Sumario

    

Dedicatoria

Prólogo

Agradecimientos

Introducción

1. ¿Qué es, de hecho, la espiritualidad?

2. Las enfermedades de transmisión espiritual

3. La postura de la mente

4. La psicología del ego

5. El materialismo espiritual y el bypass espiritual

6. La crisis curativa

7. El principio tántrico

8. el secreto de Pandora: desmitificar la sombra

9. El cuerpo como árbol de la bodhi

10. La unión entre la psicología y la espiritualidad

11. La cuestión del maestro

12. Om mani padme... ¡madura!

Notas

Glosario

Bibliografía

 

Dedico este libro a mi maestro Lee Lozowick, que tantas cosas me enseñó sobre el discernimiento espiritual, a mis padres Herbert y Mollie Caplan, que me dieron el don de la vida y a mis lectores, que me proporcionan la razón para escribir.

 

Lo importante no es tanto llegar como viajar bien.

EL BUDDHA

 

PRÓLOGO

 

 

 

 

Son muchas actualmente las personas que, por primera vez en la historia, tiene acceso a las enseñanzas y prácticas espirituales a las que, en el pasado, sólo podían acceder unos cuantos elegidos, como los eremitas, los monjes y los santos. Y ésta es una extraordinaria oportunidad para que, sin necesidad de abandonar su vida normal y corriente, muchas personas despierten a su verdadera naturaleza.

Pero esa posibilidad abre también las puertas a un amplio elenco de malentendidos, escollos, distorsiones y errores, que Mariana Caplan se ocupa, en este libro, de clasificar e investigar inteligentemente. Es por ello muy probable que esta guía, orientada hacia el desarrollo del discernimiento, uno de los ingredientes fundamentales de cualquier espiritualidad auténticamente encarnada, sirva positivamente a los lectores interesados en ejercitar y vivir el tipo de espiritualidad integral por el que ella aboga.

Pero el camino del desarrollo espiritual no es, ni aún en las mejores circunstancias, tan directo como, a primera vista, parece. Y ello se debe a multitud de razones, una de las cuales es que el discernimiento nos permite acceder a un orden de verdad más elevado que, en ocasiones, tiene muy poco que ver con nuestra forma habitual de pensar y percibir. Se trata de dos niveles diferentes de la realidad a los que el budismo denomina “verdad absoluta” y “verdad relativa”. Ciertas comprensiones derivadas del nivel absoluto –como la de que “nada es real”, “abandona tu mente”, “el bien y el mal no son más que meras ilusiones” o “abandona el ego y entrégate”, por ejemplo– pueden convertirse, cuando se aplican de manera indiscriminada o imprecisa, en instrumentos del autoengaño que acaban generando multitud de problemas.

Encontrar a un maestro, una enseñanza o una práctica espiritual puede abrir nuestro cofre interno del tesoro como sucede, por ejemplo, cuando nos enamoramos. En tales casos, pensamos: «Esto es el amor. Finalmente lo he encontrado». Pero tales conclusiones no son sino meros vislumbres de una dimensión del amor mucho más amplia y profunda cuya plena actualización nos obliga a experimentar una profunda transformación interior. Del mismo modo que el enamoramiento difícilmente nos capacita para enfrentarnos adecuadamente a los retos que acompañan a una relación estable o al matrimonio, existe una gran diferencia entre los primeros atisbos de las verdades espirituales y el auténtico logro espiritual. Este último nos obliga a ir más allá de nuestros miedos y resistencias y emprender un auténtico proceso de desarrollo espiritual. Y ello implica la eliminación de todos los obstáculos, es decir, la curación de todas las heridas, defensas, pretensiones, exigencias, filtraciones, adiciones y negaciones que, desde hace mucho tiempo, nos acompañan.

Pero existe, no obstante, en el Occidente actual, una visión de la espiritualidad que promete, a cambio de muy poco esfuerzo, el acceso inmediato a nuestra propia esencia. Esta visión predica un absolutismo unilateral, a menudo en nombre del Advaita Vedanta, según el cual basta con despertar, en este mismo instante, a nuestra naturaleza divina, para que todo nos sea revelado. Esta es, ciertamente, una promesa muy atractiva para una cultura, como la nuestra, orientada hacia los resultados inmediatos y en la que nadie quiere oír hablar de lo difícil, lento y exigente que es, en realidad, el camino espiritual. «¡No, olvídate de esas antiguas prácticas espirituales!» –dicen los neovedantinos, para los que la práctica no es necesaria. Es más, la práctica supone, para muchos de ellos, un obstáculo que no hace sino postergar el despertar.«¿No es cierto acaso que, cuando practicas –dicen– lo haces con la intención de llegar a algún lugar? ¿Por qué no te ahorras todo eso y despiertas ahora mismo? ¡Ya está aquí! ¡Olvídate de la práctica! ¡Sé!»

