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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Kristi Goldberg

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Noche entre dunas, n.º 2039 - abril 2015

Título original: One Hot Desert Night

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6270-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

El jeque Rayad Rostam tenía las manos manchadas de sangre, una idea fija y un peso con el que cargaba desde hacía años.

Aunque a veces añoraba estar en paz, llevaba tanto tiempo viviendo al límite que no sabía hacerlo de otra forma. Y, aquel día, mientras miraba por la ventana las montañas que dominaban Bajul, al tiempo que sentía un dolor en el costado que le recordaba su reciente enfrentamiento a la muerte, su misión, que parecía no tener fin, lo impulsaba a continuar.

–No puedes retomar tus obligaciones hasta que te encuentres bien, Rayad.

La orden se la daba el rey, su primo, Rafik. Rayad detestaba que le dijeran lo que debía hacer, así como vivir dominado por la lealtad familiar y los decretos reales. Reprimiendo la ira, siguió mirando el paisaje para evitar el escrutinio de Rafik.

–No veo por qué no puedo volver inmediatamente. Me han pasado cosas peores que romperme las costillas, y me volverán a pasar.

–Y la próxima vez, tal vez tus heridas no puedan curarse, sobre todo si te desenmascaran.

Rayad se volvió hacia Rafik tratando de contener la furia que le producía que le recordaran su caída.

–Hace muchos años que aprendí de mi error y, desde entonces, nadie ha descubierto mi identidad. Que mi seguridad se encuentre en peligro es un riesgo que corro por cumplir con mi deber para con mi país.

Rafik se recostó en la silla situada detrás del escritorio. La ira de Rayad no parecía haberle afectado.

–Vas más allá de arriesgarte, querido primo, al seguir buscando a asesinos escurridizos que probablemente no encontrarás.

A punto de perder el control, Rayad apoyó las manos en el borde del escritorio y se inclinó hacia delante.

–No dejaré de buscar a los responsables hasta haberlos encontrado y castigado.

–¿Y si no los encuentras?

–Moriré en el intento –respondió Rayad incorporándose.

–Eso es precisamente lo que temo que suceda. He aceptado que nunca sabré las circunstancias que rodearon la muerte de mi madre, así como que no fui responsable.

–Mi situación es distinta, Rafik. Tú te refieres a un posible accidente o suicidio; yo hablo de asesinato.

–Hay respuestas que no se deben conocer. Hay que vivir la vida. Tú debieras reconstruir la tuya, como he hecho yo. Debieras honrar la herencia familiar y continuarla con un heredero.

–A diferencia de tus hermanos y tú, mi deber me impide tomar esposa y tener hijos.

–Yo gobierno este país. Zain ha establecido un sistema de conservación del agua que asegurará el futuro de Bajul. Adan es el jefe de las Fuerzas Armadas. Los tres hemos tenidos hijos y satisfecho a nuestras esposas.

Desde la llegada de Rayad a palacio todo indicaba que así era. Cada noche, durante la cena, se veía rodeado de varios Mehdi en miniatura y de Maysa, la esposa del rey, que estaba encinta.

–Te felicito por ello. Sin embargo, a mí no me interesa la tranquilidad doméstica.

–¿Estás tan obsesionado por tu sed de venganza que no anhelas la compañía de una mujer?

–No soy célibe, pero hay pocas mujeres de las que me fíe para acostarme con ellas.

–¿Cuánto hace que no estás con una, Rayad?

–Llevo ocho meses infiltrándome en diversos campamentos de los insurgentes. ¿No recuerdas que me diste esa orden?

–Tal vez debieras aprovechar esta oportunidad para encontrar pareja.

Sus padres le habían sugerido lo mismo, como si esperaran que olvidara el dolor y los remordimientos. Era evidente que nadie entendía que solo quería satisfacer su natural deseo de venganza, no adaptarse a una vida normal.

