La Puerta Falsa
La Puerta Falsa

Ilustración de portada: ©iStockphoto.com/Duncan Walker

Diseño de portada: Galera

Fotografía de la autora: Esther Cohen

LA PUERTA FALSA

De suicidios, suicidas y otras despedidas…

© 2011, Guadalupe Loaeza

© 2011, Ignacio Solares (por el prólogo)

D.R. © Editorial Océano de México, S.A. de C.V.

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Primera edición en libro electrónico: septiembre, 2012

eISBN: 978-607-400-795-4

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PRÓLOGO

Durante siglos, el suicidio ha sido visto como algo condenable, vergonzoso, un acto de cobardía imperdonable que debía mantenerse en secreto. Para la Iglesia católica, es algo contrario al amor de Dios, pues “si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio es contrario a la ley moral”, establece en su Catecismo. En la Comedia, Dante les dedica a los suicidas uno de los cantos más tenebrosos del “Infierno”. Los coloca por debajo de los herejes y los asesinos, en un bosque oscuro y sin sendas donde sus almas crecen eternamente en forma de hirsutos espinosos venenosos, mientras arpías de grandes alas picotean sus hojas.

Con el Renacimiento la posición acerca del suicidio empezó a cambiar radicalmente. En el siglo XVI, un humanista como Michel de Montaigne escribió en el segundo tomo de sus Ensayos: “La muerte no es el remedio de una sola enfermedad, es la receta contra todos los males; es un segurísimo puerto que no debe ser temido, sino más bien buscado. Lo mismo da que el hombre busque el fin de su existencia o que lo sufra; que ataje su último día o que lo espere; de donde quiera que venga es siempre el último; sea cual fuere el lugar en que el hilo se rompa, nada queda después, es el extremo del cohete. Cuanto más voluntaria, más hermosa es la muerte. La vida depende de la voluntad ajena, la muerte sólo de la nuestra”.

A finales del siglo XIX, el suicidio se convirtió en tema de intensa discusión científica, sobre todo a partir del clásico estudio del sociólogo francés Émile Durkheim. Fue entonces cuando se le empezó a despojar de su aura anatematizante desde el punto de vista religioso y a concebirlo más como un asunto humano que requería más la comprensión que la condena o el silencio.

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía.” Así, de manera contundente, comienza El mito de Sísifo de Albert Camus, su alegato sobre el sentido existencial de lo absurdo. En efecto: ¿qué es lo que lleva a una persona a terminar con su vida? A pesar de todas las discusiones, análisis, hipótesis e intentos de comprensión, lo cierto es que el único que finalmente padece y conoce las razones de tan extrema decisión es el propio suicida.

¿Cómo saber cuáles son las causas de que alguien haya decidido tomar la “puerta falsa”? ¿Cómo saber si fue a causa de una decepción amorosa, por una depresión profunda, por trastornos psicológicos, o si se trató de una decisión tomada en pleno uso de sus facultades porque la vida se ha convertido para él en algo inaguantable? El asunto se complica aún más si el suicida es alguien célebre, que ha destacado en alguno de los ámbitos de la actividad humana, si ha sido exitoso, si es reconocido por sus dotes artísticas, si ha probado las mieles de la gloria. ¿Por qué alguien que aparentemente lo tiene todo —fama, fortuna y belleza— toma la determinación de no seguir viviendo? Antes de siquiera atrevernos a opinar y mucho menos a condenar, es preciso comprender a aquellos seres humanos que decidieron acabar de tajo con su existencia.

Para comprender a esos hombres y mujeres, Guadalupe Loaeza ha tomado a 35 suicidas célebres y a desmenuzado sus vidas, entregándonos documentadas semblanzas que nos adentran en el drama de cada uno de ellos. Desde Cleopatra hasta Marilyn Monroe, desde Vincent van Gogh hasta Ernest Hemingway, desde Manuel Acuña hasta Pedro Armendáriz, la gran mayoría de los personajes perfilados en La puerta falsa son artistas o están relacionados con el arte, como el caso de Antonieta Rivas Mercado, la célebre mecenas y amante trágica de José Vasconcelos.

Del total de personajes elegidos, quince son escritores, diez actores —con predominio de mujeres—, cuatro músicos, dos pintores, dos reyes y un guerrero de la antigüedad. ¿Qué nos dice esto? ¿Que los artistas son los seres atormentados por excelencia, inconformes contumaces, temerarios artífices de su propia condenación? Quizá se deba a que son ellos lo que han dejado más evidencia, a través de sus obras y su vida pública, acerca de sus problemas, sus desilusiones y sus sufrimientos.