Pero esta visión –común, por otra parte, a muchos de los problemas que nos asedian a lo largo del camino– no deja de basarse en cierta verdad. Es muy cierto que, en cualquier momento, podemos reconocer nuestra naturaleza última, algo que también resulta más sencillo cuando sabes lo que estás buscando y cómo relajarte. Pero no lo es menos que ese abordaje no es ningún camino espiritual, porque se desentiende por completo del orden de la realidad ligado a las complejidades relativas del karma, el condicionamiento, las pautas profundamente asentadas, las identidades inconscientes, las heridas psicológicas e incurre, en consecuencia, en todo tipo de autoengaños.

Una fórmula tan simplista como la sencilla exhortación vedantina que afirma “relájate y sé” es como decir “ama y ya verás lo rápido que desaparecen los problemas de relación”. Es cierto que, desde una perspectiva última, el viaje espiritual jamás debería emprenderse porque, en esencia, ya somos perfectos. Pero, en el nivel de lo relativo, es decir, en nivel en el que estamos identificados inconscientemente con todo tipo de demonios, espíritus y tiranos ocultos, sin embargo, las prácticas del camino sirven para algo más que para revelarnos nuestra auténtica naturaleza. También han sido diseñadas para ayudarnos a superar los obstáculos internos que nos impiden el acceso a la verdad, el amor y la sabiduría. (Y, para corregir esos obstáculos, como he señalado en la mayor parte de mis escritos, el trabajo psicológico desempeña un papel muy importante y hasta diría que indispensable, para el desarrollo espiritual.)

¿Cuál es, pues, el mejor modo de desarrollar el discernimiento necesario para sortear adecuadamente las complejidades de las verdades absoluta y relativa y dejar de confundir lo que debemos cultivar con lo que debemos erradicar del camino espiritual? Según las tradiciones orientales, la naturaleza esencial de la conciencia es como un espejo cósmico que refleja, al tiempo que revela, la totalidad de los fenómenos –verdaderos y falsos, reales e irreales, claros y confusos–, sin identificarse con unos ni rechazar los otros. Esa conciencia omniabarcadora y omniinclusiva pudiera parecer, a primera vista, opuesta al discernimiento, pero no parece ser eso lo que dice Padmasambhava, padre del budismo tibetano, cuando pronuncia sus famosas palabras, según las cuales, «mi mente es tan inmensa como el cielo y mi atención a los detalles tan diminuta como un grano de arena». Según Padmasambhava, la inmensa mente de la conciencia abierta, que da la bienvenida y posibilita todo el despliegue de nuestra experiencia, es el fundamento también de la discriminación necesaria para considerar las situaciones relativas de nuestra vida. Porque sólo admitiendo y separando la totalidad de lo que, en nuestro interior, es real de lo que es irreal, podremos discernir lo que debemos cultivar de lo que debemos erradicar. Y es que, en este sentido, la sabiduría discriminativa resulta tan indispensable para el desarrollo espiritual como la conciencia sin elección.

Lo que nos permite abrir y expandir la mente condicionada sin dejar de afilar entretanto la espada de la discriminación es una práctica meditativa que nos ayude a entrar profundamente en la naturaleza y en el proceso de nuestra experiencia continua. Y también es sumamente útil contar con el apoyo de una enseñanza verdadera, un auténtico maestro y un linaje de práctica que haya demostrado su eficacia lo largo de muchas generaciones.

Un libro como éste puede representar, hasta entonces, un comienzo que nos ayude a reconocer y eludir algunas de las distorsiones y malentendidos que conducen a las salidas en falso, recovecos inútiles, callejones sin salida y terrenos baldíos que, con tanta frecuencia, salpican el camino espiritual.

 

JOHN WELWOOD

Mill Valley (California)

 

AGRADECIMIENTOS

 

 

 

 

Quisiera dar las gracias a las muchas personas que me han alentado y apoyado para la puesta en marcha de este proyecto. En primer lugar y por encima de todo estoy especialmente agradecida a mi “ángel”, mi editora personal y amiga Nancy Lewis, que tan generosamente me ha brindado su amor, su atención y su discernimiento, apoyándome durante muchos años y ayudándome a dar a luz este libro.

Muchos han sido los maestros, mentores y amigos espirituales cuya guía y contribución, tanto directa como indirecta, ha resultado imprescindible para la elaboración de este libro. Entre ellos quiero destacar a mi maestro, Lee Lozowick, de la tradición baúl occidental, el jeque sufí Llevellyn Vaughan-Lee y John Welwood, Arnaud Desjardins, Jorge Ferrer y Gilles Farcet. También quiero dar las gracias a mi pandilla de amigas, que se hallan repartidas por todo el mundo, Vipassana, Devi, Bhavani, Karen, Simone, Celia, Jeanne, Regina, Lesley, Kyla, Valerie, Marianne, Ute e Ines. Ellas son mis heroínas, mis anclas y la evidencia más palpable en la que se basa mi creencia en la posibilidad de un mundo mejor.

