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El Libro de ORO
de la verdadera VIDA cristiana

JUAN CALVINO

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: clie@clie.es

Internet: http://www.clie.es

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© 2011 Editorial CLIE

Versión española: David Fernández y

Nancy S. de Fernández

COLECCIÓN CLÁSICOS CLIE

Juan Calvino

EL LIBRO DE ORO DE LA VERDADERA VIDA CRISTIANA

ISBN: 978-84-8267-715-6

eISBN: 978-84-8267-783-5

Clasifíquese: 2180 - DEVOCIONALES. Clásicos

CTC: 05-31-2180-03

Referencia: 224773

Índice

CAPÍTULO I. La obediencia humilde, verdadera imitación de Cristo

1.La Escritura es la regla de la vida.

2.La santidad es el principio clave.

3.La santidad significa obediencia total a Cristo.

4.No es suficiente una cristiandad externa.

5.Es necesario el progreso espiritual.

CAPÍTULO II. Autonegación

1.No nos pertenecemos, somos del Señor.

2.Buscar la gloria de Dios implica una autonegación.

3.Autonegación significa sobriedad, justicia y devoción.

4.La verdadera humildad significa respeto por los demás.

5.Debemos buscar el bien de los demás creyentes.

6.Debemos buscar el bien de todos, amigos y enemigos.

7.Una buena conducta cívica no es suficiente.

8.No hay felicidad sin la bendición de Dios.

9.No debemos estar ansiosos por obtener riquezas y honores.

10.El Señor es justo en todos Sus actos.

CAPÍTULO III. Pacientes y llevando la cruz

1.Llevar la cruz es más difícil que negarse a sí mismo.

2.La cruz nos hace humildes.

3.La cruz nos hace ser esperanzados.

4.La cruz nos enseña obediencia.

5.La cruz contribuye a la disciplina.

6.La cruz trae arrepentimiento.

7.La persecución trae consigo el favor de Dios.

8.La persecución debería producir gozo espiritual.

9.Nuestra cruz no debería hacernos indiferentes.

10.La cruz es necesaria para nuestra sumisión.

11.La cruz es necesaria para nuestra salvación.

CAPÍTULO IV. La desesperanza en el mundo venidero

1.No hay corona sin cruz.

2.Nos inclinamos a sobrestimar la vida presente.

3.No deberíamos desdeñar las bendiciones de esta vida presente.

4.¿Qué es la tierra si la comparamos con el cielo?

5.No deberíamos temer a la muerte, sino levantar nuestras cabezas.

6.El Señor vendrá en Su gloria: Maranata.

CAPÍTULO V. El uso correcto de la vida presente

1.Evitemos los extremismos.

2.Las cosas terrenales son regalos de Dios.

3.La verdadera gratitud nos limitará cometer abusos.

4.Vivamos con moderación.

5.Seamos pacientes y contentémonos bajo las privaciones.

6.Sed fieles a vuestro llamamiento divino.

LA ORACIÓN DE CALVINO

Dios y Padre Todopoderoso, en esta vida hemos tenido muchas luchas, danos la fuerza de Tu Santo Espíritu, para que vayamos en medio del fuego y de las muchas aguas con valor, y así someternos a tus reglas, para ir al encuentro de la muerte sin temor, con total confianza de Tu asistencia.

Concédenos también que podamos llevar todo el odio y la enemistad de la humanidad hasta que hayamos ganado la última victoria y podamos llegar al bendito descanso que Tu Único Hijo ha adquirido para nosotros por medio de Su sangre. Amén.

CAPÍTULO I

La obediencia humilde, verdadera imitación de Cristo

1. La Escritura es la regla de la vida.

1. La meta de la nueva vida en Cristo es que los hijos de Dios exhiban la “melodía y armonía” de Dios en su conducta. ¿Qué melodía? La canción del Dios de justicia. ¿Qué armonía? La armonía entre la justicia de Dios y nuestra obediencia.

Únicamente andando en la maravillosa ley de Dios podemos estar seguros de nuestra adopción como hijos del Padre.

La ley de Dios contiene en sí misma la dinámica de la nueva vida por medio de la cual Dios restaura Su imagen en nosotros; pero por naturaleza somos perezosos y negligentes, por lo cual necesitamos la ayuda y el estímulo de un principio que nos guíe en nuestros esfuerzos. Un sincero arrepentimiento de corazón no garantiza que no nos desviemos del camino recto. Es más, muchas veces nos encontramos perplejos y desconcertados.

Busquemos, pues, en la Escritura el principio fundamental para reformar y encauzar nuestra vida.

2. La Escritura contiene un gran número de exhortaciones, y para tratarlas todas necesitaríamos un gran volumen.

Los padres de la iglesia han escrito grandes obras sobre las virtudes que son necesarias en la vida cristiana. Son escritos de un significado tan valioso que ni los eruditos más hábiles podrían agotar las profundidades de una sola virtud.

Sin embargo, para una devoción pura, no es necesario leer las excelentes obras de los padres de la iglesia, sino solamente entender la regla básica de la Biblia.1

3. Nadie debería sacar la conclusión de que la brevedad de un tratado sobre la conducta cristiana hace que los escritos elaborados de otras personas sean superfluos, o que su filosofía no tenga valor.

Sin embargo, los filósofos están acostumbrados a hablar de los principios generales y de reglas específicas, pero la Escritura tiene un orden propio.

