Cubierta

Las guerras de los Judios

Flavio Josefo

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Flavio Josefo
Alfonso Ropero Berzosa, editor
LAS GUERRAS DE LOS JUDÍOS
ISBN: 978-84-8267-343-1
Clasifíquese: 0288 - Historia Antigua
CTC: 01-03-0288-08
Referencia: 224487

Índice

PRÓLOGO

PREFACIO

LIBRO I

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPÍTULO XX

CAPÍTULO XXI

CAPÍTULO XXII

CAPÍTULO XXIII

CAPÍTULO XXIV

CAPÍTULO XXV

CAPÍTULO XXVI

CAPÍTULO XXVII

CAPÍTULO XXVIII

CAPÍTULO XXIX

CAPÍTULO XXX

CAPÍTULO XXXI

CAPÍTULO XXXII

CAPÍTULO XXXIII

LIBRO II

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPÍTULO XX

CAPÍTULO XXI

CAPÍTULO XXII

LIBRO III

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

LIBRO IV

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

LIBRO V

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

LIBRO VI

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

LIBRO VII

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ANALÍTICO

LIBRO I

Desde la toma de Jerusalén por Antíoco Epífanes hasta la muerte de Herodes el Grande

CAPÍTULO I

Disensiones entre los nobles judíos. Antíoco Epífanes toma Jerusalén. Levantamiento de Matatías y hazañas y muerte de Judas Macabeo1

1. Estando discordes entre sí los príncipes de los judíos en el tiempo que Antíoco, llamado Epífanes disputaba con Tolomeo el sexto sobre el Imperio de Siria, Era una querella de ambición y de poder, porque ninguno de los grandes personajes quería estar subordinado a sus iguales; Onías, uno de los pontífices, conquistó la supremacía sobre los otros, echó de la ciudad a los hijos de Tobías. Estos entonces buscaron el amparo a Antíoco, suplicándole muy humildes armase ejército contra Judea, que ellos lo guiarían. Y el rey, que tenía esa intención desde hacía mucho tiempo, fácilmente consintió con lo que ellos suplicaban. De manera que se puso en marcha; y después de haber combatido la ciudad con gran fuerza, la tomó, y mató gran cantidad de los amigos de Tolomeo, entregó la ciudad a los suyos para saquear la ciudad, él mismo robó lo que contenía el templo, y prohibió por tiempo de tres años y seis meses la práctica solemne de los sacrificios diarios.

El sumo sacerdote Onías se refugió con Tolomeo, de quien recibió tierra en la región heliopolitana, fundó allí un pueblo muy semejante al de Jerusalén, y edificó un templo. En el momento y lugar oportunos volveremos a hablar de este suceso.

2. Pero no se contentó Antíoco con tomar la ciudad, ni robar y matar a su placer; antes, desenfrenado por la violencia de sus pasiones, acordándose de los sufrimientos que habían padecido en el cerco de Jerusalén, impulso a los judíos que, en contra de sus leyes nacionales, no circuncidasen sus niños, y que sacrificasen cerdos en el altar. Los judíos desobedecieron la orden, y los que se mostraron en defender esta causa eran degollados. Báquides hecho gobernador militar de la ciudad, por Antíoco, obedeciendo a todo lo que le había mandado, por su crueldad natural, ultrajó uno a uno a todos los ciudadanos más ilustres y amenazó diariamente a todo el país con el cautiverio, hasta que la crueldad de los crímenes que recibían estimuló a sus víctimas a tratar de vengarse.

3. Finalmente, Matatías, hijo de Asamoneo, uno de los sacerdotes que vivía en Modin, tomó las armas con su familia y sus cinco hijos y mató a Báquides a puñaladas, y temiendo a las guarniciones enemigas, huyó hacia los montes, donde se reunieron con gran número de compatriotas; recuperó la esperanza, bajó a la planicie, presento batalla y venció a los generales de Antíoco, y los echó de todos los términos de Judea. El triunfo afirmó su poderío; agradecido por haber echado al extranjero, sus compatriotas lo nombraron príncipe. Murió dejando el poder Judas, su primogénito.

4. Judas, presumiendo que Antíoco no descansaría, reclutó un ejército de su país y fue el primero que hizo alianza con los romanos. Cuando Antíoco Epifanes volvió a invadir el territorio de Judea lo rechazó infligiéndole grandes daños. Y con el entusiasmo de la reciente victoria, se lanzó inmediatamente contra la última guarnición de Jerusalén. Expulsando a los soldados extranjeros de la Ciudad Alta, que se llama Sagrada, a la Ciudad Baja, denominada también Acra. Se apoderó del templo, lo purificó, lo rodeó de murallas, hizo fabricar vasos para el servicio y culto divinos, como que los que solían estar antes de ser profanados; edificó otro altar y dio comienzo a los sacrificios expiatorios. Apenas había cobrado la ciudad el rito y ceremonias sagradas, cuando Antíoco murió. Quedó por heredero de su reino y su odio a los judíos, su hijo, llamado también Antíoco.

5. Por lo cual, reunió unos cincuenta mil hombres de a pie y casi cinco mil de a caballo y ochenta elefantes, y marchó a los montes de Judea, y tomó la pequeña ciudad de Betsur, pero Judas le salió al encuentro con su gente en un estrecho desfiladero, cerca del lugar llamado Betzacaría, y le cortó el paso; y antes que los escuadrones entraran en contacto, su hermano Eleazar, vio un elefante mayor que los otros, el cual traía una gran torre y armaduras doradas, pensando que venía allí Antíoco, se adelantó de sus compañeros, y abriéndose paso por medio de sus enemigos, llegó al elefante, pero no pudiendo alcanzar, por la altura a que se hallaba, el que Eleazar creía que era el rey; hirió al elefante en el vientre; la mole del animal cayó sobre él mismo, y murió. Solo consiguió realizar una gran hazaña y sacrificar la vida por la gloria, porque el que montaba el elefante era un particular, y aunque hubiese sido Antíoco, el autor de la audaz proeza habría ganado la gloria lo mismo, porque parecía haber buscado la muerte con la esperanza de obtener una hazaña tan memorable.

