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La liturgia del tigre blanco

INTRODUCCIÓN

La peor resaca de su existencia

Cuando Jorge Hank Rhon despierta, inmerso aún en los efectos de una modorra de cena pesada y alcohol abundante, la cama que comparte con su esposa María Elvia está rodeada por soldados del ejército mexicano. Por su ausencia brillan las pesadillas premonitorias o la intuición de que algo no anda bien en los alrededores, pues a las tres y media de la mañana Hank yace en la fase más profunda del sueño, sumergido en un estado parecido a la total inconsciencia. Había sido un día muy largo aquel 3 de junio y para la hora en que fue a acostarse, entrada ya la madrugada, Jorge Hank tenía la panza llena y mucho más de una copa bailándole en la cabeza. Aún faltaban algunas horas para el arribo de la peor resaca de su existencia.

La sensación de irrealidad no se acaba de disipar cuando un militar le ordena levantarse y poner cara a la pared. Al concesionario del Hipódromo Agua Caliente, acostumbrado desde su infancia a mandar, no le queda más remedio que obedecer sin reclamar. Algo en el escenario no coincide con el libreto de su vida. Hasta esa madrugada, Hank nunca había experimentado la amarga sensación del sometimiento. Ni siquiera en su escenario más catastrófico hubiera imaginado su hogar invadido por hombres armados que mancillan sus más íntimos santuarios y hablan a gritos mientras husmean como sabuesos en las habitaciones. Entre sueños alcanza a ver a sus escoltas esposados en el suelo. Con el rostro apoyado sobre el muro escucha las voces alzadas de los soldados que entran y salen de los cuartos. Aquello es similar a las alucinaciones de fiebre, a esos delirios oníricos de los que no es posible despertar. ¿Es una broma pesada de su hijo? ¿Una pesadilla? Lo único real es su boca seca y el mareo en ascenso.

Instinto materno por delante, María Elvia Amaya ha corrido a las habitaciones de sus hijos. Los soldados, que en un principio hacen por detenerla, simplemente la dejan ir. Después de todo, la presa por la que van ya está asegurada y ahora sólo falta reunir lo relativo a la evidencia. Hank dice que ni siquiera alcanzó a ver las armas y tampoco tuvo que responder en ese momento si eran suyas.

Todavía es noche cerrada en Tijuana cuando los soldados sacan a Hank de su casa rumbo a la sede de la PGR en la Avenida Abelardo L. Rodríguez. En la ciudad de México amanece y en Bucareli se mantienen alerta, siguiendo paso a paso los detalles de la captura. La prensa aún duerme y todavía faltan por lo menos un par de horas para que los medios informativos de todo el país reciban la noticia que se apoderará de sus portadas durante las siguientes dos semanas.

La ofensiva jurídica de su temible batería de abogados no fue suficiente para impedir que un avión arrancara a Hank Rhon de Tijuana y lo llevara esa noche a la sede de la SIEDO en la ciudad de México. Aún cargando a cuestas con el más negro expediente construido por mil y un rumores y las más variadas acusaciones, Jorge Hank jamás había vivido la sensación de ser encañonado y esposado. Un día de mayo de 1995 estuvo detenido en el aeropuerto de la ciudad de México, acusado por tráfico de pieles exóticas cuando arribó en un vuelo procedente de China. Aquella vez Hank alcanzó a pisar el Reclusorio Oriente, en donde pasó casi 48 horas, pero una fianza de 150 mil pesos le fue suficiente para salir. Ahora las cosas son diferentes. Cuando la aeronave despega de Tijuana aquel 4 de junio de 2011, su nombre ya está en todos los portales de México. Incluso el Times de Londres, El País de Madrid y el Washington Post ya comentan el tema. El nombre que es sinónimo de leyenda negra vuelve a pasearse, una vez más, por los territorios del escándalo, su hábitat natural. Llueven hipótesis legales, teorías conspiratorias, rasgado de vestiduras, exigencias de libertad y de condena. Por dos semanas todos los editorialistas se vuelven hankólogos y resucitan la surrealista mitología que acompaña al personaje: animales exóticos, periodistas muertos, tequilas afrodisiacos, híbridos de tigresa y león, cuero rojo, voluntades compradas, impunidad rampante. Escribieron, disertaron, sentenciaron, pronosticaron y al cabo de dos semanas, cuando la presa estuvo libre, simplemente olvidaron y cambiaron de tema, en espera del próximo escándalo del personaje. Fue entonces cuando decidí desempolvar estos papeles de reportero y publicar de una vez por todas este libro, que tiene tanto tiempo picándome la cresta.

PRIMERA PARTE

LA SINIESTRA EXTRAVAGANCIA

¿Qué es lo que viene a nuestra mente al escuchar o leer el nombre Jorge Hank Rhon? Sin duda las palabras mafia, gánster, cacique o narcopolítico encerradas dentro de un halo de misterio; la suya es una leyenda siempre escurridiza y cubierta de niebla que nunca puede ser transformada en verdad jurídica. No hay en el México del siglo XXI un personaje sobre el que se hayan creado tantos y tan alucinados mitos y tan pocas verdades “oficiales”.

Tijuana es, de por sí, un mito. Aunque sus efemérides son adolescentes y su supuesto nacimiento “oficial” ocurrió hace apenas 123 años, existe una mitología fundacional que coquetea con el surrealismo. Una mitología que la historiografía seria y los investigadores colegiados no han podido extirpar del todo. Que si el reino de las Californias fue el de las amazonas gigantes; que si la Tía Juana fue una meretriz decimonónica que regenteaba un gran burdel; que si en la barra más larga del mundo se embriagó toda la armada estadunidense al retornar triunfal de la primera guerra mundial; que si fue la Gomorra más grande de América con sus shows zoofílicos de burros; que si Al Capone, Rita Hayworth y Clark Gable disfrutaron el glamur del Casino Agua Caliente; que si Charles Bukowski fue un empedernido apostador en el Hipódromo; que si Jim Morrison bailó la danza del Rey Lagarto desnudo y drogado en la calle Coahuila. Basta con contar cuántas versiones diferentes y contrastantes existen sobre el verdadero origen de la ensalada César, el gran icono gastronómico tijuanense. En esta ciudad, la leyenda de Jorge Hank Rohn es una de las favoritas. La diferencia entre Tijuana y Jorge Hank es que Tijuana lucha todos los días por borrar su oscuro pasado, mientras que a Jorge Hank no parece incomodarle, o por lo menos nunca lo niega en forma expresa.

