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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Sara Wood

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Relaciones tormentosas, n.º 1256 - marzo 2016

Título original: Morgan’s Secret Son

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8040-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Jodie echó un vistazo al apartamento. Se recolocó la falda ajustada que llevaba y abrió la puerta.

–¡Hola, Chas! Pasa –dijo en tono amistoso.

Chas entró acompañado del frío invernal de Nueva York y de un poco de nieve que cayó sobre el suelo de madera recién barnizado.

–Límpialo antes de que deje mancha –ordenó él y frunció el ceño–. ¡Date prisa! Busca el…

–No, Chas –contestó ella–. ¡No voy a limpiarlo!

No pensaba actuar como si fuera su esclava. Estaba esperando a que él reaccionara al ver su atuendo. Sorprendido por su negativa, la miró de arriba abajo, desde sus botas rojas de tacón alto hasta su elegante peinado.

–¡Uau! ¡Eres sorprendente! –exclamó.

Ella sonrió al pensar en el chasco que se iba a llevar.

–En más de un aspecto, Chas. ¿Me ayudas? –preguntó con dulzura.

–Claro… ¿vamos a algún sitio?

Estaba sorprendido por su comportamiento y al agarrar la chaqueta de ante rojo que le tendió Jodie le temblaron los dedos.

–¡Solo yo!

Jodie se puso la chaqueta y luego un capa dorada sobre los hombros. Después, soltó la noticia.

–Me marcho. Para siempre. Aquí están mis llaves. Tienes todo el apartamento para ti. ¡Ya puedes limpiar el suelo!

Él se quedó boquiabierto. Jodie se fijó por primera vez en que tenía los dientes descolocados y los labios gruesos y húmedos. Se estremeció. ¡No le quedaba duda de que el amor era ciego!

–Pero… ¡si estás loca por mí! –protestó él–. ¡Y te quiero!

–No –le corrigió ella desafiante. El tono de voz sexy que él había empleado no la afectaba–. Te amas a ti mismo y amas a la persona que intentaste crear –dijo ella con frialdad–. Desde el momento en que entré en tu despacho has hecho todo lo posible por convertirme en lo que querías: un cruce entre un sirviente doméstico, una mujer de negocios y una tigresa insaciable en la cama. Estoy harta de tener que tomar antidepresivos por no dar la talla, y estoy harta de intentar conseguir que te aumenten el sueldo mientras friego sartenes en tanga.

–¡Estás exagerando! –exclamó él.

–Quizá, pero, ¡no puedes negar que hubiera sido tu sueño convertido en realidad! ¡No me extraña que siempre estuviera nerviosa! Si quieres una Superwoman, búscala en otro sitio. Yo me voy.

–¡No puedes! –dijo Chas con desesperación mientras ella se ponía los guantes de ante.

–Mira.

–Pero… ¡podíamos haber tenido hijos!

Ella se quedó helada al oír aquello, se volvió para mirar a Chas, sus ojos de color jade brillaban con tanta ferocidad, que Chas se amedrentó. Durante los últimos seis años, ella había deseado casarse y tener hijos. Chas se había negado.

–¡Adiós! –dijo ella con frialdad–. ¡Puedes recoger mi coche en el aeropuerto!

–¡No es en serio! ¿Dónde está tu equipaje?

–En el coche –sintiéndose libre como un pájaro, Jodie abrió la puerta.

–¡Espera un momento! ¿Dónde… dónde vas? –gritó él.

–A Inglaterra –contestó ella, radiante de felicidad–. A estar con mi padre.

–¿Qué? ¡Estás loca! Sé que te ha escrito, pero eso fue hace seis meses y ¡no has vuelto a saber nada de él! Si es la clase de hombre que abandonó a tu madre cuando tú apenas tenías un año, ¡no se va a alegrar cuando llames a su puerta! –soltó Chas.

–Haré caso omiso de ese comentario –dijo ella con calma–. Comprendo por qué ha podido cambiar de opinión acerca de verme. Cualquiera podría tener miedo en una situación así. Me he dado cuenta de que tengo que verlo. Es mi único pariente con vida y tengo que intentarlo.

¡Era tan divertido tomar las riendas de su vida! ¿Por qué no lo habría hecho antes? ¡Había trabajado para Chas durante siete años! ¡Durante seis había vivido con él! Lo miró y le dijo:

–Encontrarás los tangas y los sujetadores en el cajón de arriba. Disfrútalos.

Orgullosa, salió de la casa. Se sentía fenomenal con su ropa interior nueva y sensual, en lugar de la ropa incómoda que llevaba antes. Encima llevaba una blusa de seda y un traje de color ámbar con falda corta, una capa, un sombrero y botas. Se había convertido en una mujer nueva y se lanzaba a una aventura.