El hermano de Eleazar vio en este hecho una señal del fin que tendría el combate. Pelearon los judíos mucho tiempo y muy valerosamente; pero fueron finalmente vencidos por el rey superior en número y favorecido por la fortuna, obtuvo finalmente la victoria. Después de ver caer gran número de judíos, Judas huyó con el resto de sus hombres a la comarca de Gofna. Partiendo Antíoco de allí para Jerusalén, y habiéndose detenido algunos días, se retiró por la falta de víveres, dejando en la ciudad una guarnición la gente que le pareció suficiente, y llevándose los demás a pasar el invierno en Siria.

6. Cuando el rey partió, no se quedó inactivo Judas; reclutó numerosos compatriotas los sobrevivientes de la guerra, fue a presentar batalla a los generales de Antíoco en un lugar llamado Adasa. Mostró en la lucha prodigios de bravura, matando a muchos de sus enemigos, pero murió en el combate. Pocos días después su hermano Juan, cayó preso en una emboscada de los partidarios de Antíoco y fue asesinado.

CAPÍTULO II

Gobierno de Jonatán y de Simón. Juan Hircano contra Ptolomeo. Juan Hircano y Antíoco. Triunfos de Juan Hircano

1. Su hermano Jonatán, que lo sucedió, supo evitar las emboscadas y afirmó su poder mediante su amistad con los romanos, ganó también amistad con el hijo de Antíoco; pero a pesar de todas estas cosas no pudo escapar del peligro. Porque Trifón, tirano tutor del hijo de Antíoco que conspiraba desde hacía mucho tiempo contra su pupilo, tratando de quitar los amigos al joven rey, se apoderó a traición de Jonatán, cuando éste se dirigía a Ptolemáis para hablar con Antíoco acompañado por un séquito poco numeroso. Trifón lo cargó de cadenas y levantó su ejército contra Judea; rechazado por Simón hermano de Jonatán, muy furioso por su derrota mandó matar al prisionero.

2. Ocupándose Simón con energía del gobierno, tomó valerosamente Gazara, Jope y Jamnia, ciudades de la región, y arrasó la fortaleza (el Acra), después de dominar su guarnición.Luego se alió con Antíoco, contra Trifón, a quien el rey había sitiado en la ciudad de Dora, antes de partir en su expedición contra los medos.

Pero no pudo con esto hartar la codicia del rey, aunque le hubiese también ayudado a matar a Trifón. Poco después Antíoco envió un capitán de los suyos, Cendebeo, con un ejército, para que destruyese Judea y apoderarse de Simón. Este, a pesar de su vejez, inició la guerra con ardor juvenil, envió delante a sus hijos con los más valientes y fuertes; y él, acompañado con parte del pueblo, encabezó personalmente una de las tropas para llevar un ataque por otro punto. Tendió numerosas emboscadas en los montes, los venció en todos los encuentros. Después de ésta brillante victoria, fue hecho y declarado sumo sacerdote, y libró a los judíos de la sujeción y señorío de Macedonia, en la cual habían estado doscientos setenta años dominados.

3. Este, finalmente, murió en una emboscada que le tendió durante un banquete su yerno Ptolomeo. El asesino tomó prisioneros a la mujer y a dos de los hijos de Simón, y envió esbirros para que matasen a Juan tercero, que por otro nombre fue llamado Hircano. Advertido de su llegada, el joven se apresuró a la ciudad, confiado en el pueblo, que conservaba recuerdo y memoria de su padre, y porque también aborrecía la maldad de Ptolomeo. Este también quiso entrar en la ciudad por la otra puerta, pero fue rechazado por todo el pueblo, el cual antes había ya recibido a Hircano.

Ptolomeo se retiró a una fortaleza llamada Dagón, próxima a Jericunta (Jericó). Hircano, que sucedió a su padre en el sumo sacerdocio ofreció un sacrificio a Dios y se lanzó en persecución de Ptolomeo para liberar a su madre y sus hermanos.

4. Puso sitio a la fortaleza y dominó en todo; pero se dejó vencer por su bondad natural. Porque Ptolomeo, cuando era presionado por el asedio, sacaba a la madre y sus hermanos de Hircano, a la parte más alta del muro, para que pudiesen ser vistos por todos, y los azotaba, amenazando que los arrojaría si no se retiraba. Ante este espectáculo la cólera de Hircano cedió a misericordia y temor. Pero su madre, alzando las manos rogaba a su hijo que no se dejara impresionar por el indigno tratamiento que sufría y no perdonara al impío Ptolomeo, porque ella prefería más la muerte con que Ptolomeo le amenazaba, con tal que él pagase la pena que debía por la impía crueldad que había cometido contra la familia de ellos. Viendo a su madre tan pertinaz en esto, y obedeciendo lo que ella le rogaba, Juan Hircano resolvió atacar; pero al verla azotar y dilacerar se enterneció y de su dolor.

El sitio se prolongó, hasta que llegó el año de la fiesta, la cual se celebrar muy solemnemente cada siete años los judíos consagran un año entero cesando toda obra, por ejemplo del séptimo día de cada semana. Libre del asedio, Ptolomeo mató a los hermanos y a la madre de Juan y huyó buscando amparo a Zenón, llamado, tirano de Filadelfia.

5. Enojado Antíoco por las cosas que había sufrido de Simón, juntó a su ejército e invadió Judea; se apostó frente a Jerusalén y cercó a Hircano. Este, hizo abrir el sepulcro de David, que había sido el más rico de todos los reyes, y extrajo de allí más de tres mil talentos, ofreció a Antíoco trescientos talentos para que levantara el sitio; y con el resto del dinero empezó a pagar tropas de mercenarios, siendo el primer judío que las tomaba.

