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EDITORIAL CLIE

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© Pedro Álamo Carrasco

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© Editorial CLIE

CONSEJERÍA DE LA PERSONA

Restaurar desde la comunidad cristiana
ISBN: 978-84-8267-693-7
Clasifíquese: 0450 - CONSEJERÍA PASTORAL
CTC: 01-05-0450-27
Referencia: 224752

A nuestro Dios,

Restaurador de todas las cosas.

“Si te convirtieres, yo te restauraré,

Y delante de mí estarás” (Jer 15.19).

CAPÍTULO 1

Introducción

No es fácil hablar de restauración debido a nuestras propias limitaciones personales, a que tenemos experiencias de fracaso, visiones parciales de la vida, obstáculos psicológicos que nos impiden comprender la verdadera dimensión de lo que Dios es capaz de hacer en medio de su pueblo.

Podemos conocer muchas teorías; incluso, intentar aplicarlas. Pero, al tratarse de personas, nos damos cuenta de que no hay una constante universal aplicable a todos los seres
humanos.

Cada uno de nosotros es único, tiene un bagaje, un trasfondo, unos condicionantes particulares, tanto familiares como personales y sociales que nos predisponen para pensar y actuar de formas radicalmente distintas a como lo harían otros e, incluso, a como lo haríamos nosotros mismos en otras circunstancias y momentos de la vida.

Dicho de otra forma, lo personal (físico, mental y espiritual) y lo social (ya sea la familia u otras personas con las que nos relacionamos) se afectan mutuamente estableciendo unas coordenadas que configurarán las respuestas que damos frente a las presiones a que nos vemos sometidos. Cambiando uno de esos parámetros (estado de ánimo, circunstancias familiares o laborales, enfermedad física...), puede verse afectada toda la cadena de respuestas que somos capaces de dar y esto se produce de manera inconsciente.

Para ilustrarlo de alguna forma, en la industria gráfica moderna, la impresión digital trabaja a partir de cuatro colores (CMYK); si queremos conseguir un color plano, como por ejemplo, el naranja, siempre tenemos que hacerlo a partir de la mezcla de los cuatro colores y cualquier variación en uno de ellos, aunque sea leve, afecta al resultado final. De la misma manera, la personalidad de un individuo se forma a partir de un gran número de parámetros y cualquier variación en uno de ellos afecta al resultado final; por eso todos somos tan diferentes, incluso dentro de una misma familia.

Por ello, será necesario recurrir a la Palabra de Dios para vislumbrar lo que el Creador nos propone tratando de no desvirtuar su legado.

Ahora bien, nadie que se atreva a hablar de restauración puede hacerlo desde una actitud prepotente, como si nunca hubiera descendido a las puertas del infierno. Solo se puede hablar de restauración desde la experiencia de pecado, con la conciencia alerta para no olvidar lo que todos nosotros somos: pecadores en proceso de restauración por la gracia de Dios. En este sentido, merecería la pena recordar las veces que hemos caído y qué proceso hemos seguido para volvernos a levantar y caminar con dignidad, como hijos de Dios.

Por ejemplo, ¿qué posibilitó que David, en cuyos salmos nos deleitamos, fuera restaurado por el Señor y continuara reinando después de haber adulterado, mentido y asesinado a uno de sus leales súbditos? ¿Cómo pudo Pedro escribir las cartas del Nuevo Testamento que llevan su nombre después de haber negado a Jesús y fuera señalado por Pablo como un hipócrita diciendo que era digno de condenar?

Israel vivió experiencias amargas en el desierto después de ser liberado de Egipto. Dios tuvo que batallar con un pueblo duro de cerviz. El desierto se convirtió en una experiencia vital para el pueblo de Dios, donde aprendió quién era el Señor y qué esperaba de los suyos. Allí, en el desierto, el alma podía ser muy fértil y el espíritu se mantenía despierto, expectante, para contemplar la gloria de Dios guiando a su pueblo hacia el reposo prometido.

Así las cosas, desierto y tierra prometida no se pueden separar, como tampoco se puede entender la liberación sin la esclavitud... De igual manera, ¿cómo podremos concebir la restauración sin la caída?

¡Si la Iglesia fuera capaz de comprender la verdadera dimensión de la restauración cristiana! Si la Iglesia tomara conciencia de que no está para juzgar a los demás, sino para ejercer misericordia, la restauración sería posible. La humildad es la mejor compañera de la restauración ya que, a partir de ahí, nos acercamos al otro con la actitud correcta, dispuestos a socorrerle en momentos de debilidad, incluso de rebeldía y, por qué no, de pecado.