Entró en el coche, saludó a Chas con la mano y soltó una risita. Después se marchó, recordando el momento en que abrió la carta por primera vez.

La sinceridad del afecto de su padre la había cautivado como un rayo de sol y de esperanza. Tu padre que te quiere, Sam. Así firmaba la carta, y Jodie sintió un nudo en la garganta cuando leyó sus palabras. Alguien se preocupaba por ella. Alguien la quería de verdad. Se le llenaron los ojos de lágrimas al recordarlo e hizo un esfuerzo por contenerlas.

Su madre había muerto cuando era pequeña. Se había criado con unos padres adoptivos y sabía que ellos fueron los que mermaron su felicidad, con sus reglas estrictas y sus castigos. Nunca le ofrecieron amor. No un amor verdadero. A partir de ese momento, las cosas serían diferentes.

Pronto, llegaría a la casa de su padre en el sur de Inglaterra. Él ya habría recibido la carta en la que anunciaba su visita y no podría negarse a verla después de haberse trasladado desde tan lejos.

En caso de que lo hiciera, tenía un plan B. Se alojaría en un hotel cercano y desde allí intentaría reforzar sus sentimientos hasta que aceptara reunirse con ella.

Estaba segura de que no la rechazaría y de que alguien, o algo, lo había convencido para que no contestara a sus cartas. Sabía muy bien cómo una persona podía nublar el juicio de otra.

Había tardado todo ese tiempo en darse cuenta de que el consejo de Chas, que olvidara a su padre, era completamente egoísta. Durante años, había confiado en él, se había vuelto dependiente y servil. Por fin, había descubierto cómo era en realidad, un caradura y un manipulador.

Estaba segura de sí misma por el hecho de que su padre estuviera tan ansioso de verla e incluso le hubiera pedido la dirección de su madre. Una punzada de dolor recorrió su cuerpo. Recordaba con toda claridad las semanas de soledad y desconcierto que siguieron a la muerte de su madre.

Pero ya había pasado todo. Le brillaban los ojos. Nunca había estado tan feliz en su vida.

–Prepárate, Inglaterra –gritó con una carcajada al ver la señal del aeropuerto–. ¡Ahí voy!

 

 

Morgan consiguió abrir la puerta a pesar de tener las manos llenas de jabón y a Jack colocado sobre su hombro.

¿Por qué la gente llamaba justo cuando se disponía a bañar al bebé? Era uno de los misterios de la vida y empezaba a ser algo más que una broma.

Refunfuñó al ver la cara animosa del cartero. La vida de pueblo en la zona rural de Sussex tenía sus inconvenientes. La gente quería hablar y compartir información. Había demasiados entrometidos tratando de averiguar qué diablos estaba haciendo él en casa de Sam Frazer.

–Buenos días –dijo.

–Correo certificado –dijo el cartero y le tendió un paquete.

–Gracias –dijo él.

Firmó el resguardo y miró el paquete con curiosidad. Era para Sam. Lo dejó sobre la mesa del recibidor, junto al resto de correo que estaba sin abrir en espera de que la salud de Sam mejorara y se dispuso a cerrar la puerta.

–¿Está bien el bebé? –preguntó el cartero.

–Muy bien –suspiró Morgan.

–Ya debe de tener cinco semanas. Me encantan los niños. ¿Puedo verlo?

Le hubiera gustado decir que no. Resignado, abrió la toalla con la que lo había envuelto y le mostró al pequeño.

–Es igual que su padre –dijo el cartero.

–¿Ah, sí?

No se imaginaba cómo una cosa tan pequeña podía parecerse a un adulto.

Curiosamente, todo el mundo decía que Jack se parecía a Sam.

El resentimiento y la culpabilidad se apoderaron de él. Miró al bebé, despreciándose a sí mismo por lo que había hecho.

–Siento que el señor Frazer haya tenido que ingresar otra vez en el hospital. ¿Cómo está? –insistió el cartero.

–En estado crítico –contestó Morgan.

–¡Qué pena! Ha tenido muy mala suerte desde que se mudó aquí el verano pasado –el cartero le dio una palmadita en la mano–. Fue un entierro magnífico el que le hizo a su señora.

Morgan puso una mueca de dolor, pero no corrigió al cartero. Teresa no estaba casada con Sam, un hecho que contribuyó a su muerte.

Suponía que el cartero trataba de ser amable, pero no quería que le recordaran aquel terrible día en que presenció, bajo la lluvia, cómo enterraban a Teresa.

Después vinieron los pésames. Los amigos de Teresa de Londres conocían su secreto: que él había tenido una aventura con ella antes de que Teresa comenzara su relación con Sam.

