Introducción al
Cristianismo Primitivo
Los primeros siglos del cristianismo
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INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO PRIMITIVO
Los primeros siglos del cristianismo
ISBN: 978-84-944626-9-6
eISBN: 978-84-168454-3-9
Iglesia cristiana
Historia
Referencia: 224977
Pau Figueras Palà, profesor emérito de Arqueología Cristiana, estudió lenguas clásicas, filosofía, teología, historia eclesiástica, exégesis bíblica y hebreo bíblico en el monasterio benedictino de Montserrat (España). Obtuvo BA en teología y BA en Biblia, en el Collegium Anselmianum (Roma). Estudió alemán y lenguas semíticas en München (Alemania) y, posteriormente, Biblia y arqueología en École Biblique, Jerusalén.
Recibió el título de Ph. D. en religiones comparadas por la Universidad Hebrea y fue bibliotecario en el Albright Institute of Archaeological Research (Jerusalén).
“El Espíritu y la Esposa dicen: Ven!
Venga el sediento. El que desee tome del agua de la vida, de balde”
(Apocalipsis 22:17)
Dedico este libro a todos mis antiguos alumnos en la Universidad Ben-Gurion del Néguev
Prólogo
Abreviaturas
CAPÍTULO PRIMERO: EL FONDO JUDÍO DEL CRISTIANISMO PRIMITIVO
EL JUDAÍSMO EN LA PALESTINA ROMANA
Estructuras políticas y eventos históricos más importantes
Helenización y conservadurismo
Sectas religiosas y partidos políticos
Templo y culto
Sinagogas y otras instituciones
Los sabios
Lenguas, cultura y arte
La fe judía
LA DIÁSPORA JUDÍA
EGIPTO
Elefantina
El templo de Onías
ALEJANDRÍA
Condiciones sociales y políticas
Cultura
Asimilación y autoconciencia
Filón (c. 20 a.C. - 50 d.C.)
Organización comunitaria e instituciones
Relaciones con Jerusalén
ROMA
Judíos y sirios
Esclavos y hombres libres
Condición jurídica de la religión judía
Sinagogas
Judíos en el palacio del emperador
El asunto de “Cresto”
Catacumbas judías
OTROS PAÍSES
Antioquía
Asia Menor
Grecia
Dura-Europos
África del Norte
Galia y España
RESUMEN Y CONCLUSIONES
CAPÍTULO SEGUNDO: FUENTES ESCRITAS SOBRE EL CRISTIANISMO PRIMITIVO
FUENTES NO CRISTIANAS
Fuentes judías
Fuentes romanas
Conclusión
FUENTES CRISTIANAS
LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO
Los cuatro Evangelios
Hechos de los Apóstoles
Las Epístolas de Pablo
Epístola a los Hebreos
Las siete Epístolas Católicas (universales)
Apocalipsis
LOS PADRES APOSTÓLICOS
La Didajé (Doctrina de los Apóstoles)
Clemente de Roma
Ignacio de Antioquía
Policarpo de Esmirna
Seudo-Bernabé
Papías de Hierápolis
Epístola a Diogneto
Hermas
OTROS PADRES DE LA PRIMITIVA IGLESIA
Justino Mártir
Clemente de Alejandría
Tertuliano
Orígenes
Eusebio de Cesarea
RESUMEN Y CONCLUSIONES
CAPÍTULO TERCERO: EVOLUCIÓN HISTÓRICA
RELACIONES ENTRE LA IGLESIA CRISTIANA Y LA SINAGOGA JUDÍA
Decisiones rabínicas contra los judeocristianos
Reacción cristiana y efectos del rechazo judío
Nazarenos y Ebionitas
Interpretación cristiana de la Biblia y visión negativa del judaísmo
El Antiguo Testamento como preparación histórica
El Antiguo Testamento como profecía
Interpretación tipológica de la Escritura
Interpretación alegórica de la Escritura
La reacción cristiana a la cultura helenística y a la filosofía pagana
La reacción cristiana al gnosticismo y a doctrinas heréticas afines
Las persecuciones romanas y los mártires cristianos
La Iglesia cristiana y la paz constantiniana
El emperador Constantino y la fe cristiana
Herejías y concilios
Las invasiones bárbaras en Europa
Las conquistas islámicas
RESUMEN Y CONCLUSIONES
CAPÍTULO CUARTO: DOCTRINAS MESIÁNICAS Y ESCATOLÓGICAS
RELIGIONES PAGANAS
Mitos mesopotámicos de creación y destrucción
El drama cultural cananeo
Conceptos egipcios de la renovación perpetua
Escatología y dualismo zoroastrianos
Roma, la Égloga Cuarta de Virgilio y la Sibila
PROFECÍAS BÍBLICAS Y EXPECTATIVAS JUDÍAS
La vida en el Paraíso y el pecado de Adán
Profecías escatológicas
La “resurrección” de Israel en Ezequiel
El rey como Mesías de Dios
Visiones apocalípticas en los profetas
Daniel: el Hijo del Hombre y las semanas
Qumrán, una comunidad escatológica
Los escritos apocalípticos
Pretensiones mesiánicas
El “mundo venidero”
La morada de las almas
La Gehenna
El Juicio
MESIANISMO Y ESCATOLOGÍA CRISTIANOS
El Mesías Jesús en el Nuevo Testamento
Doctrinas escatológicas en los Evangelios
Expectativa del regreso de Jesús de los primeros cristianos
El Anticristo
El Apocalipsis de Juan
RESUMEN Y CONCLUSIONES
CAPÍTULO QUINTO: EL CULTO Y LA LITURGIA
EL CULTO JUDÍO