Llaman la atención los datos incluidos por la autora sobre el suicidio en México: la causa de suicidio no está especificada en más de dos tercios de los casos. Apenas unos cuantos dejan constancia de que fue por algún problema económico o familiar, por enfermedad grave o incurable, o por causa amorosa, que aún se da, sobre todo en jóvenes. Es decir, a pesar de todo, el suicidio sigue siendo un gran misterio.

Y por ello es de agradecer este libro a Guadalupe Loaeza, que escapa al morbo, el escándalo o la diatriba moralizante. Se trata de una obra de lectura apasionante porque nos sumerge en la tragedia de 35 seres humanos excepcionales que, cada uno por sus diversas y muy personales motivaciones, decidieron tomar tan dura decisión. Para casi todos el suicidio debió tener representando un alivio a sus desesperados dramas individuales, una saluda para los que creyeron ya no tener nada que hacer aquí, para los que perdieron la esperanza, para los que ya no tienen fuerzas para creer y crear; una puerta —como dijo Guy de Maupassant— que “siempre podemos abrir y pasar al otro lado, pues la naturaleza ha tenido un movimiento de piedad y no nos ha aprisionado”.

Ignacio Solares

FIN DE UN GUERRERO

Para Aníbal Abadie Aicardi

Aníbal, a quien llamaban “Barca”, lo cual quiere decir “el Rayo”, vivió entre los años 247 y 183 antes de Cristo, y se distinguió por su talento para la guerra. Pero lo que más ha interesado sobre este personaje ha sido su odio contra el imperio romano. Aníbal nació en Cartago, ubicada en el actual Túnez, al norte de África. Hay que recordar que esta ciudad fue una de las más poderosas del Mediterráneo a lo largo de cuatro siglos. El comercio de la zona era muy importante, por lo cual Cartago siempre tuvo conflictos con Roma, pues ambos imperios deseaban dominar las rutas comerciales. A causa de la rivalidad económica entre ambos imperios, cartagineses y romanos tuvieron una serie de roces políticos. Dado que el idioma que se hablaba en Cartago era el púnico, las guerras que este pueblo tuvo entre el año 264 y 146 a. C. contra Roma se llamaron guerras púnicas. Aníbal, como dirigente del ejército de su patria, participó en muchas guerras.

El padre de Aníbal, Amílcar Barca, fue el fundador de la dinastía de los Bárcidas en Cartago. El historiador romano Tito Livio escribió que cuando apenas tenía 9 años, Aníbal pidió a su padre que lo llevara a conocer la península ibérica. Entonces, el ejército estaba participando en una ceremonia ritual para pedir por su triunfo militar, y Amílcar llevó a su hijo ante el altar y lo obligó a jurar que sería enemigo del pueblo romano.

Cuando Aníbal era apenas un joven de 28 años, Amílcar muere. Entonces, es sucedido en el trono por su yerno, Asdrúbal el Bello. Pero, siete años más tarde, es asesinado, y Aníbal es elegido como general. Como los aristócratas cartagineses consideraban un peligro que el cargo de general se volviera hereditario, comenzaron a hostigar a Aníbal, pero él decidió comenzar una política muy agresiva contra Roma para aplacar las murmuraciones en su contra. Pensaba que enfrentarse a los romanos lo ayudaría a tener una mejor aceptación. Luego de que Aníbal comenzara sus conquistas en toda la península Ibérica, sus enemigos guardaron silencio, pues además de colmar su ansia de riquezas, logró que Cartago se encontrara en posibilidades de enfrentarse a Roma.

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Roma y Cartago tenían un tratado que impedía que ambas potencias militares violaran la frontera del río Ebro. Pero lo que hizo Aníbal fue tomar la ciudad de Sagunto, al otro lado del río por el que se suponía que no debía cruzar. Qué gusto tuvo Aníbal cuando los romanos reaccionaron declarando la guerra.

