Cubierta

EL TEMPLO

Su Ministerio y Servicios en Tiempos de Cristo

Alfred Edersheim

EDITORIAL CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS
(Barcelona) ESPAÑA
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© 2013 Editorial CLIE

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Alfred Edersheim
El templo. Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo
ISBN: 978-84-8267-867-2
Depósito Legal: B. 17682-2013
Estudio Bíblico
Historia y Cultura
Referencia: 224815

CONTENIDO

PREFACIO

I UNA PRIMERA PERSPECTIVA DE JERUSALÉN Y DEL TEMPLO

Memorias de Jerusalén—Origen del nombre—Situación de la ciudad—Primeras impresiones de su esplendor—Aproximación desde el monte de los Olivos—Las murallas de Jerusalén—La torre Antonia—Los montes sobre los que había sido construida la ciudad—Las calles—Principales edificios—Sinagogas—Tradición judía acerca de la «puerta de Susa» y de la carretera con arcadas desde el Templo hasta el monte de los Olivos—Estación lunar en el monte de los Olivos—Lavatorios y cabañas—Aproximación al Templo—Extensión de la planicie del Templo—Aspecto general del Templo—Leyendas rabínicas acerca de Jerusalén y del Templo—Ruinas de la antigua Jerusalén; su profundidad por debajo del nivel actual.

II DENTRO DEL SANTUARIO

Las principales entradas desde el oeste hacia el Templo—El «puente Real» sobre el valle del Tiropeón—Sus proporciones y diseño—«Los porches» del Templo—El «porche Real»—Su nombre y dimensiones—Vista desde arriba de la columnata—Cristo entre los doctores de la Ley—El porche de Salomón—El atrio de los Gentiles—Losa de mármol con tabletas advirtiendo a los gentiles en contra de entrar—El Chel o terraza del Templo—Las puertas hacia los atrios interiores—La «puerta Hermosa»—El atrio de las Mujeres—Los trece cepillos de la tesorería, o «trompetas»—Cámaras y atrios laterales—La puerta de Nicanor—Las quince gradas de la «Subida», o de los levitas—El atrio de Israel—El atrio de los Sacerdotes—Las cámaras correspondientes al mismo—El «Beth Moket»—La estancia de las piedras labradas—Descripción del Templo en la Misná—El altar del holocausto—Línea roja alrededor del medio del mismo—Disposiciones sacrificiales—La pila—El suministro de agua del Templo—Su drenaje—Las proporciones de la Santa Casa propia—El porche—El lugar santo—El lugar santísimo—El silencio de los rabinos acerca de Herodes—Los discípulos señalan los edificios del Templo al Maestro—¿Podrían existir aún algunos de los despojos del Templo?

III ORDEN DEL TEMPLO, INGRESOS Y MÚSICA

Comparación entre el primer Templo y el segundo—Qué faltaba en el segundo—«Fuera de la puerta»—Diferentes grados de santidad correspondientes a diferentes localidades—Ordenanzas determinando la debida reverencia en el Templo—«No os proveáis de oro», «ni de alforja», «ni de calzado, ni de bastón»—Castigo de la irreverencia insolente—«Muerte a manos de Dios» y «cortamiento»—«Anathema Maranatha»—El castigo de «el azote de los rebeldes»—Los «cuarenta azotes menos uno», y cómo se administraban—Necesidad de una estricta disciplina por el tamaño del Templo y por la cantidad de los adoradores en él—Los ingresos del Templo—Cosas dedicadas y dones voluntarios—El tributo del Templo—Cómo era recaudado—Permisión de cargo de comisión a los cambistas—Cálculo del tributo anual combinado que ingresaba en las arcas del Templo—Cantidad de las contribuciones de los judíos de «la dispersión»—Modo de empleo de los ingresos del Templo—Esplendor de los servicios del Templo—La himnodia del Templo—Referencias a ella en el libro de Apocalipsis—Canto en el Templo—Triple toque de las trompetas de los sacerdotes—Música instrumental en el Templo—Cántico antifonal—Restos de la música del Templo.

IV EL SACERDOCIO OFICIANTE

Sacerdotes «obedientes a la fe»—Los que se veían impedidos de ir en su orden oraban y ayunaban en sus sinagogas—La institución del sacerdocio—Las dos ideas de reconciliación y santidad—Disposición de los sacerdotes en veinticuatro órdenes—Cómo se constituyó este número tras el regreso de Babilonia—Disposición de los levitas en veinticuatro órdenes—Deberes de los levitas en el Templo—La ley sabática en el Templo—Disposición de los órdenes de guardia—La ley opuesta a todas las pretensiones sacerdotales—«Sacerdotes ignorantes» y «entendidos»—Valor asignado al conocimiento—Los sumos sacerdotes—Su sucesión—Edad y calificaciones para el oficio sacerdotal—Sumos sacerdotes «por unción» y sumos sacerdotes «por investidura»—Vestimenta del sumo sacerdote—Ilustraciones de las alusiones en el Nuevo Testamento—¿Se llevaban universalmente las filacterias en tiempos de Cristo?—Los varios cargos dentro del sacerdocio—Los «ancianos de los sacerdotes» u «honorables consejeros»—Las veinticuatro fuentes de las que se derivaba el sustento del sacerdocio.