Sacrificios y oraciones en el Templo
Fiestas judías
La Pascua
Comidas escatológicas
Abluciones rituales
Servicios sinagogales
LA IGLESIA APOSTÓLICA
La Iglesia, una comunidad de culto
“Partir el pan”
Bautismo y catequesis
Dones carismáticos otorgados por la imposición de manos
Domingo y Pascua
Celebraciones eucarísticas y comidas de fraternidad (Ágape)
Lugares de culto
Los orígenes del “ofertorio”
Oraciones diarias
Santidad del matrimonio
Unción de los enfermos
La muerte y el entierro
LITURGIA CRISTIANA Y RITOS PAGANOS
Misterios paganos y misterios cristianos
Ritos paganos y profanos y su influencia en la liturgia cristiana
El papel de la liturgia en la transformación de la cultura pagana
El culto de los mártires
Disputas cristológicas y su influencia en la liturgia
EVOLUCIONES ULTERIORES
Provincias eclesiásticas y liturgias diversas
Liturgias orientales
Liturgias latinas
RESUMEN Y CONCLUSIONES
CAPÍTULO SEXTO: ORIGEN Y DESARROLLO DEL MONAQUISMO CRISTIANO
ANTECEDENTES BÍBLICOS Y JUDÍOS
Escuelas proféticas
Los Esenios y la comunidad de Qumrán
Los Terapeutas
Havurot
Razones para una vida conventual
DOCTRINAS Y MOVIMIENTOS PAGANOS
Estoicismo
Pitagorismo y Orfismo
Neoplatonismo
Adoradores de Sarapis
EL MONAQUISMO COMO FENÓMENO CRISTIANO
Doctrinas del Evangelio y de Pablo
El ideal de la primera comunidad en Jerusalén
Reacción a la secularización de la Iglesia
Nostalgia del martirio
La vida ascética como lucha contra el diablo
Monaquismo y vida angélica
EL MONAQUISMO ORIENTAL
Egipto: Pablo, Antonio y Pacomio, ermitaños y cenobitas
Palestina, Siria y Mesopotamia
Grecia y Asia Menor
Espiritualidad monástica oriental: el Hesycasmo
EL MONAQUISMO OCCIDENTAL
Italia: monasterios prebenedictinos y benedictinos
África del Norte
Galia y España
Irlanda
Gregorio Magno y la misión inglesa
Los monjes frisios y la civilización de Europa central
Cluny y su congregación
La reforma cisterciense
Órdenes Mendicantes
RESUMEN Y CONCLUSIONES
CAPÍTULO SÉPTIMO: ARTE Y ARQUITECTURA EN EL CRISTIANISMO ANTIGUO
ORÍGENES DEL ARTE CRISTIANO
El fondo judío del primer arte cristiano
Las primeras manifestaciones del arte cristiano
ICONOGRAFÍA DEL ARTE CRISTIANO PRIMITIVO
Escenas del Antiguo Testamento y su tipología
Motivos paganos con significados nuevos
Escenas del Nuevo Testamento
EL EDIFICIO DE LA IGLESIA
Casas privadas: la domus ecclesia
Las primeras iglesias
LA BASÍLICA CRISTIANA
Los orígenes
Estructura arquitectónica
Otros tipos
El interior de la iglesia
EL BAUTISTERIO
LOS MONASTERIOS
DECORACIÓN DE LA IGLESIA
Relieves
Pinturas murales
Mosaicos
ARTES MENORES
Manuscritos
Objetos de metal
Marfiles
Iconos
Tejidos
RESUMEN Y CONCLUSIONES
APÉNDICES
GLOSARIO DE NOMBRES Y TÉRMINOS
LISTA DE ILUSTRACIONES
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE DE REFERENCIAS LITERARIAS
ÍNDICE DE NOMBRES Y TÉRMINOS
Durante mis largos años de enseñanza en la Universidad Ben-Gurion de Beersheva, Israel, sobre cuestiones relativas al cristianismo, no solo en una introducción general a su historia, sino tratando temas tan específicos como los del arte y la arqueología cristianos, noté la falta de literatura científica sobre tales materias, especialmente en Israel, en lengua hebrea. Es así que el presente libro fue publicado primeramente en este idioma, con la intención precisa de llenar aquel vacío.
El objetivo de la presente edición en lengua castellana tiene una finalidad más general. Simplemente, quiero ofrecer a cualquier lector la oportunidad de conocer un importante capítulo de cultura universal que es generalmente ignorado: el origen y desarrollo de la religión cristiana, desde su fondo judío en la tierra de Israel hasta su contribución al pensamiento y al arte de la Europa medieval.
Los temas que constituyen el núcleo del libro no quieren ser una relación sistemática del desarrollo histórico del movimiento cristiano en los primeros siglos. Por el contrario, cada capítulo trata un aspecto diferente de la historia, la vida, el pensamiento y la expresión externa de la Iglesia primitiva. A partir de las raíces judías en las que nació y creció la fe cristiana, el libro continúa con la evidencia de las fuentes escritas más antiguas que atestiguan la manifestación histórica del fenómeno cristiano, con su desarrollo histórico en el Imperio Romano, con la explicación de las doctrinas apocalípticas y la idea mesiánica, y con la evolución de las manifestaciones externas del culto, los sacramentos, el monacato, la arquitectura y el arte.