Las anécdotas que sobre él se cuentan bien pueden emparentarlo con el Chivo de Vargas Llosa, el Patriarca de García Márquez o el Supremo de Roa Bastos. Aunque pensándolo bien, en su existencia no hacen falta artificios literarios. Su vida misma es como una novela y él se siente cómodo dentro de su personaje.

Jorge Hank Rohn es un barroco heredero de las tradiciones paternalistas. En él conviven la derrochadora opulencia de Iturbide, la vocación teatral de López de Santa Anna, el simpático cinismo de Gonzalo N. Santos y los afanes mesiánicos que en mayor o menor medida ha padecido todo caudillo latinoamericano. Hank asume su condición de oscura leyenda y se regodea en ella. En febrero de 2005 durante su primera y única visita como alcalde al periódico Frontera de Tijuana, le pregunté si no lo afectaba la mala fama pública que arrastraban algunos integrantes de su recién conformado gabinete municipal. Me respondió con otra pregunta: “¿Puedes decirme si hay alguien en el gabinete que tenga peor reputación que yo?”. Si algo le han enseñado los años, es que la fama pública no basta para pisar la cárcel.

¿Cómo es posible Jorge Hank? Un país corrupto de leyes torcidas y justicia enferma podría ser la respuesta más simple, pero no es tan sencillo. Durante años se habló de falta de voluntad política, de gobiernos cómplices o miedosos que temían enfrentarlo, sin embargo, a Felipe Calderón no le faltó voluntad ni coraje. Vaya, no se puede decir que el poder ejecutivo sea cómplice de Hank, pues en Los Pinos harían lo que fuera por refundirlo en la cárcel y no pueden. Pero ¿qué pasó? ¿Es sólo cuestión de la incapacidad de la PGR de armar bien el caso? Hank no es un prófugo que viva exiliado u oculto. Está libre, está activo y con más posibilidades que nunca de volver a tomar el poder.

Podría pensarse que Hank puede burlar a los tribunales pero no al implacable e inequívoco juicio social, pero no es así. La sociedad tijuanense —léase líderes empresariales, eclesiásticos, políticos y medios de comunicación— ha demostrado ser pusilánime y complaciente. Jorge Hank es absuelto por tribunales sociales.

Éste es un relato que abreva aquí y allá de las más diversas y contrastantes fuentes. Fuentes de aguas turbulentas que caen en furiosa catarata y fuentes de aguas pantanosas que llevan años estancadas. Hay una labor de buceo en las apolilladas profundidades de hemerotecas, traducida en horas de dedos manchados leyendo y releyendo lo que los colegas reporteros escribían sobre Jorge Hank Rhon hace un cuarto de siglo. Fue precisa también una inmersión en los expedientes judiciales que contienen las escasas verdades jurídicas que ha arrojado la vida de este hombre. Por supuesto, paralelas a las horas de formales entrevistas grabadora en mano, hay demasiadas tardes de café, cantina, fila de banco, parada de camión y sabiduría de taxista, pues en Tijuana casi todo mundo tiene algo que decir y opinar sobre Jorge Hank Rhon. Más de una vez me he visto inmerso en debates de calafia (microbús) o taxi colectivo tijuanense en donde el chofer va escuchando una tribuna radial en la que un radioescucha apasionado se comunica a cabina para alabar a Hank o despotricar contra él acusándolo de ser el anticristo. De pronto un pasajero de la calafia —por regla general una señora— se solidariza con el radioescucha tribunero o lo contradice con vehemencia y entonces el chofer u otro pasajero interviene para contradecir a la señora revelando una verdad sobre Hank que sólo él conoce, pues se la ha dicho alguien “muy enterado”, y de pronto, en cuestión de minutos, ya se ha armado un debate colectivo, y, cuando Hank Rhon es el tema a debatir, lo imposible es dar con un comentario que tenga una mínima dosis de moderación u objetividad. En este libro las voces de la calle son tan importantes como los párrafos con sello judicial y las palabras firmadas por editorialistas expertos. Por supuesto, una voz importantísima es la del propio Jorge Hank Rhon, con quien conversé en diversas sesiones durante varias horas con el objetivo de que él me contara su vida. Guié las entrevistas con una estructura cronológica lineal, buscando que Jorge Hank agotara todos sus recuerdos y anécdotas de infancia, para después pasar a la adolescencia y juventud. La voz de Jorge Hank está presente en cada capítulo de este libro.

Debo admitir que la fuente principal es la propia experiencia. Este libro es una investigación, sí, pero advierto que tiene más de testimonio; el testimonio de un reportero que ha pateado y repateado las calles tijuanenses y que en alguna época fue la incómoda sombra diaria de Jorge Hank. Algunas cosas las sé porque las he leído o me las han platicado o porque el propio Jorge Hank me las ha dicho, pero son más las que sé porque las he visto y palpado. En infinidad de reportajes he leído, como el non plus ultra de la siniestra extravagancia, la historia del tequila afrodisiaco con pedazos de víbora y testículos de león que Jorge Hank bebe antes de la comida, algo que parece obsesionar a los medios de todo el mundo. Pues bien: si yo escribo sobre ese tequila en este relato no es citando a una fuente bibliográfica, sino citando a mi propio paladar, pues Jorge Hank me ha dado a beber de su potaje un par de veces. Lo del testículo de león no me consta, pues acaso no haya sabido distinguirlo en el licor, pero lo de los pedazos de serpiente flotando dentro de la botella como gusanos mezcaleros sí que es realidad y nadie me lo ha platicado. Si digo que Jorge Hank admira a Gustavo Díaz Ordaz y a Arturo el Negro Durazo, es porque él mismo me lo ha dicho. Si hablo de un gigantesco felino híbrido con melena de león y rayas de tigre llamado ligre, es porque he estado parado frente al animal en el zoológico privado de Hank y no por haberlo leído en un tratado medieval de zoología fantástica.