Ésta fue la segunda guerra púnica, conocida porque por primera vez un ejército enemigo entraba en Roma. Aníbal encargó a su hermano Asdrúbal que protegiera Iberia mientras él partía hacia Roma con 100 mil guerreros, 12 mil caballos y 50 elefantes. Dicen que los cartagineses no hallaron ninguna resistencia, por lo que pudo llegar hasta los Pirineos. Luego de pasar por las montañas que separaban a la actual Italia de la península ibérica, y luego de que su ejército sufriera rebeliones y deserciones, Aníbal llegó a Sagunto. Por meses, su ejército la sitió, hasta que pudo entrar, pero lo que vieron fue un espectáculo terrible, pues sus habitantes prefirieron hacer una hoguera y arrojarse en ella antes que caer en las manos de ese general con fama de cruel. Pero lo terrible era que al llegar al corazón del imperio, Aníbal se había quedado con sólo 20 mil soldados para enfrentar al ejército romano, que contaba con 80 mil. A pesar de todo, pudo pelear contra los romanos e, incluso, llegó a tener algunas victorias. Pero Aníbal necesitaba descansar y buscar una base militar para operar, así que decidió atravesar los Apeninos. Como dice el historiador Serge Lancel en su libro Aníbal: “Tomó el camino más corto, a través de una región de marismas inundadas por una reciente crecida del Arno… A ratos, los hombres se tomaban unos instantes de descanso, tendidos sobre los cadáveres de las bestias de carga para mantenerse fuera del agua”. A causa de las brutales variaciones de temperatura de aquella primavera, el general contrajo una oftalmía que no pudo atender y perdió un ojo. Justamente, esta imagen de un jefe tuerto cruzando los manglares sobre su elefante sería la más trascendente de la vida de Aníbal, ya que muchos pintores la desarrollarían.

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Pero Aníbal recuperó sus fuerzas y en sólo tres horas venció a las fuerzas del cónsul Flaminio, que mandaba Roma en su contra. Luego venció a más ejércitos romanos. En el año 216 a. C., conquistó Capua y la convirtió en su centro de operaciones. Pero Capua era una ciudad tan llena de placeres que los soldados de Aníbal se dejaron dominar por el sueño, el vino, la abundante comida, las prostitutas, los baños y el ocio. Dicen que era tan placentero ese lugar que Aníbal sabía que pronto sus soldados ya no querrían pelear. Dice el historiador Karl Christ, en Aníbal, que por esta causa mandó a su hermano Magón a que regresara a Cartago por refuerzos. El sobrino de Aníbal, Hannón, quien se había quedado como responsable cuando su tío había salido a la conquista de Roma, dio una respuesta inaudita: “Si mi tío Aníbal es vencedor, no necesita refuerzos; y si es derrotado, no es digno de que se los envíe”. ¡Pobre de Aníbal, pues esta respuesta terminó con sus pretensiones de acabar con Roma! Poco a poco los romanos reconquistaron las ciudades que Aníbal tenía bajo su poder. Pero dos años más tarde, Aníbal se encontraba en la región de Apulia, en el sureste de Italia. Dicen que esperaba que su hermano Asdrúbal llegara con su ejército y así poder tomar Roma. Pero, Asdrúbal fue interceptado por el ejército romano. Cuando el hermano de Aníbal se dio cuenta de su derrota, se lanzó contra el enemigo y murió con sus armas en la mano. Al día siguiente, el cónsul romano mandó arrojar la cabeza de Asdrúbal ante el ejército de los cartagineses. Aníbal aceptó la mala suerte de Cartago, así como su derrota.

Por su parte, Roma se encontraba decidiendo qué hacer con Aníbal, así es que se eligió a un joven militar, Publio Cornelio Escipión. Este joven fue el enemigo más temible para Aníbal, por haber sido su mejor discípulo, y por ello pudo vencerlo. Lo primero que hizo Escipión fue llevar la guerra a África para alejar a Aníbal de Roma, así es que Cartago mandó mensajeros a pedirle que regresara a su patria para defenderla. Aníbal regresó derrotado. En 202 a. C., Aníbal finalmente firma la paz con Roma. Aníbal era al mismo tiempo un magnífico estadista, así es que a pesar de haber sido derrotado, Cartago se convirtió de nuevo en una ciudad próspera. Claro que esto no lo pudieron ver con buenos ojos los romanos, así es que unos embajadores del imperio fueron a visitar al rey de Cartago. Aníbal supuso que esos “embajadores” venían a pedir su cabeza, así es que huyó y se dirigió a Siria a refugiarse con el rey Antíoco III. El propósito de Aníbal era volver a reunir fuerzas para luchar contra Roma. Pero su plan fue descubierto y Antíoco tuvo que jurar lealtad a los romanos. No obstante, este rey era muy amigo de Aníbal, así que le avisó que Roma pedía su entrega como condición para aceptar la paz. Entonces, Aníbal huyó a Bitina (en la actual Turquía), en donde el rey Prusias lo acogió. Pero los romanos averiguaron su paradero y Flaminio fue a pedir la entrega del militar cartaginés.