Fue especialmente importante para mí hacer resaltar las raíces judías de las que creció la religión cristiana. Así, el primer capítulo entero describe las circunstancias históricas del pueblo de Israel en su país y en la Diáspora cuando nació el cristianismo, y cada uno de los capítulos siguientes trata en primer lugar del origen judío de su tema específico.
Este libro está escrito para los lectores que deseen ampliar sus conocimientos sobre un fenómeno religioso que comenzó como un movimiento judío hace dos mil años, se desarrolló en diferentes formas en su organización y expresión social, procedió a conquistar el mundo entero en una gran campaña proselitista, influyó profundamente en toda la cultura occidental, estuvo en la base de verdaderas revoluciones sociales y políticas, y sigue todavía hoy inspirando al mundo, junto con su hermana mayor, la fe judía.
El lector no del todo familiarizado con los temas tratados ni con muchos de los términos utilizados en estos capítulos encontrará una ayuda muy eficaz en el Glosario que les sigue. Con breves palabras doy allí la necesaria explicación de nombres, términos y expresiones.
Finalmente, quiero expresar aquí mi más sincero agradecimiento a todas aquellas personas que de una u otra forma han contribuido a la producción de este libro, y en primer lugar a mi amigo argentino, el Pastor Marcelo Montenegro, quien voluntariamente se ha encargado de la entera revisión de la traducción castellana de mis originales.
PAU FIGUERAS
Universidad Ben-Gurion del Néguev
Antiguo Testamento y Déuterocanónicos
Gn. |
Génesis |
Ex. |
Éxodo |
Lv. |
Levítico |
Nm. |
Números |
Dt. |
Deuteronomio |
Js. |
Josué |
Jc. |
Jueces |
Rt. |
Rut |
1S. |
1 Samuel |
2S. |
2 Samuel |
1R. |
1 Reyes |
2R. |
2Reyes |
1C. |
1 Crónicas |
2C. |
2 Crónicas |
Esd. |
Esdras |
Ne. |
Nehemías |
Tb. |
Tobías |
Jdt. |
Judit |
Est. |
Ester |
1M. |
1 Macabeos |
2M. |
2 Macabeos |
Jb. |
Job |
Sl. |
Salmos |
Pr. |
Proverbios |
Ecl. |
Eclesiastés |
Ct. |
Cantar de los Cantares |
Sb. |
Sabiduría de Salomón |
Ecli. |
Eclesiástico (Ben Sira) |
Is. |
Isaías |
Jr. |
Jeremías |
Lm. |
Lamentaciones |
Ba. |
Baruc |
Ez. |
Ezequiel |
Dn. |
Daniel |
Os. |
Oseas |
Jl. |
Joel |
Am. |
Amós |
Ab. |
Abdías |
Jns. |
Jonás |
Mq. |
Miqueas |
Na. |
Nahum |
Ha. |
Habacuc |
Sf. |
Sofonías |
Hag. |
Hageo |
Zc. |
Zacarías |
Ml. |
Malaquías |
Nuevo Testamento
Mt. |
Mateo |
Mc. |
Marcos |
Lc. |
Lucas |
Jn. |
Juan |
Hch. |
Hechos de los Apóstoles |
Rm. |
Romanos |
1Co. |
1 Corintios |
2Co. |
2 Corintios |
Gl. |
Gálatas |
Ef. |
Efesios |
Flp. |
Filipenses |
Cl. |
Colosenses |
1Ts. |
1 Tesalonicenses |
2Ts. |
2 Tesalonicenses |
1Tm. |
1 Timoteo |
2Tm. |
2 Timoteo |
Tt. |
Tito |
Flm. |
Filemón |
He. |
Hebreos |
St. |
Santiago |
1Pe. |
1 Pedro |
2Pe. |
2 Pedro |
1Jn. |
1 Juan |
2Jn. |
2 Juan |
3Jn. |
3 Juan |
Jds. |
Judas |
Ap. |
Apocalipsis |
Literatura cristiana y judía
1 Enoc |
Enoc Etiópico |
Ad Scap. |
Ad Scapulam |
Adv. Haer. |
Adversus Haereses (Contra los Herejes) |
Adv. Jud. |
Adversus Judaeos (Contra los Judíos) |
Agus. |
Agustín |
Ant. |
Antigüedades de los Judíos |
Apion |
Contra Apion |
Apoc. |
Apocalipsis |
Apol. |
Apología |
Apolog. |
Apologeticum |
Asc. Isa. |
Ascensión de Isaías |
Asunc. Mois. |
Asunción de Moisés |
‘Avod. Zar. |
‘Avodah Zarah |
B. Metsi’a |
Bava Metsi’a |
Bern. |
Epístola del Seudo-Bernabé |
Ber. |
Berajot |
CD |
Documento de Damasco |
Cels. |
Contra Celso |
Claud. |
Vida de Claudio |
Clem. Alej. |
Clemente de Alejandría |
Clem. |
Roma Clemente de Roma |
Cons. Apost. |
Constituciones Apostólicas |
Conf. |
Confesiones |
Cipr. |
Cipriano |
De Bapt. |
De Baptismo |
De op. et eleem. |
De opere et eleemosynis |
De orat. |
De oratione |
