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Transkenstein

Frankenstein desde una perspectiva trans: el monstruo, la exclusión y la ira

Victoria Antola

Colección “Saberes del cuerpo”

Antola, María Victoria

Libro digital, EPUB

ISBN 978-987-8472-41-6

www.lahendija.org.ar

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

A los creadores de este monstruo,
mamá Coty y papá Roberto.

A Lohana Berkins, por su inmensa lucha y generosidad con nosotras en general y conmigo en particular.

Prólogo

Se pregunta nuestra autora: ¿Qué hubiera sido de las personas trans sino hubiesen sido expulsadas de sus hogares cuando niñas? ¿Qué les hubiera sucedido si conocían otra cultura, leían otros libros, miraban otras películas? ¿Qué les hubiera pasado si la sociedad en lugar de espanto sintiera respeto por su diferencia? La incidencia de la sociedad, del derecho, de la medicina, la literatura, en síntesis, la cultura, ha determinado y aún determina nuestra fatalidad…

Y al traer este enorme trabajo, propone nuevas discusiones, sobre un tema que rica o maliciosamente, nos tiene de protagonistas a las personas trans: ¿Qué somos?, esa pregunta que abre o cierra según del lado amoroso o perverso de donde se esté, según se nos sienta parte o no, de esta otra enorme agonía que es lo humano.

Y hace dos cosas interesantísimas: travamente relee, a su antojo pero con mucha información y trabajo lo pre existente, ese simbolismo, que como en el caso de Frankenstein, aparentemente da cuenta de algo que la heterosexualidad construyó, como miedo a lo distinto, horror a lo que no se nos parece, y lo apropia, lo encarna, lo redime y juega con todos esos ingredientes para hacernos pensar, ¿y si lo que parece que es, no es?, ¿y si en este entramado de lo construido para atemorizarnos estamos empoderadas, mirándoles pequeñitos y fracasados? ¿Si estas ficciones hablan más de sus miserias que de nosotras?, ¿si solo lo han usado para señalarnos y encerrarnos en sus castigos, sin dar cuenta del enorme espejo que les refleja?

Y en segundo y no menos importante lugar, celebro este trabajo, porque tiene en una persona trans, en este caso Victoria, la relevancia de esa relectura, el lugar destacado de poder volver a mirar, cuando nos apropiamos del conocimiento, esa otra gran deuda pendiente con todo un colectivo, algo más bellamente monstruoso que cualquier arma bélica, algo que dispara hacia un futuro de nuevas posibilidades, que es nuestra voz propia, gigante o pequeña, convertida en libro, como en este caso, o en el ejercicio milimétrico de lo oral, no importa, pero protagonistas.

Susy Shock

Introducción

“¿Y qué era yo? De mi creación y mi creador no sabía absolutamente nada; pero sabía que no tenía dinero ni amigos ni propiedad alguna. Además, estaba dotado con una figura deforme y repugnante (…) Cuando miraba a mi alrededor, no veía ni escuchaba a nadie como yo. ¿Era yo un monstruo, una mancha sobre la tierra, de quien todos huían y a quien nadie reclamaba?”. (Shelley, 2014:130)

Cuando el confinamiento por Covid-19, y todas sus sucesivas variables, se instalaban para quedarse (nadie sabe hasta cuándo), yo presentaba este trabajo de más de dos años producto de mi tesis de Maestría en Estudios y políticas de género (UNTREF), dirigida por el Dr. en Estudios de género y Licenciado en Artes (UBA) Lucas Martinelli, sin cuya contención y guía no hubiese sido el mismo. Pensaba entonces cómo la defensa pública de una tesis se transmitía desde la privacidad de mi casa, y al mismo tiempo, paradójicamente, era posible que estuvieran acompañándome desde la virtualidad tantos amigos y familiares que no hubieran podido estar presentes físicamente de lo contrario. Esta obra tiene mucho de esa paradoja sobre los beneficios y las desventajas de la tecnología, una indagación sobre en qué medida es realmente una herramienta para el progreso humano y hasta qué punto conlleva su autodestrucción. Ni el planteo ni la pregunta son nuevos, pero merecen ser preguntados y replanteados con el paso del tiempo y, sobre todo, por distintas personas con diferentes puntos de vista más esclarecedores según su situación en el mundo.