También quiero dar las gracias a mi familia, empezando por mi padre, Herb Caplan y siguiendo por mis hermanos, Joel y Nathan, que no han dudado en apoyar infatigablemente a su excéntrica hija y hermana. También estoy muy agradecida a mi madre Mollie Caplan que, pese a haber muerto hace ya muchos años, escribió premonitoriamente, en su diario, cuando yo era un bebé que, un buen día, acabaría escribiendo libros. También quiero dar las gracias al personal de Sounds True, especialmente a Kelly Notaras, Tamy Simon y Jaime Schwalb por su diligencia, respeto y visión. A todos vosotros, mi más profundo agradecimiento por vuestra abundante generosidad.

 

INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

ABRE LOS OJOS. EL CAMINO DEL DISCERNIMIENTO

 

Cada cosa ante la que cerramos los ojos, de la que huimos, que negamos, denigramos o despreciamos sirve, al final, para derrotarnos. Lo que más desagradable, doloroso y malo nos parece puede acabar convirtiéndose, cuando lo abordamos con una mente abierta, en una fuente de belleza, alegría y fortaleza.

HENRY MILLER, Trópico de Capricornio

 

Tenía diecinueve años y estaba en segundo curso de carrera en la universidad de Ann Arbor (Michigan) cuando me enteré de la existencia de algo llamado “camino espiritual”. Como tantos otros jóvenes, había buscado, hasta ese momento, algo más en todas partes, desde el alcohol hasta el activismo político y los viajes. A eso de los quince años, empecé a viajar y, cuando finalmente llegué a la universidad, conocía ya América Central y Europa. Pero no, por ello, mi sed se había saciado sino que, muy al contrario, no había hecho sino aumentar. Y es que en ningún lugar encontraba respuestas a las profundas preguntas que me formulaba.

El verano anterior a mi decimonoveno cumpleaños conocí, mientras viajaba por América Central, a un hombre que llevaba veinte años viajando –un auténtico ideal, por aquel entonces, para mí– y me preguntaba si habría encontrado respuesta a las preguntas que se formulaba. Al cabo de varios días, me atreví a preguntarle:

–¿Para qué viajas?

–Para encontrar la libertad –me respondió.

–¿Y la has encontrado? –insistí–. ¿Te ha hecho más libre ir donde quieras y hacer lo que te da la gana?

–¡La verdad es que no! –me confesó.

Cuando regresé a la universidad descubrí que, en Ann Arbor, sólo había una librería espiritual. Todavía recuerdo perfectamente que, la primera vez que entré en ella, mis ojos se desplazaron rápidamente de estante en estante y me quedé sorprendida de la diversidad de temas que descubrí: meditación, psicología, budismo tibetano, Zen, sufismo, misticismo, chamanismo, autoayuda, metafísica, etcétera. Entonces fue cuando me enteré de la existencia de un camino espiritual o, mejor dicho, de muchos caminos espirituales. Y también me di entonces cuenta de que no estaba sola en mi búsqueda. Eran muchas las personas, en todo al mundo, que anhelaban algo más y también eran muchos los caminos que se abrían ante mí. ¿Estaba en casa? Y, sobre todo, ¿quién era yo?

Una parte de mí sentía como si hubiese vuelto a casa, pero otra parte, sin embargo, no sabía por dónde empezar. Ante mí se desplegaban miles de libros y centenares de caminos diferentes. ¿Cómo podía un ser humano emprender ese camino? ¿Y cómo podía, después de haberse embarcado, avanzar con inteligencia y claridad? ¿Cómo discernir, entre un abanico tan amplio de posibilidades, lo que era bueno para mí y cómo saber si estaba o no engañándome?

Todas ésas eran preguntas, como aprendí durante los próximos veinte años, muy difíciles de responder y que, con el paso del tiempo, van sutilizándose. En la medida, pues, en que iba profundizándose mi compromiso con el camino espiritual, cada vez me resultaba más difícil aceptar la posibilidad de aprender a ver con claridad, con los ojos bien abiertos, de un modo que me ayudase a avanzar creativa, resolutiva y apasionadamente, por el camino de la vida. El discernimiento espiritual que, en sánscrito, se denomina viveka khyātir, es la “cúspide de la sabiduría” del camino espiritual.