Dial. |
Diálogo, Diálogos |
Diat. |
Diatéssaron |
Did. |
Didajé |
Diogn. |
Epístola a Diogneto |
Ep. |
Epístola. Epístolas |
Esmirn. |
A los Esmirneos |
Esp. |
Las leyes especiales |
Eus. |
Eusebio |
Ev. Fel. |
Evangelio de Felipe |
Ev. Tom. |
Evangelio de Tomás |
Ev. Pe. |
Evangelio de Pedro |
Ev. |
María Evangelio de María |
Execr. |
De execratione (Sobre la maldición) |
Guerra |
La guerra judía |
Ḥag, |
Ḥagigah |
HE |
Historia Eclesiástica |
Ḥul. |
Ḥullin |
Iren. |
Ireneo |
Jos. Fl. |
Josefo, Flavio |
Jubil. |
Libro de los Jubileos |
Just. |
Justino |
Ketub. |
Ketubot |
Lact. |
Lactancio |
M. |
Mishnáh |
Magn. |
A los Magnesios |
Mart. Palaest. |
Sobre los mártires de Palestina |
Mart. Polyc. |
Martirio de Policarpo |
Meg. |
Meguiláh |
Mel. |
Melitón |
Menaḥ. |
Menaḥot |
Midr. |
Midrash |
Mort. Pers. |
De mortibus persecutorum |
Ner. |
Vida de Nerón |
Orig. |
Orígenes |
Pasc. |
Sobre la Pascua |
Pesaḥ. |
Pesaḥim |
PG Migne, |
Patrologia Graeca |
PL Migne, |
Patrologia Latina |
Praem. |
De praemiis et poenis |
Protr. |
Protréptico a los Griegos |
R. |
Rabbá, Rabbatí |
Rom. |
A los Romanos |
Sanh. |
Sanhedrin |
Shabb. |
Shabbat |
Sim. |
Similitudes |
Spec. |
De specialibus legibus |
T. |
Tosefta |
Ta’an. |
Ta’anit |
TB |
Talmud Babilónico |
Tert. |
Tertuliano |
Test. Lev. |
Testamento de Leví |
TJ |
Talmud de Jerusalén |
Trad. Apost. |
Tradición Apostólica |
Trif. |
Diálogo con Trifón |
Vir. Ill. |
De viris illustribus |
Vis. |
Visiones |
Vit. Cont. |
De vita contemplativa |
Vit. Const. |
Vida de Constantino |
Yebam. |
Yebamot |
Contenido:
EL JUDAÍSMO EN LA PALESTINA ROMANA
Estructuras políticas y eventos históricos más importantes
Helenización y conservadurismo
Sectas religiosas y partidos políticos
Templo y culto
Sinagogas y otras instituciones
Los sabios
Lenguas, cultura y arte
La fe judía
LA DIÁSPORA JUDÍA
EGIPTO
Elefantina
El templo de Onías
ALEJANDRÍA
Condiciones sociales y políticas
Cultura
Asimilación y autoconciencia
Filón (c. 20 a.C. - 50 d.C.)
Organización de la comunidad e instituciones
Relaciones con Jerusalén
ROMA
Judíos y sirios
Esclavos y hombres libres
Condición jurídica de la religión judía
Sinagogas
Judíos en el palacio del emperador
El asunto de “Cresto”
Catacumbas judías
OTROS PAÍSES
Antioquía
Asia Menor
Grecia
Dura-Europos
África del Norte
Galia y España
RESUMEN Y CONCLUSIONES
El cristianismo primitivo es históricamente inconcebible sin sus raíces judías. Jesús es un judío que predica y actúa en medio de su pueblo. Su mensaje va dirigido primoridialmente a judíos, sus conciudadanos. Sus discípulos ven en Él el cumplimiento de las profecías judías. El cristianismo comienza como un movimiento judío en la Palestina romana, donde el judaísmo está viviendo un momento crucial de su historia, y tiene una poderosa vitalidad religiosa que se extiende por las comunidades judías helenísticas de la Diáspora. Y es a través de ellas que el cristianismo llega al mundo pagano.
En el presente capítulo el lector encontrará la base para entender el mensaje cristiano tal como fue predicado en su ambiente judío, tanto en la tierra de Israel como en la Diáspora. Es un primer paso, necesario para adquirir un conocimiento comprensivo del fenómeno cristiano, en cuanto que es la historia de un grupo religioso. Además de los factores espirituales, providenciales o sobrenaturales aducidos por sus adherentes, la fe cristiana nació, fue predicada y se desarrolló en circunstancias históricas precisas y bien conocidas que condicionaron la forma que hoy presenta. Las más importantes de aquellas circunstancias son la historia, la religión y la cultura del pueblo judío. Es de esos temas que vamos a tratar brevemente en las páginas que siguen.