Ahora bien, ¿quién ha de ser restaurado? ¿Quién ha de restaurar? ¿Qué procesos podemos establecer? ¿Hay principios activos en la Escritura que nos puedan orientar hacia este ministerio tan olvidado? ¿Qué síntomas nos permiten atisbar posibilidades de recuperación espiritual? ¿Qué impide la restauración eficaz?

Fijémonos que estamos hablando de la restauración de las personas, no de las cosas. Esto significa que entran en juego un sinfín de elementos que, en ocasiones, son difíciles de controlar. Además, presuponemos que puede haber avances y retrocesos en ese proceso de rehabilitación en el que todos estamos involucrados y que los errores que podamos cometer pueden dejar una huella muy penetrante en nuestra memoria personal y colectiva.

¡Cuántas personas se han distanciado de la Iglesia por haberse aplicado un procedimiento equivocado, una medicina incorrecta! Por supuesto, no estamos dudando de la buena intención de los miembros de la iglesia y de los pastores; pero, cuando alguien abandona, hemos de preguntarnos: ¿habremos hecho algo mal?, ¿podríamos haber actuado de otra forma?, ¿hemos sido lo suficientemente flexibles en esta situación?, ¿hemos tenido la paciencia necesaria y adecuada?, ¿hemos evidenciado el amor suficiente?...

En estos momentos, solo puedo acordarme de los años en que yo mismo desarrollé pautas y procesos equivocados en el ministerio pastoral que condujeron a resultados negativos en la restauración de algunas personas. La inexperiencia, la ignorancia, la falta de humildad, las presiones religiosas, los prejuicios... ¡Cuántas veces he lamentado esto! Pero aun así, nos ha de consolar pensar que, allí donde nosotros no lleguemos, allí donde nosotros nos equivoquemos, estará la buena mano de nuestro Dios que es capaz de arreglar lo que hemos estropeado. No obstante, sabedores de nuestras limitaciones, hemos de esforzarnos en poner todo el esmero y diligencia para servir a los demás con la mayor eficacia, con el mejor de los cuidados, no sea que cometamos un error y sea casi irreparable.

Pensemos en la vulnerabilidad de un enfermo. Depende enteramente de lo que el médico le indique. Un error en el diagnóstico, o en la medicación o en el proceso de recuperación, puede ser dramático. Aquí no caben improvisaciones; los descuidos se pagan muy caros.

Lo mismo ocurre en la vida espiritual. La negligencia puede acarrear grandes pérdidas personales y eclesiales. Por ello, vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.[1]

[1] 2 Pedro 1.5-7.

CAPÍTULO 2

¿Qué es la restauración espiritual?

Preliminares

La palabra restauración viene del latín restaurare, y significa reparar, renovar o volver a poner una cosa en aquel estado o estimación que antes tenía;[1] incluso tiene la acepción de recuperar.

En este sentido, podemos ya plantear que la restauración tiene que ver con una situación previa que existía y que ha sido modificada o cambiada. Lo que no incluye, a priori, esta definición es que el estado previo era mejor que el actual. Pongamos, por ejemplo, la restauración de una pintura de Velázquez que se ha deteriorado con el paso del tiempo, el grado de humedad que hay en el museo, la temperatura, las fotografías que se han realizado con luz artificial, la iluminación indebida, el polvo... La acción de restaurar tiene que ver con recuperar la belleza anterior de que disfrutaba ese lienzo. Lo mismo podríamos decir de un fresco de Miguel Ángel o una escultura de la época romana.

Esto nos permite hablar de un proceso que podríamos representar de forma esquemática de la siguiente manera:

Situación inicial → Deterioro → Situación final

Aun así, el diagrama no estaría completo si no incorporamos los procesos intermedios que han dado lugar al cambio de situación. Por ejemplo, los agentes que han provocado la variación de la situación inicial y que han generado un deterioro y, también, los agentes que han permitido el cambio desde la situación de deterioro hasta la de restauración.

Así, podríamos completar nuestro esquema de la siguiente forma:

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Identificar la situación inicial, la intermedia (deterioro) y la situación final no es demasiado difícil; lo más complicado está en determinar cuáles han sido los agentes que han provocado los cambios, tanto hacia el deterioro como hacia la restauración, ya que intervienen muchos factores, tanto internos como externos.