El cultivo del discernimiento, según los Yoga Sūtras de Patañjali, es tan poderoso que tiene la capacidad de erradicar la ignorancia y extirpar las raíces mismas del sufrimiento. “Discernir”, según el Merriam-Webster Collegiate Dictionary, consiste en «reconocer o identificar algo separado y distinto». La “discriminación”, su sinónimo, «subraya el poder de distinguir y seleccionar lo que es verdadero, apropiado o excelente». Las personas poseedoras de discernimiento espiritual han aprendido esta habilidad en su relación con las cuestiones espirituales y pueden tomar decisiones coherentes, inteligentes, equilibradas y excelentes en su vida y en su desarrollo espiritual. Bien podríamos decir que han abierto completamente los ojos y ven con absoluta claridad.

Se cree que viveka khyātir es una herramienta muy poderosa que tiene la capacidad de penetrar en todos los niveles de los cuerpos físico, psicológico, energético y sutil del ser humano. En Luz sobre los Yoga sūtras de Patañjali, B.K.S. Iyengar explica que, gracias a este flujo continuo de conciencia discriminativa, el practicante espiritual:

conquista su cuerpo, controla su energía, refrena el movimiento mental y emite juicios acertados que le ayudan a actuar correctamente y tornarse cada vez más luminoso. Esta luminosidad le enseña a ser consciente del núcleo mismo de su ser, lograr el conocimiento supremo y entregar su yo al Alma Suprema.1

Este libro trata de profundizar en el laberinto del camino espiritual y considera las posibilidades de una transformación psicoespiritual encarnada auténticamente integral. Juntos exploraremos el modo más adecuado de enfrentarnos a los problemas que obstaculizan nuestro avance espiritual para poder vivir, de ese modo, transformaciones más intensas, inteligentes y satisfactorias. De este modo, aprenderemos a investigar y valorar prácticas, caminos y maestros que pueden ayudarnos a tomar decisiones espirituales inteligentes y aprenderemos a diferenciar también la verdad de la falsedad y la pasión que nos ata de aquella que nos libera.

Siendo niños empezamos a formularnos las grandes preguntas de la vida –el significado de la muerte, lo que nos trajo hasta aquí o el reto que supone la emoción humana– y muy pocos tuvimos la suerte de contar con un padre que, sentándose a nuestro lado, nos explicase amorosamente lo siguiente:

Has heredado un gran misterio de grandes alegrías y grandes tristezas. Tú mismo eres una expresión de ese gran misterio. Aunque son muchos los caminos que pueden enseñarte a entenderte a ti mismo y a la vida, lo más importante es que crezcas y aprendas a tomar tus propias decisiones, y que tomes decisiones luminosas y radiantes que te llenen y contribuyan positivamente al mundo. Quiero ayudarte a que, en tu vida, tomes decisiones sabias, especialmente en lo que respecta a tu viaje espiritual. Cuando llegue el momento, te presentaré caminos y prácticas religiosas y espirituales diferentes. Veamos entretanto, sin embargo, el modo más adecuado de desplazarse sin naufragar entre los escollos emocionales a los que necesariamente debe enfrentarse todo ser humano.

Son muy pocas las personas que han recibido el aleccionamiento necesario para poder enfrentarse de manera sabia y madura a los extraordinarios desafíos, posibilidades y privilegios que nos depara la vida. Y si los adultos no nos enseñaron a tomar decisiones espirituales sabias fue porque, con contadas excepciones, ellos mismos las desconocían. Tampoco la escuela nos enseñó el modo de gestionar nuestras emociones, porque la mayoría de los maestros ignoraban el modo de gestionar las suyas. Y tampoco se nos enseñó, en el instituto, a entender nuestras decisiones espirituales, porque ni se conocía ni se valoraba la importancia de la educación del alma y del espíritu. Si hemos sido lo suficientemente afortunados como para aprender todas estas cosas, las hemos aprendido por nosotros mismos o hemos tenido la extraña fortuna de contar con la guía de progenitores sabios y maduros.

Aunque el desarrollo del discernimiento no impida que cometamos errores, nos ayuda a aprender más rápidamente las lecciones de la vida, a sortear los escollos innecesarios y a convertir los desafíos en oportunidades. El discernimiento nos enseña a vivir bien y a sentir, cuando morimos, que hemos vivido una buena vida, que hemos sido todo lo consciente que hemos podido y que hemos alcanzado nuestro propósito en la tierra. De ese modo, podremos saber que nuestra vida no ha sido en vano y no sólo que hemos tocado la vida, sino también que nos hemos visto profundamente conmovidos por ella.