6. Más tarde, cuando Antíoco partió para realizar una campaña contra los medos, Hircano encontró la ocasión para vengarse: atacó las ciudades vecinas de Siria, pensando que no habría gente que las defendiese, lo cual fue así. Tomó a Medaba y a Samea y los lugares cercanos; a Siquem y Garizim, demás, a la nación de los cuteos, que vivían cerca de un templo que había sido edificado a semejanza del de Jerusalén. Tomó otras muchas ciudades de Idumea, y a Adoreón y Marifa.

7. Después avanzó hasta Samaria, fundada por el rey Herodes, donde ahora se encuentra la ciudad de Sebaste. La rodeó y encargó de su asedio a sus dos hijos Aristóbulo y Antígono; éstos ejercieron una vigilancia tan rigurosa que sus habitantes, obligados por la extrema escasez, eran forzados a comer la carne que no estaban acostumbrados. Llamaron a su auxilio, para que les ayudase a Antíoco, llamado por sobrenombre Aspendio, el cual, respondió a su pedido, pero fue vencido por Aristóbulo y por Antígono. Perseguido por los dos hermanos llegó hasta Escitópolis y se salvó; aquellos se volvieron inmediatamente a Samaria, volvieron y encierran otra vez al pueblo dentro de las murallas, tomaron la ciudad la destruyeron y redujeron a sus habitantes, llevándose presos todos los que allí dentro vivían. Impulsados por el triunfo y sin dejar que se enfriara el entusiasmo; avanzaron su ejército sobre Escitópolis, la tomaron y saquearon todos los campos y tierras que estaban alrededor del monte Carmelo.

8. La envidia de las hazañas y la prosperidad de Juan y de sus hijos movió a los gentiles a discordia y sedición, gran cantidad de ciudadanos comenzaron a conspirar, y siguieron agitando al pueblo hasta que todos fueron llevados en guerra abierta. Viviendo, pues, todo el otro tiempo Juan vivió prósperamente y habiendo administrado sabiamente todo el gobierno durante treinta y tres años, murió dejando cinco hijos. Varón ciertamente bienaventurado, el cual no había dado ocasión alguna por la cual alguno se pudiese quejar de la fortuna. Reunió tres grandes ventajas: el gobierno de su país, sumo sacerdote, y además de esto profeta, con quien Dios hablaba de tal manera, que nunca ignoraba algo de lo que había de acontecer, de éste modo profetizó cómo sus dos hijos mayores no serían gobernadores, de los cuales qué fin hayan tenido en la vida, pienso que no será cosa indigna de contarlo ni de oírlo, y qué lejos hayan estado de la prosperidad y dicha de su padre.

CAPÍTULO III

Advenimiento de Aristóbulo. Sus primeros actos. Muerte de su hermano Antígono. Predicción de Judas el esenio. Fin de Aristóbulo

1. Porque Aristóbulo, que era el hijo mayor, después de que a su padre murió, transfiriendo su principado en reino, fue el primero que se usó corona de rey cuatrocientos ochenta y un años y tres meses después de haber regresado el pueblo de Judea, de la servidumbre y cautividad en Babilonia.

Honraba a su hermano Antígono, que era en la sucesión segundo, porque mostraba amarlo con igual afecto, pero puso a los otros hermanos en la cárcel encadenados y con guardias; encarceló también a su madre que le disputó el poder y a quien Juan le legara todo por testamento, y fue tan cruel con ella, que estando atada y en la cárcel, la dejó morir de hambre.

2. Pagó todos estos hechos y maldades con la muerte de su hermano Antígono, a quien él amaba mucho y a quien había asociado al trono, porque también lo mató con calumnias que fraguaron pérfidos cortesanos. Al principio Aristóbulo no creía lo que le decían, porque estimaba a su hermano y atribuía las imputaciones a la envidia que le tenían. Pero un día que Antígono regresó de la guerra con gran pompa, para asistir a la fiesta solemne que ellos, según costumbre de la patria, celebraban a Dios levantando los tabernáculos, sucedió que Aristóbulo cayó enfermo, y Antígono, al finalizar las fiestas y solemnidades, subió al Templo, rodeado por su escolta de soldados para orar por su hermano; y entonces, viniendo acusadores llenos de toda maldad delante del rey, alegaban del espléndido la arrogancia y la soberbia de Antígono, como excesivo para una persona: le dijeron que había vuelto con un gran ejercito para dar muerte a su hermano, porque pudiendo ser rey él, no se contentaba solamente con los honores de la realeza.

3. Aristóbulo, a pesar suyo, creyó poco a poco a estos dichos y por no demostrar sospecha y preocupado por prevenirse de un peligro, mandó pasar la gente de su guarda a un lugar obscuro, como un sótano del lugar donde vivía y donde estaba enfermo; en la torre llamada antes Baris, el cual después fue llamado Antonia, y ordenó que dejaran pasar a Antígono si venía sin armas y lo matasen si se presentaba armado. Además de esto, envió gente que avisasen a Antígono de que fuera sin armas.

Pero la reina pactó con los malvados y convenció a los mensajeros, que callaran lo que el rey les había mandado, y que dijesen a Antígono que su hermano había oído de que había traído de Galilea una bellísima armadura y un equipo militar, que no había podido ver, impedido por su enfermedad, y que ahora le causaría un gran placer verle armado, principalmente sabiendo que había de partir e irse a otra parte.

4. Oídas estas cosas, Antígono, no pudiendo pensar mal, por el amor y la relación que le tenía su hermano, venía aprisa armado con todas sus armas, como si fuera a un desfile. Pero cuando llegó a un pasadizo obscuro, que se llamaba la torre de Estratón, fue muerto por los de la guarda del rey, prueba categórica de cómo la calumnia puede romper todos los lazos del afecto y de la naturaleza y que ninguna buena afición vale tanto que pueda perpetuamente resistir y refrenar la envidia.