Todavía hay una cosa más en nuestro esquema. Podríamos preguntarnos si la situación final es igual a la inicial; es decir, una vez desarrollados los agentes que provocan el cambio de la situación de deterioro a la de restauración, el estado final es igual o es solo similar al inicial.

Si se trata de un objeto, es posible que, externamente, no podamos apreciar la diferencia y nos parezca que ha quedado igual. No obstante, si preguntamos a un experto, nos dirá que hay diferencias sustanciales que requerirán cuidados especiales. Por ejemplo, volviendo a la restauración de una obra de arte, los recursos con los que actualmente cuentan los especialistas para desarrollar su trabajo son extraordinarios, pero se ha producido un cambio que ha afectado para siempre a dicha obra. Su esencia no será la misma.

Cuando hablamos de la restauración de una persona, los análisis son todavía más complicados porque los factores que entran en juego son muy variados. Pongamos un ejemplo. La vida de una persona puede verse truncada por experiencias traumáticas que desemboquen en el refugio del alcohol. No vamos a discutir aquí los procesos intermedios que inducen a la persona a beber, ya que no es motivo de este estudio. Nos basta con recordar que el alcohol es uno de los más potentes ansiolíticos con los que contamos en nuestros días y es de consumo libre.

La persona de nuestro ejemplo se refugia en el alcohol y, en un momento determinado, se produce el salto que le impide desarrollar su vida cotidiana sin el consumo necesario de la droga. Su dependencia es cada vez mayor y su deterioro también. He conocido personas muy respetables, y les he oído compartir su experiencia de alcoholismo; realmente dramático. Antes de tocar fondo, habían destrozado sus relaciones familiares, laborales, sociales; su habilidad para la mentira era compulsiva, casi instintiva. Buscaban botellas en los
contenedores de basura deseando encontrar unas gotas que aliviaran su dolor...

Después, se han convertido en personas que están en proceso de rehabilitación, pero son conscientes de que, en su organismo, se ha producido un cambio y que es irreparable. Se han reconocido como enfermos alcohólicos y tendrán siempre ese estigma.[2]

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Los cambios producidos en el cerebro de un enfermo alcohólico son permanentes. Puede desarrollar una vida totalmente normal mientras no consuma ni una sola gota de alcohol. Ese será su signo de identidad a partir del momento de la rehabilitación.[3]

¿Qué quiero decir con todo esto? Varias cosas:

En segundo lugar, cada persona es diferente. Por ejemplo, el alcohol afecta de manera diferente a cada individuo; unos terminan en alcoholismo y otros no.

En tercer lugar, los agentes de cambio negativos son innumerables, difíciles de conocer y detectar. Ahora podemos intuir algunos de ellos, pero son diferentes en cada persona.

En cuarto lugar, el estado final de la persona es diferente al estado inicial.

Restauración espiritual: generalidades

Hasta aquí, hemos planteado algunos conceptos de la restauración general de la persona, pero no hemos entrado a discutir, todavía, la restauración espiritual, que tiene unos paralelismos muy significativos con la recuperación física, pero no es exactamente igual, como veremos.

Cuando hablamos de restauración espiritual, incorporamos un nuevo componente que va más allá de las leyes físicas. Estamos hablando de una nueva dimensión que trasciende lo que somos capaces de ver y analizar en nuestro mundo material. Revisemos una vez más nuestro esquema matizado con componentes espirituales:

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La persona es criatura de Dios. Esto es lo que podemos leer en Génesis 1-2. Además, la Escritura nos dice que vio Dios que era bueno en gran manera (Gn 1.31). Por añadidura, el texto bíblico nos permite identificar una diferenciación entre todo lo demás que fue creado y el ser humano. Precisamente esa diferenciación tiene que ver con la imagen y semejanza: creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn 1.27). Además, tiene una posición de preeminencia sobre todo lo demás que ha sido creado, posición que fue identificada tanto para el varón como para la mujer, pues se les dijo a ambos que señoreasen sobre la tierra
(Gn 1.28).

Ahora bien, Génesis 3 nos habla de la caída. No entraremos a ver los mecanismos que produjeron el cambio sustancial que afectó a toda la creación. Basta recordar que las consecuencias fueron dramáticas: la unidad que debía existir entre el ser humano y Dios quedó afectada; los desequilibrios que aparecieron en la persona fueron manifiestos; el distanciamiento que se produjo entre el varón y la mujer quedó patente; y la tensión que se generó entre el ser humano y la creación fue evidente. Todo quedó afectado por el pecado.