 

***

 

Uno de mis mentores, el sociólogo y autor de best sellers Joseph Chilton Pearce afirma que, cuando quiere aprender algo sobre un determinado tema, escribe un libro al respecto. Luego espera hasta que sus lectores le brinden un feedback que le haga caer en cuenta de sus visiones equivocadas y le cuenten las historias personales elicitadas por el libro. Cuando, en 1999, publiqué mi cuarto libro, titulado A mitad de camino. La falacia de la iluminación prematura, me quedé gratamente sorprendida por la respuesta positiva que provocó. No podía imaginarme que la gente estaría dispuesta a leer más que quinientas páginas de información relativa al modo en que, en nombre de la vida espiritual, nos engañamos y nos vemos engañados. Mi siguiente libro, publicado en el 2002, titulado ¿Necesitas un guru?, se ocupa de los retos y complejidades que afectan a la relación maestro-discípulo en la cultura occidental contemporánea.

Son centenares, desde el momento en que publiqué esos dos libros, las cartas que he recibido de personas que han dedicado su vida al camino espiritual. Son personas que inevitablemente han tropezado con el autoengaño, la decepción y la tendencia a la confusión egoica, ya sea en ellos mismos, en sus maestros o en sus comunidades espirituales. No es de extrañar que, al abrir mi buzón de correo electrónico, descubra conmovedoras historias de seres humanos que anhelan la felicidad, el significado, la plenitud y la verdad y están dispuestos, pese a las dificultades que ello entrañe, a enfrentarse a los obstáculos que aparezcan en el camino. Esas personas son guerreros del espíritu, seguidores del camino espiritual que, no sólo están comprometidos en la creación de un mejor mundo, sino dispuestos también a entregar sus vidas para profundizar la comprensión que tienen de sí mismos. Son personas que jamás renuncian, independientemente de los problemas que ello les acarree, al optimismo ni al deseo de desarrollo espiritual; personas que han aprendido que la desilusión les despierta a niveles cada vez más profundos de comprensión de la verdad y que conocen perfectamente la importancia que, en el camino espiritual, tiene el cultivo del discernimiento.

Son muchas las cosas que, desde el momento en que escribí esos dos libros, han cambiado en mí, mientras que otras siguen siendo las mismas. Lo que no ha cambiado es mi visión del autoengaño, la confusión, la superficialidad y el materialismo que impregnan gran parte de la espiritualidad occidental contemporánea, especialmente en su variedad “Nueva Era”. Cada vez que oigo hablar de un nuevo escándalo espiritual, de una nueva historia de engaño o de traición de un maestro, de personas que descubren la profundidad de sus heridas psicológicas y del daño que nuestra confusión espiritual acaba provocando en los demás, que agrega un nuevo episodio a los centenares que, al respecto, he escuchado, mi corazón sigue rompiéndose como si fuese la primera vez. También he descubierto que el despliegue de la vida va acompañado de niveles de ceguera cada vez más sutiles que empañan la claridad de muchas facetas importantes de mi vida. Y también sé que, en nombre de la espiritualidad, sigo engañándome en formas cada vez más sutiles. Y ésta es una tendencia que no sólo veo en mí, sino en la vida también de psicoterapeutas, practicantes y maestros espirituales. Y es que aunque, desde una perspectiva ideal, el camino espiritual nos enseña a ser más responsables de nuestras confusiones y errores, no impide, en modo alguno, que sigamos cometiéndolos.

La diferencia fundamental existente entre este libro y mis libros anteriores es que, en este caso, el dedo acusador no apunta hacia el exterior, sino hacia uno mismo. Este libro no trata de gurus ni de maestros espirituales, sino de ti y de mí, aunque “tú” y “yo” incluya a los mismísimos gurus y maestros espirituales, porque absolutamente nadie está libre de naufragar entre los escollos y caer en las trampas que constituyen una parte inexcusable del camino espiritual. Este libro habla de asumir la responsabilidad de nuestra vida, lo cual no se refiere tan sólo a nuestro resplandor intrínseco y a nuestros potenciales espirituales más elevados, sino también a nuestra confusión y a las limitaciones de nuestro conocimiento.

La sutileza del autoengaño aumenta en la medida en que avanzamos desde el falso yo hasta los aspectos más auténticos y verdaderos de nuestra experiencia. Resulta imposible subestimar las facetas más resbaladizas del camino espiritual, porque hay tantos escollos como pasos y nadie está libre de caer en ellos. Pero es cierto sin embargo que, cuanto mejor conozcamos el camino, más fácilmente podremos evitar sus baches.

Según Roberto Assaglioli, el psiquiatra italiano fundador de psicosíntesis, cualquier psicoterapia que aspire a ser completa no sólo debería centrarse en el tratamiento de la psicopatología, sino alentar también el despertar espiritual y enfrentarse adecuadamente a las dificultades y retos que entrañe ese despertar. En la medida en que vamos desenterrando nuevos niveles de conciencia, inevitablemente descubrimos también sus aspectos enfermos y desintegrados, tanto a nivel personal como familiar, cultural y hasta histórico. Pero éste no es un problema que debamos temer ni un error que debamos corregir, sino un aspecto ineludible y sano del desarrollo espiritual al que debemos enfrentarnos con un discernimiento cada vez más potente y efectivo.