Sabía lo que dijeron aquel día porque oyó un comentario:

–Nunca dejó de quererla, ¿Por eso está tan destrozado?

Revivirlo era insoportable, tenía que escapar de esa situación.

–Gracias –dijo y se aclaró la garganta.

–Es un detalle por su parte ocuparse del bebé, no muchos hombres harían lo mismo. ¿Es usted un pariente cercano?

–No exactamente. Perdóneme, pero se está enfriando el agua para el baño.

Cerró la puerta y suspiró aliviado. Abrazó a Jack, como si pudiera protegerlo de lo que la gente pudiera hacer o decir.

El peligro lo había acechado de verdad. Quizá era mejor que la hija de Sam lo hubiera rechazado. Ella habría puesto en peligro el futuro de Jack. Y Morgan no lo habría soportado.

La muerte de Teresa había sido algo inesperado. Y después…

¿En qué lío se había metido? Cada vez que iba a visitar a Sam el secreto acerca de Jack ardía en su interior, dañando la relación que tenía con el hombre que más admiraba, respetaba y quería del mundo.

Morgan gruñó. Sabía que, si decía la verdad, se sentiría muchísimo mejor, pero crucificaría a Sam.

–¡No puedo hacerlo! –dijo en voz alta.

Pero… despreciaba a la gente que era tan débil como para tener que contar mentiras.

Se le oscurecieron los ojos de dolor. Debía ocultar la verdad y no desvelarla mientras Sam estuviera vivo, por mucho que fuera en contra de sus deseos y creencias. Había dos personas más débiles que él implicadas y tenían más necesidades.

–Jack… eres tan pequeño e indefenso… y ni siquiera sabes los problemas que has causado –le dijo al bebé. El pequeño giró la cabeza y buscó con la boca el inexistente pecho materno.

–Pobrecito –susurró Morgan y le ofreció un nudillo en compensación–. No me extraña que Sam te adore. Ablandas el corazón de cualquiera. Vamos a darte un baño…

Morgan llevó al bebé a la habitación. Estaba atrapado en una red de mentiras. Ahí estaba, engañándolo para que mamara de un nudillo en lugar de un pecho. Y en el futuro, lo defraudaría cada día de su vida.

¡No quería hacerlo! Sus instintos paternales reclamaban que contara la verdad. Sabía que era imposible, pero su corazón le pedía lo contrario. ¿Quién vencería?

Durante un instante, sintió el deseo de soltar un grito de rabia y desesperación, pero la presencia del bebé lo detuvo.

Apretó los dientes y continuó con el ritual del baño.

Cuando terminaron, se sentaron frente a la chimenea. Mientras Jack se tomaba un biberón, Morgan lo miraba. Esa era su recompensa, la alegría en medio del dolor.

Para él, el bebé era perfecto. Moreno, de piel suave y pestañas negras. Sonriendo, acarició la manita del niño con sus largos dedos y Jack le agarró uno con decisión. A Morgan le dolía el corazón.

Aquel era su hijo, y quería que todo el mundo lo supiera.

Capítulo 2

 

Sabía que era imposible realizar su sueño.

–Sam estará orgulloso de ti –prometió haciendo un esfuerzo.

Jack se había quedado dormido y Morgan colocó su brazo sobre él de forma que pudieran descansar los dos. Por desgracia, sus pensamientos no lo dejaron descansar en paz.

Todavía no había encontrado a alguien para que lo ayudara durante el día y tenía que limpiar la cocina. Después, debía esterilizar los biberones, preparar la comida, poner la lavadora y planchar un poco. En algún momento del día, debería llamar a la oficina para ver si todo iba bien. Más tarde, iría con Jack a ver a Sam.

Eran las once y media y ni siquiera había tenido tiempo de afeitarse, y menos aún para tomarse un café. Cuando no estaba junto a Sam o cuidando del bebé, pasaba las noches paseando de un lado a otro de la casa. Estaba agotado.

Lo consumía la culpabilidad. Nunca había hecho nada malo en su vida y el secreto que guardaba estaba poniendo a prueba su autocontrol.

Estaba de mal humor.

Agarró al bebé con sus grandes manos y el pequeño siguió durmiendo, ajeno a lo que le rodeaba. Jack hacía que Morgan se sintiera envidioso y protector a la vez.

Al pensar en el futuro se le nublaron los ojos. Siempre había hecho lo que le apetecía e ido a donde quería, vivía libre como un pájaro, pero las cosas habían cambiado y era difícil adaptarse.

En su momento, había sido libre para viajar a lugares exóticos, en los que había visto cómo sus diseños tomaban forma y se convertían en realidad.

