tener tanto poder sobre ti, algún día me dirás qué es lo que realmente pasó, Cinder y no estoy tan borracha para no acordarme de esto. ¿Quién jodidos no se acordará de uña y mugre? Gracias a Dios no son mis jodidas jefas inmediatas, aunque a veces me cagan el trabajo y las ideas.

—Tus ideas siempre son geniales—La adulo.

—A veces tú me ayudas, tienes que darte crédito. No eres solamente la chica del overol medio sucio.

—Oh, Mona. Será mejor que dejes la cerveza ¿Cuántas te has tomado? ¿cinco? Creo que es lo único que tu cuerpo resiste, mientras tanto yo estoy muriendo de hambre.

—¿Quién dijo comida? —Gracie y Jimi vienen con más cerveza y por fin ¡Pizza! La que devoro con muchas ganas y le doy un poco a Mona, a quien no le importará romper la dieta hoy, con algo tiene que bajarle la borrachera.

Amo a los chicos, pero por más que intenten hacerme sentir bien este día, solamente puedo pensar en mí, mis sueños, mi martirio y por supuesto, mi padre.

—Creo que hoy tendré sexo con Gracie—Me susurra Jimi al oído, luego de darle una mordida a su slide de pizza, se la arrebato de las manos. No es la primera vez que quiere ligarse a Gracie.

—¿Gracie tendrás sexo con Jimi hoy? —Pregunto en voz alta y mi amigo abre los ojos como platos.

—¡Jimi! —Grita Gracie—¿¡Quién te crees!?

Jimi me fulmina con la mirada.

—Dijiste que terminaste con ese novio travesti tuyo—Casi escupo mi cerveza.

—¿Has roto con Ken? —Preguntamos Mona y yo al unísono.

Ella se pone a llorar, nosotras ponemos los ojos en blanco porque es típico de Ken. Aunque esta vez parece ser bastante grave.

—Lo atrapé engañándome, de hecho Jimi lo miró primero.

Espera ¿Y Cómo es que milagrosamente Jimi lo miró primero? Mona debe estarme leyendo la mente al igual que Gracie.

—Nos encontramos el otro día, y tomamos un café—Jimi comienza a decir rápidamente como si no tuviese importancia.

—Es extraño, Ken engañándote, pensé que era un buen chico, y extraño también que Jimi tome café, porque lo odias ¿No es cierto?

—Joder, de acuerdo. Tuvimos una cita—Gracie ha dejado de llorar—Pero de amigos, quería darle celos a Ken, pero el tiro salió al revés. Estaba en el mismo restaurante con otra chica.

—La besaba como si fuesen a tener sexo ahí mismo—Agrega mi amiga un poco resentida.

Lo importante de todo no es Ken, es un idiota y Gracie no se merece eso, pero llevar tu mierda con uno de tus mejores amigos es aún peor, no me quiero imaginar si se enredan juntos.

—Lo lamento, Gracie—Dice Mona.

—Lo lamento también, mereces algo mejor. Pero tienes que pensar con la cabeza. No puedes ir solamente a dar el salto con uno de tus mejores amigos. Chicos, hemos sido amigos desde siempre ¿Sexo de venganza? ¡No puedes tener sexo con tus amigos!

—En grupo no—Interrumpe Gracie.

—¡No puedes tener sexo con tus amigos! —Gritamos Mona y yo—Van a arrepentirse o peor aún, habrá tensión, o ¿Qué tal si uno se enamora?

—¿Qué tal si los dos? —Ahora Mona lo arroja contra la mesa y Gracie y Jimi parecen asustados.

—Chicos, no me meteré en su vida sexual, pueden meterla donde quieras, pero piénselo bien. Gracie no mereces ser lastimada de nuevo y Jimi no puede sacar provecho de eso—Lo señalo.

—¡Auch! —Finge dolor.

—Lo digo de verdad, los quiero demasiado para que lo arruinen en una noche. Pero si eso sucede, cortaré bolas y te suturaré la vagina para que solamente puedas mear. —Ahora señalo a mi amiga.

Es demasiado para una noche. Acabo de hablar como lo hubiese hecho mi madre en mi caso. Le habría dado un infarto escucharme hablar así. Pero las cervezas y las tripas me ganan.

Así pasó la noche, intentando convencer a Gracie que no se acostara con nuestro amigo. Y mientras hacíamos eso, Jimi la convencía del porqué sí hacerlo.

Definitivamente ésa no es la historia de mi vida.

 

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Me la pasé genial en el día de mi cumpleaños. Aunque no me esperaba nada de las múltiples sorpresas, muy en el fondo sabía que no necesitaba. Dedicar un día para mí y mis amigos, mi familia.

—No sabes lo feliz que me hizo verte salir por una noche—Mona entra al tocador de mujeres de Graysson Publicity. Se cerciora que no haya nadie más que yo, y yo estoy limpiando los suelos de aquí esta mañana.

—Es gracias a ustedes desde luego, pero por favor no me hagas más sorpresas como la de ese vestido, lo he guardado muy en el fondo de mi closet.