Ahora mismo, con la celeridad y bombardeo constante de información (verdadera y falsa), y con una pandemia que cuestiona todos los paradigmas, llegué a preguntarme si lo dicho en esta obra seguirá vigente. Y lo cierto es que a medida que ha pasado el tiempo, siento que no solo está vigente, sino que se confirma de maneras bien concretas. Parafraseando a Brigitte Vasallo (2021) el famoso “quedate en casa” parte de una ficción de la normalidad en la que se presume que todos tenemos una casa, que esa casa es un hogar y que allí están nuestros afectos. Algo tan ajeno a la realidad de las personas trans en particular, y del colectivo LGBTIQ+ (1) en general, que en palabras del Licenciado en letras (UNLP), periodista y activista Franco Torchia (2020): no pretendemos volver a la “nueva normalidad”, ya que nuestras identidades disidentes nunca habitamos la (vieja) “normalidad” sin atravesar grandes obstáculos. Esa “casa normal” está inscripta en el marco de un Estado que durante mucho tiempo no sólo nos ha excluido del ejercicio de la ciudadanía plena, sino que ha criminalizado nuestras existencias, y nos ha privado del derecho a la educación, al trabajo, a la salud y a una vida digna, y “vivible” en palabras de Judith Buttler (2015).

Pero, ¿Por qué retomar un texto tan distante en el tiempo, como la novela de Frankenstein o el moderno Prometeo (2)? ¿Cuál es la relación que concibo entre esa novela de principios del siglo XIX y la realidad de las personas trans? Es decir, ¿Qué vínculo imaginario puede plantear una nueva producción de sentido que sea un puente entre una ficción de principios de siglo XIX y una realidad de principios del siglo XXI? La primera pregunta es fácil de responder, como traductora de inglés siempre he tenido un particular interés en la cultura y la literatura inglesa. En especial la del siglo XIX. Sin ir más lejos, mi nombre propio, que tuve la posibilidad y el honor de elegir por medio de un fallo histórico del Superior Tribunal de la provincia de Entre Ríos y la primera rectificación de partida de nacimiento y nombre en Paraná, mi ciudad natal, en 2011. Esto un año antes del hito que fue la Ley 26743 de Identidad de género, de 2012, a partir de la cual todas las personas trans accederían a ese derecho por medio de un trámite administrativo. Ante esta realidad producto de una lucha colectiva y personal de años por exigir nuestro legítimo derecho a la ciudadanía, y ahora ya como sujeta y ciudadana, me propuse, y ahora de manera consciente, desarmar y contribuir a desaprender los preceptos de esa realidad ficcional que son el binarismo y la heteronorma.

Mi nombre, conlleva un sesgo de mi gusto por la literatura victoriana. Empecé en mi adolescencia leyendo, entre otras, las novelas de Jane Austen, contemporánea de Mary Shelley. Pero sin desmerecer el genio de Austen, sería más difícil asociar su trabajo a las disidencias, aun cuando hay que reconocer que sus novelas cargan contenido político y debatían ya en la época el lugar de las mujeres en la sociedad inglesa. Es necesario decirlo, desde un lugar muy conservador, en contraste con la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo.

Al analizar parte de la biografía de Mary Shelley y a su monstruo podemos rastrear la fe y la desconfianza ante el advenimiento de la Revolución Francesa, seguida de la Revolución Industrial, como también la influencia de una de las primeras obras de la filosofía feminista: Vindicación de los derechos de la mujer, de 1792, escrita por su madre, Mary Wollstonecraft, que rebate la postura sostenida por los teóricos, políticos y educadores del siglo XVIII de que las mujeres no debían tener acceso a la educación. Ese mismo acceso a la educación que se nos ha negado durante tanto tiempo a las personas trans, y que ha sido una herramienta tan útil para mantenernos en la marginalidad, en nuestro estereotipo de monstruos. Todavía muchas “mujeres” trans, al igual que el monstruo, sólo pueden convivir con otras personas a condición de no ser vistas (3).