V LOS SACRIFICIOS: SU ORDEN Y SU SIGNIFICADO

Los sacrificios, el centro de la dispensación del Antiguo Testamento—Símbolos y tipos—Posturas antisacrificiales del rabinismo—Sustitución, la idea fundamental del sacrificio—El sacrificio cuando Dios entró por vez primera en relación de pacto con Israel—Después de ello todos los sacrificios, bien en comunión o para comunión con Dios—Sacrificios cruentos e incruentos—Requisitos generales para todos los sacrificios—Animales usados para los sacrificios—Públicos y privados: sacrificios más y menos santos—Actos correspondientes al oferente, y actos sacerdotales—Modo de ofrendar los sacrificios—Imposición de manos y confesión—Mecimiento—El rociamiento con sangre—Diferentes maneras—Otros ritos sacrificiales—Significado de quemar el sacrificio—Posturas de la antigua sinagoga acerca de los sacrificios—Moderno sacrificio judío en el Día de la Expiación

VI EL HOLOCAUSTO, LA OFRENDA POR EL PECADO Y POR LA CULPA, Y LA OFRENDA DE PACES

Conexión interna del Antiguo Testamento—Progresión en sus profecías—Interpretación mesiánica de los antiguos rabinos—El holocausto: su significado y carácter—Cómo se ofrecía—El único sacrificio lícito para los no israelitas—La ofrenda por el pecado— Diferencias entre esta y la ofrenda por la culpa—Ofrendas por el pecado públicas y privadas, fijas y variables, exteriores e interiores—La ofrenda por el pecado difiriendo en conformidad a la posición teocrática del oferente—Su sangre rociada—La comida sacrificial—La ofrenda por la culpa por una infracción cierta, y la ofrenda por una dudosa—Su significado—La ofrenda de paces: su significado—Cómo y dónde se ofrecía—«Mecimiento» y «Levantamiento»—Qué ofrendas eran «mecidas»—Las varias oblaciones—Cómo se ofrecían—Necesidad de una gran cantidad de sacerdotes oficiantes para todos estos servicios.

VII DE NOCHE EN EL TEMPLO

Las alusiones a minucias del Templo en los escritos de san Juan—Referencia al incendio de las ropas de los que se dormían de guardia en el Templo de noche—¿Había servicio en el Templo al caer la noche?—Tiempo y duración del sacrificio matutino—Tiempo y duración del sacrificio vespertino—De noche en el Templo—Salutación de despedida de los sacerdotes en el sábado—Cerrando los portones del Templo—La custodia de las llaves—La comida vespertina—Arreglo de las cuentas por las oblaciones vendidas durante el día—La guardia del Templo por la noche—División de la noche en vigilias—Rondas efectuadas por el «capitán de la guardia»—Convocatorias inesperadas para prepararse para el servicio—El baño—Inspección sacerdotal del Templo—Echando suertes para los servicios de la mañana—«El sol alumbra hasta la misma Hebrón».

VIII EL SACRIFICIO330 MATUTINO Y EL VESPERTINO

¿Se ofrecía oración pública en el Templo?—Opiniones rabínicas acerca de la oración—Eulogías—Oraciones de célebres rabinos—La oración del Señor—El pueblo responde en el Templo con una bendición, no con un Amén—Actitud en la oración—Dos elementos en la oración—La Eulogía y la Tephillah— La oración simbolizada con el acto de encender incienso—Zacarías ofreciendo este servicio en el lugar santo—Servicio matutino de los sacerdotes sobre los que había caído la primera suerte—La preparación del altar del holocausto—La segunda suerte—El sacrificio diario, y cómo era ofrecido—El altar de incienso es limpiado, y el candelero preparado—El sacrificio es cortado—Se echan las suertes tercera y cuarta—Oración de los sacerdotes—El servicio de quemar el incienso—«Silencio» en el Templo—Oraciones de los sacerdotes y del pueblo—La libación acompañada por música del Templo—El servicio vespertino—Orden de los salmos para cada día de la semana.

IX EL SÁBADO EN EL TEMPLO

Significado y objeto del sábado—Ordenanzas rabínicas de la observación del sábado, y sus principios subyacentes—Diferencias entre las escuelas de Hillel y de Shammai—«La víspera del sábado»—Comienzo del sábado, cómo se anunciaba—La renovación del pan de la proposición—Cuándo y cómo se preparaba—La mesa del pan de la proposición—Cómo se colocaba el pan sobre ella—Servicio de los sacerdotes quitando el pan de la proposición viejo y poniendo el nuevo—Significado del pan de la proposición—El servicio del sábado en el Templo—Años sabáticos—Ordenanzas rabínicas acerca de esta cuestión—Ordenanzas escriturales—¿Eran las deudas totalmente perdonadas, o solo aplazadas en los años sabáticos?—El «Prosbul»—Evasiones rabínicas de la ley divina—Observancia sabática por parte del Salvador.

X CICLOS FESTIVOS Y DISPOSICIÓN DEL CALENDARIO

El número siete como determinante de la disposición del año sagrado—Los tres ciclos festivos del año—Diferencia entre el Moed y el Chag—Tres características generales de las grandes fiestas—Fiestas y ayunos posteriores a Moisés—El deber de comparecer tres veces al año en el Templo—Los «hombres estacionarios», representantes de Israel en el Templo—Sus deberes—El año lunar hebreo—Necesidad de introducir años bisiestos—Cómo se determinaba y anunciaba oficialmente la aparición de la luna nueva—Meses «plenos» e «imperfectos»—El Día de Año Nuevo—Origen de los nombres hebreos de los meses—El año «civil» y el «sagrado»—Era judía—División del día y de la noche—El calendario judío.

XI LA PASCUA

Diferencia entre la Pascua y la Fiesta de los Panes sin Levadura—La triple referencia de la Pascua a la naturaleza, a la historia y a la gracia—El tiempo de la Pascua—Significado del término Pesach—Diferencia entre la Pascua llamada «egipcia» y la «permanente»—Menciones en la Escritura de tiempos de observancia pascual—Número de adoradores en el Templo durante la Pascua—Preparación para la fiesta—La primera y la segunda Chagigah—La «víspera de la Pascua»—La búsqueda y eliminación de toda levadura—Qué era levadura—Comienzo de la fiesta en la primera tarde del 14 de Nisán—A qué hora se hacía obligatorio abstenerse de levadura, y cómo se ordenaba—La selección del cordero pascual—A qué hora era inmolado—División de los oferentes en tres compañías—Modo de sacrificar el cordero pascual—El cántico del «Hallel»—Por qué se llamaba el «Hallel» egipcio—Cómo eran preparados los corderos después de ser sacrificados—Los discípulos preparan la Pascua para el Maestro.