Hace ya varios años, fui a visitar al maestro budista Jack Kornfield. «Quisiera hacerte una pregunta –me dijo–. ¿Estás a mitad del camino?» Él no fue el primero en formularme esta pregunta y mi respuesta interna siempre han sido la misma: ¡Todavía me falta mucho para llegar a la mitad del camino! Sería muy petulante afirmar que he llegado a la mitad del camino y mucho más todavía decir que he “llegado” a algún lugar. Ahora sé que el camino del desarrollo espiritual es interminable y que la montaña de las posibilidades espirituales no tiene cúspide.

Creo que nos pasamos la vida jugando en la falda de esta montaña espiritual metafórica. Independientemente de que los demás nos consideren “maestros espirituales”, de que hayamos experimentado centenares de epifanías espirituales o de que haga treinta años que emprendimos un camino espiritual serio, todos estamos aprendiendo todavía, en este sentido, a atarnos los cordones de los zapatos y a dar los primeros pasos. A veces ascendemos lo suficiente como para llegar a un repecho de la “montaña” desde el que tenemos una visión más amplia, pero también tropezamos y caemos de continuo. El camino es interminable y la integración humana es una tarea laboriosa y difícil. Son muy pocos los maestros y los santos extraordinarios –algunos de los cuales se mencionan en este libro– que han aprendido a asentarse en una visión realmente grande. Al resto de nosotros nos basta con la humilde tarea de estudiarnos en profundidad durante toda la vida y establecer alianzas espirituales que nos ayuden a recorrer este camino diligente y apasionadamente.

 

***

 

Lo más hermoso, para quien anhela la verdad, es también lo más verdadero. Quien ama la verdad acepta gustoso la necesidad de aprender a discernir lo que es falso y de enfrentarse a los obstáculos y a los aspectos inconscientes que hay en su interior. Y es que, cada vez que nos atrevemos a enfrentarnos a lo que no es cierto damos un importante paso hacia adelante en el camino que conduce a la verdad.

Este libro aspira a ayudar a los buscadores y practicantes serios de cualquier tradición espiritual. Mi investigación personal y profesional me ha proporcionado el privilegio de conocer y pasar largos períodos de tiempo con personas que, en mi opinión, son los principales maestros espirituales, psicólogos, yoguis, sanadores y líderes religiosos del mundo. Muchas de las citas que presento en este libro proceden de entrevistas y conversaciones con esas personas. Sus enseñanzas se derivan de investigaciones, experimentos y experiencias procedentes de tradiciones y caminos espirituales muy diferentes, desde el sufismo hasta el yoga, el budismo tántrico, el judaísmo, el hinduismo, el taoísmo, el Cuarto Camino, el chamanismo y el Diamond Approach, así como también de la tradición baúl occidental, bajo la supervisión y guía de mi maestro, Lee Lozowick. También me he zambullido profundamente en las tradiciones psicológicas occidentales, que van desde los enfoques tradicionales hasta las psicoterapias de orientación corporal más vanguardistas. Mi deseo más profundo es que este libro resulte de interés para personas procedentes de todas las tradiciones religiosas y espirituales así como también de muchas escuelas psicológicas, y que las lagunas de mi conocimiento sobre ciertas tradiciones no eclipsen la relevancia de los principios básicos del discernimiento espiritual aquí presentados.

Cualquier libro que verse sobre el discernimiento tiene más que ver con preguntas que con respuestas. También debe tratar de corregir, desde una amplia variedad de perspectivas, algunas de las cuestiones más problemáticas del camino espiritual, para enseñarnos a formular la pregunta adecuada en el momento adecuado y discriminar así la verdad de la falsedad. «Viva usted ahora sus preguntas –dice el poeta Rainer Maria Rilke– porque tal vez, de ese modo, sin advertirlo siquiera, llegue a adentrarse poco a poco en la respuesta y descubra, un día lejano, con que ya está viviéndola.»2

 

***

 