–Aunque aceptara casarme como me pedís mi padre y tú, hay pocas mujeres adecuadas para ello en Bajul, Rafik. La mayor parte están casadas o son demasiado jóvenes.

–¿Por qué lo pones tan difícil? Puedes irte a otra región. Estoy seguro de que tu padre podría buscarte un buen partido en Dubái.

A fin de acabar con aquella conversación, Rayad volvió a mirar por la ventana y vio que llegaba la limusina oficial. Cuando el chófer se bajó y abrió la puerta trasera, se bajó una mujer de larga melena rubia. Se movía con la gracia de una gacela. Cuando se quitó las gafas de sol y alzó la vista hacia la ventana, Rayad admiró su belleza, lo cual inmediatamente le recordó su abstinencia.

Se obligó a apartar la mirada y se volvió hacia Rafik.

–¿Esperas invitados? ¿Una mujer?

–Así es. Se quedará aquí por tiempo indefinido.

Rayad comenzó a caminar por la estancia.

–¿Está casada?

–No, pero te aconsejo que no te acerques a ella –respondió su primo frunciendo el ceño.

Rayad se detuvo y miró a Rafik, tan repentinamente irritado.

–¿Por qué? ¿Quieres acostarte con ella?

–Claro que no. Te recuerdo que estoy casado.

–Cierto, pero puede que hayas decidido volver a instaurar la antigua costumbre de poseer un harén.

Rafik le lanzó una mirada cargada de veneno para demostrarle que no le hacía gracia la suposición.

–Es la cuñada de Adan. Como flirtees con ella, tendrás que responder ante él, tu comandante en jefe, al igual que ante Piper, su esposa.

–¿Cómo se llama?

–Sunny McAdams. Es corresponsal internacional, y dudo mucho que le interese tener una aventura contigo, si es lo que estás pensando. Tengo entendido que acaba de romper con un compañero de trabajo.

–Gracias por el consejo, primo –dijo mientras se dirigía a la puerta–. Lo tendré en cuenta.

–Harás bien, Rayad, y te sugiero que…

Rayad cerró la puerta antes de que su primo acabara de sermonearlo. Su intención era dar a la invitada la bienvenida que se merecía.

Le encantaba ir detrás de una mujer; toda su vida era un continuo desafío. Las fantasías eróticas eran su especialidad; el sexo, su segunda vocación. Cuando decidía conquistar, pasaba por alto todos los obstáculos que se interponían en su camino.

 

 

Aunque el paisaje montañoso era imponente, y un sueño el majestuoso palacio que tenía ante sí, Sunny McAdams no estaba de humor para apreciarlos. Solo deseaba tranquilidad, un refugio para recuperar el valor y volver a ser la mujer que había sido.

Unos meses antes había llegado a Bajul, aquel país de Oriente Medio, para visitar a Piper, su querida hermana gemela, que se había casado con un auténtico príncipe árabe. Entonces, estaba contenta con su vida, trabajaba de periodista y tenía una relación informal con un buen tipo. Dos semanas después, todo se había ido a pique. Se sentía muy triste y sola, aunque no destrozada. Nada ni nadie podían destrozarla.

También creía que la vigilaban. Desde el secuestro, estaba cada vez más paranoica. Todo el mundo le parecía un enemigo.

Aunque le costara reconocerlo, necesitaba a su familia, a Piper sobre todo. Sus diferencias de personalidad nunca habían sido un obstáculo cuando se trataba de satisfacer sus necesidades emocionales. La conexión que había entre ellas había impulsado a su hermana a invitarla visitarla y a quedarse todo el tiempo que necesitara.

Cuando el conductor le hizo un gesto para que entrara, dos fornidos guardias abrieron las pesadas puertas de madera para que accediera al palacio de los Mehdi. Siguió al hombre que llevaba el equipaje a lo largo de un vestíbulo, repleto de exquisitas obras de arte.