XII LA FIESTA PASCUAL Y LA CENA DEL SEÑOR

Tradiciones judías acerca de la época pascual—Presentes observancias de la cena pascual—Antiguos usos continuados en nuestros propios días—Cómo era asado el cordero pascual—Razón de esta ordenanza—Cristo uniendo su propia Cena a la fiesta pascual—El cordero pascual, un tipo especial del Salvador—Cómo los invitados se sentaban para la cena—El empleo del vino totalmente obligatorio—Historia rabínica acerca de la copa de bendición—El servicio de la cena pascual—El cordero de la Pascua, el pan sin levadura, y las hierbas amargantes—El Aphikomen—La primera copa y la bendición sobre la misma—Lavamiento de manos—Dos clases diferentes de lavamiento ceremonial—Se comen las hierbas amargantes—Preguntas hechas por el más joven a la mesa, e instrucción que le da el cabeza de la casa—Se canta la primera parte del «Hallel»—La segunda copa y el partimiento de las tortas sin levadura—El bocado—La cena pascual propia—La tercera copa, o de bendición—Parte final del «Hallel»—¿Comió nuestro Señor la cena de la Pascua en la noche en que fue entregado?—La institución de la Cena del Señor.

XIII LA FIESTA DE LOS PANES SIN LEVADURA Y EL DÍA DE PENTECOSTÉS

Duración de la Fiesta de los Panes sin Levadura, y origen de su nombre—La Pascua, recuerdo de la liberación de Israel de la esclavitud, más bien que de aquella esclavitud—Observancia del 15 de Nisán—Ofrendas de aquel día—La Chagigah—El Señor entregado en manos de los gentiles—Su condena por el sanedrín—La muerte en la cruz alrededor del momento de la ofrenda del incienso vespertino—A la hora de ser bajado de la cruz, una procesión descendía por el Cedrón para prepararse para cortar la gavilla de la Pascua—Quién ejecutaba este acto, dónde, y con qué formalidades—Cómo se preparaba el omer para su presentación en el Templo en 16 de Nisán—El último día de la Pascua—Los días intermedios, o Moed Katon—La fiesta de Pentecostés—Su referencia histórica—Varios nombres de la fiesta—Su observancia en el Templo—Sacrificios—El «Hallel» cantado con acompañamiento de flauta—La presentación de los dos panes para mecer y de los sacrificios que iban con ellos—Cómo se habían preparado los panes para mecer—Su forma y peso—Por qué estaban leudados estos panes—El mecimiento de los dos corderos vivos—Conclusión de los servicios—Significado de la fiesta de Pentecostés—El derramamiento del Espíritu Santo.

XIV LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS

La Fiesta de los Tabernáculos, una fiesta de la cosecha señalando a la final cosecha de la Iglesia—Nombres de la fiesta—Significación de su celebración en el día 15 del mes séptimo, y después del Día de la Expiación—Las tres características de la Fiesta de los Tabernáculos—Esta fiesta peculiarmente conmemorativa de Israel como extraños y peregrinos en la tierra—Morando en cabañas—Ordenanzas rabínicas acerca de su estructura—Los adoradores portando el Æthrog y el Lulav en el Templo—Sacrificios para la semana de los tabernáculos—El número característico de siete aparece en ellos—Disminución diaria en la cantidad de becerros ofrecidos—Servicios en el Templo—Solemne procesión a Siloé para ir a buscar el agua—Decoración del altar con ramas de sauce—Derramamiento del agua traída desde Siloé—Oposición de los saduceos a esta práctica—Cántico del «Hallel»—El metimiento del Lulav mientras se cantaban ciertas porciones del Salmo 118—Referencia a este «Hosaná» a Cristo en el día de su entrada en Jerusalén—Procesión de los sacerdotes en el Templo, y rodeando el altar—Repetición de esto siete veces en el último día de la fiesta, el Día del Gran Hosaná—Cristo en el Templo, clamando: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba»—Las palabras de Cristo: «Yo soy la luz del mundo»—Su probable referencia a la iluminación del Templo en la Fiesta de los Tabernáculos—Descripción de la iluminación del Templo—Orden de los salmos que se cantaban en la Fiesta de los Tabernáculos—Referencia a esta fiesta en el libro de Apocalipsis—La Fiesta de los Tabernáculos, el único tipo aún incumplido del Antiguo Testamento.

XV LAS NUEVAS LUNAS: LA FIESTA DE LA SÉPTIMA NUEVA LUNA, O DE LAS TROMPETAS, O DEL DÍA DE AÑO NUEVO

Observancia de la luna nueva—Cómo se determinaba su aparición—El toque de las trompetas y su significado—Sacrificios en el Día de la Luna Nueva—Supersticiones rabínicas acerca de estos días—Número de sacerdotes oficiando en el Templo—Si se decían oraciones especiales, y cuáles eran—La luna nueva del mes séptimo, el «día de soplar», o Día de Año Nuevo—Sacrificios especiales de aquel día—Orden de los Salmos que se cantaban—Conceptos rabínicos acerca del juicio que se pronunciaba aquel día—Su interpretación del toque de las trompetas—En el Día de Año Nuevo se soplaba el cuerno—Tradiciones rabínicas acerca de ello—Las «bendiciones» en el Día de Año Nuevo—El Día de Año Nuevo en tiempos de Esdras—Posible alusión a este día en Ef 5:8, 14.