5. En esto también, ¿quién no se maravillará de Judas? Era de linaje esenio, el cual nunca erró en profetizar ni jamás mintió. Pasando Antígono por el Templo, exclamó, dirigiéndose a sus familiares (porque tenía muchos discípulos y hombres que venían a pedirle consejo): “¡Ahora ya puedo morir!, pues la verdad murió, quedando yo en vida. Una de mis predicciones ha dejado de cumplirse. Hoy debía ser muerto Antígono, y el lugar señalado para su muerte es la torre de Estratón, que está a seiscientos estadios de aquí. Es la cuarta hora del día, y el tiempo pasa, y con él mi profecía”. Cuando el anciano hubo hablado, se puso a pensar entre sí muchas cosas con mucho cuidado y con la cara muy triste. Poco después, le anunciaron que Antígono había sido muerto en un sótano llamado Torre de Estratón, el mismo nombre que solía ser la marítima Cesárea y esto fue lo que equívoco al profeta.

6. Los remordimientos que sintió Aristóbulo con el asesinato agravaron su enfermedad. Se consumía, con el alma carcomida por el recuerdo de su crimen. Con el ánimo perturbado se corrompía, hasta que por la amargura del dolor, rotas en partes sus entrañas, echaba toda la sangre por la boca. Cuando uno que le servían retiraba la sangre, y por providencia y voluntad de Dios sin que el criado lo supiese, quiso que tropezara en el sitio donde Antígono había sido muerto, dejando caer la sangre del asesino sobre los rastros todavía visibles de la sangre del asesinado. Se levantó un gran llanto y aullido de los que habían visto esto, como que el criado había adrede echado la sangre en aquel lugar su sangrienta carga. El rey oyó el clamor y requirió que le contasen la causa. No había nadie que la osase contar, pero el rey insistió. Al fin, haciendo él fuerza y amenazándoles, le hicieron conocer la verdad de todo lo que pasaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y gimiendo en su corazón tanto cuanto le era posible, dijo esto: “No he de lograr, por lo tanto, sustraer mis culpables acciones a la mirada poderosa de Dios, y debo sufrir un rápido castigo de la muerte de mi hermano. ¡Oh malvado cuerpo! ¿Hasta cuándo detendrás mi alma condenada por la muerte de mi madre y de mi hermano? ¿Cuánto tiempo les sacrificaré mi propia sangre? Que la tomen toda entera y que no se burle ni escarnezca ofreciéndoles fragmentos de mis entrañas”. Dicho esto, murió, habiendo reinado sólo un año.

CAPÍTULO IV

Alejandro Janeo sube al trono. Sus guerras. Rebelión judía. Muerte de Alejandro

1. Su mujer entonces sacó de la cárcel a los hermanos y a Alejandro lo hizo rey, que era el mayor de edad, y parecía también ser el más modesto. Pero alcanzando éste el reino, y viéndose poderoso, mató a uno de sus hermanos, por verlo ambicioso en reinar. Al sobreviviente, a quien le gustaba vivir alejado de los problemas de gobierno, fue tratado con honras.

2. Alejandro hizo guerra con Ptolomeo Láturo, el cual había tomado la ciudad de Asoquis. Alejandro mató a muchos de sus enemigos; pero Ptolomeo fue el vencedor. Después de que fue perseguido por su madre Cleopatra regresó a Egipto. Alejandro sitió y tomó Gadara y el castillo de Amato, esta última es la más importante de las fortalezas situadas junto al Jordán, donde estaban los más valiosos tesoros de Teodoro, hijo de Zenón. Pero Teodoro, apareció de improviso, recuperó sus bienes, se apoderó del carruaje del rey y mató a casi diez mil judíos. Alejandro, cobrando fuerzas después de esta matanza, se volvió hacía la costa y conquisto Rafia, Gaza y Antedón, la cual después fue llamada por el rey Herodes Agripia.

3. Después de haber reducido a las ciudades a la esclavitud, un día de fiesta el pueblo de los judíos se levantó contra él, porque es sobre todo durante las celebraciones cuando estallan entre ellos las sediciones; y no le parecía que podía apaciguar y deshacer aquellas revueltas si los Pisidas y Cilicos, mercenarios, no le ayudaban, no quería admitir a los sirios a sueldo por la discordia que tienen con los judíos. Mató más de ocho mil insurgentes que se habían rebelado y luego salió a atacar a Arabia, donde redujo las tierras de Galaad y de Moad, los hizo tributarios y se volvió nuevamente contra Amatón. Sus victorias habían llenado de terror a Teodoro y el rey encontró la plaza abandonada y la desmanteló.

4. Atacó a continuación a Obedas, rey de Arabia, al cual había apresado tendiendo una emboscada en la región de Galaad. Todo su ejército fue derrotado y lanzado a un profundo barranco, fue desmenuzado por la multitud de los camellos. Alejandro se refugió en Jerusalén, donde la gravedad de su desastre inflamó a la gente, que lo odiaba desde hacía mucho tiempo. Pero los pudo dominar una vez más; mató en muchas batallas no menos de cincuenta mil judíos en seis años. Sus victorias, le causaron la ruina de su reino. Por lo cual, dejando las armas y la guerra, trabajaba con buenas palabras en volver a tener amistad con sus súbditos, pero tenían ellos la inconstancia y variedad que éste tenía en sus costumbres que hizo que lo aborrecieran más que antes, preguntando él de qué manera tendría para apaciguarlos, respondieron que con su muerte; porque aun no sabían si muerto le perdonarían, por tantas maldades como había cometido. Al mismo tiempo llamaron en su auxilio a Demetrio, llamado el Intempestivo, el cual, con esperanza de ganar y de haber mayor premio, fácilmente les obedeció y consintió; preparó un ejército, y los judíos se unieron a su aliado cerca de Siquem.