Bromas aparte, lo que este libro intenta es aproximarse al perfil de un personaje que encarna los valores y la cultura del patriarca o el caudillo, al mismo tiempo benefactor y siniestro, mesiánico y malicioso. Un personaje profundamente latinoamericano. Creció viendo a los jerarcas del país haciendo fila para besar la mano de su padre y pedirle la imprescindible bendición que les permitiera acceder a cargos públicos o contratos con el poder. Hank Rhon es un personaje de otros tiempos que, sin embargo, se muestra terriblemente vigente. En una época políticamente correcta con liderazgos bajos en calorías y candidatos metrosexuales de manitas cuidadas y rostros depilados, tenemos a un líder barbón, greñudo, que viste pieles rojas de cocodrilo. Un hombre que, en tiempos en que el discurso de la igualdad de género se ha vuelto sacramental, no duda en llamar a la mujer su animal favorito y confía más en la línea vertical de mando y las decisiones personalísimas que en los incómodos cabildos e instituciones que sólo entorpecen lo que se puede lograr con un simple tronar de dedos.

Ése es Jorge Hank Rhon y ésta es su historia, pero es también la historia de la sociedad que lo ha hecho posible; la historia del ecosistema político que lo ha creado; el retrato de una sociedad que lo teme y lo desea; que lo abomina y lo aclama; la historia de los periodistas que lo queman en hogueras de tinta antes de caer seducidos ante un millonario contrato.

El imperio de Jorge Hank se ha multiplicado porque ha encontrado la tierra fértil para florecer. Un personaje así sería impensable en otro tipo de sociedad y, sin embargo, en este “laberinto de la postmodernidad” o escuela de la globalización llamado Tijuana, Jorge Hank se regodea en sus altares de mesías. El redentor yace en la tierra prometida donde los hombres besan la mano de sus demonios. Pues bien; ésta es la historia del demonio… y también la de sus adoradores.

EL NIETO DE UN POLÍTICO POBRE

En náhuatl Tianguistenco significa a la orilla del mercado, y es cuestión de dar rienda suelta a la mente y subirnos a la máquina del tiempo para imaginar un mercado mazahua rebosante de color, inundado por el perpetuo escándalo de las aves en sinfonía con los gritos de los vendedores. Mazorcas, chichicuilotes, perros xoloitzcuintles, zenzontles, chiles de mil colores ardiendo en comales y gritería, harta gritería, todo ello bajo vigilancia de la eterna cabeza blanca del Nevado de Toluca. Una etimología más poética refiere la terminación tenco como tentli, que significa “labios”, y co, “junto a”, lo que resulta en mercado junto a los labios abiertos de la Tierra. El de Tianguistenco era el mercado más importante del Valle de México después del de Tlatelolco y a la fecha los puesteros siguen poniendo el color en el pueblo cuando se instalan cada martes. En el nombre de Santiago Tianguistenco de Galeana, como en tantos pueblos de México, conviven tres edades de su historia: época prehispánica, virreinato e insurgencia. Obvia decir que Tianguistenco es la denominación original y sin duda la más antigua. Pero los conquistadores, devotos de Santiago de Compostela, esparcieron el nombre del apóstol en cuanta tierra colonizaban. Tres siglos después se agregaría un apellido más, el del insurgente Hermenegildo Galeana, lugarteniente de Morelos.

El mercado siguió en pie aun tras la destrucción de Tenochtitlán en 1521, y en 1524, poco antes de partir a Las Hibueras, el mismísimo Hernán Cortés, el todopoderoso mandamás de México en aquel entonces, llegó al valle toluqueño pasando por el célebre pueblo de los mercaderes, en donde posiblemente pernoctó.

En 1590 los habitantes del valle escucharon por vez primera el doblar de las campanas del templo de Santiago de Tilapa, pero pasaría más de un siglo y medio hasta la construcción del templo de Santiago Tianguistenco en 1756, en plena era del despotismo ilustrado Borbón.

El desfile de personajes ilustres por Tianguistenco continuó en la Independencia. Si Cortés llegó al pueblo en la Conquista, Miguel Hidalgo haría lo propio en 1810. Santiago Tianguistenco sería la antesala de la célebre batalla del Cerro de las Cruces, el último y polémico triunfo de los insurgentes hidalguistas en contra de las tropas del virrey comandadas por Torcuato Trujillo. Hidalgo y los suyos pernoctaron en Tianguistenco la noche del 29 de octubre de 1810 antes de enfrentar al enemigo. Tras su victoria, Hidalgo tomaría una de las decisiones más extrañas e incomprensibles de su vida y acaso de la historia de México: negarse a atacar la desguarnecida ciudad de México. Hidalgo decidió marchar rumbo a Querétaro en lugar de atacar la capital. Ahí empezaría la gran debacle de los insurgentes que concluiría con el fusilamiento de los primeros caudillos.

Santiago Tianguistenco también vería pasar frente a su mercado a liberales y conservadores en la Guerra de Reforma. Tras el triunfo juarista en 1860, las guerrillas de Leonardo Márquez y Félix Zuloaga que operaban en los montes del Estado de México causarían terribles estragos: cobrarían la vida de Melchor Ocampo, Santos Degollado y Leandro Valle. Fue en Xalatlaco, a un costado de Tianguistenco, donde el liberal Jesús González Ortega enfrentó y derrotó, en 1861, a Zuloaga y Márquez.

Fue hasta 1877, primer año del porfiriato, cuando fue erigida la parroquia municipal del pueblo, que fue elevado a la categoría de villa y recibió oficialmente el apellido de Galeana. En pleno año del Centenario y cuando faltaban pocos meses para el estallido revolucionario, los habitantes de Santiago Tianguistenco estrenan por fin su palacio municipal, que muy poco tiempo después se cubriría de sangre.