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El rey Prusias tenía miedo de negar la entrega a Roma, pero al mismo tiempo quería ser cortés con Aníbal. Aníbal sabía que los romanos querían su cabeza al costo que fuera y no se hacía ilusiones sobre Prusias, pues sabía que era débil, así es que se había hecho una guarida con múltiples entradas y salidas. Cuando fue avisado de que los soldados de Prusias estaban en el vestíbulo de su guarida, mandó que sus guardias revisaran las salidas de su escondite y se dio cuenta de que todas estaban vigiladas. Dicen que entonces sacó veneno de su anillo. Lo vació en una copa, pero antes de tomarla, dijo: “Liberemos al pueblo romano de una antigua preocupación, pues creen que sería demasiado esperar la muerte de un hombre viejo. Flaminio no conseguirá una gran y memorable victoria sobre un hombre desarmado y traicionado”.

Qué lejano nos parece el nombre de Aníbal. Tal vez por eso, el escritor Juvenal se preguntaba: “Sopesa las cenizas de Aníbal, ¿cuántas libras quedan del famoso general?”. En efecto, así se expresaban los romanos de un general que literalmente los mataba de miedo.

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De acuerdo con el investigador Julio Trebolle, la fortaleza de Masada, excavada en los años 1963-1965 por el arqueólogo Yigael Yadin, general en jefe del ejército israelí y más tarde vicepresidente, se convirtió en símbolo de la resistencia nacional judía tras la creación del Estado de Israel. En Masada se habían refugiado los últimos celotas después de la caída de Jerusalén en la guerra judía contra Roma en el año 70 d.C. El historiador judío Flavio Josefo, quien vivió muchos de los acontecimientos de esta guerra, narra cómo Eleazar, el líder de aquellos celotas, percatándose de lo inútil de seguir resistiendo ante el inminente asalto romano, pidió a sus hombres que diesen muerte a sus familiares para después matarse unos a otros, como así lo hicieron. Este suicidio masivo tuvo lugar un día simbólico: el 15 de Jántico, o de Nisán, según el calendario hebreo (marzo-abril), que era el día de pascua. El excavador de Gamla, Danny Syon, desmiente la existencia de un suicidio colectivo en esta ciudad, que no sirvió más que de refugio a los rebeldes. Sin embargo, el fenómeno de los suicidios posee un fuerte magnetismo simbólico.

Tomado de Julio Trebolle, “Monoteísmos y violencia”, en Patxi Landeros y Francisco Díez de Velasco (eds.), Religión y violencia, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2008.

LA REINA DE LA SEDUCCIÓN

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Posiblemente, la reina Cleopatra sea la única personalidad del mundo antiguo que aún conserva una gran popularidad y un prestigio mítico. A menudo se le compara con James Dean, Marilyn Monroe o Lady Di a causa de su suicidio, el cual ha dejado numerosas novelas y películas. Sí, cuando se menciona a esta reina y su amor con Marco Antonio, es inevitable pensar en una bellísima Liz Taylor y un apuesto Richard Burton, enamorados en su palacio de Egipto. Cuando Cleopatra nació, en el año 69 a. C., el reino de Egipto estaba sometido al poder de Roma. Incluso su padre, el faraón Ptolomeo XII, se mantenía en el trono gracias a la ayuda del imperio. Este monarca era conocido como Auletes, es decir, “el Flautista”, por su afición a tocar la flauta durante las representaciones teatrales que se hacían en su palacio.

Dicen que la relación entre Roma y Egipto era compleja, pues por un lado el imperio tenía puesta su mirada codiciosa en el Nilo y en sus riquezas, y por ello le convenía mantener un gobernante amigo en el poder. Por su parte, Ptolomeo pensaba que lo mejor era mantenerse endeudado con el acreedor más poderoso, es decir con Roma. ¿Por qué? Porque a esta potencia le convenía mantener gobernable a Egipto para que estuviera en condiciones de pagar sus deudas. Sin embargo, el faraón le pasó la factura a su pueblo, lo cual hizo que estallara una crisis que llevó a Ptolomeo a exiliarse en Roma. Para entonces, los egipcios habían elegido a Berenice, la hija del monarca, como su regente. Pero Ptolomeo pagó una gran suma de dinero al emperador Pompeyo para que lo ayudara a regresar a su reino.