5. Alejandro los recibió al frente con mil de a caballo y con seis mil mercenarios a pie, teniendo también consigo cerca de diez mil judíos que le eran todos muy fieles; siendo los de la parte contraria tres mil de a caballo y cuarenta mil de a pie. Antes de iniciar la lucha, por medio de los mensajeros y trompetas los reyes trabajaban cada uno por seducir a las fuerzas del adversario. Demetrio pensaba atraerse a los mercenarios de Alejandro; y Alejandro esperaba que los judíos que seguían a Demetrio se les sublevarían persiguiéndolo a él. Pero como los judíos tenían muy firme su juramento, y los griegos su fe y promesa, comenzaron a acercarse y a pelear entre todos.

Demetrio venció en esta batalla pesar de las numerosas demostraciones de decisión y bravura que dieron los mercenarios de Alejandro. Sin embargo el resultado final de la batalla defraudó a los dos príncipes. Porque a Demetrio, aunque vencedor, fue abandonado por los que le habían llamado y no quisieron seguirlo; impresionados y viendo que se le había cambiado tanto la fortuna a Alejandro, seis mil de los judíos se reunieron con él en las montañas donde se habían refugiado. Ante esta mudanza, y juzgando que Alejandro estaría nuevamente en condiciones de pelear y que todo el pueblo volvería a su lado Demetrio se retiró.

6. No obstante, y aun después de haberse retirado sus aliados, los demás judíos no quisieron pactar; antes peleaba en continuas guerras con Alejandro, hasta que, después de matar a gran parte de ellos, los hizo recoger en la ciudad de Bemeselis; tomó esta ciudad y se llevó los cautivos y encadenados a Jerusalén.

La ira inmoderada de éste, por ser desenfrenada, hizo que su crueldad llegase a términos de toda impiedad; porque en medio de la ciudad colgó a ochocientos de los cautivos en cruces, y mató las mujeres de ellos e hijos, delante de sus propias madres, y él lo estaba mirando bebiendo y holgando junto con sus concubinas y mancebas. El pueblo se vio asaltado por un terror tan intenso que a la noche siguiente ocho mil judíos de la facción hostil salieron huyendo, como desterrados, de toda Judea, cuyo destierro tuvo fin con la muerte de Alejandro. Habiendo, pues, buscado el reposo del reino con tales hechos, cesaron sus armas.

7. Otra vez le fue principio de revuelta Antíoco, llamado también Dionisio, hermano de Demetrio y último de los seleucitas. Porque temiendo a éste, el cual había echado y vencido a los árabes en la guerra, hizo un foso muy grande alrededor de Antipátris en todo el espacio que hay allí cercano a los montes, y entre las playas de Jope; y delante del foso hizo edificar una muralla muy alta y unas torres de madera, para defender la entrada.

Pero no pudo detener con todo esto a Antíoco. Porque quemadas las torres, rellenó el foso y se abrió pasó con su ejército; y menospreciando la venganza que debía usar con aquel que le había prohibido la entrada, después siguió la empresa contra los árabes.

El rey de éstos comenzó a retirarse a regiones más favorables para su gente; luego volvió a la pelea con el número de diez mil hombres, y acometió a la gente de Antíoco sin darle tiempo para pensar en ello ni organizarse. La batalla fue encarnizada; mientras Antíoco estaba salvo, su ejército permanecía resistiendo, aunque los árabes poco a poco lo despedazaban diezmándolos. Cuando éste fue muerto, después de haberse expuesto continuamente en primera fila para animar a los que desfallecían, todos huyeron, muriendo la mayor parte de ellos peleando o en retirada; los demás, se refugiaron en la ciudad de Caná, donde todos murieron de hambre, excepto muy pocos.

8. De aquí los damascenos, enojados con Ptolomeo, hijo de Mineos, llamaron a Aretas y lo nombraron rey de Celesiria: el cual, habiendo hecho guerra contra Judea, venció en la batalla a Alejandro y se retiró después de sellar con él un pacto.

Alejandro, tomada Pela, y avanzó contra Gerasa, deseoso de las riquezas de Teodoro; y habiendo cercado con tres cercos a los que la querían defender, tomó la ciudad sin lucha.

Tomó también a Gaulana y a Seleucia, y sojuzgó aquella que se llama El valle de Antíoco. Además se apoderó de la poderosa fortaleza de Gamala, donde expulso al gobernador, Demetrio, que era el blanco de muchas acusaciones.

Volvió a Judea, después de una campaña de tres años en la guerra y fue recibido por los suyos con gran alegría por causa de sus victorias; pero, estando en reposo y acabada la guerra fue el principio de su dolencia. Atormentado por la fiebre cuartana, pensó que echaría de sí aquella calentura si se volvía otra vez a poner en los negocios y ocupaba en ellos su ánimo; se dio a la guerra y a los trabajos militares, y apresuró su fin, y fatigando su cuerpo más de lo que podía sufrir, en medio de las revueltas murió después de veintisiete años de reinado.

CAPÍTULO V

Alejandra. Dominación de los fariseos. Persecución de los consejeros de Alejandro. Rebelión de Aristóbulo. Muerte de Alejandra

1. Alejandro dejo el reino a Alejandra, su mujer, pensando que los judíos obedecerían a cuanto ella mandase; porque, muy apartada de su crueldad, resistiendo a toda maldad, enteramente había ganado la voluntad de todo el pueblo.

Y no le engañó la esperanza, porque por ser tenida por mujer muy pía, alcanzó el reino y principado. Porque sabía muy bien la costumbre que los de su patria tenían, y aborrecía desde el principio al que quebrantaba las leyes sagradas. Ésta tenía dos hijos habidos de Alejandro, al mayor, llamado Hircano, el primogénito, lo declaró sumo sacerdote, porque por su carácter, demasiado indolente para intervenir en los asuntos de estado; y el menor, llamado Aristóbulo, de temperamento ardoroso, lo mantuvo en condición de particular.