Cuando Ciro el Grande decretó el retorno de los judíos que habían sido desterrados a Babilonia (538 a.C.), la tierra de Israel ya no era un estado independiente sino una satrapía, una provincia del Imperio Persa que se llamaba “Yehud”. Después de la conquista del país por Alejandro Magno (333 a.C.), el país estuvo gobernado primero por la dinastía griega de los Lágidas de Egipto (301-197 a.C.) y luego por la de los Seléucidas de Siria (197-167 a.C.). Mientras que los primeros fueron respetuosos con los sentimientos y la religión de los judíos, el rey seléucida Antíoco IV Epífanes (175-167 a.C.) (Fig. 1) comenzó una persecución sistemática de los judíos, introduciendo una helenización forzada del pueblo, y provocando así la revuelta Macabea y la fundación de la dinastía Hasmonea (167 a.C.). Como consecuencia de esos acontecimientos se desarrolló la literatura apocalíptica (el libro de Daniel fue escrito por el año 165) y se multiplicaron las facciones y las sectas religiosas, con fuerte influencia política. El año 63 a.C.marcó la intervención de Roma con la conquista de Jerusalén por Pompeyo. En el año 46 a.C. Julio César concedió a los judíos una situación de privilegio. Y en el 40 a.C. Roma nombró a Herodes el Grande rey de Judea. Su reino (37-4 a.C.) se caracterizó tanto por su gran ambición como por el gran malestar social. Herodes murió poco después del nacimiento de Jesús (7/6 a.C.), durante el gobierno del primer emperador romano, Octaviano Augusto (27 a.C.-14 d.C.). Arquelao, hijo de Herodes, fue rey de Judea, mientras que Antipas y Felipe eran, respectivamente, etnarcas de Galilea y de Perea. El cruel Arquelao fue depuesto por Augusto (6 d.C.), y Judea pasó a ser integrada directamente al Imperio Romano como provincia gobernada por un procurador o prefecto. Durante el ministerio público de Jesús, el procurador fue Poncio Pilato (26-36 d.C.). Por cuatro años (41-44 d.C.) Agripa I, nieto de Herodes el Grande, gobernó toda la Palestina. Pero al morir él, su entero reino fue sometido a los procuradores romanos.
Fig. 1 Imagen de Antíoco IV Epífanes en una moneda seléucida (Cabinet de Médailles, París).
La rebelión judía contra la dominación romana (66-70 d.C.), que provocó la huída de los cristianos de Jerusalén a Pela en Transjordania, terminó con la captura de Jerusalén y la destrucción del Templo por Tito, el hijo del emperador Vespasiano. Miles de judíos fueron asesinados o deportados. Yavne, una ciudad de la costa, se convirtió en el nuevo centro religioso judío, mientras que nuevas formas de culto y vida religiosa reemplazaron los tradicionales sacrificios del Templo y las peregrinaciones. Otra rebelión judía bajo Trajano (115-117 d.C.) se desplegó en todo el Imperio Romano. Y una tercera rebelión contra Roma bajo dirección de Bar Kojba (142-135 d.C.) terminó con una derrota total de los judíos y la fundación de la ciudad pagana de Aelia Capitolina por el emperador Adriano en el lugar donde antes se levantaba Jerusalén.
Desde la conquista de Alejandro de la tierra de Israel y de su probable visita a Jerusalén (332-331 a.C.), la introducción de la cultura y la filosofía helénicas, así como del culto y de las costumbres paganas, amenazaron la preservación de los valores tradicionales, culturales y religiosos judíos y con ellos los cimientos de la nación judía. A pesar de ello, la clase aristocrática (familias ricas, sumos sacerdotes) favoreció en gran medida la progresiva helenización de la sociedad judía, aunque también hubo una fuerte oposición entre las masas. La persecución del judaísmo por Antíoco IV Epífanes (175-164 a.C.) parece que fue influenciada por el helenismo del sacerdote Menelao y de sus seguidores, con el fin de imponerse a la rebelión de las masas resistentes de Jerusalén, que apoyaban al anterior sumo sacerdote, Jasón. Pero incluso éste último estableció instituciones educativas griegas en Jerusalén. El movimiento conservador pietista de los Hasideos, que se unieron a la revuelta de los Macabeos contra los griegos, se separó más tarde de los sucesores de los Macabeos, es decir, los gobernantes Hasmoneos. Estos últimos, que en principio habían luchado por una independencia política, habían luego abandonado las altas ideas religiosas de sus antepasados y aceptado en gran medida el helenismo. Herodes el grande y su familia, heredero del reino Hasmoneo, fue el mejor ejemplo de la aceptación abierta del helenismo. Construyó un hipódromo y un anfiteatro en Jerusalén. Judíos y griegos competían en los juegos olímpicos. El número de estudiantes de filosofía griega en Jerusalén igualaba al de los estudiantes de la Toráh. La lengua, el arte, el pensamiento y las costumbres griegas impregnaban la vida judía en Palestina en la época del nacimiento de Jesús (Fig. 2). Treinta ciudades del país eran totalmente griegas. En la ciudad residencial de Herodes, Sebaste (Samaria), el templo principal era el Augusteum, construido por el rey de Judea en honor del emperador Augusto.
Por otra parte, fuertes movimientos religiosos, tales como el de los Fariseos y el de los Esenios (el primero probablemente surgido de los antiguos Hasideos), mantenían el espíritu y los valores culturales judíos, especialmente entre las clases más bajas; y visionarios apocalípticos mantenían la esperanza de una revolución mesiánica que revertiría la situación política actual. Las tres rebeliones judías contra Roma, con su notable demostración de confianza propia, fueron claros ejemplos tanto del rechazo popular judío de la cultura helenística, extranjera, como de un deseo de independencia nacional.