Santiago Tianguistenco fue uno de los objetivos favoritos de los zapatistas. No se tiene conocimiento de que Emiliano Zapata haya estado ahí, pero su temible lugarteniente Genovevo de la O se convirtió en la pesadilla del pueblo. En 1914 Tianguistenco es saqueado e incendiado por sus tropas.

Todo pueblo necesita mártires para construir su leyenda, y Santiago Tianguistenco tuvo los suyos el 7 de mayo de 1916, cuando el presidente municipal José Miranda y Rodea fue inmolado en la defensa del pueblo contra las huestes zapatistas. Francisco de Yturbe, Genovevo Archundia Ávila y Vital Barrera, reconocidos comerciantes del lugar, mueren en batalla junto con el presidente municipal.

La etimología de Tianguistenco resultó la más exacta para definir el rol que tendría el hijo más famoso parido por ese pueblo, un hombre que vivió a la orilla del mercado y la política, en la difusa y acaso imperceptible frontera que separa ambos mundos.

El hijo más célebre de Santiago Tianguistenco es el hombre cuya celebérrima frase: “Un político pobre es un pobre político” resume la filosofía de vida que rigió en esos setenta años del régimen de un solo partido.

La mayor paradoja en la vida de Carlos Hank González, y acaso el factor que haya inspirado su más célebre enunciado, fue el hecho de haber sido nieto, precisamente, de un político pobre llamado Catarino González. El patriarcal abuelo de Hank González ostentaba el poder, pero no tenía dinero. Barba blanca, frente labrada, mirada profunda de hombre de campo. Así nos contempla don Catarino desde la fotografía en blanco y negro que aparece en la obra del colega periodista José Martínez Las enseñanzas del profesor, publicada por Editorial Océano. Nos dice Martínez que don Catarino fue regidor de su pueblo y su legado para Santiago Tianguistenco, aparte del nieto que inmortalizaría el poblado, fue un sistema de abastecimiento de agua para la gente y el ganado. Don Catarino procreó 15 hijos, de los cuales dos fueron sacerdotes. Señala Martínez que uno de sus hijos se graduó como médico, otro más progresó como farmacéutico e incluso hubo quien probó fortuna en el arte con cierto éxito como pintor emigrado a los Estados Unidos. Aunque pobre en lo económico, el patriarca podía presumir un árbol genealógico con historia al ser descendiente de José Mariano González del Pliego, descendiente de la condesa de Sierra Nevada y herederos sanguíneos del mismísimo Hernán Cortés. Don Catarino tenía el respeto de su pueblo. El patriarca de Santiago Tianguistenco no aspiraría nunca a ser un hombre rico pese a ejercer el poder en su microcosmos. “Mi abuelo era un hombre sumamente honesto. Fue como un patriarca pese a no haber disfrutado de poder político ni de poder económico”, dijo Hank González a su amigo y confidente, el antropólogo Fernando Benítez. Jorge o Jorge Mario Hank Weber se llamaba aquel inmigrante alemán que llegó a México en tiempos de la Revolución, huyendo de las infernales trincheras de la primera guerra mundial y del desastre inminente del imperio del káiser. Hank Weber pudo haber muerto, como cientos de miles de alemanes y franceses, en las trincheras de Verdún en 1916, y su estirpe mexicana jamás habría existido. La guerra trunca millones de destinos y forja otros tantos. Hank Weber fue un bávaro nacido en los tiempos en que Bismarck consolidaba la unificación del imperio que pondría a temblar a Europa. Si el joven bávaro huía de una guerra, al llegar a México se encontró con otra. El destino decidió que no sirviera a Hindenburg, sino al zacatecano Joaquín Amaro, padre el ejército mexicano moderno. Como tantos otros extranjeros, Hank Weber acabó inmerso en “la bola”, donde su mayor legado fue haber enseñado las bases de la lengua alemana a su jefe Amaro. Poco o casi nada se ha escrito en realidad acerca de este inmigrante alemán que vivió un tiempo alojado en el Seminario Conciliar de la ciudad de México apoyado por dos sacerdotes alemanes de apellido Trischer. Fue en el seminario donde conoció a dos de los hermanos González Tenorio, quienes lo invitaron a Santiago Tianguistenco, en donde comenzó una relación con la hija del patriarca, Julia González Tenorio, con quien procreó un hijo, nacido el 28 de agosto de 1927. Aparte de los ojos claros y la disciplina a prueba de fuego, el gran legado que Hank Weber dejó en su inexistente testamento al hijo que apenas conoció, fue el impedimento de conquistar su máximo sueño: ser presidente de México. Un lastre, una piedra atada a su tobillo con un grillete de hierro heredada por quien no dejó a su hijo herencia económica alguna. Llama la atención lo poco que se ha escrito en torno a Hank Weber, de quien se sabe llegó a ostentar el grado de coronel del ejército mexicano pese a su condición de extranjero y murió cuando su retoño mexicano no cumplía ni siquiera el año de vida. Hank Weber falleció en un accidente de motocicleta en la zona de Río Hondo en el Estado de México, aunque por increíble que parezca, ni siquiera se tiene certeza sobre la fecha de defunción, y ni el propio Carlos Hank González sabe si él tenía dos meses o un año y medio de edad cuando su padre murió. Nos dice Fernando Benítez que México bien pudo tener un presidente llamado Carlos Mejía González, si el zapatero Trinidad Mejía, marido en segundas nupcias de Julia González Tenorio, le hubiera dado su apellido al huerfanito de los ojos claros.