XVI EL DÍA DE LA EXPIACIÓN

Cómo «el mandamiento» da testimonio de su inherente «debilidad y falta de provecho»—Especialmente así en los servicios del Día de la Expiación—Solemnidad peculiar del día—Su nombre—Significación de su asignación al día 10 del mes séptimo, y antes de la Fiesta de los Tabernáculos—El sumo sacerdote oficiando con un peculiar vestido blanco—Significado simbólico de ello—Los tres sacrificios del día—Su orden—Número de sacerdotes empleados—El sumo sacerdote se prepara para el Día de la Expiación siete días antes del mismo, y hace su morada en el Templo—La noche del ayuno—El sumo sacerdote mismo lleva a cabo todos los servicios del día—Frecuencia de cambio de sus vestidos y con qué se lava el cuerpo, o las manos y los pies—El servicio regular de la mañana—El sumo sacerdote se pone los vestidos de lino por primera vez—La ofrenda por el pecado por el sumo sacerdote y su familia—Confesión sobre el mismo—El inefable nombre de Jehová es pronunciado diez veces este día—Manera de echar la suerte sobre los dos machos cabríos—Los dos constituyen realmente un solo sacrificio—Se ata un trozo de tejido escarlata en forma de lengua al cuerno del macho cabrío por Azazel—Este macho cabrío se queda ante el pueblo, esperando hasta que todos sus pecados sean puestos sobre él—Confesión de pecado por parte del sacerdocio, y sacrificio del becerro—El sumo sacerdote entra en el lugar santísimo por vez primera para quemar incienso—Oración del sumo sacerdote al salir—El sumo sacerdote entra por segunda vez en el lugar santísimo, ahora con la sangre del becerro—Y una tercera vez con la del macho cabrío por Jehová— El rociamiento hacia el velo, del altar de incienso y del holocausto—El sumo sacerdote pone los pecados personales y la culpa del pueblo sobre el segundo macho cabrío—Peculiar modo de confesión sobre el mismo—El macho cabrío es llevado al desierto—Y echado sobre un precipicio—Significado del segundo macho cabrío—Referencia a la venida de Cristo como Aquel que vendría a quitar el pecado—Significado de la expresión la-Azazel—Lectura y oraciones del sumo sacerdote en el atrio de las mujeres—El sumo sacerdote se reviste de los vestidos dorados para ofrecer los sacrificios festivos, el holocausto y los demás—Vuelve a ponerse sus vestidos de lino para entrar por cuarta y última vez en el lugar santísimo—Por la tarde del día, danzas y cánticos de las muchachas de Jerusalén en los viñedos—Opiniones de la sinagoga acerca del Día de la Expiación.

XVII FIESTAS POSTMOSAICAS

Objeto de estas fiestas—La fiesta del Purim—Su origen y época—¿Asistió a ella Jesús alguna vez?— Servicios en la fiesta del Purim—Cuándo y cómo se leía la Megillah—Modernas ceremonias—La Fiesta de la Dedicación del Templo—Su origen y duración—El «Hallel» cantado cada día de su duración; el pueblo llevaba ramas de palmera, y se hacía una gran iluminación del Templo y de las casas particulares—Sugerencia de que la fecha de la Navidad se tomó de esta fiesta—Práctica en cuanto a la iluminación—La Fiesta de la ofrenda de la leña en la última de las nueve estaciones del año, cuando estas ofrendas eran traídas al Templo—Relatos rabínicos acerca de su origen—Las mozas danzan en los viñedos en la tarde de aquel día—Ayunos, públicos y privados—Ayunos memoriales—Los cuatro grandes ayunos mencionados en Zac 8—Manera de observar los ayunos públicos.

XVIII SOBRE LAS PURIFICACIONES - LA COMBUSTIÓN DE LA VACA ALAZANA - LA PURIFICACIÓN DEL LEPROSO SANADO - LA PRUEBA DE LA MUJER SOSPECHOSA DE ADULTERIO

Significado simbólico de las contaminaciones y purificaciones levíticas—La purificación de la Virgen María en el Templo—Contaminación por contacto con los muertos—Seis grados de contaminación—Sacrificio de la vaca alazana—Preservación de sus cenizas, y empleo de las mismas para la purificación—Significado simbólico de esta purificación—Analogía entre la vaca alazana, el macho cabrío alejado, y la avecilla dejada suelta en la purificación del leproso—¿Por qué era la vaca alazana totalmente quemada?— Significado del empleo de las cenizas de la vaca alazana—Tradición rabínica acerca del desconocimiento de Salomón sobre el significado de este rito—Selección de la vaca alazana—Ceremonial para su sacrificio y quemado—Selección de una tan libre de sospechas en cuanto a contaminación como para poder administrar esta purificación—Los niños eran guardados en lugares específicos para ello—Ceremonial relacionado con la purificación—Cuántas vacas alazanas se habían ofrecido desde los tiempos de Moisés—Significado simbólico de la lepra—Explicación de Lv 13:12, 13—Rito doble para la restauración del leproso sanado—Primera etapa, social, de la purificación—Segunda etapa después de siete días de encierro—Los ritos que se debían observar en ello—Relato rabínico acerca del servicio—La oblación en la purificación de una casada sospechosa de adulterio—Significado simbólico del mismo—El sacerdote advierte a la mujer del peligro de perjurio—Las palabras de la maldición se escriben sobre el rollo, lavado en agua de la pila—Esta mezcla, con polvo del santuario, es bebida por la mujer—En qué casos específicos permitían los rabinos esta prueba—Cómo la acusada aparecía vestida en el Templo—Cómo debía beber el agua amarga—Juicios divinos sobre las culpables—Cesación de este rito poco después de la muerte de nuestro Señor—Comentario de la Misná al registrar este hecho.

XIX SOBRE LOS VOTOS: EL VOTO DE LOS NAZAREOS LA OFRENDA DE LAS PRIMICIAS EN EL TEMPLO

La legitimidad de los votos—Diferencia entre el Neder y el Issar—Características generales del voto de los nazareos—Ordenanzas rabínicas sobre los votos—Su carácter vinculante—Cotos sobre «personas» o «cosas»—Su entrega—Protestas rabínicas contra los votos apresurados—Una historia de Simeón el Justo—Frecuencia de los votos en tiempos posteriores, y tráfico de los mismos—Derivación del término Nazir—Significado espiritual del voto del nazareo—Ordenanzas divinas con respecto al mismo—El nazareo comparado con el sacerdote—Duración del voto—Un «nazareo perpetuo» y un «nazareo sansonita»—Ordenanzas rabínicas—Los sacrificios del nazareo, y el ritual del Templo—San Pablo «asumiendo los costes»—La ofrenda de las primicias—Biccurim y Terumoth—A cargo de quién—Cantidad de los mismos—Lo «primero del vellón» y lo «primero de la masa»—Cantidad general de las contribuciones religiosas esperada de cada israelita—La presentación de las primicias, acto de religión familiar—Su significado—El apartamiento de las primicias en el campo o en la plantación—Solemne procesión a Jerusalén—Recepción en Jerusalén—Servicio en el Templo—Referencias a las «primicias» en el Nuevo Testamento.