Dicen que lo primero que hizo fue mandar ejecutar a su hija Berenice por su traición. Pasaron los años y cuando Ptolomeo murió, heredó su gobierno a su hija Cleopatra VII, cuando ella tenía 18 años, y a su hijo Ptolomeo XIII. Cleopatra era una joven ciertamente bonita, tal vez no con los encantos legendarios que se le atribuyen, pero sí realmente atractiva y, además, sabía encantar.

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Los biógrafos aseguran que hay muchas representaciones de Cleopatra, todas muy distintas entre sí, y sólo coinciden en un rasgo: su nariz prominente. Esa nariz de la que Blaise Pascal dijo que si hubiera sido más corta habría cambiado la faz del mundo. Era, no cabe duda, una mujer que sabía seducir, pero lo más importante de su seducción tenía que ver con su forma de ser. Como escribió el historiador Plutarco: “Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas del que extraía, como le convenía, los más delicados matices del lenguaje”.

En el testamento de Ptolomeo se decía que Cleopatra debía de contraer matrimonio con su hermano, Ptolomeo XIII. Sin embargo, dicen que era tal la inteligencia y la ambición de ella que siempre dejaba a su hermano-esposo fuera de las decisiones de gobierno. Además, su hermano, quien tenía apenas 10 años, era manipulado por un eunuco llamado Potino, quien le sugirió que derrocara a su hermana y que la exiliara. Cleopatra, entonces, huyó a Siria, desde donde pretendía reunir un ejército para vencer a su hermano y recuperar el poder.

Por ese entonces, en Roma se vivía una guerra civil entre Julio César y Pompeyo. Pompeyo perdió una batalla contra César en Farsalia así es que decidió embarcarse a Egipto a pedir ayuda a Ptolomeo. Desafortunadamente, Potino aconsejó mal al faraón y pensó que si mataba a Pompeyo y le mandaba su cabeza a César, éste iba a mostrarse agradecido. Lo que no se imaginaba este consejero era que Julio César pensaba perdonar a Pompeyo. Plutarco, el historiador romano, escribió: “Al cadáver de Pompeyo le cortaron la cabeza, arrojando el cuerpo desnudo a tierra desde el barquichuelo”.

César estalló en furia y tomó Alejandría. Dicen que él mismo mató al eunuco Potino y que el faraón murió ahogado al huir.

Cuando Cleopatra supo lo ocurrido, se dirigió a Alejandría y sobornó a varios guardias. Se presentó ante César adornada tan deslumbrantemente que lo sedujo esa misma noche. Christoph Schäfer, autor de Cleopatra, dice que nunca sabremos qué ocurrió en realidad, pues ese encuentro ha sido embellecido y deformado por un sinnúmero de artistas. César le llevaba treinta años a Cleopatra y decían que en su juventud había seducido a muchas mujeres, aunque también se hablaba de un romance con el rey Nicomedes de Bitinia. Así pues, Cleopatra usó todos sus encantos para seducirlo, pues como se decía en esas épocas: “Platón reconoce cuatro tipos de halagos, Cleopatra conoce mil”.

Cuando murió su hermano, Cleopatra fue nombrada reina, pero César la obligó a casarse con otro de sus hermanos, Ptolomeo XIV. Aun así, Cleopatra y César tuvieron un largo romance, del cual nació Ptolomeo XV, quien fue llamado “Cesarión” por el pueblo egipcio, es decir, “pequeño César”. Cleopatra se dirigió a Roma a vivir con su amante, y dicen que en la metrópoli se rodeó de tantos y tantos lujos y que fue tan ostensible su relación con César, que la alta sociedad se molestó, ya que el emperador romano estaba casado con Calpurnia.