Sin embargo, en un breve instante con Teresa Frazer había creado y diseñado algo que había puesto su vida patas arriba. Nunca olvidaría el momento en el que fue al hospital y ella le confesó que Jack no era hijo de Sam, sino su hijo. Habían engendrado a Jack cuando todavía salían juntos, antes de que Sam conociera a Teresa.

Hizo una mueca de dolor al recordar aquella cara bonita pero magullada por un accidente de coche, que lo había hecho ir hasta Sussex desde Londres. Él no dudó de sus palabras ni un solo instante. Ella estaba desesperada por decir la verdad y era consciente de que la muerte estaba muy cerca como para perder el tiempo con mentiras.

Morgan pensó en cómo le afectó a Sam la noticia y en cómo él había estado con Teresa durante los últimos momentos en que estuvo consciente, antes de que le realizaran una cesárea de emergencia.

Fue él quien primero sujetó al bebé y quien lloró desconsoladamente de alegría. No había llorado desde los once años, pero la repentina paternidad hizo que no pudiera contener el llanto.

La emoción le rompía el corazón. Deseaba a ese niño. ¡Su niño! Sin embargo, sabía que debía renunciar a él por el bien de un hombre moribundo. Jack tenía que ser registrado como el hijo de Sam.

Morgan se pasó la mano temblorosa por la cara. Se lo debía todo a Sam, ¡pero tenía que pagar un precio muy alto!

Atormentado, agachó la cabeza y besó la frente de Jack. El calor del fuego y el cansancio acumulado tras varias noches sin dormir comenzaron a nublarle los pensamientos. Al fin, se quedó dormido, momentáneamente liberado de los problemas y del embarazoso engaño.

 

 

Jodie se ponía más nerviosa a medida que se acercaba al pueblo donde vivía su padre. Descubrir que él existía era la cosa más maravillosa que le había ocurrido nunca. Se le aceleró el corazón. Quería que aquello funcionara. ¡Debía salir bien! Todas sus esperanzas estaban puestas en ello.

Se fijó en el paisaje; en las suaves colinas. Las ovejas pastaban en el campo y los cisnes nadaban en el río.

De pronto, vio una señal que le indicaba el camino. Se salió de la carretera principal, con el corazón lleno de alegría.

Estaba oscureciendo, a pesar de que solo eran las cuatro de la tarde. Cada vez que veía una casa, disminuía la marcha para poder leer los nombres. Al fin, encontró la que buscaba: Great Luscombe Hall.

–¡Que esté allí! –suplicó.

Con nerviosismo, se metió por un camino largo, agarrando el volante con una mezcla de pánico y esperanza. Se quedó sorprendida, ¡había un foso! Pasó por encima del puente de madera que lo cruzaba. ¡Nunca se le había ocurrido que su padre pudiera ser rico!

Jodie detuvo el coche frente a la casa. El corazón le latía con fuerza. Great Luscombe Hall era un palacete de madera con el tejado de pizarra.

–¡No puedo creerlo! –susurró ella.

Con los dedos temblorosos, apagó el motor y salió del coche. Escuchó unos ladridos feroces y se quedó paralizada al ver que un Collie corría hacia ella.

–¡Socorro! –gritó con la mirada fija en los colmillos del perro–. ¡Buen chico! –dijo sin convencimiento.

–Es amistoso –oyó que le decía una voz masculina–. Está moviendo la cola, ¿no lo ves?

¡Su padre! Se olvidó del animal y miró hacia la casa con una cálida sonrisa que se desvaneció al instante. No podía ser él. Era demasiado joven. Ese era… ¿quién era?

Tragó saliva. El hombre moreno la miraba desde la puerta. A su alrededor todo estaba oscuro, solo había un haz de luz que escapaba de la puerta que había entornado, como si intentase proteger el castillo contra los intrusos.

Ella se fijó en que iba despeinado, en que tenía las cejas espesas y la mandíbula prominente. Después, vio que llevaba un jersey y unos vaqueros y se preguntó si no se habría equivocado de casa.

–¿Esto es Great Luscombe Hall? –preguntó.

–¡Sí! –contestó él.

Entonces no era un error. Y él solo era un hombre. Malhumorado, poco amistoso y amenazante, pero solo un hombre al fin y al cabo.

–Entonces, ¡hola! –dio un paso adelante y sintió que el perro le olisqueaba la pierna–. ¿Está seguro de que puedo moverme sin perder una pierna? –preguntó preocupada.

Al ver que él se fijaba en sus labios se le erizó el vello de la nuca. Solo la había mirado, eso era todo. Sin embargo, durante un instante, había sentido algo casi sexual en su interior.

–Ya ha comido –contestó con seriedad–. ¿Quería algo?