La novela de Frankenstein muestra a la ciencia como un instrumento que genera sentido, conocimiento y poder: produce identidades, establece límites entre los sujetos, discrimina lo “normal” y lo “patológico”. Por ejemplo, la corporalidad hegemónica hombre o mujer, le confiere al sujeto entidad de persona humana. Y esta clasificación se hace en torno al modelo patriarcal. Una idea que también retomará Michel Foucault para referirse a la modernidad. Con los aportes de éste último y de Judith Butler, no nos cabe duda, a las personas trans, del sentido patologizante del conocimiento que se ha desarrollado en torno a nosotras en los últimos cien años. Sin duda, la medicina, el derecho y la literatura han jugado un papel fundamental en esta tarea. Es posible pensar que una ficción como Frankenstein puede funcionar como una figura compleja que de algún modo tensione los saberes sobre los cuerpos. Que modifique las ideas previas que tenemos sobre ellos y nos marque un rumbo en la imaginación para pensar las combinaciones posibles en torno a las cuales podemos configurar nuevas expresiones corporales y de género.

Michel Foucault (2003), en “Historia de la sexualidad Vol. I”, nos quitó el velo sobre los efectos nefastos y aún vigentes de la modernidad, al sostener que disciplinas como el derecho o la ciencia fueron herramientas para moldear y domesticar el cuerpo. Sin embargo, es interesante analizar cómo en el surgimiento de esa era, una joven inglesa de dieciséis años, comenzó a advertir en su propio tiempo las consecuencias más oscuras de la razón humana. Claro, no fue la única, pero fue la primera que se aventuró a fabricar un “hombre nuevo” con pedazos de cadáveres, de viejas teorías, reinterpretadas bajo el rayo intenso del iluminismo y que se permitió “jugar” con la medicina hasta ese entonces, permitida solo para varones. Es, justamente, a través de su primera novela, que Mary Shelley captura el espíritu de su época y deja plasmado todo el contexto de experimentación, descubrimientos y manipulación del conocimiento para la creación de ese cuerpo, que guiado excepcionalmente por la razón dejaría de lado todo planteo moral y ético, con lo que terminaría creando un monstruo.

Según Jerónimo Ledesma (4) (2014) existen una enorme cantidad de trabajos críticos sobre la novela desde los años setenta hasta nuestros días, en parte por el auge del feminismo y en parte por la revalorización del gótico como género literario. Según relata este investigador, los trabajos críticos sobre la novela en la Asociación de Lenguaje Moderno (MLA) y la Universidad de Pensilvania suman más de seiscientos. Y agrega que para analizar la misma los críticos han utilizado enfoques múltiples: marxistas, psicológicos, textuales, antropológicos, historicistas, de género, etc. Me he nutrido de algunos de estos enfoques y textos para pensar, sin hallar en ellos el punto de reflexión que me interesa: el modo en que la novela de Frankenstein expone la creación de un cuerpo y de un ser diferente que está constituido por las teorías de su tiempo, pero de la manera más ingeniosa donde las mismas son utilizadas para demostrar exactamente lo contrario de lo que predican y los riesgos a los que se sume el hombre en la modernidad en su afán de conocerlo y poderlo todo. Hacerse un cuerpo de la muerte por medio del racionalismo más extremo podría terminar en la destrucción y el exterminio del sujeto mismo. Como, tristemente, pudimos comprobar en la segunda mitad del siglo XX, que las alertas de Mary Shelley no estaban tan erradas.