Hank González nació en un momento clave para el sistema político mexicano, el turbulento tiempo que definió en una encrucijada la institucionalización del nacionalismo revolucionario. En 1927, cuando nace Hank González, Plutarco Elías Calles tronaba sus chicharrones como máximo jerarca revolucionario del país, pero Álvaro Obregón soñaba con la reelección. Francisco Serrano pagó con su sangre la osadía de intentar interponerse en los planes de su querido compadre (“Panchito, mira nomás cómo te dejaron, todo agujerado”, pronunció Obregón ante el cadáver de su inquieto compadre). Las católicas balas de León Toral, benditas por la mano de la Madre Conchita, truncaron en La Bombilla la carrera de Obregón. Los tres títeres del Maximato iniciaron su desfile por la presidencia mientras el que realmente mandaba en México, Plutarco Elías Calles, movía los hilos desde su casa. Llegaría después Cárdenas con su agrarismo y su educación socialista, que Hank González vivió de niño. Los turbulentos tiempos de la segunda guerra Mundial, la amenaza de la rebelión almazanista y las bravuconas tentativas del incómodo hermano Maximino caracterizaron el sexenio de Manuel Ávila Camacho. Ésos fueron los años de formación del joven Hank González, cuya oratoria encendida sedujo a Isidro Fabela. Cuando el fundador del Grupo Atlacomulco había dado su bendición para que su joven ahijado iniciara su ascendente camino para dejar de ser un pobre político como su abuelo, mandaba en el país Miguel Alemán. Eran los tiempos del “Acuérdate de Acapulco, María Bonita, María del alma”, de los amores de cabaret, de los danzones dedicados en el Salón México y de los todopoderosos encorbatados que ya no ostentaban el título de general, sino de licenciado; cachorrillos revolucionarios para quienes la palabra empresario ya no era sinónimo de demonio y para quienes la riqueza y el glamur dejaron de ser un pecado como en los tiempos de la austeridad cardenista. El milagro mexicano se consumaba en las fortunas que milagrosamente empezaron a multiplicarse.

Fue en ese escenario como se inició en la política el hombre que mayor provecho económico le sacaría a la función pública. Tanto en los negocios como en la política el profesor rural corre a paso veloz, con ganas de comerse el mundo. Gracias a préstamos y ahorros logra comprar una primitiva maquinaria para fabricar sus propios dulces antes de cumplir veinte años de edad. “Con el tejocote hice ate y jalea, luego corazones de chocolate rellenos de tejocote. No tienes idea de lo sabrosos que son”, le cuenta Hank González a Fernando Benítez muchos años después. Más tarde compra una vieja camioneta con lo cual se ahorra el gasto de pagar un distribuidor de los dulces que fabrica. Con las ganancias que generan sus dulces, logra comprar una pipa y más tarde otra, hasta que de pronto tiene a su disposición una pequeña flotilla que le permite tener una mediana empresa de transportes petroleros. En el mundo de la política su carrera también parece tener prisa. A los 20 años de edad, siendo todavía un maestro rural que vende dulces, es elegido presidente del Club de Leones de Atlacomulco. Con miembros de su club funda en ese poblado un grupo político al que bautizan como la República Ideal, que pronto empieza a dar de qué hablar. Los jóvenes de Atlacomulco, discípulos de Isidro Fabela, empiezan pronto a colocarse en puestos estratégicos. Muy poco después, en abril de 1952, Carlos Hank ganaría su primer sueldo como empleado público cuando el secretario de Educación Pública del Estado de México, Domingo Monroy, lo invita a integrarse como director de Segunda Enseñanza en el gobierno estatal. En esa primavera de 1952, Carlos Hank González traza la gran meta política de su vida: ser gobernador del Estado de México. Sabe que la Constitución le impide soñar con la presidencia de la República, por lo que el techo de sus sueños es la casa de gobierno en Toluca. La carrera del recién nombrado funcionario empieza a tomar velocidad. Meses después de su primer nombramiento, el propio gobernador Sánchez Colín le otorga un cargo cuyo nombre parece ser más largo que su importancia: director de la Junta de Mejoramiento Moral, Cívico y Material del Estado de México. Pronto brinca de la junta a la Tesorería Municipal de Toluca, y en 1954 su nombre empieza a sonar para la presidencia municipal de la capital mexiquense.

Carlos Hank González se casó el 22 de junio de 1946 con la maestra Guadalupe Rhon García, originaria de Tenango del Valle, su compañera de estudios en la Escuela Normal, y pronto nació su primogénito Carlos, el que estaría destinado a representar el papel de príncipe heredero del imperio empresarial del padre. Poco después nació César Alejandro, pero un dolor de pancita transformado en peritonitis durante unas vacaciones en Acapulco acabó con su vida cuando era un pequeñito de menos de seis meses de edad. Como una forma de conjurar la melancolía, la familia simplemente borra el mal recuerdo, omite al pequeño de sus temas de conversación, y a la fecha se ignora adónde fue a parar su cuerpecito que ni siquiera tiene un lugar en la cripta familiar. Vinieron las hijas, Ivonne y Marisela. Ambas se dedican actualmente al hogar y viven muy cerca de su madre. Marisela estudió matemáticas en la UNAM y realizó estudios de neurolingüística y psicología. Es políglota y dueña de una inteligencia privilegiada. Se casó con Raúl Stahl y es madre de dos hijos. Ivonne estudió para orientadora y se casó con Carlos Olimón, con quien ha procreado cuatro hijos.

En 1956, cuando el gobernador mexiquense Salvador Sánchez Colín le regaló la presidencia municipal de Toluca, la carrera de Hank González iba en franco ascenso. El profesor era un joven alcalde de 28 años de edad al que los astros se le alineaban y la fortuna le sonreía cuando llegó al mundo su tercer varón, el que sería su hijo consentido y también el que más dolores de cabeza le daría, al que nunca se le dio un no por respuesta y se le perdonó cuanta travesura hizo. El pequeño sería también la oveja negra y el encargado de llevar la leyenda del apellido Hank a extremos de barroca oscuridad. El profesor bautizó a su pequeño con el nombre del inmigrante alemán que le heredó el color de los ojos y la imposibilidad de ser presidente. Jorge se llamó el niño. Jorge Hank Rhon.

LA VELADA CON LOS BARBUDOS

Helada es la noche del viernes 27 de enero de 1956. Nada del otro mundo para los mexiquenses, acostumbrados a los inviernos del Altiplano, pero para quienes han llegado recién exiliados del sol caribeño, un atardecer al pie del Nevado de Toluca puede acabar por enfriarles hasta el alma.