El sirviente se detuvo ante la escalera y dejó la bolsa y el neceser a los pies de Sunny.

–Si hace el favor de esperar aquí, iré a llamar a su hermana.

–Desde luego –respondió Sunny, sin comprender por qué debía esperar. No imaginaba que Piper se hubiera olvidado de su llegada.

Pasaron varios minutos que Sunny dedicó a contemplar varios retratos de personas de la realeza alineados en las paredes de piedra, entre los que se hallaban el del rey; el estoico y guapo Rafik Mehdi; y el de su gallardo hermano Zain. Después se detuvo ante el retrato de Adan, el benjamín de los Mehdi y su nuevo cuñado. Tuvo que reconocer que su hermana había elegido a un hombre muy guapo y que el pintor había captado cada detalle de su rostro.

Al inclinarse para ver la firma del artista, Sunny se sorprendió al reconocer la letra de su hermana gemela. Retrocedió y comprobó que Piper había pintado todos los retratos, y lo había hecho muy bien. Su hermana había hecho realidad, por fin, su sueño de ser artista. Y al mismo tiempo se había convertido en princesa. Increíble.

–Ya era hora de que te libraras de las garras de nuestro abuelo –murmuró.

–La influencia familiar puede ser un problema.

Sunny se llevó instintivamente la mano a la garganta mientras se daba la vuelta para hallarse ante los ojos más negros que había visto en su vida. Todo en aquel hombre indicaba que era militar, desde el pelo negro muy corto hasta las botas de combate, pero llevaba barba de unos días. La negra camiseta se ajustaba a un torso bien torneado y a unos brazos musculosos que captaron la atención de Sunny, al igual que el aire de seguridad del hombre y la forma ligeramente arrogante en que alzaba la barbilla.

Mientras él la miraba de arriba abajo sin reparo, se despertó el instinto periodístico de Sunny para describirlo: sigiloso, misterioso y terriblemente sexy.

Sintió que la cara le ardía. Al ver que él no hablaba, le tendió la mano.

–Soy Sunny McAdams. Y usted es…

–Encantado de conocerla –dijo él tomándole la mano.

Cuando se la soltó, ella le preguntó:

–¿Tiene usted nombre o debo adivinarlo?

–Rayad –replicó él sin un atisbo de sonrisa, pero sin dejar de mirarla como si quisiera leerle el pensamiento. Era una suerte que no pudiera hacerlo, ya que ella tenía muchos secretos que nunca revelaría a un desconocido.

–Vaya, es usted un hombre de pocas palabras que no parece tener apellido.

–¡Ya estás aquí!

Sunny dejó de prestar atención al desconocido para volverse hacia su hermana, que bajaba por la escalera prácticamente a saltos. Antes de que llegara al vestíbulo, Sunny se dio cuenta de que el misterioso Rayad había desaparecido.

–Me alegro tanto de que estés aquí –dijo Piper abrazándola.

–Yo también –afirmó Sunny–. No sé cómo agradecerte que me hayas invitado.

–Puedes quedarte todo el tiempo que quieras –afirmó su hermana mientras le estudiaba el rostro–. Tienes un aspecto horrible.

Tal vez eso explicara por qué aquel hombre misterioso no había dejado de escudriñarla.

–Vaya, gracias, hermanita.

–Me refiero a que pareces agotada. No podrías tener un aspecto horrible aunque te lo propusieras.

–Necesito dormir y tomar el sol.

–Pues has venido al sitio indicado –afirmó Piper sonriendo.

A Sunny le pareció que había vuelto a la época en que nada preocupaba a las dos hermanas, a pesar de no haber tenido una madre que se ocupara mucho de ellas.

–Te acompañaré a tus aposentos –dijo Piper tomándola del brazo–. Te he escogido los de la primera planta, reservados para invitados especiales. Estarás muy tranquila.