APÉNDICE ¿INSTITUYÓ EL SEÑOR SU «CENA» EN LA NOCHE DE LA PASCUA?

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE DE TEXTO

ÍNDICE ANALÍTICO


NOTA DEL TRADUCTOR

A todo lo largo de esta obra, el término «oblación» (cf. Lv 2:1, RVR y RVR77) se emplea como término técnico, denotando exclusivamente lo que en otras versiones se traduce más extensamente como «oblación de ofrenda vegetal» (cf. el mismo pasaje en V.M.) u «ofrenda de cereal» (cf. BAS, nota al margen).


ABREVIATURAS DE VERSIONES DE LA BIBLIA

RV: Reina-Valera, revisión 1909

RVR: Reina-Valera, revisión 1960

RVR77: Reina-Valera, revisión 1977

V.M.: Versión Moderna, revisión de 1923

BAS: Biblia de las Américas

NVI: Nueva Versión Internacional

PREFACIO

Ha sido mi deseo en este libro transportar al lector diecinueve siglos en el pasado; mostrarle Jerusalén como era entonces, cuando nuestro Señor pasaba por sus calles y por el santuario, cuando enseñaba por sus porches y atrios; describir no solo la apariencia y la estructura del Templo, sino también sus ordenanzas y adoradores, el ministerio de su sacerdocio y el ritual de sus servicios. Al hacerlo así, tenía la esperanza de no solo ilustrar este tema, en sí mismo de sumo interés para el estudioso de la Biblia, sino también, y principalmente, bosquejar, en su importante aspecto, la vida religiosa del período en el que nuestro bendito Señor vivió sobre la tierra, las circunstancias bajo las que enseñó, y los ritos religiosos de los que estaba rodeado, y cuyo significado, en su más verdadero sentido, vino Él a cumplir.

El Templo y sus servicios constituyen, por así decirlo, parte de la vida y obra de Jesucristo; y también parte de su enseñanza y de la de sus apóstoles. Lo que se relaciona de manera tan estrecha con Él tiene que ser del más grande interés. Queremos poder, por así decirlo, entrar en Jerusalén en su cortejo, junto con aquellos que en aquel Domingo de Ramos clamaban «Hosaná al Hijo de David»; ver sus calles y edificios; conocer de una manera exacta el aspecto del Templo, y encontrar nuestro camino a través de sus puertas, entre sus porches, atrios y cámaras; estar presentes en espíritu en sus servicios; ser testigos del sacrificio matutino y vespertino; mezclarnos con la multitud de adoradores en las grandes fiestas, y permanecer de pie al lado de los que ofrecían sacrificios u ofrendas voluntarias, o que esperaban la solemne purificación que los restauraría a la comunión del santuario. Queremos ver estos ritos como si estuvieran delante de nosotros: oír la música del Templo, saber cuáles eran exactamente los salmos que se entonaban, las oraciones que se ofrecían, los deberes del sacerdocio, el culto sacrificial al que se dedicaban y la misma actitud de los adoradores; en resumen, todos aquellos detalles que en su combinación nos permitan contemplar vívidamente las escenas como si estuviéramos nosotros mismos presentes en ellas. Porque en medio de todas ellas vemos siempre a aquella gran y sobresaliente Personalidad, la presencia de quien llenaba aquella casa de gloria.

El Nuevo Testamento nos transporta a casi cada una de las escenas descritas en este libro. También hace frecuente referencia a las mismas como ilustración. Veremos al padre de Juan ministrando en su orden en el acto de quemar el incienso; a la Virgen madre en su purificación, presentando a su Primogénito; al niño Jesús entre los rabinos; al Maestro enseñando en los porches del Templo, sentado en la cámara de las ofrendas, asistiendo a las variadas fiestas, dando su sanción a las purificaciones dirigiendo al leproso sanado al sacerdote, y, por encima de todo, como en la Fiesta de los Tabernáculos, aplicando a sí mismo los significativos ritos del santuario. Y, al ir progresando, somos testigos del nacimiento de la Iglesia en el día de Pentecostés; observamos las frecuentes ilustraciones de realidades espirituales por medio de escenas en el Templo, en los escritos de los apóstoles, pero más especialmente en el libro de Apocalipsis, cuya imaginería es tan frecuentemente tomada de ellas; y seguimos esperando el cumplimiento de un tipo aún pendiente de cumplimiento: la Fiesta de los Tabernáculos, como la gran fiesta de la cosecha de la Iglesia.

Así, he puesto el permanente interés cristiano en primer plano, porque en mi mente ocupaba este lugar. Al mismo tiempo, por la naturaleza misma del tema, espero que este volumen pueda cumplir otro propósito relacionado con este. Aunque no pretende ser un manual de antigüedades bíblicas, ni un tratado acerca de los tipos del Antiguo Testamento, estos dos temas han tenido que ser constantemente aludidos. Pero la observación del hermoso ritual del Templo, con todos sus detalles, tiene un interés superior al histórico. Nos vemos de verdad fascinados por ello; volvemos a revivir, si no el período de la gloria temporal de Israel, sí aquel de más profundo interés para nosotros; y podemos representarnos de una forma vívida lo que el Templo había sido antes de que sus servicios se desvanecieran totalmente. Pero más allá de esto, extendiéndonos hacia atrás a través del período de los profetas y de los reyes, y alcanzando la revelación original de Jehová en medio de la terrible grandeza del Sinaí, nuestros recuerdos más sagrados, y el mismo manantial de nuestra vida religiosa, se levantan en medio de estas ordenanzas y de estos tipos, que vemos aquí plenamente desarrollados y cumplidos, y ello bajo la misma luz de la presencia de Aquel a quien todo ello señalaba. No me refiero a si la práctica judía posterior puede haber comprendido mal el sentido original o el significado de las ordenanzas divinas, o en qué extensión. Esto va más allá de mi actual tarea. Pero una familiarización precisa con los servicios sacrificiales en tiempos de Cristo no solo deberá tender a corregir errores, sino que arrojará una renovada y vívida luz sobre todo, e influenciará nuestras opiniones de qué propósito tenían las ordenanzas levíticas y qué querían enseñar.