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No obstante, hay que decir que Cleopatra llegó a imponer su moda entre los romanos, e incluso se llegó a ver a las mujeres con su peinado “de melón”, que era como se acostumbraba en Alejandría. Lo que no podía esperarse Cleopatra era el asesinato de César, el cual ocurrió el 15 de marzo del año 44 a. C. Fue entonces que sus sueños de una dinastía romanoegipcia se esfumaron. Tanto dependía de su amante, que ella sabía que no podía permanecer en Roma más tiempo, así es que poco después regresó a su país. Ahí envenenó a su hermano-esposo, pues temía que la traicionara y nombró corregente a su hijo de 4 años. Pero en su futuro había un hombre del que se enamoraría, con el que viviría una pasión que ha trascendido los tiempos: Marco Antonio, el gran amigo de César. Cuando éste fue asesinado, Marco Antonio persiguió a los culpables. Sin embargo, en Roma se desató una guerra civil y Marco Antonio se dirigió a Egipto a buscar ayuda de la reina.

Aun cuando ella tenía una profunda desconfianza, llegó a la cita en su barco, con sus remos de plata y vestida de Afrodita. ¿Cómo fue ese encuentro?, ¿qué impresión tuvieron uno del otro?, ¿qué sentimientos se despertaron entre ambos? Basta decir que la cita se prolongó por cuatro días y que cuando Marco Antonio bajó del barco de la reina estaba profundamente enamorado. Aunque se quedó con ella una temporada, tuvo que regresar a Roma para casarse con Octavia, hermana de Octavio, el gran amigo de Marco Antonio. Pero, sobre todo, lo que necesitaba Antonio era solucionar la guerra, así es que pactó un triunvirato con Lépido y Octavio. La vigencia terminaba en el año 38, y fue entonces que Octavio y Antonio se enfrentaron a tal grado que este último rechazó a Octavia.

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Entonces, Octavio comenzó una persecución en contra de su antiguo aliado y también contra Cleopatra, pues se encontró un documento con las intenciones de Marco Antonio de llevarse la capital del imperio a Alejandría y fundar una dinastía nueva con Cleopatra. En el año 32, finalmente Marco Antonio fue destituido. Pero Octavio ya estaba decidido a buscar a su enemigo e imponerse en Egipto. Finalmente, el 1 de agosto del año 30, Octavio tomó Alejandría. ¿Qué habrá pensado Cleopatra? Tal vez creía que deshaciéndose de Antonio tendría cierta oportunidad ante Octavio, así es que posiblemente haya fingido su muerte frente a Antonio. Cuando Marco Antonio recibió la noticia de que Cleopatra estaba muerta, se clavó una espada. Sin embargo, Marco Antonio tardó en morir, así es que Cleopatra mandó por él y lo encerró con ella en un mausoleo. Dice Plutarco que al morir tenía los ojos clavados en su amada.

Octavio quiso negociar con Cleopatra, pero tal vez pensaba que a fin de cuentas ella también pretendía suicidarse, pues veía que su deseada dinastía romanoegipcia no tenía futuro. La reina se convirtió en prisionera de Octavio, estaba tan derrotada que dejó de comer. El emperador sólo pudo impedir su suicidio amenazándola con hacerle algo a sus hijos. Cuando se dio cuenta de que ya no podía hacer nada por sus hijos, decidió matarse. Si Octavio quería exiliarla, ¿no era mejor morir en su palacio? Dice la leyenda que murió a causa de una picadura de serpiente. Pero ¿cómo es que los guardias que la cuidaban dejaron entrar un cesto con un áspid sin revisarlo? Actualmente, los historiadores creen que la reina murió por una inyección de veneno en el brazo. Octavio cumplió con el deseo de enterrar juntos a los dos amantes: Marco Antonio y Cleopatra. ¡Por suerte para ellos, el lugar secreto que se eligió para ambos no ha sido descubierto por los excavadores-paparazzi!

ACOSADO POR LOS RECUERDOS

Gérard de Nerval (1808-1855), quien decidiera quitarse la vida a los 46 años, una noche que vagaba por las calles de París, nunca supo distinguir el sueño de la realidad. Nos gustaría saber qué tristeza cargaba consigo este singular escritor que poseía un estilo literario tan hipnótico y atractivo. No por nada, Nerval es considerado el maestro de los escritores surrealistas. No sólo viajó por el mundo real, sino por el mundo de los sueños más enigmáticos. Nos preguntamos si este poeta habrá amado más a las mujeres reales o a las soñadas. ¿Era atraído por los paisajes oníricos o por los que visitó a lo largo de sus viajes? Nerval era presa de frecuentes trastornos nerviosos que empezaron desde que era muy joven, pero que fueron aumentando con los años; era sonámbulo, esquizofrénico y tenía un carácter que cambiaba de un momento a otro. Tal vez por esta causa, sus fotografías nos muestran un rostro demacrado, con unos ojos profundamente tristes y una expresión llena de melancolía. No obstante, era al mismo tiempo un personaje imaginativo y lleno de ocurrencias. En una ocasión, cuando paseaba por la calle a una langosta, una señora se acercó para preguntarle por qué tenía a esa mascota, y Nerval le respondió: “Las langostas tienen dos ventajas: no ladran y conocen los secretos del mar”.