A las puertas de la casa de gobierno en la calle Villada han llegado los invitados. No hace falta que el acento los delate para que los toluqueños reparen de inmediato en que estos tipos vienen de muy lejos. Lo primero que llama la atención, obvia decirlo, son las barbas, pero hay algo más —la actitud, la vestimenta, los movimientos o el conjunto de todo— que los delata como extranjeros. ¿Quién los ha llevado hasta allá? No consta en expediente alguno, pero hay quien da por hecho que un chofer de la Secretaría de Gobernación se encargó de conducir a los visitantes desde la ciudad de México. En Bucareli siguen puntualmente cada mínimo paso dado por los caribeños en México. Los vigilan, los escuchan, pero también los apapachan. Intuyen que muy pronto, más temprano que tarde, van a dar de qué hablar en el mundo, pero mientras esto sucede, deben mantener el bajo perfil y el buen comportamiento, indispensables para sobrevivir en el “país de no pasa nada”.

Los visitantes no necesitan llamar a la puerta, pues ya en la cochera los espera un mayordomo que los conduce hasta la sala donde los aguarda sonriente su anfitrión, el presidente municipal de Toluca, un auténtico cachorro de la revolución, un joven político de 28 años de edad llamado Carlos Hank González que empieza a llamar la atención de los jerarcas del partido. Aún no les han servido el trago de bienvenida, pero Camilo Cienfuegos Gorriarán y Fidel Castro Ruz ya pueden intuir que esa noche serán atendidos a cuerpo de rey. Su anfitrión es todavía un veinteañero y su jerarquía política no alcanza aún las alturas que desde tan joven ambiciona, pero ya es famoso por dar veladas espléndidas. Su elegancia principesca no enfría el natural fluir de la charla. Hábil conversador, el joven político mexiquense domina el arte de la seducción con sus invitados.

Aunque si algo sobra en la casa de Villada es la servidumbre, es la señora Guadalupe Rhon de Hank, quien se encarga de supervisar personalmente los detalles de la cena. La regla no escrita en la casa de los Hank es que la señora de la casa es quien los llama a la mesa y sirve los platillos. Aunque la maestra normalista está ya en el noveno mes de gestación, esa noche no evade su sacramental papel de anfitriona y se encarga de que los niños Carlos, Ivonne y Marisela den las buenas noches a los invitados antes de retirarse a dormir.

La de esa noche es una reunión de jóvenes en ascenso, jóvenes ambiciosos que quieren comerse el mundo. El presidente municipal de Toluca encarna el espíritu del cachorro de una revolución institucionalizada. Él mismo se considera un revolucionario, aunque nunca ha visto correr la sangre ni se ha forjado entre cuarteles y generalotes de cananas. Tiene 28 años y toda una vida por delante. El padrinazgo de Isidro Fabela le ha permitido alcanzar la presidencia municipal de la capital de su estado antes de los 30 años de edad postulado por el PRI y por sus dos comparsas: el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y el Partido Popular Socialista (PPS) de Vicente Lombardo Toledano. La presidencia municipal es un puesto todavía modesto para sus ambiciones, pero ideal para su edad. En cualquier caso es una altura política que su abuelo Catarino González, el político pobre, jamás soñó alcanzar. Respetado como patriarca y cacique, don Catarino logró una regiduría en el humilde Santiago Tianguistenco, pero jamás alcanzó la fortuna económica. Su nieto en cambio tiene prisa por llegar a lo más alto. Encarnación del espíritu alemanista, el alcalde toluqueño sabe la importancia de cultivar las relaciones públicas para consolidar su ascenso.

Su invitado de esa noche también ha dado mucho de qué hablar y también parece tener demasiada prisa por comerse el mundo, o al menos la isla de la que fue exiliado. Apenas un año mayor que el presidente municipal —Fidel nació el 13 de agosto de 1926 y el profesor Hank el 28 de agosto del año siguiente—, el inquieto abogado cubano se ha dado a conocer entre la casta política mexicana y ha hecho algunos contactos clave en el país que le sirve de refugio, empezando por un veracruzano de nombre Fernando Gutiérrez Barrios que se encarga de abrirle puertas y tejerle alianzas. Es peligroso este abogado oriundo del poblado de Birán, en la provincia de Holguín. Al igual que su anfitrión se dice revolucionario, pero a diferencia de él representa a una revolución en ciernes, una revolución que aún está cargando la pólvora. Hace menos de tres años encabezó el temerario asalto al Cuartel de Moncada, y en la Secretaría de Gobernación saben bien que este joven está preparando una nueva incursión guerrillera a la isla, por lo que es preciso mantenerlo bajo observación. En el país del austero Adolfo Ruiz Cortines, donde al regente Uruchurtu no le gustan los trasnochadores ni los cabarets, un potencial guerrillero puede ser tolerado siempre que no genere disturbios. Once meses después de esa cena en Toluca, el 2 de diciembre de 1956, Fidel zarparía de Tuxpan, Veracruz, a bordo del Granma, dispuesto a despedazar a Fulgencio Batista.

Su acompañante esa noche es más joven y tiene la barba más larga. Se llama Camilo, cumplirá 24 años dentro de una semana, el 6 de febrero, y morirá en circunstancias extrañas tres años después, antes de ver a su revolución transformada en dictadura. Pero aquella noche ni los barbones invitados ni el pulcro anfitrión del rasurado perfecto hablan del futuro. ¿De qué charlan los invitados antes de la cena? ¿Simples trivialidades como el frío de Toluca y la delicia del chorizo? ¿O acaso Fidel buscó el favor del joven profesor para su causa? En cualquier caso la velada de ese viernes no se extiende demasiado. La regla no escrita en la casa de los Hank es que al final de la cena la señora Guadalupe Rhon obsequia a los invitados un canasto con dulces tradicionales de tejocote, especialidad de la casa y semilla de la carrera empresarial del profesor. Sin embargo, esa noche el ritual no puede consumarse y Guadalupe Rhon no está en casa para despedir a sus invitados. Poco antes de servir la cena siente la primera de las contracciones pero piensa que bien puede tratarse de una falsa alarma. Para cuando la sobremesa con los cubanos comienza a animarse y alguien ha sacado ya un puro, el sexto sentido maternal y la intensidad de los dolores no permiten a Lupita albergar duda alguna: es tiempo de comenzar el trabajo de parto.