La misma declaración de mi propósito en este libro implica la indicación de las dificultades que se afrontan. Sin embargo, hay abundantes materiales para esta obra, aunque muy dispersos. Sin hablar de los escritos de la época, como los de Josefo y de Filón, y las referencias en el mismo Nuevo Testamento, tenemos en la Misná un cuerpo de tradiciones autorizadas, que alcanzan no solo a los tiempos del Templo, sino incluso a los días de Jesucristo.1 He dependido principalmente de esta fuente de información, naturalmente en conjunción con el Antiguo Testamento mismo.

Aunque he derivado así mis materiales de primera mano, también he empleado con gratitud todas las ayudas a mi alcance. Destaco aquí los escritos de Maimónides, no solo porque tiene la mayor autoridad entre los judíos, sino porque su vasto y preciso conocimiento de estas cuestiones, y la claridad y la sutileza de su intelecto, le da título a esta posición. Después de él vienen numerosos escritores sobre antigüedades bíblicas, en latín y alemán; obras sobre tipología —científicas y populares—; tratados sobre la vida y los tiempos de nuestro Señor, historias de la nación judía, o del judaísmo; comentarios sobre aquellos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento que tengan que ver con estos temas; y numerosos tratados sobre cuestiones relacionadas. En mi estudio de la antigua Jerusalén me he beneficiado de las labores de recientes exploradores, desde Robinson y Barclay hasta los volúmenes publicados bajo los auspicios del Fondo de Explotación de Palestina.

Tengo una gran deuda con las enciclopedias de Winer, Herzog, Ersch y Gruber, del doctor Smith y de Kitto (la tercera edición). La última de estas obras tiene el especial mérito de una serie de artículos sobre temas judíos (como yo los designaría), escritos de una forma muy original, y con un gran conocimiento. Aunque, como se verá en el texto, me he visto frecuentemente obligado a diferir del escritor de los mismos, sin embargo estos artículos tienen que ser, por su extensión y competencia en su tratamiento, de gran utilidad para el estudioso. La obra de Lightfoot Horae Hebraicae et Talmudicae es conocida por todos los eruditos. No es así, en cambio, con su pequeño pero erudito tratado De ministerio templi. El título y muchos de los temas que trata son similares a los que se tratan en el presente volumen. Pero el lector erudito comprobará en el acto que el plan y su desarrollo son muy diferentes, aunque la obra me ha sido de gran utilidad. Quizá no debiera omitir aquí nombres como los de Relandus, Buxtorf, Otho, Schöttgen, Mesuchen, Goodwin, Hottinger, Bähr, Keil, Kurtz, de Wette, Saalschütz, Zunz, Jost, Geiger, Herzfeld y Grätz, de cuyas obras puedo decir que he hecho un empleo constante. Muchos otros han sido consultados, algunos de los cuales son citados en las notas marginales, mientras que otros no han recibido mención expresa, al no añadir nada sustancial a nuestro conocimiento.

Debería mencionar que en general he actuado en base al principio de dar el mínimo posible de referencias. Habría sido fácil multiplicarlas casi indefinidamente. Pero quería evitar recargar mis páginas con una retahíla de autoridades, cosa que demasiado frecuentemente da una mera apariencia de erudición; y, mientras que no son necesitadas por los eruditos, pueden tener la tendencia a interferir con el empleo más general y popular de esta obra. Por una razón similar, he evitado en toda la obra el empleo de caracteres hebreos y griegos. Imprimir una expresión en letras hebreas no sería necesario para los estudiosos, mientras que el lector general, que se queda demasiado frecuentemente aturdido por una exhibición de conocimiento, tiene necesariamente que pasarla por alto en tal caso, sin poder ni conocerla ni sacar provecho de ella.

En tanto que este libro incorpora los estudios efectuados a lo largo de muchos años, durante su redacción no me he ahorrado ningún trabajo ni esfuerzo en comparar los resultados de mis propias investigaciones con los de todos los que, estando a mi alcance, merecían tal consideración. Hasta ahí en cuanto a la materia del libro. En cuanto a su forma, se pueden tocar algunos temas que no son del mismo interés para todos los lectores;2 otros pueden parecer haber sido tratados con poco o también con demasiado detalle; puede que se susciten objeciones a la interpretación de los tipos, o incluso a la perspectiva general del Antiguo Testamento que se ha asumido de entrada. Mi objetivo ha sido que la obra fuera tan completa y útil en general como fuera posible, y expresar con claridad mis convicciones acerca del significado del Antiguo Testamento. Pero en especial en un punto querría ser totalmente explícito. Quisiera decir, al final de estos estudios, con una humilde gratitud sentida de corazón, que paso a paso mi fe cristiana ha quedado solo fortalecida por ellos, y que, mientras proseguía, la convicción ha ido profundizándose siempre, acerca de que Cristo es ciertamente «el fin de la ley para justicia», Aquel a quien señalaban todas las ordenanzas del Antiguo Testamento, y en quien solamente encuentran su significado tanto el pueblo como la historia de Israel. Vistos bajo esta luz, los servicios del Templo no constituyen una cantidad de ritos extraños y aislados, para cuyo origen tengamos que investigar entre las naciones colindantes, o en las tendencias naturales del hombre durante la infancia de su historia. Más bien, todo viene a ser un todo relacionado: dando el designio y su ejecución una evidencia aún más clara de su origen divino que cualquiera de las otras obras de Dios, designio en el que cada parte concuerda con la otra, y todas y cada una de ellas señalan constante y firmemente a Aquel en quien se manifestó plenamente el amor de Dios, y se llevaron a cabo enteramente sus propósitos para con el mundo. De principio a final, las dos dispensaciones son sustancialmente una: Jehová, el Dios de Israel, es también el Dios y Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Novum Testamentum in Vetere latet; Vetus in Novo patet.