«Ojalá vivas en una época interesante», dice un conocido proverbio chino. Y lo cierto es que, independientemente de que se trate de una bendición o de una maldición, el tiempo que nos ha tocado vivir es un tiempo “interesante”. Los recursos del planeta están agotándose y el destino mismo de la tierra está empezando a ponerse en cuestión. La delincuencia, la pobreza y la ignorancia se expanden por doquier, asistimos a un colapso de las religiones y son muchos los jóvenes que deciden no seguir las religiones de sus padres. Hemos nacido en una época en la que hay poca o ninguna educación relativa al cuerpo, las emociones y el espíritu. Cuando la conocida maestra budista y pacifista Chån Không llegó, por vez primera, a Estados Unidos después de haber ayudado a innumerables huérfanos durante la guerra de Vietnam, afirmó que nada de lo que había visto hasta entonces se asemejaba a la pobreza de espíritu y a la alienación espiritual que acababa de ver en la cultura occidental. Es cierto que los caminos espirituales de las culturas de todo el mundo a lo largo de los siglos no han estado exentos de los escándalos, los desengaños y los desafíos que acompañan al ser humano, pero no lo es menos que condiciones culturales y épocas históricas diferentes nos obligan a enfrentarnos a retos también diferentes.

Uno de los rasgos fundamentales de nuestra época, según el jeque sufí Llewellyn Vaughan-Lee, es que «no nos acordamos de lo que hemos olvidado». Así pues, no sólo hemos perdido el contacto con nuestra naturaleza espiritual más profunda sino que, en la mayoría de los casos, ni siquiera nos hemos dado cuenta de ello. ¿Cómo podemos recordar quiénes somos realmente y discernir cómo necesitamos crecer si ni siquiera sabemos lo que hemos olvidado?

En cierta ocasión, el psicólogo Abraham Maslow escribió: «Cada vez resulta más evidente que lo que la psicología considera “normal” no es, hablando en términos generales, más que una forma de psicopatología tan poco llamativa y generalizada que habitualmente ni siquiera nos damos cuenta de ella». La época que nos ha tocado vivir es tan confusa que ni siquiera nos damos cuenta del desequilibrio que nos aqueja.

Otra faceta de los “tiempos interesantes” en que vivimos tiene que ver con la importación masiva de técnicas no occidentales a la cultura occidental. Las nuevas e importantes visiones que nos proporciona esta oferta espiritual no están exentas de sus propias dificultades. Cada tradición mística emerge dentro de un determinado contexto cultural que incluye sus propias estructuras familiares y sociales, su propio lenguaje y su propia relación con la tierra. El psiquismo occidental es considerablemente diferente del psiquismo oriental o indígena, y no todos los aspectos de una determinada tradición oriental o chamánica resultan aplicables al psiquismo occidental. En el caso del tantra, el yoga y muchas prácticas chamánicas populares, el contexto espiritual mayor suele “perderse en la traducción” es decir, durante el proceso de importación.

También es importante reconocer que la mayoría de las tradiciones espirituales contemporáneas no han sido diseñadas para curar las heridas psicológicas generadas por el tipo de trauma prevalente de la cultura occidental provocado por la ruptura familiar, la desconexión de nuestro cuerpo y de la naturaleza y la alienación de las auténticas fuentes de la sabiduría espiritual. Cualquier intento de trasplantar la tecnología espiritual oriental e indígena –por más transcultural y objetiva que su sabiduría parezca ser– debería tener en cuenta las circunstancias psicológicas, culturales e históricas –a veces muy distintas– en que esas tecnologías emergieron y se desarrollaron.

Llewellyn Vaughan-Lee dice, con respecto a la época que nos ha tocado vivir:

La humanidad ha creado un velo que lo distorsiona todo. Y poco importa, en este sentido, que miremos hacia adentro, porque también ahí todo aparece distorsionado. Y no hay nada que, al respecto, podamos hacer. Es como una sala de espejos en el que basta con decir algo para que no tarde en convertirse en otra cosa. Los seres humanos han creado este velo y las personas llevan a cabo prácticas y siguen caminos espirituales sin descorrerlo.3

Pero el problema no radica en la presencia de esos velos. La cuestión, por el contrario, consiste en corregir este problema cultivando el discernimiento y cobrando conciencia de la complejidad de las variables implicadas en el proceso. Tiempos interesantes como el nuestro exigen soluciones creativas. Y, cuantos más velos obstaculicen nuestra mirada, más importante resulta el cultivo del discernimiento. Este libro se ocupa de muchos de los retos a los que actualmente deben enfrentarse los buscadores y practicantes espirituales del mundo occidental y considera también las distinciones sutiles que debemos realizar para gestionar más adecuadamente los obstáculos que salpican el camino espiritual.

 

***

 

El capítulo 1, “¿Qué es, de hecho, la espiritualidad?” empieza proporcionándonos una visión global del supermercado espiritual occidental contemporáneo y considerando cuestiones básicas como la predominancia actual de los escándalos espirituales y si la iluminación es realmente el objetivo del camino espiritual. El capítulo 2, titulado “Las enfermedades de transmisión espiritual”, nos ofrece una clasificación de muchas de las trampas con las que suele tropezar el buscador espiritual contemporáneo, y el capítulo 3, “La postura de la mente”, considera las actitudes que debemos cultivar para avanzar con discernimiento a través del camino espiritual.