Es por eso que quiero aclarar enfáticamente que no pretendo realizar un análisis de la obra en toda su extensión, ni contenido. Ya se ha escrito muchísimo al respecto. Lo que pretendo y me resulta tentador es retomar algunos conceptos e ideas para construir una perspectiva trans sobre la misma.

Los aspectos de la novela sobre los que me interesa reflexionar para ser comparados con la realidad travesti/trans son las ideas de “cuerpo monstruo”, “ciencias jurídicas y médicas”, “literatura”, de “producción y acceso al conocimiento” y de “aislamiento, ira y rebeldía” que son los ejes que guiarán la investigación. Estas nociones me permitirán a lo largo del desarrollo de esta obra establecer un diálogo sobre nuestras realidades y los efectos de las instituciones modernas sobre nuestros cuerpos y nuestro colectivo.

La hipótesis de este trabajo de investigación es que las instituciones modernas principalmente la jurídica con una impronta punitiva criminalística y la médica con un señalamiento impregnado de disciplinamientos corporales hegemónicos, producen, por medio de sus prácticas y sus discursos, el cuerpo/monstruo a partir del siglo XVIII y hasta nuestros días y, en consecuencia, la exclusión y la ira de esas subjetividades que se apartan. Esta relectura de Frankenstein, desde una perspectiva trans habilita a considerar cómo estas instituciones operan sobre un cuerpo de forma imaginaria y, con el trazado de una comparación, dar visibilidad a las personas trans para explicar la exclusión y marginalidad, a las que somos expuestas como el monstruo.

A lo largo del recorrido presentado pretendo indagar sobre la construcción del cuerpo trans sujeto a los modelos imperantes impuestos por las instituciones modernas, pero también como emancipación subjetiva de los mismos. Y analizar y describir los efectos que las instituciones modernas (medicina y derecho) imprimieron sobre el cuerpo monstruo/trans y la construcción de las subjetividades.

Propongo como objetivos una reflexión sobre el impacto que generó la creación de un personaje literario como Frankenstein, escrito por una mujer y publicado por primera vez en 1818, y considerar las recreaciones y nuevas huellas de ese cuerpo/monstruo en los cuerpos trans en la actualidad. Asimismo, reconocer los diferentes agentes productores de conocimiento moderno generizado de forma binaria, identificando qué identidades quedan por fuera y si son estas definidas como “lo monstruoso”. Y además indagar sobre los elementos que determinan la desigualdad genérica y reconocer la necesidad de incorporar el género al enfoque político, social y económico.

Desde un enfoque cualitativo, se analiza la obra de Mary Shelley Frankenstein o el moderno Prometeo en relación con las corrientes filosóficas de su tiempo, y los trabajos que la autora “suturó” para crear este nuevo monstruo moderno. Con esto de base se contrastarán las nuevas teorías de género y sus mayores exponentes tales como Judith Butler, Paul B. Preciado, Marlene Wayar y Lohana Berkins, entre otras, teniendo siempre en cuenta como marco la obra de Michel Foucault sobre la Historia de la Sexualidad y la Biopolítica. De esta forma la obra está construida desde una producción teórica sobre los cuerpos/monstruos trans contada por una trans en primera persona.

El cuerpo trans queda muchas veces ligado a la estética como valor identitario dentro de un orden binario y heteronormativo. Además, irónicamente, La estética trans reproduce parte del orden social heteronormado que cosifica nuestro cuerpo y nos confina a la marginalidad como sucede con lo femenino y lo diferente; al mismo tiempo la estética trans produce resistencia porque en su materialización pone en crisis las concepciones binarias de la modernidad racional, produciendo así esquemas de sentido que se contradicen y a la vez transforman la realidad existente.