2. Colaboraron con el gobierno de esta mujer una parte de los judíos que era la de los fariseos, los cuales honraban y acataban más la religión, al parecer, que todos los demás, y declaraban más agudamente las leyes. Alejandra les acordó un crédito extraordinario en su celo apasionado por la divinidad. Estos, no tardaron en tener la confianza de la mujer, eran tenidos ya como procuradores de ella, cambiando todo a sus voluntades quitando y poniendo, encarcelando y librando a cuantos les parecía, de tal manera, que parecían ser ya ellos los reyes. En líneas generales gozaban de los provechos reales y Alejandra había de pagar los gastos, los disgustos y sufrir todos los trabajos. Pero ésta tenía una maravillosa habilidad en saber regir y administrar las cosas más importantes; mediante continuos reclutamientos duplicó los efectivos del ejército y alistó un gran número de mercenarios, destinados no solamente a mantener en orden a su propio pueblo, sino también a hacerse temer por los príncipes extranjeros. Y como ella mandaba a todos los demás, los fariseos la mandaban a ella.

3. Mataron finalmente a Diógenes, varón muy señalado que había sido muy amigo de Alejandro, acusándolo de haber aconsejado al rey la muerte de aquellos ochocientos que fueron colgados en cruz, de los cuales hemos hablado arriba; y trabajaban por inducir y persuadir a Alejandra que matase a todos los demás, por cuya autoridad y consejo se había movido contra ellos Alejandro. Y como ella siempre cedía, por temor religioso, mataban a quien querían.

Los más eminentes ciudadanos se vieron amenazados, buscaron el amparo de Aristóbulo; y éste persuadió a su madre que los perdonara por la dignidad que tenían, y los desterrara de la ciudad, si los creía deficientes. Alcanzando éstos licencia, se esparcieron por toda la tierra.

Alejandra envió un ejército a Damasco, porque Ptolomeo oprimía a la ciudad, la cual ella tomó sin hacer cosa alguna memorable. Con promesas y obsequios conquistó al rey de Armenia, Tigrano, que acampaba acercaba a Ptolomáis y sitiaba a Cleopatra. Pero él se apresuro a partir, llamado por los trastornos de su reino, que acababa de ser invadido por las fuerzas de Lúculo.

4. Estando en esto, enfermó Alejandra; y su hijo el menor, Aristóbulo, con todos sus criados, que solían ser muchos y muy fieles, se apoderó de todos los castillos; y con el dinero que en ellos halló, reclutó mercenarios, y se proclamó rey.

Las quejas de Hircano provocaron la compasión de su madre, que encerró a la mujer y los hijos de Aristóbulo en la torre Antonia, ciudadela situada en la parte de septentrión del Templo: se llamaba, como antes dijimos, Baris y cambió de nombre en los tiempos de la supremacía de Antonio, así como del nombre de Augusto y de Agripa, fueron llamadas las otras ciudades Sebastos y Agripias.

Pero murió Alejandra antes de que tomase venganza en Aristóbulo de las injurias a su hermano Hircano, al cual había trabajado por echar del reino. Alejandra reinó nueve años.

CAPÍTULO VI

Hircano II abdica en favor de Aristóbulo II. Antípatro y Aretas tratan de reponer a Hircano. Intervención de Escauro. Negociaciones de los dos hermanos con Pompeyo

1. Quedó por heredero de todo Hircano, a quien ella, aún en vida le había encomendado todo el reino; pero era muy inferior en esfuerzo y autoridad a Aristóbulo, y habiendo peleado los dos cerca de Jericó, para decidir quién sería el señor de todo, muchos abandonando a Hircano y se pasaron con Aristóbulo.

Huyendo Hircano, con los que le quedaban llegó al castillo llamado Antonia, donde se refugió; allí encontró valiosos rehenes, aquí estaban los hijos y mujer de Aristóbulo con guardias. Antes que le aconteciese algo irreparable, volvió la concordia y la amistad en los hermanos, estipulándose el reino a Aristóbulo y que Hircano, renunciando al poder, gozaría de los honores debidos al hermano del rey. Reconciliados y hechos de esta manera amigos dentro del Templo, habiendo el uno abrazado al otro delante de todo el pueblo que allí estaba; Aristóbulo toma posesión de la casa real, e Hircano de la casa de Aristóbulo.

2. Los adversarios de Aristóbulo quedaron aterrorizados frente a su inesperado triunfo, principalmente Antípatro, de quien lo separaba un odio profundo desde hacía mucho tiempo. Era éste de linaje Idumeo, principal entre toda su gente, tanto en nobleza como en riqueza. Convenció a Hircano que recurriera a buscar protección en Aretas, rey de los árabes, y con su ayuda reconquistara el reino.

Al mismo tiempo por otra parte trabajaba en persuadir a Aretas que recibiese en su reino a Hircano y lo repusiera en su poder, menoscabando y hablando mal de las costumbres de Aristóbulo, loando y elogiando a Hircano, y amonestaba que convenía al soberano de un reino tan brillante, dar la mano a los que estaban por maldad e injusticia oprimidos; y que Hircano padecía la injuria, el cual había perdido el reino que por derecho de sucesión le pertenecía.

Instruidos, pues, y apercibidos ambos de esta manera, una noche sacó de la ciudad de Jerusalén Antípatro a Hircano y huyo con él, acogiéndose en una ciudad que se llama Petra, la capital del reino árabe. Y después que entregó a Hircano en manos del rey Aretas y, a fuerza de súplicas y obsequios, conquistó al rey y lo decidió a que le proporcionara fuerzas suficientes para hacerle recobrar a Hircano su reino.