El siguiente diagrama nos indica los diferentes tipos de problemas que afectan al ser humano: espirituales, psicológicos, sociológicos y ecológicos. Además, propone el camino para salvar al hombre de su angustia existencial: la vuelta a Dios, la conversión, el arrepentimiento. Veámoslo gráficamente:[4]

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A partir de ahí, el hombre nace a una nueva existencia. Aquí no se trata de restauración, sino de nueva vida. La Escritura nos dice que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Cor 5.17).

Este texto introduce la diferenciación que señalábamos anteriormente al hablar de los procesos de restauración físicos y los espirituales. Mientras que lo físico genera un estado diferente al inicial (por lo general, inferior), lo espiritual genera un estado nuevo (por lo tanto, superior). No es tanto renovación o restauración, sino transformación.

Cuando Dios salva a una persona de su estado de condenación, la hace nacer de nuevo a una nueva vida; se convierte en una nueva criatura. No es una reparación, es una nueva creación. Esto tiene unas connotaciones extraordinarias. No obstante, seguimos viendo debilidades, tropiezos, retrocesos..., en nuestra propia existencia como creyentes. ¿Por qué?

Me atrevería a decir que, aunque somos una nueva creación, existe un proceso de rehabilitación que va en progreso hasta llegar a su punto culminante en la Venida del Señor Jesucristo. Entonces se producirá el cambio definitivo, permanente, eterno. Dejaremos las limitaciones de esta existencia y nos abriremos a la eternidad. El apóstol Pablo apuntaba hacia esto cuando escribió: para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Ts 3.13). Notemos que se relaciona irreprensible con la Venida.

Más adelante añade: Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para (literalmente en) la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Ts 5.23). Resaltemos, una vez más, que se identifica la santificación completa y lo irreprensible con la Venida () de Jesucristo.

Mientras tanto, vamos experimentando la restauración progresiva, el proceso de rehabilitación que nos permite introducirnos a una nueva vida no exenta de obstáculos y limitaciones. Recuperemos el texto de 2 Corintios 5.17: todas las cosas son hechas nuevas (). El verbo es un perfecto de indicativo del verbo que significa llegar a ser. El tiempo perfecto de indicativo expresa el resultado de una acción acabada, por lo que, muchas veces, puede ser traducido por un presente.[5]

Esto significa que todas las cosas ya son hechas nuevas. Ha habido un proceso, pero ya ha sido finalizado.

También Bruno Corsani y otros indican que el perfecto expresa una acción realizada en el pasado cuyos efectos duran todavía en el presente.[6]

No obstante, reiteramos que nuestra experiencia cotidiana nos indica que no todas las cosas han sido hechas nuevas aquí y ahora. Me da la impresión de que el apóstol nos está situando en otra dimensión; en Cristo somos una nueva creación. En realidad, ahora estamos en el proceso de que las cosas sean hechas nuevas, pero cuando venga el Mesías, todo será completado. Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es (1 Jn 3.2).

Por otro lado, el texto dice que todas las cosas son hechas nuevas (1-p23.jpg), que significa nuevo no desde el punto de vista temporal (2-p23.jpg), sino cualitativo, de diferente naturaleza.[7] Los LXX traducen con 3-p23.jpg el hebreo hädäsh, para indicar aquello que es nuevo y que antes no existía. Para la reflexión que nos ocupa, este término en la Septuaginta es interesante por el sentido escatológico de los profetas que anuncian una nueva intervención salvadora de Dios para el futuro a través de una nueva alianza (Jer 31).[8]

Esto concuerda con el planteamiento que hacíamos más arriba; en Cristo se inaugura una nueva era, un nuevo amanecer, una nueva humanidad, un nuevo modo de vivir, una nueva forma de ser, una nueva manera de sentir..., que culminará con su Venida en poder y gloria.

Recuperando el ejemplo de un enfermo alcohólico. Cuando conoce el evangelio, su vida se verá transformada a una nueva existencia, pero los efectos de su enfermedad continuarán hasta la Venida del Señor. Todas las cosas son hechas nuevas. Ahora está en proceso de rehabilitación, pero cuando venga el Salvador, será semejante a él, ya no estará sujeto a padecimiento, sino que la liberación operará en todas las dimensiones de la vida.

Restauración espiritual: particularidades

Hasta aquí hemos estado planteando el tema de la restauración de una persona en términos generales para que pueda pasar de la condenación a la salvación eterna. Ahora bien, ¿los mismos principios y procesos se aplican al creyente en su existencia cotidiana? Es decir, ahora que somos una nueva creación, ¿cómo se restaura cuando hay tropiezos?