Como lo plantea Foucault, podemos pensar al género como una tecnología, caracterizado como un proceso complejo orientado a producir sujetos “normales” a partir de la regulación de las prácticas desde un plano simbólico y material. (Foucault, 2003:52) Pero como sostiene Butler, el cuerpo generizado es un constructo performativo. Sin embargo, podemos señalar que, si bien las posibilidades corpóreas están predeterminadas por lo social, es mediante la actuación performativa que podemos modificarlas. (Pecheny, 2008:62)

Las identidades trans desarticulan el pensamiento binario, lo cual rompe con la lógica del sujeto de la modernidad. Posiblemente esto nos trascienda a nosotras mismas, y en esa exacerbación de los cuerpos y de los rasgos identitarios naturalizados como femeninos, conscientes o no, hacemos caer al mundo de la representación construido en una racionalidad que sólo admite identidades fijas y que, incluso hoy, confiere a lugares de marginalidad social a quienes la cuestionan.

Este libro se divide en cuatro capítulos. El primero, Construir un cuerpo como asunto político y tecnológico, plantea el estado de la cuestión y también se extiende como marco teórico para las tres categorías de análisis utilizadas en los siguientes capítulos. El segundo, Frankenstein construcción del cuerpo monstruo, analiza la construcción de la de subjetividad por la ciencia médica, jurídica y la literatura, durante la modernidad. El tercero, Aislamiento y expulsión de la sociedad, analiza el acceso a la educación de las personas trans. Por último, el cuarto capítulo, Frankenstein su ira y la furia travesti-trans, concluye con el trazado de un direccionamiento planteado por los capítulos anteriores hacia una propuesta teórico-política emancipatoria en y desde las diferentes voces travestis-trans en la argentina actual.

En cierta ocasión Judith Butler enunció “No estoy segura de que el mundo pueda llegar a cambiar sin la intervención crítica de los términos y definiciones (5)”. Yo estoy segura de que el mundo tampoco puede cambiar si en esas intervenciones no participan en primera persona actores de los grupos subordinados como parte fundamental en la reconstrucción de ese conocimiento sobre el sexo y los géneros. Nuestra experiencia y perspectiva son únicas y es para nosotras para quienes la vida ha sido más limitada o menos vivible por lo cual la intervención sería tanto más interesada, aunque menos objetiva, ya que afecta directamente nuestra calidad de vida. Incluyo en esta obra referencias de las teorías de otras autoras trans, así como también algunos trabajos sobre la realidad de las personas trans en nuestro país, para contrastarlos con las penurias del monstruo en su largo recorrido. Honestamente no creo que se pueda construir una nueva teoría de los géneros que sea liberadora sin la intervención directa y el relato en primera persona de personas trans. Nosotras debemos elegir si queremos llamarnos “mujeres” trans, personas trans, travestis, etc. Nosotras debemos contar cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo. Nosotras debemos sentar las bases de cómo nos interesa presentarnos a la sociedad. Nosotras debemos empezar a legislar y decidir sobre nuestras propias existencias.

1. La sigla LGBTIQ+ representa al colectivo de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans, Intersex y Queer. El símbolo más intenta significar que las identidades sexuales como el género no deben ser cristalizados bajo una etiqueta y que pueden existir tantos como personas mismas. Una variante de esta sigla consiste en LGBTTTIQ+, para representar dentro de las identidades trans a los grupos Travesti, Transexuales y Transgénero. Otro debate sobre la sigla es el orden, hay quienes afirman que el grupo de personas trans debería ir al comienzo, por ser actualmente el más vulnerado.

2. Frankenstein o el Moderno Prometeo fue publicada por primera vez en 1818. Cabe agregar que en esta versión Mary Shelley trato varios temas sociales, económicos y políticos de su época y que su esposo, el poeta Percy Shelley, hizo algunas correcciones de estilo en algunos pasajes a la versión original de la cual también firmó el prólogo como propio. Esta primera versión de 1818 fue encontrada en la Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford. En 1831, la autora reescribió completamente la obra para una nueva publicación, de tono más acorde a la era victoriana y a su posición social en ese momento. Esta última fue la más difundida en la posteridad.