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Dicen que su enfermedad nerviosa fue aumentando con los años, por lo que tuvo que ser internado en varios hospitales psiquiátricos. Para él, esas temporadas eran auténticas estancias en el infierno. Desafortunadamente, durante todo el tiempo que pasaba internado, Nerval leía libros de ocultismo y de magia, y esas lecturas, en lugar de ayudarlo, lo sumían en mayores depresiones. Dicen que muchos de sus cuentos y poemas fueron escritos en sus meses de encierro. Pero no siempre fue desdichado este poeta, pues como dice su biógrafa Florence Delay, en el libro llamado Nerval, hay varios momentos felices en sus textos. Curiosamente, muchos de ellos están relacionados con las hojas de parra. Hay que recordar que, debajo de las parras, las parejas acostumbraban darse un beso. En varias de sus historias, hay enamorados que esperan un beso debajo de las parras, y en otras hay sueños que representan esta planta como un símbolo de la felicidad.

El “efecto Werther”

Dentro de la psicología literaria, el “efecto Werther” trata de explicar la tendencia de la gente a suicidarse bajo los influjos de la imitación más que por una motivación personal. En un ensayo de 1974, David Phillips empleó por primera vez este término para demostrar que la cifra de suicidios se incrementaba justo al mes siguiente de que apareciera alguna noticia dedicada a un suicidia en la primera página del New York Times. Su idea se centra en el efecto que la novela Las cuitas del joven Werther, de Goethe, tuvo entre sus lectores, la cual narra las desventuras de un joven que, tras un desengaño amoroso, se suicida con un disparo en la cabeza. Werther fue prohibida en Leipzig en enero de 1775 por la universidad de esa ciudad. El “efecto Werther” se ha conservado como uno de los grandes ejemplos de cómo la realidad imita la ficción.

Nerval, quien se apellidaba en realidad Labrunie, siempre estuvo atraído por el recuerdo. Tal vez uno de sus cuentos más bellos es el que está dedicado a su amor por Sylvie, una joven a la que conoció en su juventud. Gérard comienza a obsesionarse por el recuerdo de esa antigua novia que vive en un pueblo lejano llamado Loisy. Un día, decide abandonar todo para regresar a ese pueblo de ensueño, así es que sale de su casa, abre la puerta, toma un carro y regresa a buscarla. Dice Marcel Proust que Nerval está tan estrechamente ligado a sus recuerdos que los lectores se han cuestionado a lo largo de la historia si los sucesos ocurren en el presente o en el recuerdo.

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Nos preguntamos, ¿cómo eran los recuerdos de Nerval? Seguramente había perdido el recuerdo de su madre, pues ella murió cuando Gérard era apenas un niño. Su padre, un médico, era jefe de los hospitales militares cerca del río Rin. Cuando lo designaron para este puesto, decidió viajar con su esposa y dejar al pequeño Nerval en manos de una nodriza. Su madre murió en ese viaje, cuando tenía apenas 25 años. Como dice el propio escritor: “Murió agotada por la guerra, de una fiebre que le vino al atravesar un puente repleto de cadáveres, donde su coche estuvo a punto de volcarse”.

Sin embargo, pasados los años, Nerval leyó las cartas que le escribió su madre cuando vivía lejos de él. Como dice el escritor Alonso Cueto en su libro Sueños reales: “En Promenades et Souvenirs, Nerval declara que quizá su pasión por los viajes fue el resultado de aquella voz muerta que le hablaba en las cartas. Todos los países extranjeros eran el lugar donde ella había vivido”. Más adelante, Gérard comenzó sus estudios de medicina, como su padre, pero dice su biógrafa que sólo estuvo “flojeando con su inseparable amigo Théophile Gautier”, con quien escribía versos y cuentos. Aunque sólo estudió dos años, se cuenta que hizo un centenar de visitas durante una epidemia de cólera. Por suerte para él, su abuelo murió dejándole una gran herencia, gracias a la cual pudo viajar durante mucho tiempo. ¡Qué afortunado fue!, pues gracias a ese dinero pudo dejar la casa de su padre a los 26 años. Fue entonces cuando comenzó a conocer Europa, África y Asia; es decir, los lugares que le inspiraron su literatura con leyendas como la que cuenta la historia de la reina de Saba. Esta mujer mencionada en la Biblia era para Nerval el símbolo de la seducción. En ella centró las cualidades femeninas, y puede decirse que esa bellísima reina representaba sus deseos como amante y escritor. Se enamoraba tanto de las mujeres exóticas que cuando estuvo en Siria se comprometió con la hija de un jeque, y en El Cairo se compró una esclava de Java.