El pueblo de Israel tuvo que ser continuamente amonestado para volverse a Dios. Los profetas desarrollaron este ministerio de confrontación con el pueblo. Solo tenemos que repasar el libro del profeta Jeremías o los profetas menores para detectar el trabajo incansable de los siervos de Dios. El devenir de la historia coincidía a lo largo de los siglos: el pueblo desobedecía y Dios les enviaba uno de sus profetas; si el pueblo escuchaba y se volvía a Dios, había bendición; de lo contrario, las consecuencias serían perniciosas. No obstante, siempre había una nota de esperanza en el mensaje profético que se fundamentaba en la misericordia de Dios.

Cuando nos acercamos al Nuevo Testamento, ocurre algo similar, pero es más personalizado en la vida de las comunidades cristianas que tenían que recibir amplia enseñanza y amonestación de los apóstoles, ya que, en muchos casos, su manera de vivir no correspondía a la nueva creación. Habían nacido de nuevo, pero no habían comprendido, todavía, que tenía que haber una coherencia entre la nueva vida y la conducta que corresponde a los hijos de Dios. Solo tenemos que leer las cartas del Nuevo Testamento para ver lo que ocurría.

En otras ocasiones, la amonestación es más personalizada. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribe a los corintios por un caso de inmoralidad (1 Cor 5). Hay, incluso, casos de confrontación, como el del apóstol Pedro por parte de Pablo (Gal 2.11) o el de Diótrefes (3 Jn 9) del que se dice que le gusta tener el primer lugar.

En definitiva, a pesar de que formamos parte de la nueva creación, la amonestación parece necesaria en el pueblo de Dios, tanto en tiempos pasados, como en los momentos presentes.

El otro concepto que planteábamos antes, también es pertinente aquí: las consecuencias negativas de nuestros actos, ¿dejan una huella permanente en el creyente cuando es restaurado?

A priori, podemos decir que las consecuencias negativas de nuestros actos permanecen, pero pueden ser atenuadas por la acción misericordiosa de Dios y de la Comunidad Cristiana.

Pongamos un ejemplo que, además, se menciona en el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo escribe: El que hurtaba (1-p25.jpg, participio presente) no hurte (2-p25.jpg, imperativo presente) más (Ef 4.28). Da la impresión que esa situación se daba en los inicios de la Iglesia. Si un miembro de la Comunidad hurta, es confrontado y restaurado, ¿dejará alguna huella en él mismo y en las relaciones con los demás miembros de la iglesia? Una respuesta improvisada nos empujaría a decir que sí, sin ningún tipo de duda. Una mente reflexiva, seguramente, nos ayudará a matizar esa respuesta. Las relaciones quedan dañadas, pero, como nos enseña la Escritura, el amor cubre (, presente de indicativo) multitud de pecados (1 P 4.8). Santiago (5.20) expresa algo similar en futuro (1-p26.jpg, futuro indicativo). Estableciendo un paralelismo entre la vida física y la espiritual, cuando hay daño (una herida), queda una cicatriz y eso significa que ha habido sanidad, curación, restauración.

A todo lo anterior, tendríamos que sumar la práctica del perdón en la Iglesia que es consecuencia del arrepentimiento y la confesión. Solo tenemos que pensar cómo nos trata Dios a pesar de nuestros pecados: No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados (Sal 103.10).

Definición descriptiva

Dicho todo esto, estamos en condiciones de proponer que la restauración tiene que ver con un proceso que, primeramente, permite a una persona superar una situación de deterioro y recuperar un estado anterior que es reconocido como mejor que el actual y, posteriormente, le habilita para seguir desarrollándose como Hijo de Dios, con toda dignidad, hasta la Venida del Salvador. Las marcas de las heridas permanecerán, pero serán atenuadas por la práctica del perdón y la misericordia de la Comunidad Cristiana que refleja el amor de Dios hacia los suyos.

En el proceso de restauración ha de tenerse en cuenta tanto el origen del problema como las metas que se desean conseguir, tratando de analizar las causas que han provocado los cambios tanto negativos como positivos con el fin de instaurar una nueva pauta de conducta que permita a la persona el control de las diferentes situaciones que se le presenten. No es extraño en terapia de conducta con toxicómanos o alcohólicos enseñar y ensayar pautas de conducta que permitan aprender a rechazar las ofertas de consumo cuando vuelvan a su vida cotidiana.