El historiador Flavio Josefo, que escribió hacia finales del siglo I, describe cuatro grupos organizados dentro del judaísmo:
a) Saduceos. Los Saduceos posiblemente surgieron de la aristocracia sacerdotal. Enemigos de los cambios sociales, favorecieron la autoridad romana, pues conservaba el orden. Eran conservadores en materia religiosa, no aceptaban ninguna tradición oral ni cualquier doctrina nueva. Temían levantamientos y movimientos mesiánicos. El destino de los gentiles no les interesaba mucho. Se oponían a la doctrina de la resurrección de los muertos y a la existencia de los ángeles.
b) Fariseos. Una estricta observancia de la Ley y una sincera piedad distinguía a estos “separatistas”, que probablemente surgieron del movimiento Hasídico anterior. Querían construir “un cerco alrededor de la Toráh”; y en su afán por su preservación, iban más allá de él, manteniendo la tradición oral como igualmente valiosa. Estaban convencidos de que Dios habían revelado a Moisés la tradición oral. Paradójicamente, algunas de sus creencias fueron influenciadas por doctrinas extranjeras, concretamente iraníes, como la resurrección final de los hombres y una complicada angelología. Dos actitudes diferentes, una más rigurosa y otra más relajada, caracterizaban las dos escuelas fariseas de Shamai y Hilel. La actitud de éste ultimo frente a la religión estaba arraigada en el espíritu de los profetas de Israel y era por lo tanto muy afín al mensaje de Jesús. Los fariseos favorecieron y tal vez iniciaron el proselitismo judío.
c) Zelotes. Su movimiento de resistencia a la dominación romana por medios violentos se basaba en la doctrina del estado teocrático. Su fundador fue Judas el Galileo, que probablemente murió en su insurrección el año 6 d.C. Jugaron un papel decisivo en la guerra contra Roma en 66-70 d.C. Muchos de los supervivientes se refugiaron en Masada, donde se suicidaron para evitar ser capturados por los romanos (73 d.C.) Otros huyeron a Egipto, donde trataron de incitar a los judíos a rebelarse. Uno de los discípulos de Jesús era Simón el Zelote. Jesús fue crucificado entre dos ladrones (en griego lestai), otro nombre dado por Flavio Josefo a los Zelotes, que también eran llamados sicarioi, “hombres del puñal”.
d) Esenios. Los Rollos del Mar Muerto han arrojado mucha luz sobre esta especie de organización monástica, que sin duda nació como reacción contra la mundanalidad de los gobernantes Hasmoneos y el sacerdocio de Jerusalén, al que consideraban ilegítimo. Sus doctrinas esotéricas eran enseñadas solo a los iniciados. Pacifistas a los ojos de los espectadores, proclamaban una guerra santa contra los “Hijos de la Tiniebla”. Tenemos que identificar a éstos con los gentiles, aunque su odio se dirigía igualmente contra aquellos entre los judíos que se habían asociado con los ocupantes paganos y contra las masas de gente que habían aceptado un sacerdocio indigno. Vivían en el desierto de Qumrán, cerca del Mar Muerto, meditando la Ley en un ambiente de expectativa escatológica.
Además de estos cuatro grupos, tenemos que hacer una especial mención de los Samaritanos, antigua rama judía disidente. De origen incierto, vivían en el centro del país, manteniendo un sacerdocio y un templo propios. A menudo sufrieron por su oposición a Jerusalén. Juan Hircano destruyó su templo en el Monte Gerizim (128 a.C.), que los romanos más tarde reconstruyeron como recompensa por su ayuda durante la rebelión de Bar Kojba (135 d.C.). Herodes el Grande, a pesar de que odiaba a los Samaritanos, tuvo una esposa samaritana y gobernó a los judíos desde la capital de Samaria, Sebaste. Una tradición samaritana afirma que los vasos del Templo de Jerusalén fueron ocultados en el Monte Gerizim. Los Samaritanos, que sobreviven hasta el día de hoy, poseen, además de la Toráh, sus propias crónicas y su literatura. Su especial escritura del hebreo data del período previo a la adopción judía de la escritura llamada cuadrada o aramaica.
Desde la instalación de la dinastía davídica, el Templo de Jerusalén era el centro de la vida nacional y religiosa en Israel. Después de la destrucción del Templo de Salomón por Nabucodonosor (586 a.C.), los israelitas exiliados anhelaban su restauración tanto como el regreso a su país. En realidad, el Edicto de Ciro (538 a.C.) relaciona su vuelta al país solo con la restauración del Templo. La reconstrucción se llevó a cabo solamente en el año segundo de Darío I (520 a.C.). Este “segundo Templo” no fue sino una sombra del primero. Solo más tarde, en tiempo de Herodes y por su generosidad, el Templo, con nuevos muros, puertas, pórticos y cámaras, recuperó su esplendor: “Quien no ha visto el Templo de Herodes”, dice el Talmud, “nunca en su vida ha visto un hermoso edificio”.
El culto ritual judío tenía lugar solamente en el Templo, en forma de oraciones públicas, y ofreciendo incienso y sacrificios, que eran realizados por el clero oficial. Pero también era un lugar de encuentro para otras actividades, como enseñar y predicar. La presencia de Dios en el Templo hacía de éste el lugar más sagrado del mundo, de hecho el único lugar santo y, en consecuencia, un foco de peregrinaciones, fiestas y celebraciones populares.
Con la restauración efectuada por Herodes, el Templo mantuvo la tradicional división tripartita (ulam, hejal, devir). Además, los llamados patios de los israelitas y de las mujeres fueron agrandados, y alrededor de todo el complejo se estableció una enorme esplanada llamada “el patio de los gentiles”, todo él rodeado de pórticos y respaldado por enormes muros. Inscripciones en griego advertían a los gentiles no entrar en las zonas internas. Predicadores, así como comerciantes que vendían todo lo necesario para los sacrificios, eran activos bajo los pórticos. Jesús, e igualmente sus discípulos después de su muerte, solían asistir a los servicios del Templo en Jerusalén.