—Ni que tuvieras uno tan grande—Se burla.

En ese momento entran las dos mujeres más despreciables no solo de la empresa, sino también del planeta.

Uña y mugre.

—Mona—Uña, o sea Paris comienza a hablar—Te he dejado en tu escritorio la nueva campaña para que la estudies.

—Me encargaré de ello, Paris. —Dice sin verla a los ojos y Mona retoca su maquillaje, yo sigo limpiando como si no estuviese aquí, pero a diferencia entre algunos empleados que son amables conmigo y de mi mejor amiga, todos me ignoran, menos mis dos hermanastras.

Mona me ve por un segundo desde el espejo y me hace un guiño, lo que entiendo como despedida y se va. En cuanto la puerta se cierra, el carrito de mi trapeador ser volcada y todo el agua sucia se esparce en mis converse y en todo el suelo.

—Limpia eso, bastarda y no hagas que te despida.

—¿Cómo podrías despedirme? No eres la dueña.

Maldigo para mis adentros cuando me escucho a mí misma hablarle en ese tono. El puño derecho de su mano va a dar directamente a mi estómago y me hago un ovillo en el suelo. No me importa ensuciarme con el agua que yace en todo el piso, siento que me estoy muriendo del dolor a causa de su golpe.

—No se te olvide que estás aquí gracias a mí, Cinder. —Masculle y luego se ve al espejo, arregla su cabello teñido y se alisa la falda. El sonido de sus tacones se escucha cada vez menos cuando la puerta se cierra. Pippa, mugre solo me ve con lástima y se va detrás de ella. Si las dos golpearan, no lo soportaría.

No es la primera vez que me ataca. Y siempre pasa cuando le respondo. Paris aprendió Karate cuando era adolescente, a diferencia de mugre, Pippa que ese verano prefirió las clases de violonchelo. Paris es sádica y no le importa hacerte daño, no sólo físico también psicológico y joderte la existencia de por vida. Querrás estar muerto si caes en sus garras, en su chantaje y humillación.

Yo lo sé… sé por qué lo sé…

 


Once años atrás

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Paris y Pippa quieren ir a una fiesta. Mi padre no nos deja salir a fiestas a menos que las fiestas sean en casa y terminen no más de la media noche.

Creo que Paris está enamorada o algo así, hay un chico con el que pasa hablando en su móvil y que muchas veces me tocó encubrir.

Los móviles también están prohibidos hasta que no tengamos diecisiete y sea emergencia.

—Más te vale que te crea, Cinder, porque si no te golpearé—Me amenazó Paris—Las clases de Karate pronto terminarán y soy una de las mejores.

Me lo podía imaginar. Pobre chico. Le había visto con el labio roto la última vez que fingieron hacer tareas. Uno de tantos. El de esta fiesta era otro.

Uno especial.

Nadie hace tareas en las vacaciones de verano. Además, ya se las había hecho yo a ambas. Con el fin de que me dejaran en paz.

Grave error, eso no sucedería.

—¿Qué pasa si papá dice que no?

—Te golpearé tan fuerte que más te vale lo convenzas.

Miré a Pippa. No era tan mala como su hermana. Pero tampoco hacía nada al respecto y cuando se trataba de decir la verdad, se apegaba a la verdad o más bien mentira de Paris, por lo que era lo mismo.

Era más malvada por no decir o hacer nada de las injusticias de Paris.

      —Lo intentaré.

En ese momento Paris me tomó del pelo y arrastró hasta el piso con todas sus fuerzas que no podía ni moverme, ni siquiera gritar. No sé por qué no gritaba. La última vez que me defendí sospechosamente Paris se quejó tanto del dolor que pasó tres días en un hospital.

Dijo que había querido romper su cráneo.

Papá amenazó con mandarme a un internado. Y no podía dejar que pasara. Extrañaba a mi madre y la veía cada cuanto fin de semana era posible, le rogaba que me llevara con ella, pero pronto iría a la universidad y necesitábamos el dinero que nuestro padre nos daba. Más a mí que pronto iría a la universidad, necesitaba ir, sacar adelante a mi madre y tener voz propia para mandarlos a todos a la mierda, empezando por Esther.

Media hora después estábamos en el auto de Paris. Era la única que tenía uno. A Pippa y a mí no nos dejaban conducir por ser las menores, aunque Paris solamente tuviese dieciséis y nosotras quince.

Eran las normas legales.

—Esta fiesta que dices, ¿Dónde es? —Preguntó Pippa.

—Eres estúpida, te lo dije mil veces—Respondió Paris sin dejar de ver la carretera. —Es en la casa de Thomas.

Thomas, el chico más caliente de la escuela, uno de muchos. Pero Thomas era el favorito y además capricho de Paris. El chico parecía que sufriera de algún dolor crónico cada vez que estaba con ella. Y lo más peligroso de todo y de estar siempre presente yo, era que       Thomas me gustaba en secreto.