No podemos olvidar que los procesos de cambio son siempre lentos y que, en cada persona, son diferentes. Aquí la comprensión, la paciencia, la tolerancia y el amor tendrán que ser los compañeros de viaje si deseamos una restauración eficaz.

La restauración tiene que tener como principio vital ayudar a las personas a recuperar su dignidad y a potenciar el estado de libertad en todos los sentidos de la existencia. La labor de los psicoterapeutas, los psiquiatras, los asistentes sociales, los psicólogos, los pastores, los maestros, los educadores..., tiene que ver con ayudar a los demás a que recuperen su autoestima, a que se valoren, a que puedan caminar con la cabeza alta a pesar de lo que haya ocurrido en el pasado, a que puedan encontrar sendas de liberación...

Terminamos esta sección planteando que el Dios de la Biblia es un Dios restaurador, que da nuevas oportunidades a sus hijos y les enseña el camino de la libertad permitiendo que recuperen la dignidad que les concede el ser hijos de Dios.

[1] Diccionario de la Real Academia Española.

[2] El estigma era una marca impuesta con hierro candente, bien como pena infamante, bien como signo de esclavitud.

[3] Recomendamos el libro de Josep. P. Carreté, Alcohol. Adorno y tragedia (Terrassa, Clie, 1998).

[4] Para más detalles, ver mi libro La Iglesia como comunidad terapéutica (Terrassa: Clie, 2005).

[5] Dana y Mantey dicen: su significación básica es el progreso de un acto o estado hasta un punto de culminación y la existencia de unos resultados completados… Implica un proceso, pero mira a ese proceso como habiendo alcanzado su consumación y existiendo en un estado de finalización. Gramática griega del Nuevo Testamento (Buenos Aires: Casa Bautista de Publicaciones, 1979), p. 193.

[6] Bruno Corsani y otros, Guía para el estudio del griego del Nuevo Testamento (Madrid: Sociedad Bíblica, 1994), p. 152.

[7] Vine, Nuevo, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento (Terrassa: Clie, 1986), III:69.

[8] H. Haarbeck, Nuevo, Diccionario teológico del Nuevo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1982), III:179.

CAPÍTULO 3

Agentes de restauración: la persona afectada

Son varios los agentes que intervienen en el proceso de restauración, desde el Espíritu Santo hasta los miembros de la Comunidad. No obstante, la persona afectada es la más interesada en todo este proceso y, necesariamente, en ella está la clave de su progreso. De forma paralela hemos de situar la acción sanadora del Espíritu Santo, la labor de acompañamiento pastoral y la edificación de los miembros de la Comunidad. Todo ello configura la misión de la Iglesia que se articula en la práctica de la tolerancia, el perdón y el amor de los unos a los otros.

Por motivos didácticos vamos a considerar cada uno de los agentes involucrados de forma separada; pero, como hemos indicado antes, se trata de acciones paralelas, muchas veces simultáneas, para que se pueda experimentar sanidad y restauración integral en el seno de la Comunidad.

De poco serviría una acción pastoral dirigida a la persona afectada y descuidar la parte que le corresponde a la iglesia. Cuántas veces hemos visto a los pastores desarrollar estrategias de recuperación y la iglesia no les ha acompañado en ese proceso; y, por el contrario, cuántas veces los pastores han mostrado actitudes inflexibles que han impedido la recuperación de los que han caído y la iglesia ha dado muestras de madurez, tolerancia y misericordia. Por ello, insisto en la necesidad de que todos los agentes de restauración actúen de forma concomitante.

En mi opinión, la evolución favorable del proceso de restauración dependerá, en gran medida, de las actitudes y de las acciones que llevará a cabo la persona afectada después de haber tocado fondo.

Consideraciones

Primero, cada persona sigue un proceso particular de deterioro que puede ir desde unos minutos hasta algunos meses. Esto significa que cada caso es diferente y lo que ha pasado a alguien no tiene por qué ocurrir a otros necesariamente.

En segundo lugar, cada persona tiene sus fortalezas y sus debilidades. Es decir, hay un umbral de vulnerabilidad que puede ser más o menos consciente. Esto nos tiene que ayudar a evitar el juicio apresurado cuando alguien ha caído en aquello que nos parece inverosímil e indigno en un creyente. En la medida en que seamos conscientes de nuestra propia debilidad, nos permitirá desarrollar actitudes de solidaridad y misericordia con el hermano que ha tropezado.