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Sí, nada le gustaba más a Nerval que idealizar a las mujeres. Podemos mencionar, por ejemplo, el caso de la actriz Jenny Colon, quien cantaba en la Ópera Cómica. Desde el momento en el que Gérard la vio, quedó tan enamorado que fue a verla todos los días y siempre desde la misma butaca. Dicen que Nerval se dedicó a buscar por todo París una cama digna de los amores que imaginaba. Después de mucho buscar, encontró una antigua cama del Renacimiento en la que estaba representada la salamandra de Francisco I. Entonces, la arregló con tanto gusto que la cama quedó como nueva, así es que cuando terminó su cometido, la puso encima de un estrado. Por suerte, una carta escrita por un amigo de Nerval en 1838 asegura que Jenny sí le correspondió y que ambos hicieron uso de esa cama: “Gérard escribe en los periódicos y, desde hace tres semanas se acuesta con J.C., es la gran victoria”. Qué feliz debió de sentirse Nerval, pues llevaba cinco años cortejando a su adorada actriz. Desgraciadamente, esos amores fueron breves, ya que pocos meses después Jenny abandonó a Nerval para casarse con un flautista. No cabe duda de que éste fue un golpe durísimo para el poeta, pues hay que decir que su amor había sido tan grande que incluso dilapidó la herencia de su abuelo para fundar un diario, El Mundo Dramático, sólo para elogiar a Jenny. No obstante, a Gérard no le importó que Jenny se casara, pues él siguió amándola literalmente hasta su muerte, ya que la actriz falleció el 5 de junio de 1842, cuando apenas tenía 34 años.

Hay quien dice que ésta fue la verdadera causa de su locura, ya que sólo unas semanas más tarde fue internado en un hospital psiquiátrico, pero el alcohol también fue uno de los detonantes. Una de las noches más frías de febrero de 1843, la policía encontró a Gérard caminando desnudo por la calle. Cuando lo detuvieron, le preguntaron que a dónde iba. “Hacia esa estrella”, respondió con una gran melancolía. A partir de ese día fue internado en el psiquiátrico de Picpus. De hecho, fue la primera de muchas estancias en los hospitales. Muchos doctores conversaban con él, pero luego de tratarlo por un tiempo, llegaban a la conclusión de que no podían hacer nada contra su melancolía. Finalmente, esa tristeza de tantos años lo venció. Leamos cómo narra Alonso Cueto el fin de este gran escritor: “La noche del 25 de enero de 1855, salió a buscar un lugar apropiado. Antes escribió a su tía una carta de gratitud, que terminaba diciendo: ‘No me esperen. Esta noche será blanca y negra’. Lo encuentran a las 7:00 de la mañana del 26 de enero. En sus bolsillos aparecen algunos objetos: las últimas páginas de Aurelia, dos centavos, su pasaporte, una carta. Al enterarse de la noticia, Baudelaire fue al lugar y observó que había tenido cuidado en escoger el lugar más sórdido de la sórdida calle Vieille Lanterne para ahorcarse”. Dicen que tenía su sombrero puesto y que alrededor de su cuello tenía un cordón blanco que aseguraba que había pertenecido a la reina de Saba.

Gérard de Nerval ya tenía escrito su propio epitafio, un epitafio sumamente bello en el que explica el tedio de su vida: “Dicen que fue holgazán, errátil e ilusorio, que dejaba secar la tinta en su escritorio. Lo quiso saber todo y al final nada ha sabido. Y una noche de invierno, cansado de la vida, dejó escapar el alma de la carne podrida y se fue preguntando: ¿Para qué habré venido?”.

La muerte se muere de risa pero la vida se muere de llanto pero la muerte pero la vida pero nada nada nada.

ALEJANDRA PIZARNIK,
“Balada de la piedra que llora”