3. Según datos obtenidos en una investigación titulada La Revolución de las Mariposas (Fernández, 2017), revelan, así como los resultados obtenidos en otros estudios realizados con posterioridad a la sanción de la Ley de Identidad de Género que, en el ámbito de la educación, a diferencia de otros como la vivienda e incluso el empleo, se percibe una mejora en el acceso a ese derecho en comparación con la situación identificada en el anterior sondeo en 2005. En efecto la escolaridad de mujeres trans y travestis en todos los niveles tuvo avances en los últimos diez años.

4. Jeronimo Ledesma es el traductor del inglés al español de Frankenstein o el moderno Prometeo, y un erudito en su conocimiento sobre la novela publicada por la Editorial Coihue en 2014. Esta edición reúne la versión original de 1818 y las modificaciones que sufrió el texto en 1831 para la última publicación revisada por la misma Mary Shelley. También contiene comparaciones, y una investigación exhaustiva de la autora, su contexto histórico y los temas desarrollados en la obra.

5. Conferencia de Judith Butler en la Universidad Tres de Febrero (UNTREF) en 2015, titulada: “Cuerpos que todavía importan”.
(En línea) https://www.youtube.com/watch?v=-UP5xHhz17s

Sinopsis de Frankenstein o el moderno Prometeo

No quiero dejar de incluir en esta presentación una breve sinopsis de la novela que facilitará la lectura contextual dentro del rico argumento de la misma:

Víctor Frankenstein es un estudiante de ciencias naturales devenido en científico, proveniente de una familia burguesa bien acomodada. La historia del monstruo de Frankenstein comienza cuando es abandonado a su suerte por su creador Víctor, repugnado por su aspecto físico. Durante varios días, el Monstruo, asustado, entristecido e ignorante de su identidad, vaga por los bosques, sobreviviendo como puede.

Finalmente encuentra cobijo en un cobertizo abandonado en una granja, habitada por una familia, los De Lacey, que son exiliados franceses tras la Revolución Francesa. En el transcurso de los meses siguientes, y a fuerza de observar sin ser visto a los habitantes de la casa, el Monstruo aprende a hablar, a leer, a escribir y empieza a comprender mejor el mundo que le rodea y encariñarse con los De Lacey. Se vuelve culto, elocuente y refinado. Accede a conocer la historia de su creador y lo relativo a su nacimiento, tras encontrar en sus ropas el diario de Víctor, por lo cual experimenta un creciente rechazo hacia sí mismo.

Cuando se da a conocer a la familia De Lacey y estos lo rechazan con violencia, el monstruo huye. Comienza allí a cometer una sucesión de asesinatos que van desde el hermano pequeño de Víctor hasta su prometida.

Más adelante, se encuentra con Frankenstein en persona, y le cuenta su travesía, culpándole de haberle creado para haberse después desentendido de él y haberle condenado a una vida solitaria y miserable. Le exige que le cree una compañera, semejante a él, pero de sexo femenino y promete que se alejará para siempre si se le concede este pedido. Víctor accede en un principio, pero luego se rehúsa por temor a duplicar el error que considera haber cometido. Esto desata la ira del monstruo que acaba por asesinar a Elizabeth la prometida de Víctor.

El padre de Víctor Frankenstein muere, por la angustia que le han causado tantas muertes y desgracias. Víctor, sólo y desahuciado, decide consagrar lo que queda de su vida a perseguir y exterminar al monstruo. Al cabo de varios años, llega al Ártico, donde el capitán Walton, director de una expedición de exploración que intenta encontrar un paso al norte que facilite las rutas comerciales de navegación, lo recoge moribundo en su barco. Con su último aliento Víctor le relata su historia, le insta a que no cometa los mismos errores que él cometió, es decir, su ambición desmedida por crear vida desde la muerte, y le ruega que se deshaga del Monstruo. Finalmente, Víctor Frankenstein muere. La novela concluye relatando la desaparición del monstruo en la profundidad del Polo Norte.