¿Qué marca la etiqueta hankista en esos casos? Las contracciones llegan cada vez menos espaciadas y ha quedado claro que la señora de Hank debe marcharse al hospital. Alguien más deberá entregar los dulces por ella. ¿Interrumpe el profesor la velada y se disculpa con los invitados? ¿O son Fidel y Camilo quienes se levantan y se despiden? Por supuesto, el joven presidente municipal de Toluca tiene más de un chofer a su disposición. ¿Acompaña a su esposa al hospital? ¿La lleva él mismo? ¿O se queda en casa a despedir a los cubanos? Lo cierto es que, aunque es ya su quinto parto, Lupita debe aguardar todavía largas horas de contracciones. Al amanecer del sábado 28 de enero el bebé no ha nacido y el alcalde de Toluca no se toma el día libre, pues acude a la oficina por la mañana y estando despachando en el palacio municipal recibe la noticia de que a las 13:00 horas ha nacido un varón y sólo entonces abandona sus labores para irlo a conocer. El profesor Hank González no ha querido representar la imagen del padre angustiado que aguarda afuera del quirófano la salida del doctor mientras se come las uñas. Ni pensar en entrar a presenciar el nacimiento del pequeño. Raúl Rhon, su hermano, es quien auxilia a Guadalupe en los partos.

Muchos años después, durante la ceremonia de hermanamiento entre las ciudades de Tijuana y La Habana en 2006, algún funcionario hankista de relaciones públicas diría que Fidel Castro acompañó a su anfitrión al hospital y esperaría paciente el nacimiento del pequeño a quien habría tenido en brazos, pero el propio Jorge Hank Rhon me aclaró que jamás fue cargado por el dictador cubano como supone la leyenda. Alguien también supuso, o acaso imaginó, que Ernesto Che Guevara estuvo en casa del profesor la noche antes del nacimiento, pero esa versión también es falsa.

Para efectos del árbol genealógico y la posteridad, Jorge Hank Rhon queda registrado como el segundo hijo varón del clan Hank Rhon, pues al parecer del pobre César nadie quiere acordarse. Carlos, el primogénito, le lleva nueve años de edad y recibe una educación y un trato de príncipe heredero que no tendría el hijo menor, a quien su padre decide bautizar con el nombre del extraño y malogrado inmigrante alemán que le dio la vida. Jorge a secas se llama el niño y no Jorge Mario como algunos suponen. “Hay gente que cree que me llamo Jorge Mario. Incluso yo un tiempo llegué a dudar y a creer que me llamaba Jorge Mario, pero cuando vi mi acta me quedó claro que me llamo Jorge”, me dijo Hank Rhon muchos años después. A estas alturas, el verdadero misterio está en saber de dónde salió el nombre de Mario, pues según me dijo Hank Rhon no existe un solo documento oficial donde conste que su abuelo alemán se llamara Jorge Mario. De acuerdo con el acta, el abuelo germano se llamó también Jorge a secas, Jorge Hank Weber. ¿Tributo al padre muerto? Lo cierto es que el niño fue bautizado con el nombre del inmigrante cuya única herencia para su hijo mexicano fue el impedimento legal para ser presidente de la República. La duda en torno a su nombre no sería la única que albergaría Hank Rhon, quien hasta la edad adulta creyó haber nacido en una fecha equivocada. Aunque si hay alguien que da importancia sacramental a la celebración del cumpleaños es Jorge Hank, lo cierto es que durante tres décadas estuvo seguro de haber nacido el 29 y no el 28 de enero, hasta que un día, por medio de un inocente juego, se enteró de que había vivido por siempre en el error, pues su padre tenía la certeza de que había nacido en sábado, y el 29 de enero de 1956 fue domingo.

La presencia de Fidel Castro en casa la noche antes de su nacimiento le serviría al adolescente Hank Rhon para justificar ante sus padres su renuencia al peluquero y su desprecio a los rastrillos. “Ya ni la amuelas, papá: tú invitas a Fidel a la casa cuando ya voy a salirme de mi mamá y luego no quieres que use barba y pelo largo”, respondería el adolescente cada vez que su padre lo quería obligar a ir a la odiada peluquería.

EL NIÑO AL QUE AMABAN LAS SERPIENTES

Cuando le pido a Jorge Hank Rhon que ponga a trabajar su memoria y me narre anécdotas de su temprana infancia, lo primero que sale de la caja de los recuerdos son las mascotas. La historia del niño Jorge parece la de un Mowgli de palacios posrevolucionarios. Por alguna razón, afirma Jorge Hank, desde que era muy pequeño se dio cuenta de que entre él y los animales había una suerte de pacto. “A mí me gusta estar cerca de ellos y a ellos les gusta estar cerca de mí, así ha sido siempre”, afirma.

Su recuerdo más remoto tiene que ver con una perra. “Tuvimos una perrita que a mis hermanos les gustaba montar. A mis hermanos, a los primos y a los amiguitos de la familia los tiraba. De traviesos mis hermanos subían a los amiguitos arriba de la perra y le tiraban una pelota, entonces la perra corría y los tiraba, pero cuando me subían a mí no corría, nada más caminaba tranquila y nunca me tiraba como a ellos. Yo creo que yo tenía un pacto secreto con ella.”

Su segundo pacto animal fue con una venada que solía cornar a todo mundo, menos a él: “Yo me acuerdo de la casa de Toluca que, a lo mejor te invento, pero yo me acuerdo que teníamos puercos, gallinas, perros, conejos y teníamos una venada, y también la venada correteaba a todo mundo y era bien brava, pero a mí me quería mucho y me dejaba acercarme a ella, hasta me acostaba a dormir con ella. Siempre me quiso”.

Después de la venada, Jorge fue feliz con una familia de mapaches que tuvo en el jardín de su casa y que serían los primeros animales no domésticos adquiridos especialmente para él. Cuando su padre compró las hectáreas en donde construyó el rancho “Don Catarino” en Santiago Tianguistenco, el zoológico del pequeño Jorge empezó a crecer, pues ahora tenía más espacio para albergar a sus animales. No todas sus mascotas serían juguetonas e inofensivas.