Si el Templo de Nehemías había sido profanado y saqueado por griegos (Antíoco IV, 169 a.C.) y romanos (Craso, 54 a.C.), el de Herodes sufrió una destrucción aún más completa durante la primera guerra judía contra los romanos, cuando los Zelotes, encabezados por Simón Bar Guiora y Juan de Giscala, se fortificaron dentro de sus murallas, provocando el ataque romano.
La sinagoga era un edificio donde los judíos solían reunirse, no solo para la instrucción y la oración, sino también para las asambleas populares y para las reuniones municipales. Probablemente surgió de las necesidades sociales y espirituales de los judíos exiliados en Babilonia. En cuanto a pruebas arqueológicas, sin embargo, encontramos la más antigua en la Diáspora egipcia, en Shedia, no lejos de Alejandría, durante el reinado de Tolomeo III Evergetes (246-221 a.C.). En Palestina, es solo en el siglo I d.C. que varias fuentes escritas, entre ellos el Nuevo Testamento, dan testimonio de su existencia y de su uso, aunque parece ser ya una institución antigua. Se mencionan sinagogas como existiendo en Tiberias, Dora, Cesarea, Nazaret, Cafarnaún y Jerusalén. En solo esta última ciudad había, según el Talmud, 394 (o 480) sinagogas en el momento de la destrucción del Templo. Probablemente había una relación organizada entre sinagoga y Templo en cuanto a ritual, aunque no existe evidencia escrita de que los servicios de la sinagoga incluyeran cualquier tipo de oraciones. Fue solo después de que el Templo fuera destruido que la sinagoga se convirtió en el centro de la vida religiosa judía, incluyendo el culto.
El personal de la sinagoga incluía el jefe de la sinagoga, el funcionario permanente o shamash (bedel), el cantor profesional, el lector y el rabino o predicador. Originariamente, los rollos de la Toráh eran traídos a la sinagoga para el servicio, pero más tarde se mantuvieron allí en el armario llamado “arca santa”. El arreglo interior y la orientación del edificio cambiaron con los tiempos. El arca estaba colocada en dirección a la ciudad santa, Jerusalén. Inmediatamente delante del arca se colocaba el facistol de un lector. Numerosos pavimentos de mosaico de sinagogas de la época talmúdica fueron descubiertos en el país de Israel, y en ellos hay muchas representaciones figurativas (véase Cap. VII).
La sinagoga era el centro de toda comunidad judía o “congregación santa” (qehilah qedoshah), tanto en Israel y como en la Diáspora, y cada una tenía su propio liderazgo. Antes de la destrucción del Templo, el Sanedrín había ejercido la función de Consejo religioso en Jerusalén. Más tarde, un patriarca (nasí) jugó un papel muy importante en la comunidad judía en su conjunto, supervisando incluso la red de comunidades en el Imperio Romano y fuera de sus fronteras por medio de sus mensajeros (shelijim o apóstoloi), encargados de la misión de predicar, enseñar, crear tribunales y recaudar fondos.
Desde los días de Esdras y la Gran Sinagoga en el período persa, a los que se atribuye la realización de la colección de los libros sagrados (Tanaj), los sabios o escribas (soferim) habían asumido el lugar anteriormente ocupado por los profetas en la tradición de la Ley (Toráh). Eran responsables de la formulación de la liturgia judía, la división de la Ley oral en Midrash, Halajáh yAgadáh y la institución de las festividades judías. Nunca fue cuestionada su autoridad para emitir ordenanzas y decretos, aunque estas decisiones son siempre citadas como diferentes de la Ley bíblica.
Simeón el Justo, que probablemente hay que identificar con el sumo sacerdote Simeón, hijo de Onías, quien se entrevistó con Alejandro Magno, fue uno de los últimos supervivientes de la llamada Gran Sinagoga (asamblea de sabios en la época persa), así como el primero de la nueva sucesión de maestros, los Padres (Avot) del judaísmo clásico. Desde los días de Ben Sira (c. 200 a.C.), estos sabios eran una clase profesional. Tuvieron un lugar independiente, al igual que el sacerdocio, que previamente había conservado la Ley y su interpretación; aunque muchos de ellos, como los rabinos posteriores, eran sacerdotes ellos mismos. Muchos de estos sabios o escribas eran fariseos. Eran maestros de interpretación bíblica, comportamiento moral y principios jurídicos. Sus escuelas estaban organizadas como centros de estudio; eran adyacentes a las sinagogas, y en épocas posteriores se supone que cada sinagoga tenía su propia escuela o beth midrash. La sala de esta escuela era utilizada el sábado por la tarde para la instrucción popular. Aquellos que asistían a las lecciones diarias pagaban una cuota regular al custodio o shamash.
Además de estas escuelas avanzadas, había la escuela primaria (beth séfer) y la comunidad pagaba el sueldo de los maestros. Sabemos que hacia el final del siglo II d.C., el patriarca envió una comisión presidida por un rabino para hacer un recorrido por las ciudades del país y establecer en cada uno de ellas un maestro de Biblia y uno de tradición (masóret) judía. Los discípulos de maestros famosos, como Shamai y Hilel en tiempo de Herodes, formaron escuelas rivales, especialmente en materias de casuística, y ambas opiniones fueron siempre registradas en la literatura rabínica. Toda la colección de la antigua tradición oral de los sabios, llamada la Mishnáh, fue compilada y editada por el patriarca Judá alrededor del 200 d.C.