Alfred Edersheim

Notas

1

Es muy diferente la estimación que debe formarse acerca de la Gemara (que, de una manera general, puede ser descrita como un comentario doble —la Gemara de Jerusalén y la de Babilonia— sobre la Misná), no solo por ser de fecha mucho más tardía, sino debido a las congeries extrañas y heterogéneas que se encuentran en los muchos folios del Talmud. El judaísmo ya había quedado, en la época de su recopilación, totalmente fosilizado; y la fidelidad de la tradición había quedado gravemente dañada, no solo debido al largo intervalo de tiempo que había transcurrido, sino por las predilecciones y los prejuicios dogmáticos, y por el deseo en absoluto innatural de intercalar posturas, prácticas y oraciones relativamente recientes como pertenecientes a la época del Templo. En verdad, esta obra carece en su mayor parte incluso del colorido local de la Misná, elemento de tanta importancia en las tradiciones orientales, donde, por así decirlo, los colores son tan fijos que, por ejemplo, hasta el día de hoy las modernas designaciones árabes para lugares y localidades han preservado los nombres palestinos originales, y no los más recientes nombres griegos o romanos que les habían dado los sucesivos conquistadores.

2

Así, los capítulos I y II, que dan una descripción de la antigua Jerusalén y de la estructura y disposición del Templo, puede que no sean de interés para algunos lectores, pero esta cuestión no podía pasarse por alto ni ser puesta en una sección diferente del libro. Aquellos que no sientan atracción por esta cuestión pueden, así, comenzar por el capítulo III.

I
UNA PRIMERA PERSPECTIVA DE JERUSALÉN Y DEL TEMPLO

«Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella»
(Lucas 19:41).

El encanto de Jerusalén

En todos los tiempos, la memoria de Jerusalén ha evocado los más profundos sentimientos. Judíos, cristianos y mahometanos se vuelven hacia ella con reverente afecto. Casi parece como si en algún sentido cada uno de ellos pudiera llamarla su «dichoso hogar», el «nombre siempre entrañable» para él. Porque nuestros más santos pensamientos del pasado y nuestras más dichosas esperanzas para el futuro se conectan con la «ciudad de nuestro Dios». Sabemos por muchos pasajes del Antiguo Testamento, pero especialmente por el libro de los Salmos, con qué ardiente anhelo miraban hacia ella los cautivos de Palestina; y durante los largos siglos de dispersión y de cruel persecución hasta el día de hoy, han ido abrigando las mismas aspiraciones en casi cada uno de los servicios de la sinagoga, y en ninguno de ellos con mayor intensidad que en el de la noche pascual, que para nosotros queda para siempre asociada con la muerte de nuestro Salvador. Es esta singular magna presencia allí de «el Deseado de todas las naciones» que ha arrojado para siempre una luz santa alrededor de Jerusalén y del Templo, y dado cumplimiento a la profecía: «Y vendrán muchos pueblos, y dirán: “Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas”. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová».3 Sus pies han pisado las multitudinarias calles de Jerusalén y los rincones sombreados del monte de los Olivos; su figura ha «llenado de gloria» el Templo y sus servicios; su persona ha dado significado a la tierra y al pueblo; y la muerte que Él cumplió en Jerusalén ha sido para la vida de todas las naciones. Estos hechos nunca pueden quedar relegados al pasado: están eternamente presentes; no solo para nuestra fe, sino también para nuestra esperanza; porque Él «vendrá así» como los «varones de Galilea» lo habían «visto ir al cielo» (cf. Hch 1:11).

Antiguas memorias

Pero nuestras memorias de Jerusalén se extienden mucho más atrás de estas escenas. En la distancia de la remota antigüedad leemos de Melquisedec, el tipológico rey-sacerdote de Salem, que salió al encuentro de Abraham, el padre de la raza hebrea, para bendecirlo. Poco tiempo después, este mismo Abraham subía de Hebrón en su triste viaje, para ofrecer a su hijo único. A pocos kilómetros al sur de la ciudad, el camino por el que viajaban asciende hasta la cumbre de un alto promontorio, que se precipita hacia el profundo valle del Cedrón. Desde este lugar, a través de la abertura en los montes que el Cedrón había abierto para su curso, un accidente se levantaba derecho delante de él. Era Moria, el monte sobre el que debía ofrecerse el sacrificio de Isaac. Y aquí tiempo después edificó Salomón el Templo. Porque sobre el monte Moria había visto David detenida la mano del ángel destructor, probablemente justo por encima de donde después se levantaría el humo de incontables sacrificios, día a día, desde el gran altar del holocausto. En el monte de enfrente, Sión, separado solo por una barranca de Moria, se levantaban la ciudad y el palacio de David, y cerca del emplazamiento del Templo la torre de David. Después de aquel período pasa delante de nuestra vista un período histórico de continuos cambios, con este solo elemento inmutable: que, en medio de todos los cambiantes acontecimientos, Jerusalén permanece siendo el centro de interés y atracción, hasta que llegamos a aquella presencia que ha hecho de ella, incluso en su desolación, «Hefzi-bá», «buscada», «una ciudad no desamparada».4