Eran los árabes cincuenta mil hombres entre de a pie y de a caballo, a los cuales Aristóbulo no pudo resistir; al primer encuentro fue vencido, y se encerró en Jerusalén. La ciudad estaba por ser tomada cuando el capitán de los romanos Escauro intervino haciendo levantar el sitio, porque éste había sido enviado de Armenia a Siria por el gran Pompeyo Magno, que entonces estaba en guerra con Tigranes, pero cuando llegó a Damasco, halló que la ciudad era nuevamente tomada por Metelo y Lolio, y los obligó a retirarse. Habiendo, pues, apartado y echado a aquellos de allí, y sabiendo lo que se hacía en Judea, se apresuró a dirigirse hacia este país en procura del botín.

3. Cuando arribó al territorio judío, ambos hermanos le enviaron, delegados, rogándole, cada uno por sí, que viniese antes en su ayuda que no en la del otro. Los trescientos talentos que Aristóbulo le envió, se impusieron a la justicia, porque después de haber recibido este dinero, Escauro envió embajadores a Hircano y a los árabes amenazándolos con la cólera de los romanos y de Pompeyo si no levantaban el sitio de la ciudad. Por lo cual amedrentado Aretas, salió de Judea, y se retiró a Filadelfia; mientras que Escauro, volvió a Damasco.

Aristóbulo, no conforme con haberse salvado, reunió todo el ejército que tenía y persiguió de todas maneras las enemigo, lo atacó cerca de un lugar que se llama Papirón y mató de ellos más de seis mil hombres, entre los cuales uno fue Falión, hermano de Antípatro.

4. Hircano, y Antípatro, privados ya del socorro de los árabes, pusieron sus esperanzas en el bando opuesto; y como llegó Pompeyo a Damasco, después de haber entrado en Siria, recurrieron a él, y dándole muchos presentes, comienzan a contarle todas aquellas cosas que antes habían también dicho a Aretas. Suplicaron a Pompeyo que, repudiando la violencia de Aristóbulo, restituyese el reino a Hircano, al que lo merecía por su edad, como por bondad de carácter.

Pero Aristóbulo no se durmió en esto, confiado en Escauro por el dinero que la había dado. Había venido con pompa y vestido tan realmente como le había sido posible, despreciando la humildad y no tolerando la imposición, pensando que no era cosa digna que un rey tuviese tanta cuenta con el provecho, se marchó de la ciudad de Dióspoli.

5. Enojado por su conducta y cediendo a las súplicas de Hircano y sus amigos, Pompeyo, viene contra Aristóbulo, con el ejército romano, y armado también con un fuerte contingente de sus aliados sirios. Y habiendo pasado por Pela y por Escitópolis, llegó a Corea, donde comienza el señorío de los judíos y los términos de sus tierras, entrando en los lugares mediterráneos; allí se enteró que Aristóbulo se había encerrado en Alexandreion, que es un castillo magníficamente edificado en un alto monte, envió gente que lo hiciese salir y descender de allí. Aristóbulo, frente a esta invitación demasiado imperiosa, se sintió dispuesto a intentar la batalla, antes de obedecer, pero veía que el pueblo estaba muy atemorizado y que sus amigos le aconsejaban que pensase en el poder y fuerza de los romanos. Por lo cual, obedeciendo al consejo de todos éstos, bajó a encontrarse con Pompeyo; después de defender extensamente su titulo real, volvió a subir al castillo.

Invitado por su hermano, descendió por segunda vez a debatir con él su causa y se volvió al castillo sin que Pompeyo se lo prohibiese.

Oscilando entre la esperanza y el temor, descendía para tratar de suplicar a Pompeyo y decidirlo a que le entregase el poder y volvía subir a la fortaleza, temeroso de que resultara dañado su prestigio. Porque Pompeyo ordenó salir de los castillos y como estaba enterado de que Aristóbulo aconsejaban a los presidentes y capitanes que no obedeciesen otras órdenes más que las escritas por él mismo, lo obligó a enviarles a cada uno de ellos una orden de evacuación. Aristóbulo hizo lo que le mandaban, pero lleno de indignación se retiró a Jerusalén para preparar la guerra contra Pompeyo.

6. Pero éste no tuvo por cosa buena ni de consejo darle tiempo para que se preparase para la guerra, comienza a perseguirlo, apresurando más la marcha al enterarse de la muerte de Mitrídates, lo supo estando cerca de Jericó, donde la tierra es muy fértil y hay muchas palmeras y bálsamo; de cuyo árbol o tronco, cortado con unas piedras muy agudas, se destilan unas gotas como lágrimas, las cuales ellos recogen. Pompeyo acampó allí toda una noche, luego a la mañana avanzó con gran prisa hacía Jerusalén. Espantado Aristóbulo con esta nueva, y con el ímpetu de éste, le salió al encuentro, suplicando y aplacando la cólera de Pompeyo con la promesa de que él y la ciudad se le rendirían; y con esto amansó la saña de Pompeyo. Pero nada de lo que había prometido cumplió; porque al presentarse Gabinio, para cobrar el dinero prometido, los compañeros de Aristóbulo se negaron a permitirle la entrada en la ciudad.