En tercer lugar, cada persona tiene una medida diferente sobre tocar fondo y esa medida escapa a la razón. Para unos puede ser haber destruido a la propia familia; para otros, la pérdida del empleo; para otros, verse esclavizado por el
alcohol; para otros, el desasosiego que producen los complejos de culpa al llevar una doble vida...

En definitiva, tocar fondo significa llegar a un punto de inflexión que permite a la persona tomar conciencia de su propia situación y querer cambiar el curso de su existencia buscando la ayuda y soporte necesarios.

En cuarto lugar, tenemos que hablar de las actitudes. Una actitud[1] es una predisposición para actuar, aprendida, dirigida hacia un objeto, persona o situación que incluye dimensiones:

- Cognitivas: creencias, opiniones y pensamientos.

- Afectivas: sentimientos, evaluaciones positivas y negativas.

- Conductuales: intenciones y acciones de la persona.

Esta definición no es compartida por la totalidad de los especialistas, pero incorpora conceptos que son muy interesantes a la hora de valorar la conducta de una persona en una situación determinada y que la distingue de otra en la misma situación.

Cuando un cristiano ha caído, toca fondo y desea reaccionar, ¿cuáles son sus actitudes? Es decir, ¿qué piensa, siente y decide sobre lo que ha ocurrido, sobre sí mismo, sobre los demás, sobre las consecuencias de sus actos, sobre la iglesia, sobre Dios...? Esto es muy importante, porque nos dará una visión real de lo que puede pasar desde este momento en adelante.

No se trata de desear cambios pensando solo en los demás, por presiones externas sino, primeramente, en uno mismo. Seguro que este enfoque será más positivo, traerá mejores resultados y los cambios serán más duraderos.

Pongamos un ejemplo. Un miembro de la Comunidad tiene problemas con el juego y se da cuenta, con el paso del
tiempo, de que las cosas están empeorando, que está perdiendo el control, que está malgastando los recursos de su familia, que esta situación le ha generado unas deudas elevadísimas que no sabe cómo va a saldar...

Esta persona tiene que reaccionar no solo por temor a ser descubierto por su familia y amigos o por la vergüenza que supondrá ser sorprendido en la propia Comunidad Cristiana. Lo importante será ayudarle a analizar sus actitudes: qué piensa, siente y decide respecto a sí mismo, primeramente. El segundo paso es analizar lo que piensa, siente y decide respecto a su familia, amigos, iglesia... y, por supuesto, respecto a Dios. Las actitudes que desarrolle serán un buen baremo para anticipar lo que puede resultar en el futuro.

Al hablar de las actitudes de la persona que ha caído, tenemos que incorporar el ingrediente espiritual. Es decir, la persona, ¿está arrepentida?, ¿es consciente de que su vida está deshecha?, ¿comprende el perjuicio que se ha causado a sí mismo y a los que le rodean?, ¿hay muestras de quebrantamiento? Estas preguntas parecen triviales, pero nos ofrecen pistas claras que permitirán realizar un diagnóstico preciso sobre la toma de conciencia de la persona en conflicto.

Desear y querer

Tenemos que incorporar un elemento más en nuestra reflexión. Hemos hablado de qué piensa, siente y decide la persona que necesita ser restaurada. Enrique Rojas desarrolla un excelente ensayo en el que distingue el deseo del querer.[2]

Podríamos decir que el deseo tiene que ver con la inmediatez, mientras que el querer afecta a lo duradero. El deseo es fugaz, el querer es permanente. Aplicando estos conceptos a nuestra reflexión, cuando una persona cae, tropieza, peca... (podemos expresarlo de diferentes formas), no solo ha de desear que se opere un cambio, sino que ha de quererlo. Esta matización es significativa, pues nos preservará de actos heroicos, impulsos internos que terminan en frustración. Una persona puede desear cambios en su propia existencia, pero tendrá que aplicar voluntad (querer) para llegar a la meta propuesta; de lo contrario, la persona puede ser tentada a coger atajos que no harán sino desviar la atención y engañar al corazón; siguiendo ese camino, los cambios serán aparentes, no duraderos y, por lo tanto, la restauración verdadera quedará desdibujada e impedida.

Ahora bien, insisto en que la restauración eficaz tiene que tener integrados los componentes que afectan al pensamiento, al sentimiento, a las intenciones y a la voluntad; todo ello constituye el ser personal y todo ello ha de ser considerado en el proceso de restauración. No estamos hablando solo del nivel espiritual sino, también, del emocional.