Los filósofos son ambiciosos y, por consiguiente, apuntan a una exquisita claridad y una hábil ingenuidad; pero la Escritura tiene una hermosa precisión y una certeza que sobrepasa a todos los filósofos.

Los filósofos a menudo hacen unas demostraciones conmovedoras, pero el Espíritu Santo tiene un método diferente (directo, sencillo y entendible), el cual no debe ser subestimado.2

2. La santidad es el principio clave.

1. El plan de las Escrituras para la vida de un cristiano es doble: primero, que seamos instruidos en la ley para amar la rectitud, porque por naturaleza no estamos inclinados a hacerlo; segundo, que aprendamos unas reglas sencillas pero importantes, de modo que no desfallezcamos ni nos debilitemos en nuestro camino.

De las muchas recomendaciones excelentes que hace la Escritura, no hay ninguna mejor que este principio: “Sed santos, porque yo soy santo.”

Cuando andábamos esparcidos como ovejas sin pastor, y perdidos en el laberinto del mundo, Cristo nos llamó y nos reunió para que pudiésemos volver a Él.

2. Al oír cualquier mención de nuestra unión mística con Cristo, deberíamos recordar que el único medio para lograrla es la santidad.

La santidad no es un mérito por medio del cual podamos obtener la comunión con Dios, sino un don de Cristo, el cual nos capacita para estar unidos a Él y a seguirle.

Es la propia gloria de Dios que no puede tener nada que ver con la iniquidad y la impureza; por lo tanto, si queremos prestar atención a Su invitación, es imprescindible que tengamos este principio siempre presente.

Si en el transcurso de nuestra vida cristiana queremos seguir adheridos a los principios mundanos, ¿para qué, entonces, fuimos rescatados de la iniquidad y la contaminación de este mundo?

Si deseamos pertenecer a Su pueblo, la santidad del Señor nos amonesta a que vivamos en la Jerusalén santa de Dios.

Jerusalén es una tierra santa, por lo tanto no puede ser profanada por habitantes de conducta impura.

El salmista dice: “Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón.”

El santuario del Santísimo debe mantenerse inmaculado. Ver Lev. 19:2; 1ª Ped. 1:16; Is. 35:10; Sal. 15:1, 2 y 24:3, 4.

3. La santidad significa obediencia total a Cristo.

1. La Escritura no enseña solamente el principio de la santidad, sino que también nos dice que Cristo es el camino a este principio.

Puesto que el Padre nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo, nos ordena que seamos conformados a Su imagen.

A aquellos que piensan que los filósofos tienen un sistema mejor de conducta, les pediría que nos muestren un plan más excelente que obedecer y seguir a Cristo.

La virtud más sublime de acuerdo a los filósofos es vivir la vida de la naturaleza, pero la Escritura nos enseña a Cristo como nuestro modelo y ejemplo perfecto.

Deberíamos exhibir el carácter de Cristo en nuestras vidas, pues ¿qué puede ser más efectivo para nuestro testimonio y de más valor para nosotros mismos?

2. El Señor nos ha adoptado para que seamos Sus hijos bajo la condición de que revelemos una imitación de Cristo, quien es el Mediador de nuestra adopción.

A menos que nos consagremos devota y ardientemente a la justicia de Cristo, no sólo nos alejaremos de nuestro Creador, sino que también estaremos renunciando voluntariamente a nuestro Salvador.

3. La Escritura acompaña su exhortación con las promesas sobre las incontables bendiciones de Dios y el hecho eterno y consumado de nuestra salvación.

Por lo tanto, puesto que Dios se ha revelado a Sí mismo como un Padre, si no nos comportamos como Sus hijos somos culpables de la ingratitud más despreciable.

Puesto que Cristo nos ha unido a Su cuerpo como miembros, deberíamos desear fervientemente no desagradarle en nada. Cristo, nuestra Cabeza, ha ascendido a los cielos; por lo tanto deberíamos dejar atrás los deseos de la carne y elevar nuestros corazones a Él.

Puesto que el Espíritu Santo nos ha dedicado como templos de Dios, propongámonos en nuestro corazón no profanar Su santuario, sino manifestar Su gloria.

Tanto nuestra alma como nuestro cuerpo están destinados para heredar una corona incorruptible. Debemos, entonces, mantener ambos puros y sin mancha hasta el día de nuestro Señor.

Éstos son los mejores fundamentos para un código correcto de conducta. Los filósofos nunca se elevan por sobre la dignidad natural del hombre, pero la Escritura nos señala a nuestro Salvador, sin mancha, Cristo Jesús. Ver Rom. 6:4; 8:29.

4. No es suficiente una cristiandad externa.

1. Preguntemos a aquellos que no poseen nada más que la membresía de una iglesia, y que a pesar de ello desean llamarse cristianos, ¿cómo pueden glorificar el sagrado nombre de Cristo?

Únicamente aquel que ha recibido el verdadero conocimiento de Dios por medio de la Palabra del Evangelio puede llegar a tener comunión con Cristo.

El apóstol dice que nadie que no ha puesto de lado la vieja naturaleza con su corrupción y sus concupiscencias puede decir que ha recibido el verdadero conocimiento de Cristo.

El conocimiento externo de Cristo es sólo una creencia peligrosa, no importa lo elocuentes que puedan ser las personas que lo tienen.