Capítulo VII

Sitio de Jerusalén. La toma del Templo. Hircano, sumo sacerdote. Profanación del santuario. Aristóbulo es enviado prisionero a Roma

1. Movido con estas cosas Pompeyo, prende a Aristóbulo, parte para la ciudad y así examinar mejor por qué parte podría atacarla, porque vio que la solidez de los muros los hacía inexpugnables, estaban precedidos por un barranco de una tremenda profundidad, estaba allí muy cerca el Templo, al que rodeaba el barranco y podía servir, caída la ciudad, como segunda línea de defensa. Estando, pues, mucho tiempo él dudando y pensando sobre esto, se levantó una sedición y revuelta dentro de la ciudad; los compañeros y amigos de Aristóbulo querían pelear por librar a su rey; pero los que eran de Hircano, decían que debían abrir las puertas y dar entrada a Pompeyo. Y el miedo de los otros hacia mayor el número de éstos, pensando y teniendo delante el valor y constancia de los romanos. El partido de Aristóbulo, que era minoría, se retiró al Templo y derribando un puente, por el cual el Templo se comunicaba con la ciudad, todos se prepararon para resistirle hasta el último aliento. El resto de la población recibió a los romanos dentro de la ciudad, y les entregó la casa y palacio real. Pompeyo, envió uno de sus capitanes llamado Pisón, con muchos soldados, quien distribuyó guardias dentro de la ciudad, no pudiendo persuadir a la paz a los que se habían refugiado dentro del Templo, se dispuso para combatir a éstos por todos los puntos; pues Hircano y sus amigos estaban muy firmes y muy dispuestos a seguir el acuerdo, aconsejar lo necesario, y obedecer a cuanto les fuese mandado.

2. Como estuviese indeciso mucho tiempo se produjo un tumulto en el interior de la ciudad, ya que los partidarios de Aristóbulo estaban decididos a combatir y libertar a su rey, en tanto que los de Hircano se empeñaban en abrir las puertas a Pompeyo. Pero el pueblo, asustado por la excelente disciplina de los soldados romanos, se inclinó por este último. Al ser superada, la facción aristobulense se refugió en el templo, cortando el puente que lo relacionaba con la población, decidida a resistir hasta el último momento. El otro bando acogería a los romanos. Pompeyo envió a Pisón, uno de sus oficiales superiores, al palacio con tropas; distribuyo una guarnición por la ciudad, puesto que no lograba un acomodo con los fortificados en el templo; después preparó los alrededores para el ataque, aconsejado y asistido por el partido de Hircano.

3. Él estaba en la parte septentrional cegando el foso y el barranco de todo cuanto los soldados le podían traer, siendo esta obra muy difícil por la gran hondura del foso, y también porque los judíos trabajaban por la parte alta en estorbarles de todos los medios. Los esfuerzos de los romanos habrían sido infructuosos, si Pompeyo no tuviera en cuenta los días que los judíos suelen guardar por sus fiestas, que por su religión tienen mandado guardar el séptimo día, absteniéndose de todo trabajo manual. De este modo logró elevar el terraplén, pero prohibió a los soldados de dentro salir a defenderlo, no peleasen, antes con gran diligencia hinchiesen el foso. Porque los judíos los sábados sólo tienen derecho a defender sus vidas, pero nada más.

Rellenado, pues, el foso, Pompeyo levantó sobre el terraplén altas torres y puestas sus máquinas, las cuales había traído de Tiro, comenzaron a atacar las murallas. Los de arriba fácilmente los echaban con piedras. Sin embargo las torres de los sitiados, que en ese sector eran de tamaño extraordinario, resistieron durante mucho tiempo.

4. Mientras los romanos sufrían fatigas agotadoras, Pompeyo se maravillaba por ver la fortaleza que los judíos sufrían con gran tolerancia y principalmente porque estando entre armas, no dejaban de cuidar los menores detalles de lo que tocaba a sus ceremonias, aun cuando los rodeaban lluvias de flechas; cumplían los sacrificios, las purificaciones de todos los días, todos los detalles en honor de Dios, como si una profunda paz reinara en la ciudad. El mismo día de la toma del Templo, cuando eran examinados frente al altar, prosiguieron sin interrupción las ceremonias diarias prescriptas por la ley. Después de tres meses que tenía puesto el cerco, sin haber casi derribado ni una torre, dieron el asalto, el primero que osó subir por el muro fue Fausto Cornelio, hijo de Sila, y después dos centuriones con él, Furio y Fabio, con sus escuadras; y habiendo rodeado por todas partes el Templo, mataron y despedazaron a los que trataron de buscar refugio en el recinto sagrado o de ofrecer alguna resistencia.

5. Muchos de los sacerdotes aunque vieron venir al enemigo con la espada en mano, no por eso dejaban de entender las cosas divinas y tocantes al servicio de Dios, se dejaron degollar mientras ofrecían libaciones y quemaban incienso, poniendo el culto a Dios por encima de su salvación. La mayor parte de ellos, fueron asesinados por sus propios conciudadanos, muchos se despeñaban, otro, se arrojaban a los enemigos viéndose perdidos sin remedio, llevados por el furor incendiaron los edificios vecinos a la muralla y se arrojaron a las llamas. Murieron, finalmente, en esto doce mil judíos; los romanos tuvieron muy pocos muertos pero un gran número de heridos.

6. De todas estas calamidades ninguna afligió tanto a los judíos como la de ver descubierto ante todos los extranjeros aquel secreto santo e inviolado. Entrando, pues, Pompeyo, juntamente con su séquito, dentro del lugar sancta sanctorum, donde no era lícito entrar, excepto al sumo sacerdote; vio y miró los candelabros que allí había encendidos, las mesas en las cuales acostumbraban celebrar sus sacrificios y quemar sus inciensos; vio también la multitud de perfumes y olores que tenían, y el dinero consagrado, que era la suma de dos mil talentos. Pero no tocó ni esto ni otra cosa alguna de las riquezas ni nada del mobiliario sagrado, y al día siguiente, después de la matanza, ordenó a los guardias que purificaran el recinto sacro y que se reiniciara la práctica habitual de los sacrificios. Entonces les declaró por sumo sacerdote a Hircano, por haberse regido y mostrado con él en todo, y principalmente en el tiempo del cerco, muy valeroso, y por haber atraído a sí gran muchedumbre de campesinos, de los que seguían la parte de Aristóbulo, con lo cual ganó la amistad de todo el pueblo, más por benevolencia y mansedumbre, según conviene a cualquier buen emperador, que por temor y amenazas.