Origen del nombre

Los rabinos tienen una curiosa fantasía acerca del origen del nombre de Jerusalén, al que frecuentemente se asigna el sentido de «el fundamento», «la morada» o «la herencia de paz». Hacen de él un compuesto de Jireh y Shalem, y dicen que Abraham la llamó «Jehová-Jireh», mientras que Sem la había llamado Shalem, pero que Dios combinó ambos nombres para formar Jireh-Shalem, Jerushalaim, o Jerusalén.5 Desde luego, había algo peculiar en la elección de Palestina como país del pueblo escogido, así como de Jerusalén como su capital. La importancia política de la tierra se debe juzgar por su situación más que por su tamaño. Yaciendo en medio del este y del oeste, y situada entre las grandes monarquías militares, primero Egipto y Asiria, y luego Roma y Oriente, vino a ser, naturalmente, el campo de batalla de las naciones y la carretera del mundo. Situada a una altitud de unos 800 metros sobre el nivel del mar, su clima era más sano, uniforme y templado que el de ninguna otra parte del país. Desde la cumbre del monte de los Olivos se podía ver una perspectiva sin paralelo de las localidades más interesantes de la tierra. Al este, el ojo reseguía las llanuras intermedias hasta Jericó, observaba los meandros del Jordán y el gris plomo del Mar Muerto, reposando finalmente sobre Pisgá y los montes de Moab y Amón. Al sur, se podía ver por encima de «los huertos del rey» hasta alcanzar las grises cumbres de «el país montañoso de Judea». Hacia occidente, la vista quedaba detenida por los montes de Bether,6 mientras que la calina en el distante horizonte marcaba la línea del Gran Mar. Hacia el norte, se podían ver localidades tan bien conocidas como Mizpá, Gabaón, Ajalón, Micmás, Ramá y Anatot. Pero, por encima de todo, justo a los pies, la Santa Ciudad se extendía en toda su magnificencia, como «una novia adornada para su marido».

«Hermoso por su situación, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sión, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey… Andad alrededor de Sión, y rodeadla; contad sus torres. Considerad atentamente su antemuro, mirad sus palacios». Si esto podía decirse de Jerusalén en los tiempos más humildes de su monarquía nativa,7 era una cosa enfáticamente cierta en los tiempos en que Jesús «vio la ciudad», después que Herodes el Grande la hubiera adornado con su usual magnificencia. Al «subir» los grupos de peregrinos de todas partes del país a las grandes fiestas, deben haberse detenido arrebatados cuando su hermosura se presentaba por primera vez ante sus miradas.8 No eran meramente las memorias del pasado, ni las sagradas asociaciones conectadas con el presente, sino que la misma grandeza de la escena debe haber encendido sus corazones de entusiasmo. Porque Jerusalén era una ciudad de palacios, y regiamente entronizada como ninguna otra. Situada en una eminencia más elevada que el territorio vecino inmediato, quedaba aislada por profundos valles en todos los lados menos uno, dándole la apariencia de una inmensa fortaleza natural. A todo alrededor de ella en estos tres lados corrían, como un foso natural, las profundas barrancas del valle de Hinom y del valle Negro, o Cedrón, que se unían al sur de la ciudad, descendiendo con una pendiente tan acusada que el punto donde los dos se encuentran está a 204 metros por debajo del punto en el que cada uno de ellos había comenzado.9 Solo al noroeste estaba la ciudad conectada directamente con el resto del territorio. Y como para darle más aún el carácter de una serie de islas fortificadas, una profunda grieta natural, el valle de Tiropeón, pasaba justo por medio de la ciudad en dirección norte-sur, luego giraba repentinamente hacia el oeste, separando el monte Sión del monte Acra. De manera similar, el monte Acra estaba separado del monte Moria, y este último a su vez por un valle artificial de Bezetha, o Ciudad Nueva. Bruscamente desde estas barrancas alrededor se levantaba enhiesta la ciudad de palacios de mármol y recubiertos de cedro. Pendiente arriba de aquella grieta central, abajo en el valle, y por las laderas de los montes se extendía la activa ciudad, con sus calles, mercados y bazares. Pero solo y aislado en su grandeza se levantaba el monte del Templo. Terraza tras terraza se levantaban sus atrios, hasta que, muy alto por encima de la ciudad, dentro del recinto de claustros de mármol, con techumbre de cedro y ricas ornamentaciones, se levantaba el Templo mismo fuera de una masa de níveo mármol y oro, resplandeciendo en la luz del sol contra el trasfondo verde del monte de los Olivos. En todas sus peregrinaciones, el judío no había visto una ciudad como su propia Jerusalén. Ni Antioquía en Asia, y ni aun la misma Roma imperial, la superaban en esplendor arquitectónico. Ni ha habido jamás, ni en tiempos antiguos ni modernos, un edificio sagrado igual al Templo, ni por su situación ni por su magnificencia; ni ha habido multitudes festivas como aquellos gozosos centenares de miles que, con sus himnos de alabanza, se dirigían multitudinariamente hacia la ciudad en la víspera de una Pascua. No es de asombrarse que brotara este cántico de los labios de aquellos peregrinos:

«Y ahora ya se posan nuestros pies

dentro de tus puertas, oh Jerusalén.

Jerusalén, que está edificada

como una ciudad de un conjunto perfecto».10

Desde cualquier lado que el peregrino se aproximara a la ciudad, la primera impresión tiene que haber sido solemne y profunda. Pero una sorpresa especial les esperaba a los que vinieran, tanto de Jericó como de Galilea, por la bien conocida ruta que llevaba sobre el monte de los Olivos. Desde el sur, más allá de la regia Belén, desde el oeste descendiendo de las alturas de Bet-horón, o desde el norte viajando por los montes de Efraín, habrían visto la ciudad primero de manera vaga en la gris distancia, hasta que, llegando gradualmente, se habrían familiarizado con su perfil. Pero era muy distinto desde oriente. Una curva en el camino, y la ciudad, hasta entonces enteramente oculta a la vista, se abría ante ellos repentinamente, cerca, y desde una perspectiva de lo más favorable. Fue por este camino que hizo Jesús su entrada triunfal desde Betania en la semana de su pasión.11