A diferencia de la vez anterior que había estado en el palacio, Sunny necesitaba intimidad y un refugio, al menos cuando no tuviera que relacionarse con sus cuñados.

–Solo necesito una cama y una bañera.

–Tendrás ambas cosas –le aseguró Piper mientras la conducía por un largo pasillo que salía del vestíbulo–. Además de un jardín privado.

–Con tal de que no tenga que cuidarlo, me parece estupendo.

Piper se detuvo ante una puerta de madera y la abrió.

–Esta habitación es propia de una princesa, o de la hermana de una princesa.

Sunny traspasó el umbral y se quedó impresionada ante su tamaño y grandiosidad. La cabecera de la cama era de madera tallada; la colcha de seda roja, con las sillas a juego. Se volvió hacia Piper sonriendo.

–¿Dónde está mi diadema de princesa?

–Enseguida digo que te la traigan. El cuarto de baño está a la derecha. Tiene una bañera y una ducha enormes, por si quieres celebrar una fiesta con uno o varios acompañantes.

Sunny ni siquiera tenía uno. Se le apareció la imagen del atractivo Rayad, pero la rechazó. Pero no pudo desechar las imágenes de su confinamiento a manos de un criminal. No podía librarse de la preocupación de no volver a funcionar como la mujer sensual que había sido.

–¿Tienes unos minutos o debes atender a tus obligaciones reales o maternales?

Piper se sentó en un diván de brocados dorados.

–Puedo quedarme. Sam no se despertará de la siesta hasta dentro de media hora, más o menos.

Sunny se sentó a su lado.

–¿Cómo está mi sobrino?

–Rollizo y muy activo para ser un bebé de ocho meses –respondió Piper sonriendo–. Ha empezado a gatear muy pronto, y está a punto de andar.

–Supongo que no os ha dado ni a ti ni a Adan problema alguno desde que lo adoptasteis.

–Ninguno. Y todo el reino acepta que Sam es mi hijo.

–Lo es –afirmó Sunny tomándola de la mano.

–Tienes razón. Y, además de ser madre, me han nombrado pintora oficial de palacio. He tenido que hacer malabarismos estos últimos meses, pero mi esposo y el personal de palacio me han ayudado mucho con Sam. Hace dos días terminé el retrato de Adan.

–He visto los retratos, y son muy buenos. Me alegro mucho de que hayas logrado apartarte del negocio del abuelo y de que puedas hacer lo que llevas años deseando.

–Te aseguro que si no hubiera conocido a Adan todavía seguiría siendo embajadora de la empresa. Mi puesto me llevó directamente a conocer a mi esposo. Pero basta de hablar de mí. ¿Cómo estás?

Sunny temía aquella parte de la visita: contar los detalles de su ruptura con Cameron, detalles horribles que revivía noche y día desde la traumática experiencia que había sufrido.

–Mucho mejor que la última vez que hablamos. He pasado de la ira a la aceptación –aunque nunca aceptaría que su antiguo amante la hubiera abandonado cuando más lo necesitaba.

–No es culpa tuya –dijo Piper como si le leyera el pensamiento–. No te convenía, como demostró al ser incapaz de enfrentarse a lo sucedido.

–Lo intentó, Piper. Pero yo estaba fatal.

–No lo intentó lo suficiente, lo que le convierte en un estúpido.

–Se sentía culpable por no haberme seguido ese día y haberme salvado.

–Deja de justificarlo, Sunny. Te atacaron y secuestraron brutalmente, y de eso uno no se recupera en unos días. Si a mí me hubiera pasado lo mismo, sé que Adan habría estado a mi lado.

–No le habrás hablado del ataque a Adan, ¿verdad?

–No. Cree que has venido a causa de la ruptura con Cameron. No me gusta ocultarle nada, pero te prometí que no se lo contaría.

–Gracias. La cadena de televisión decidió mantenerlo en secreto.

–¿Por qué? ¿Creen que vas a denunciarlos?