Es posible que, en el tropiezo, haya primado más el sentimiento (el impulso o el deseo) que la razón; a veces los impulsos (pasiones internas) son incontrolables. En la restauración, no podemos cometer el error de aplicar exclusivamente voluntad sin tratar los sentimientos o la emotividad de la persona, sus necesidades (carencias), sus metas, sus ideales... Una vez más nos encontramos con la exigencia de tratar al ser humano como una unidad, de forma integral, sin parcelas. A Dios le interesa toda la persona, no solo su espíritu.

Por todo ello, es imprescindible que la persona afectada y necesitada de restauración se involucre con todo su ser personal, deseando y queriendo cambios que estén orientados a la estabilidad y a la permanencia. Es decir, en una sociedad en la que prima lo superficial y externo, toda persona ha de luchar desde su interior y hacia su interior para poner orden en su propia vida.[3] El apóstol Pablo oraba por los creyentes en estos términos: para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu (Ef 3.16).

El apóstol Pablo anima a cada creyente a examinarse antes de participar de la Cena del Señor (1 Cor 11.28). La palabra usada y traducida como pruébese (1-p34.jpg) significa hacer un examen. La misma palabra se usa en Gálatas 6.4, en el contexto de la restauración (6.1) para animar a cada persona a someter a prueba su propia obra. La versión griega del Antiguo Testamento traduce con 2-p34.jpg el hebreo bähan, que es probar la autenticidad de algo mediante el crisol.[4]

La Escritura va todavía más allá cuando el salmista solicita: Examíname (3-p34.jpg, en los LXX), oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno (Sal 139.23-24). Esta oración refleja una clara conciencia de la propia fortaleza que una persona puede encontrar en Dios y, a la vez, de la sutil debilidad que anida en el corazón humano.

Este salmo es un canto al conocimiento que el Señor tiene de los que son suyos, incluso, desde antes de nacer. El salmista proclama que aborrece a los impíos que no aman a Dios; por el contrario, solicita que sea Él mismo quien le examine para que compruebe lo que verdaderamente hay en su interior. El examen del Señor será completo, imparcial, justo, verdadero; a Él no se le puede engañar dando una imagen falsa de lo que no hay en nuestro interior. Así, es necesario que la persona afectada se presente ante Dios para solicitar su ayuda, porque sabe todas las cosas; se trata de abrir el corazón a quien es capaz de socorrer en momentos difíciles.

Para que alguien pueda ser ayudado eficazmente, ha de reconocer su debilidad y abrir su corazón. Solo a partir de esa catarsis, podrá iniciar el camino de la restauración.

A partir de ahí, es imprescindible reconocer la necesidad de ayuda y asumir que habrá un proceso de rehabilitación. Por ejemplo, imaginemos una operación de rodilla en la que hay que reparar un ligamento roto. Actualmente, con las nuevas técnicas de intervención, se puede hacer casi todo, pero el proceso de recuperación es lento, de seis a siete meses. A la persona que ha sido intervenida no tienen que decirle que vaya con cuidado cuando empiece a apoyar el pie en el suelo y dé los primeros pasos. Ya es consciente de su necesidad (debilidad) e irá siendo guiado por un fisioterapeuta que le ayudará en los ejercicios físicos para su completa recuperación. En la vida espiritual ocurre algo similar. La persona que es consciente de que ha caído, no actúa como si nada hubiera pasado; es consciente de su tropiezo y de su debilidad, sabe que hay un proceso de recuperación y acepta que necesita ayuda. Una vez más, estas serán pistas que manifestarán la verdadera actitud de la persona en cuestión y determinarán en gran medida su propio desarrollo espiritual.

Reiteramos aquí que la persona afectada ha de ser la primera interesada en iniciar su proceso de restauración y, para ello, ha de asumir su problema, pensar, desear y querer un cambio (arrepentimiento) y, desde su quebrantamiento, edificar una nueva vida llena de esperanza, con nuevas ilusiones, caminando hacia la dignidad que ha de recuperar y que corresponde a los hijos de Dios.

[1] Florencio Jiménez Burillo, Psicología social (Madrid: UNED, 1990), II:11.

[2] Enrique Rojas, Los lenguajes del deseo (Madrid: Temas de hoy, 2004).

[3] Recomendamos el libro de Gordon MacDonald, Ponga orden en su mundo interior
(Miami: Betania, 1989).

[4] H. Haarbeck, Prueba, Diccionario teológico del Nuevo Testamento, III:436.

Recordemos que el crisol es un recipiente hecho de material refractario, que se emplea
para fundir alguna materia a temperatura muy elevada; en el proceso se eliminan los
materiales impuros.