Los capítulos 4 y 5, titulados respectivamente “La psicología del ego” y “El materialismo espiritual y el bypass espiritual”, se ocupan de la relación existente entre el ego, la psicología y el karma y de las trampas que afloran cuando nuestro desarrollo en esos dominios es irregular, confuso y desequilibrado.

Los siguientes capítulos se ocupan de explorar la importancia del discernimiento como herramienta de transformación que nos ayuda a convertir las crisis y otros aspectos de la vida en oportunidades para el desarrollo espiritual. El capítulo 6, titulado “La crisis curativa”, nos revela el modo en que el viaje de descenso, al que deben enfrentarse la mayoría de las personas que se comprometen con el camino espiritual, desarrolla la capacidad de discernir y adentrarse en aspectos y dimensiones cada vez más amplias y profundas de la experiencia. El capítulo 7, titulado “El principio tántrico”, considera el modo en que la aplicación meticulosa del discernimiento puede servirse literalmente del poder terapéutico de los venenos internos y externos para acabar convirtiendo la experiencia ordinaria en una experiencia extraordinaria. El capítulo 8, titulado “El secreto de Pandora: desmitificar la sombra”, ilustra las extraordinarias posibilidades de una transformación espiritual integral que conlleve la aplicación del discernimiento a nuestra sombra.

Los capítulos 9 y 10, titulados “El cuerpo como árbol de la bodhi: el imperativo de la encarnación” y “La unión entre la psicología y la espiritualidad”, exploran la integración viva entre la psicología y la espiritualidad y el modo en que asimilamos y expresamos esta integración a través del cuerpo.

Pero un libro dedicado al discernimiento no sería completo si no considerase también su aplicación a la relación maestro-discípulo, uno de los aspectos más difíciles para gestionar adecuadamente la vida espiritual. En este sentido, el capítulo 11, titulado “La cuestión del maestro”, nos proporciona una visión equilibrada de los beneficios espirituales únicos de trabajar con un maestro y de los desafíos psicológicos de esta relación tanto para el discípulo como para el maestro. En el capítulo 12, por último, titulado “Om mani padme ¡madura!” consideraremos con detenimiento el discernimiento y reflexionaremos sobre el significado del crecimiento –tanto del crecimiento psicológico como del crecimiento espiritual– y del avance hacia una auténtica madurez espiritual.

 

***

 

Cuando tenía veintidós años y estaba en condiciones de explorar con más detenimiento cuestiones de espiritualidad, asistí a un seminario dirigido por los maestros y autores budistas Stephen y Ondrea Levine. Para mí, se trataba de auténticos héroes que habían dedicado su vida al conocimiento de sí mismos, a la conciencia y al servicio a la humanidad. Pasé el fin de semana degustando la sabiduría que habían logrado a lo largo de una vida entregada a la práctica espiritual intensa y no comprometida, al estudio y la experimentación incesante y a una humildad difícilmente lograda. Cuando el fin de semana estaba a punto de concluir, una mujer levantó la mano y se lamentó de que, mientras que Stephen y Ondrea se habían convertido en practicantes modelo, ella estaba demasiada atrapada en su pasado como para llegar a esa profundidad y sabiduría.

Dirigiendo entonces una mirada muy tierna a la joven, Stephen pasó a contarnos, para nuestra sorpresa, la historia del angustioso pasado del que Ondrea y él provenían. Según nos dijo, se conocieron en una clínica de rehabilitación en la que ambos estaban recuperándose de una adicción al alcohol y a las drogas, respectivamente. Uno se pasaba las tardes golpeándose la cabeza con una roca, mientras que la otra sufría profundos estados psicóticos. Luego Stephen miró fijamente a la audiencia y, como si nos hablase personalmente a cada uno de nosotros, apostilló: «Es muy sencillo: el Buddha y Jesús eran, tiempo atrás, Joe y Mike. La única diferencia entre ellos y vosotros es que ellos tomaron una decisión muy profunda con respecto a sus vidas y han seguido manteniéndola. Creedme. Si nosotros hemos podido, cualquiera puede hacerlo».

«Yo enseño lo que necesito aprender», dijo, en cierta ocasión, T. Krishnamacharya, padre del yoga moderno. Ofrezco todas estas consideraciones sobre el discernimiento espiritual para que yo y todos nosotros podamos aumentar la claridad espiritual de nuestras vidas. Ojalá el fruto de nuestro estudio y de nuestra investigación compartida pueda contribuir positivamente a la reducción del sufrimiento y al aumento de la paz del planeta.