Era intocable, no podías verle, tampoco hablarle. Estaba prohibido o Paris te sacaba los ojos. Pero Thomas no era un chico como todos, a pesar de que era popular, guapo y rico. Era todo un caballero y muchas veces me defendía de las garras de Paris.

—Llegamos.

No quería salir del auto. La ropa que llevaba puesta era ridícula y no digna de una fiesta. Al menos siempre mi cabello me ayudaba una vez lo soltara.

—Ni se te ocurra soltarte el cabello—Me ordenó Paris. Vi por el rabillo del ojo a Pippa y sentía un poco de compasión, aunque no lo suficiente para poner a su hermana en su lugar.

Salimos las tres, pero como era de costumbre, a Paris no le gustaba que la viesen con nosotras. Éramos unas perdedoras según ella. Yo la hermana recogida de la calle y Pippa su hermana menos agraciada.

Pippa tenía los ojos grandes, casi tanto como el Gollum del señor de los anillos. Era bastante delgada, más delgada que yo, por lo tanto sus ojos resaltaban aún más. Su cabello era tan lleno de rizos que parecían una mata o nido de aves. Me parecía hermoso, pero Paris le hacía ver que la belleza de una mujer estaba en su cabello lacio y rubio.

Yo lo tenía así, pero lo escondía en un moño o un gorro, aunque estuviese haciendo calor, a veces tenía que ponérmelo y cubrirlo.

—Tengo mucho frío—Pippa se quejó. La música se escuchaba por todo el lugar, pero aun estábamos pisando el césped enfrente de la casa, muchas veces me quedaba ahí, donde fuesen las fiestas, nunca entraba y me quedaba fuera de las vistas.

—Ten—Le di mi chaqueta. La pobre chica temblaba del frío. No me importó quedarme con mi camiseta solamente. Ella la necesitaba más que yo, además, mi ropa era ridícula con mi gran chaqueta. Me gustaba usar vaqueros, no importa el color, una playera y mis tenis deportivos. Si usaba chaqueta la combinaba y debo admitir que me miraba linda o al menos eso lo veía en los ojos de los chicos que me miraban por los pasillos de la escuela.

—Gracias—Dijo sin más. Me senté en el césped y ella hizo lo mismo.

—No tienes que quedarte aquí, Pippa.

—No tengo… bueno, yo—Siempre tartamudeaba—No quiero estar ahí, está el chico que me gusta pero él nunca…me ve.

Eso me sorprendió. Pippa no era fea, era diferente y además de boba, podía hacer algo propio para no estar bajo las sombras de Paris. Me apostaba todo si adivinaba que el chico que le gustaba a Pippa, Paris ya se había acostado con él. Era lo típico. Menos mal que el chico que me gustaba ni por cerca lo sabía y estaba más que tomado. Sólo tenía que olvidarme de ello y ya está.

—Deberías intentar hablarle.

—Paris no me dejaría, en su noche.

—A la mierda, Paris. —Ella abrió sus ojos como platos—Lo digo en serio, eres la única que puede poner a Paris en su lugar y no lo haces. Yo no soy su hermana, tú sí, tu madre te aprecia, digo ¿Qué madre no quiere a su hijo? Ella te creerá si le dices que Paris es cruel contigo.

—Y contigo—Concluyó.

—No me importa que lo sea conmigo. Cuando vaya a la universidad estaré lejos de ella, no podrá hacerme daño. Espero que hagas tú lo mismo.

La verdad era que Esther también era cruel con ella. Pero aunque Pippa estaba aquí con la cola metida entre las patas. No me fiaba de ella, no desde que fue cómplice de Paris en muchas ocasiones y que yo siempre salí perjudicada. La chica me daba lástima y me odiaba por ello. Al menos Pippa no me golpeaba, pero tampoco me defendía, era como un grano pequeño en el culo al lado del más grande.

—Iré a caminar—Me levanté del césped. Nuestra conversación no llegaría a nada. Pippa intentó seguirme pero le dije que hablara con el chico que le gustaba en escondidas de Paris. Quería quitármela de encima también y dejar de ser su niñera.

Me metí dentro de la multitud y vi en la parte trasera de la casa, una terraza. Estaba vacía. Me gustaban las alturas y seguramente desde ahí no se escuchaba la música ni se sentiría el olor a alcohol ni cigarrillos. Nadie me miró cuando subí las pequeñas escaleras de hierro.

Cuando subí me gustó estar ahí desde que puse el pie. La vista era hermosa. Había una colina del otro lado donde no había mansiones. Era silencioso, y frío. La terraza estaba vacía, pero claramente miraba las pisadas grandes en todo el suelo. Y también algunos cojines a lo lejos, como también una pequeña mesita con libros encima.

Vi de qué se trataban y todos eran de Steven King, ninguno llamó mi atención y los puse en su lugar.

Estuve ahí como por diez minutos cuando una voz me habló.

—Es mi lugar favorito en todo el mundo—Me sobresalté al punto de casi gritar. —¡Mierda, Cinder! Lo siento no quise asustarte.

Era Thomas.

—Thomas ¿Qué estás haciendo aquí?