Cuando tenía doce años, Jorge empezó a tener amistades peligrosas: unas serpientes de cascabel a las que jamás quitaron el veneno. “Yo tuve unas víboras de cascabel y curiosamente yo metía la mano, las agarraba, las sacaba y las metía a su pecera. Yo jugaba con ellas todo el tiempo y nunca me hicieron nada. Tenían colmillos con veneno, pero a mí nunca me mordieron. Yo creo que tenía pacto con ellas. Luego me las tuve que llevar al rancho porque me dijo mi mamá que mejor me las llevara de la casa”.

No todos en el rancho corrieron con la misma suerte del pequeño: “Una vez al cuidador del rancho lo mordió una de las serpientes y le tuvieron que amputar un dedo. Yo no sé si fue el susto o si la mordida traía tanta dosis de veneno, pero el caso es que el cuidador ahí cayó, ahí mismo donde lo mordieron, y de pronto pasó alguien y lo vio ahí tirado y lo llevaron al hospital, y del hospital nos hicieron el favor de llamarnos para decirnos que le iban a tener que amputar un brazo, aunque al final sólo le cortaron el dedo”. Enrique se llamaba aquel infortunado cuidador, que sería tan sólo el primero de los empleados de Hank cuyo cuerpo quedara marcado por el ataque de alguna de sus mascotas.

Mientras Hank descubría el mundo a través de las bestias, la carrera política de su padre seguía en ascenso. Según Fernando Benítez, dos hechos fundamentales marcarían su gestión como presidente municipal de Toluca: haber logrado dotar de agua a la ciudad bajándola desde las cumbres del Nevado de Toluca y haber logrado solucionar el problema de la acumulación de basura en las calles del centro.

En ambos proyectos recibe el apoyo providencial de dos célebres personajes de la política mexicana. En el caso del agua, Carlos Hank González consigue la condonación de la impagable deuda del municipio, lo que le permite solicitar un crédito para poder construir la tubería de 20 kilómetros que descendía desde el Nevado de Toluca haciendo una “raya” en los manantiales de Los Jazmines. Un proyecto demasiado caro que las finanzas municipales no podían costear, por lo elevado de la deuda que ya arrastraban. Una mañana el alcalde es invitado a desayunar en la hacienda “La Gavia”, donde conoce al director de Inversiones de la presidencia de la República, dependencia que más tarde se transformaría en Secretaría de Programación y Presupuesto. Entre el alto funcionario federal y el alcalde toluqueño se establece una inmediata conexión. Hay química y buena vibra en ese primer encuentro que derivaría en una sólida y duradera amistad entre las familias de ambos personajes. Días después el alcalde recibe un telegrama: “El adeudo del Banco Nacional Hipotecario y de Obras Públicas fue cancelado por órdenes del presidente de la República”. Firma el telegrama su nuevo amigo, Raúl Salinas Lozano, y el futuro le dará a Hank González oportunidades suficientes de pagarle ese primer favor. El ayuntamiento de Toluca no debía ya un centavo y podía endeudarse nuevamente. El futuro gobernador del Estado de México Gustavo Baz firma como aval, y Hank consigue el crédito que le permitirá concluir su obra emblema.

Por lo que respecta al tema de la basura, el alcalde de Toluca hace antesala en la oficina del secretario del Trabajo, a quien sin mayores preámbulos ni rodeos pide apoyo económico para comprar tres camiones recolectores de basura, pues en aquella época son los campesinos en carretas de mulas quienes se encargan de recoger los desechos que se acumulan en las calles. Al secretario, llamado Adolfo López Mateos, le cayó en gracia ese alcalde veinteañero y desinhibido que peleaba a brazo partido cada centavo para su municipio. Esa actitud sería clave para el siguiente salto político del profesor, que en 1958 es propuesto por su partido como candidato a diputado federal por el distrito de Toluca, curul que obtiene sin problema ni contratiempo alguno.

“Hank pronto comprendió que si quería seguir avanzando en la política, su primer cuidado debía ser no dejarse seducir por la vida burocrática. Y es que Carlos nunca fue un burócrata, sino un verdadero líder político. En cuanto ocupaba un puesto, los retos lo empujaban a uno superior”, afirma Fernando Benítez. “Yo creo que a Hank lo hizo triunfar el miedo a ser pobre”, sostiene su amigo Wilfrido Valverde, inseparable compañero de juventud.

A los 31 años recién cumplidos, Carlos Hank González está sentado en el congreso. En las fotos se ve a un joven muy alto cuya extrema delgadez y pulcritud hacen que se vea con menos años de los que en realidad tiene. A diferencia de la labor de presidente municipal que deja huella en Toluca, como legislador Hank González pasó sin pena ni gloria: fue un diputado del montón. Sin embargo, la cámara fue el espacio perfecto para desarrollar la actividad que mejor se le dio siempre: el cultivo de las relaciones públicas.

Los padres inscriben a Jorge y Cuauhtémoc en el estricto Colegio Alemán, donde aprenden la lengua germánica. Además de llevar gramática alemana, las materias del plan normal son impartidas en alemán, por lo que Jorge y Cuauhtémoc logran dominar la lengua siendo niños, aunque la falta de práctica ha provocado que hoy Jorge Hank la hable “como jefe indio”, según sus propias palabras. Pedro Muller, Andy Rusell y Raúl Pérez son sus amigos de infancia con los que juega en el patio del colegio. Su materia favorita son las matemáticas, para las que muestra una facilidad envidiable. Aun así, al pequeño Jorge nunca le gusta la escuela, y a diferencia de su aplicadísimo padre, él nunca es un niño de dieces y estrellita.

Entre clases en alemán, juegos con sus mapaches y escapadas cada vez más frecuentes al rancho, Jorge Hank Rhon llega a la adolescencia. Su carácter empieza a cambiar, sus gustos se hacen más sofisticados y su pelo empieza a crecer tan rápido como crece la fortuna de su padre.