Situada entre Egipto y los grandes imperios antiguos de Mesopotamia y Asia Menor, la tierra de Israel había sido el cruce de diferentes culturas durante su larga historia. Los acontecimientos más recientes, como el exilio babilónico, el dominio persa del país, la invasión griega y la conquista romana, habían expuesto la cultura tradicional israelita a numerosos y profundos cambios. El hebreo, la antigua lengua del pueblo de Israel, había sido prácticamente suplantado por el arameo, más internacional, desde al menos el siglo V a.C. Por otro lado, los rollos de Qumrán demuestran que un renacimiento del hebreo había ocurrido en el siglo I a.C. y es posible que incluso fuese hablado en discursos públicos por las personas educadas.
Por supuesto que las clases altas judías habían adoptado en gran parte el griego. Esto es obvio, por ejemplo, por los nombres, griegos o helenizados, que aparecen en las inscripciones sobre osarios y lápidas. La filosofía griega había influido a los pensadores judíos desde el tiempo en que fue escrito el libro del Eclesiastés (c. 250 a.C.), y esta influencia había aumentado desde entonces. La literatura rabínica nos informa que funcionaba en Palestina una academia griega en el siglo II d.C., y es cierto que muchos rabinos famosos recibieron allí una educación griega. El arte judío de los períodos romano y herodiano refleja la influencia helenística en gran escala, aunque continúan apareciendo elementos típicamente orientales (Fig. 2). La ausencia de figuras humanas y animales nos recuerda que las leyes religiosas estaban todavía en vigor y guiaban todas las actividades artísticas. No fue sino hasta más tarde, en el período romano tardío (c. 200-300 d.C.), cuano nos damos cuenta que aquella prohibición bíblica fue pasada por alto por parte de los artistas judíos en tierra de Israel y en la Diáspora, con el acuerdo explícito de los rabinos.
En el judaísmo normativo de los primeros siglos de la era cristiana no existía lo que llamaríamos un cuerpo de dogmas para ser aceptado ni tampoco un credo formulado para ser proclamado. Había más bien una fe práctica en el Dios de Israel, por parte de quienes se llamaban “hijos del mandamiento”. Un israelita era miembro de la comunidad judía desde el momento en que entraba en el “pacto de Abraham” por el rito de la circuncisión, en el octavo día de su vida. Lo mismo era exigido del no judío que quería convertirse al judaísmo. Mujeres y hombres que se habían convertido estaban también obligados a bañarse en el mikvéh. Este ritual tiene una fuerte semejanza externa con el bautismo cristiano; en el judaísmo expresa la idea de santidad, la especial consagración a Dios que distingue a los judíos de todos los demás pueblos. Ellos son, como dice la Biblia: am segulá, goy kadosh, mamléjet kohanim (“un pueblo peculiar, una nación santa, un reino de sacerdotes”, Ex 19:5-6; cf. 1Pe 2:9). Dios es para ellos un padre, y también un rey, como se expresa en muchas de las oraciones del Sidur.
Elegidos de entre todos los otros pueblos, los israelitas eran el “primogénito” de Dios creador, su posesión especial (qinián) (Éx 23:22; cf. 1Pe 2:9). Su presencia, expresada con el término consagrado de shejiná, los acompañaba por doquier, aun en el exilio (TB Meguiláh 29). El amor de Dios hacia ellos era mayor que al de cualquier otra nación (Mejilta Ex 15:2): “tuyo es el mundo entero, pero no tienes ningún otro pueblo más que Israel” (ibid. 15:16). No en vano, la actitud oficial judía hacia los gentiles era propensa a tomar una forma que era ofensiva a los no judíos. Cualquier contacto con ellos debía evitarse porque su falta de pureza podría contaminar al judío. Un gentil, incluso en peligro de muerte, no era digno de un acto de caridad (jésed) por parte del judío que implicase romper un mandamiento, como el reposo del Sábado (Cf. Lc 13:10-17; 14:1-6; TB Sanhedrin 74b; Baba Metsi’a 114b; Tosefta Yebamot 98a).
Fig. 2 Mausoleo judío de época helenística, en el valle Cedrón, Jerusalén.
Por otra parte, las relaciones personales dentro de la comunidad judía se regían por el principio bíblico “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19:18) sobre el que los grandes rabinos, como Hilel y Akiba, habían puesto mucho énfasis. La legislación rabínica alentaba la caridad pública y privada en forma de solicitud para con los pobres. La caridad era considerada el “mandamiento” (mitsváh) por excelencia.
Una idea típicamente judía, la esperada era mesiánica, fue la raíz de muchos disturbios políticos en los siglos primero y segundo. Esta idea de una edad de oro de la nación judía iba unida a las profecías de la liberación del dominio extranjero y la restauración de la independencia bajo el gobierno de un rey sabio y bueno de la línea de David. Las demás naciones serían subyugadas, o destruidas, o convertidas, según opiniones diversas. Además de este ideal político había otro de carácter más religioso: un tiempo cuando todos los hombres servirían al Dios de Israel. Dios sería rey sobre toda la tierra (Zc 14:9; Ab 1:17-21; Is 24:23; Dn 7). Llegar a este día feliz era la expectativa de todos los judíos religiosos, el objeto de sus oraciones y la justificación de sus observancias. Cuando un pagano abandonaba su paganismo y se unía al pueblo santo tomaba sobre sí mismo “el yugo del reino de los cielos” (Sifrá Kedoshim 93d, ed. Weiss).
nojríGénesis Rabbá